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La recuperación de la memoria histórica en las Negras de Yolanda Arroyo Pizarro

Esther Rodríguez Miranda

La recuperación de la memoria histórica en las Negras de Yolanda Arroyo Pizarro

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En el año 2013, Yolanda Arroyo Pizarro comienza con un proceso de recuperación de la memoria histórica centrado en la mujer negra afro. El texto, las Negras, consta de una colección de cuatro cuentos, en los que se narran las historias de varias mujeres negras esclavizadas. A través de sus personajes, la autora promueve la recuperación de una historia subalterna, subyugada y silenciada. Se le otorga un papel central, protagónico, no solo al sujeto negro –muchas veces vilipendiado por la sociedad de mercado y occidental– sino a la mujer. Se rompe con la doble negación del sujeto femenino negro para hacerlas sujetos transgresores, que rompen con el orden y el estatus quo.

En el caso de Puerto Rico, se trata de sujetos desconocidos que no se estudian en las escuelas o no se abordan en las discusiones sobre lo popular y lo identitario; como se puede ver en la prensa del país, las publicaciones del gobierno o las redes sociales. Tan reciente como el 4 de agosto de 2020, el rotativo El Nuevo Día, publicó un artículo sobre la maternidad moderna. Catalogó las madres en cinco categorías: siempre en forma, imperfecta, conscientes, súper exitosas y enfocadas en la educación. Cuatro mujeres blancas y una negra ilustraban el artículo. Los editores posicionaron la foto de la mujer negra al lado de la categoría “madre imperfecta”. Para orientar al público en general sobre el contagio del COVID-19, el Departamento de Salud publicó unas imágenes en las que se veía a un padre blanco tomando las precauciones correctas y a una madre negra provocando el contagio de su hijo. En las redes sociales, son muchas las personas que acusan a las mujeres negras que afirman su negritud y denuncian el racismo sistémico de ser acomplejadas y exageradas. La propia autora, Arroyo Pizarro, ha sido tildada con epítetos mucho más fuertes. En una sola publicación hubo más de 500 comentarios tratando de justificar que el racismo no existe en Puerto Rico y la autora es una hiperbólica. Por eso las Negras es un texto crucial, porque denuncia lo que muchos no quieren ver, escuchar o discutir.

Las Negras puede verse como una respuesta a la literatura tradicional blanca puertorriqueña. Los grandes clásicos literarios borinqueños tienen como figuras protagónicas al hombre blanco: El gíbaro de Manuel Alonso, La charca de Manuel Zeno Gandía, Insularismo de Antonio S. Pedreira, La llamarada de Enrique Laguerre o La víspera del hombre de René Marqués, solo por mencionar algunos. Esto no quiere decir que el tema del sujeto negro no exista en las letras puertorriqueñas hasta Yolanda Arroyo. No podemos pasar por alto la obra importantísima de Luis Palés Matos o las obras teatrales de Alejandro Tapia y Rivera o Manuel Méndez Ballester, la cuentística de Luis Rafael Sánchez o de Ana Lydia Vega. Sin embargo, hay un rompimiento con la tradición literaria por parte de la autora. Esta recurre a los archivos y desde ahí crea ficciones sobre el mundo cruel que vivieron las mujeres negras, doblemente esclavizadas como obreras y como sujetos violados sexualmente. En este texto, nos alejamos de la visión pacifista de un mestizaje armónico entre el taíno, el africano y el español, para enfrentarnos a los abusos físicos y psicológicos de sujetos ignorados por la historiografía oficial.

El primer texto que trata el tema de la trata humana en la historiografía puertorriqueña, es el de Luis M. Díaz Soler, Historia de la esclavitud negra en Puerto Rico, publicado en 1970 y de corte positivista tradicional. En este, el papel de la mujer esclavizada es poco estudiado en el texto. Sobre las esclavizadas jornaleras, dice el historiador: “Las empleaban vendiendo dulces y artículos manufacturados por las calles o a puertas cerradas… La mayor parte de los amos eran exigentes, requiriendo los jornales con puntualidad. Esa situación obligó a muchas esclavas a recurrir a la prostitución para poder cumplir a tiempo con el amo” (159). Ahí acaba el dato, no sabemos cuántas mujeres sufrieron este destino o si se hizo algo por ajusticiar dicha situación. No hay un juicio crítico evidente, si no que el texto mantiene que los patronos blancos en Puerto Rico eran mejores con los esclavizados, comparado con otras colonias. Abuso es abuso, sin importar las comparaciones.

