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La columna de Monseñor ...Yo seré el amor

Divino Maestro, vengo ante tu altar, con mis hermanos y hermanas de camino, celebrando el pacto de fdelidad que frmamos hace 25 años; tú, prometiendo acompañarme todos los días de mi vida, y yo, a escucharte, seguirte y servirte en mis hermanos a través del carisma de las Misioneras Combonianas.

Cada comunidad

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por la que he pasado ha tenido a las personas a las cuales tú me enviaste a anunciar tu amor y misericordia.

La situación de dolor y sufrimiento en la que muchos pueblos han vivido por tantos años, como es el caso de Kordofán, Sudán, lo que por un momento les hizo dudar de tu cercanía.

Y con preguntas concretas interrogaban, ¿cómo podría un Padre tan bueno no librarlos de la guerra, del hambre y de la enfermedad?

En ese momento, para nosotros, tus instrumentos, no fue fácil entender tu presencia fel, consolándolos en su sufrimiento.

Pero fue tu Espíritu Santo quien los hizo descubrir que en la presencia minúscula y solidaria de tus misioneros y misioneras, tú estabas presente, amándolos y acompañándolos.

La donación que san Daniel Comboni hizo de su vida hasta el final, junto con la de muchos otros de sus misioneros, por el bien de ellos, es el legado que hoy conservan con tanto orgullo y el motor para recordar que su Padre Dios camina con ellos.

Gracias, hermanos y hermanas, por su presencia en mi vida.

Su capacidad de agradecimiento y gozo profundo con lo más pequeño e insignificante que pudieran recibir, es un mensaje para nosotros en una sociedad acostumbrada en acumular y acumular, y al final, quedarse insatisfecha en su abundancia.

Con ustedes celebro estos 25 años de fidelidad de Dios en mi vida, teniendo presente también a mis hermanas y hermanos religiosos de camino, a mi familia, amigos y bienhechores.

Para todos, pido al Señor los siga bendiciendo abundantemente... y me encomiendo a sus oraciones.

Juntos, celebrando

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La dinámica

de la misión

«El bien siempre tiende a comunicarse. Toda experiencia auténtica de verdad y de belleza busca por sí misma su expansión, y cualquier persona que viva una profunda liberación adquiere mayor sensibilidad ante las necesidades de los demás» (Evangelii gaudium 9).