Este texto, que ha sido presentado en lugares tan distantes como California o Ghana, le da voz a las negras. En su rescate, la autora denuncia la sociedad puertorriqueña y los racismos silenciados que la pueblan. Arroyo es la autora que, de forma más visible, ha dedicado mucha de su obra a promover la identidad afro y los derechos igualitarios de diversas comunidades, como la homosexual. Sus libros más recientes como Yo, Makandal o Blancoides son prueba de su compromiso social.

Su literatura es un intento por visibilizar una comunidad vulnerable. La propia autora se aleja de utilizar el término minoría, porque no está de acuerdo en perpetuar un lenguaje que minoriza, empequeñece o degrada.

El texto que abordaremos se divide en cuatro partes: “Wanwe”, “Matronas”, “Saeta” y “Los amamantados”. Podríamos entender las historias como una progresión del sujeto femenino negro, desde África al Caribe, durante el proceso de la trata esclavista. “Wanwe” trata sobre una mujer capturada en las costas occidentales del viejo continente y su viaje transatlántico en un barco negrero. “Matronas” trata sobre la vida bajo el régimen esclavista y los actos de resistencia que llevaban a cabo las mujeres para luchar contra el opresor blanco. “Saeta” es la tercera parte de la historia. Este cuento se publica por primera vez en 2007, en otra colección de ocho cuentos titulada Ojos de luna bajo el sello editorial de Terranova. “Saeta” trata sobre una mujer que logra su venganza contra el amo/ hombre blanco. El libro termina con el cuento “Los amamantados”. Este texto no se incluye en la primera edición del libro. Narra la historia de una nodriza negra y un niño blanco.

En entrevista con la autora, esta relata la dificultad que tiene para apalabrar experiencias o ideas. Podemos ver esto ilustrado en la incomprensión de sus personajes sobre lo que pasaba alrededor de ellas. En “Wanwe” por ejemplo, durante el viaje trasatlántico, la protagonista nos dice: “Observa los acontecimientos aun sin entenderlo todo. Supone que lo mismo les sucede a las dos mujeres que ahora caminan por cubierta antes que ella, en la fila” (33-34). En esta primera parte, la voz narrativa nos describe cómo fue ese primer encuentro con los opresores negros que esclavizaron a otros negros y los vendieron a blancos y portugueses. Los esclavizados eran vistos como mercancía y el amo decidía sobre sus vidas: “Una maldición se ha enseñado sobre ellos. Un griterío identificado desde otras gargantas. Órdenes de atrapar, enjaular, llevar a los barcos y canjear sus existencias entre los visitantes de la costa” (50). Una vez en la costa: “La llevan al barco, en una canoa pequeña, en compañía de otras mujeres. Van atadas” (27). Luego, “Las colocan acostadas, unas cerquitas de otras en el sótano del barco… Wanwe mira a sus dos compañeras de hombros… Todas respiran con el mismo espanto y vacilación” (55). El viaje no es nada cómodo o seguro. “Entran hombres a aquel lugar tan oscuro y tan encajonado en la parte inferior de la barcaza, con órdenes de marcar con fuego a todas las cautivas. Usan unas letras de hierro caliente, con las iniciales de quienes de seguro pasarán a ser los nuevos dueños” (55).

Como podemos ver, por las citas antes expuestas, estas mujeres fueron sometidas a un silenciamiento y abuso desde su captura. De por sí, la acción de capturar es un acto violento que impide el actuar libre de un ser humano. Lo interesante de este texto es que nunca antes en la literatura puertorriqueña se había apalabrado estas vivencias amargas de quienes conforman la base cultural del Caribe y de Puerto Rico.

Un detalle interesante del texto es que muchos de los capítulos comienzan resaltando la palabra recuerdo. Este reiterar de la palabra recuerdo sirve para visibilizar la fragilidad de la memoria. Un libro muere si nadie lo lee, los seres humanos morimos dos veces, físicamente y cuando nadie nos recuerda. El propósito de la autora es ese: traer a la memoria el recuerdo de quienes están enterradas en testimonios, archivos polvorientos, actas bautismales forzadas e historias familiares ocultadas. El libro comienza: “El primer recuerdo pudiera ser el barco. Una barriga de maderos unidos y flotantes a quienes los suyos llaman owba coocoo…” (27). De entrada, estamos ante el comienzo del viaje transatlántico. Lo interesante es que la necesidad de recordar no es la del lector, es el recuerdo de la protagonista, de sus confusiones, agonías y ansiedades. “Es posible que el primer recuerdo también sea el día del secuestro” (45). La fragilidad del recuerdo en este caso se convierte en el querer borrar la trata esclavista, los abusos de los blancos y las condiciones inhumanas. Por eso la literatura de Arroyo es tan cruda. El interés no es silenciar sino denunciarlo todo, con sus violaciones y sus golpes.

El recuerdo viaja de la rudeza del barco al origen, a su casa y su familia. “El primer recuerdo también pudiera ser la aldea. El correteo de los chicos y las chicas, el juego de los hombros” (37). En otra ocasión: “Wanwe recuerda el día del compromiso de su hermana Bosúa” (41). El recuerdo se convierte también en resistencia y salvación: “Cuando entro en el pánico de lo que he olvidado, inicio un recuento mental: pedirle a mi madre que me abrace, gritar por comida, convocar a mis hermanas, bromear con los infantes” (69). Los recuerdos sirven como mantras para aquietar la mente del que lo ha perdido todo, salvo su conciencia.

Arroyo se separa del recuerdo romántico de “y tu abuela a’onde está” o de la Tembandumba de la Quimbamba de Palés, para exponer el recuerdo del abuso físico al que millares de mujeres fueron sometidas por las fuerzas esclavistas. En el barco, narra: “La devuelven a la canoa, atándola esta vez del cuello. Sus manos son inmovilizadas detrás de la espalda… Esperan a que pare de llorar y desgarran el tabique… Los hombres imparten más fuerza en el amarre del cuello y la mujer tose, pero además lanza patadas” (28). Por un lado, muestra el abuso físico, pero a su vez muestra la resistencia de estas mujeres que se niegan a claudicar.

En los otros textos como “Matronas”, podemos ver estos actos de resistencia. Ndizi, la protagonista le dice al confesor impuesto: “He sido declarada Negra Sediciosa e Insurrecta en los tablones públicos, identificada por mi lunar cerca del ojo, el carimbo en forma de P en mi frente y la oferta de recompensa por mi captura” (83). También le dice al fraile: “El problema de los que oprimen, Fray Petro, no es la opresión en sí, es la subestimación que hacen del oprimido” (86). Al comienzo del texto como un todo, la autora contextualiza sus historias con una cita del historiador Guillermo Baralt como epígrafe: “… los esclavos de la isla se rebelaron con frecuencia. El número de conspiraciones conocidas para apoderarse de los pueblos y de la isla, más los incidentes para asesinar a los blancos, y particularmente a los mayordomos, sobrepasa los cuarenta intentos” (13).

Ndizi es un personaje basado en los testimonios de una esclavizada que vivió entre San Martín, San Tomás y Puerto Rico. Su historia la recogen los historiadores puertorriqueños Fernando Picó (Máscaras de Ponce) y Guillermo Baralt. Esta mujer vivió a finales del siglo XVIII (1790) y tenía un amplio dominio de muchos idiomas. Utilizó su inteligencia como arma contra el blanco y se dedicaba a falsificar documentos en varios idiomas. Ndizi hace lo mismo, engaña y subvierte los poderes del régimen esclavista a través de su dominio plurilingüe. “Esas frases las recuerdo perfectamente en mi idioma. Hay otras que llegan a mi mente en otras lenguas, dependiendo la cantidad del tiempo que haya pasado en algunas plantaciones rodeada de gente de otras castas. También recuerdo palabras en castellano…” (69).

La narradora aprovecha esta historia para reflexionar sobre la importancia del lenguaje para el ser humano. Por ejemplo, la pérdida del idioma puede causar ansiedad: “Los blancos, a los aspirantes, le dicen por un nombre que ahora no recuerdo. Son tantas las palabras que no recuerdo ya” (68). También el lenguaje puede ser la salvación: “Cuando pienso en la libertad siempre pienso en todas las palabras de todos los lenguajes que conozco, en donde esta expresión quiere decir algo” (74). Al disertar sobre la palabra libertad, en el que un modelo saussuriano se impone entre palabra y concepto, podemos concluir que para ser libres hay que acordarnos de su definición. Si el verbo es importante, y la literatura está compuesta de esos, por ley distributiva la libertad la encontramos en la palabra y en la literatura. La literatura es un tipo de salvación y sanación. La propia autora ha comentado que para ella la literatura, sobre todo crear literatura infantil, la ha sanado de todas las críticas e incomprensión que recibe del público adulto.

Otra forma de resistencia que se muestra en esta segunda parte del libro es el infanticidio. Para muchos lectores, esta parte les causa cierto tipo de disgusto o aversión, pues no entienden la crudeza de las imágenes. Lo que busca la autora es recordar, recordarlo todo. Apalabrar esas experiencias que, aunque parezcan psicópatas, muestran los extremos psicológicos a los que llegaron estas mujeres. Al matar a sus hijos, les otorgaban la libertad sobre la esclavitud.

Aquí algunos ejemplos de esas imágenes: “La comadrona a mi lado llora y él se confunde. Piensa que llora por los niños muertos” (78). Los llantos pueden ser de felicidad por la liberación de los espíritus, no son lágrimas de tristeza. Ndizi dice: “Yo bostezo y hago juramento, por las deidades de los vientos de las que dudo ya, que si soy capturada nuevamente, me las habré de cobrar con los niños” (80). Luego narra: “Los ahogo en el balde de recolectar placentas, padrecito. Presiono sus negras gargantitas con mis dedos y los sofoco. O les asfixio con sus cordones umbilicales, incluso maniobrando antes que salgan del vientre. La madre no se da cuenta, o lo prefiere, o lo ha pedido… suplicando en lengua desconocida para el blanco” (96). La crueldad de la imagen se presta para estudiar la psicología de las mujeres esclavizadas y su compromiso con resistir y acabar con el régimen esclavista. Nunca, hasta donde tenemos conocimiento, en la literatura puertorriqueña se había presentado una historia con tanta crudeza y que propusiera una ambigüedad moral de este tipo.

En este capítulo, también nos encontramos con escenas de violación. Nidizi relata: “Entonces el capataz y el sereno vuelven a golpearme, a amarrarme y a penetrarme con sus penes rancios” (74). Sin embargo, es en “Saeta” donde se nos presenta de una forma directa la violación. Lo interesante del texto es que lo presenta como una actividad procesal, que no tiene nada de sorprendente. Esta manera de narrar busca demostrar que era una actividad común a la que las mujeres eran sometidas. La naturalidad del opresor se impone: “El amo desprende la falda manchada de barro de Tshanwe, y con una mano, le abre las piernas. La vuelve a llamar Teresa. Palpa su pubis, y lo estudia con ávidos ojos. Varios de sus dedos se hacen enredos con él. Empuja a la negra hasta el lecho, no sin antes retirar el mosquitero. Entonces entra y sale de ella; entra y sale” (106). El entrar y salir como el vaivén de las olas denota normalidad. Lo que debe quedar claro para el lector es que esta naturalidad es del blanco, la mujer negra siempre sufre. El blanco vive en su privilegio, mientras que la negra tiene un doctorado, un dominio y conocimiento del sufrimiento, por ser eso: mujer y negra dentro de un sistema patriarcal y blanco.

Un dato que me gustaría recalcar de este fragmento es la importancia del nombre. La protagonista se llama Tshanwe y el amo le impone el castizo Teresa. Para poder recordar, para reapropiarse de la identidad que la esclavitud le ha robado, la mujer se ata y renuncia a desvincularse de su nombre de pila.

Esta historia nos recuerda a la de la mujer afrocolombiana Ana María Matamba. Esta mujer decidió firmar unos pleitos legales que llevaba con su apellido angolano. El escribano se empeñaba en reemplazar su apellido de pila con el de su amo. Así fueron muchas las mujeres a las que los hombres blancos les borraron su identidad al imponerles un nombre que en nada tenía conexión con su círculo familiar y su herencia.

Tshanwe no solo debe aguantar las violaciones de su amo, sino también la violencia física de los hijos del amo: “La habían acorralado. La esquina la cobijó por un rato, por muy poco tiempo la verdad, justa hasta que los señoritos se le acercaron amenazadores disminuyendo el cerco” (124). Los jóvenes querían saber cómo era la sangre de los negros. “Continúan espetando los filos. Estos entran y salen sin compasión. Los senos, el cuello, el abdomen de la esclava se marcan de rayas como tatuajes. Los tatuajes hacen correr el líquido cálido, le hacen caer de rodillas debilitada” (126). Y la mujer se resiste: “En aquel, su primer acto de defensa, e intentando persuadirlos para que la dejen en paz, Tshanwe esgrime el puntiagudo objeto hacia el señorito de mayor estatura, de modo que la parte metálica de la saeta termina incrustándose en el dedo corazón de él” (127).

Este abuso de los niños de los amos también lo podemos ver en “Los amamantados”: “La semana pasada Jonás se colocó en un lugar estratégico entre el cuarto de lavado y unos matorrales. Petra percibió su presencia cuando ya era demasiado tarde y el señorito frotaba hacia atrás y hacia delante el pedazo de carne y piel con el que los hombres blancos violan a las de su especie” (142). La mujer pasa de ser nodriza del niño a un cuerpo sexual que el niño viola cuando le viene en gana.

A lo largo del libro existe un cuestionamiento sobre la religión y los dioses. Estas mujeres, muy a la vanguardia, dudan sobre la existencia de Dios ante tanta penuria. Wanwe reflexiona: “Los seres ancestrales no las liberan… No hacen acto de presencia Orún, Olodumare, Baba, Iya ni las diosas que aún están en la Tierra, ni los verbos conjugados desde el cielo, ni los sabios del mar, ni las esencias ancestrales del culto” (57). Ndizi dice: “Me pregunta en qué deidades creo yo… En ninguna le digo y se me saltan las lágrimas. Todas nos abandonaron” (85).

Para combatir la imagen de los dioses todopoderosos o redentores, la autora recurre a la tradición de los ancestros, muy recurrente en las creencias africanas. En el primer cuento nos dice: “Siguen apretándola hasta que se desmaya, o su espíritu va a encontrase con los bailadores poderosos de las puertas del inframundo” (29). En “Saeta” es donde podemos ver esta recuperación de las creencias ancestrales: “Tshanwe abrió y cerró los ojos. Intentó convocar espíritus protectores sin éxito” (125). Más adelante: “La voluntad de sus ancestros y su temple la dirigen de vuelta por el túnel. No fallezcas odalisca. No perezcas gladiadora” (130). A través de la naturaleza, los ancestros la devuelven a la vida: “Las gotas le reaniman los párpados y un chamán invisible le hace despertar. Namaqua y sus mujeres guerreras la amparan. Desaparece el cuerpo. También desaparece una de las ballestas del amo. Tres días más tarde, nadie se explica el encantamiento” (133). Al final del relato, el amo muere de una herida causada por una saeta, que no se sabe de dónde salió. Lo interesante de este fragmento es el simbolismo de los tres días, la resurrección. Tshanwe se convierte, se iguala a Jesús el de Nazaret o a Mackandal, el houngán haitiano. La mujer, al igual que las figuras masculinas, es digna de salvación y de ser mesías también. Yolanda Arroyo subvierte todas las tradiciones para construir personajes vanguardistas y modelos de lo que cualquier mujer puede ser y hacer.

Por último, quisiera reflexionar sobre el título del libro. Se titula las Negras, con l minúscula y N mayúscula. Lo que significa que importa el sintagma y no el artículo. La mujer, el sujeto, es lo central a la obra. Estas protagonistas mujeres así lo demuestran. En el fragmento que acabamos de discutir, se presenta Namaqua y sus mujeres guerreras. Es imposible no pensar en las guerreras de Dahomey y el miedo que sembraron en todos sus contrincantes y quienes vivieron para contarlo. Al recordar el mundo antes del viaje transatlántico, Ndizi dice: “Las mujeres éramos animadas a defendernos, a golpear, morder, arrancar. Las cosas han cambiado desde que los negros iniciaron secuestros hacia otros negros y nos entregaron a los portugueses u otros blancos, para transportarnos en nao” (87).

Hay una recuperación de la memoria histórica, no solo de recuperar voces olvidadas, sino de plantear las sociedades matriarcales frente al abuso del hombre (en nuestros días, el abuso del hombre de todas las razas y colores). En el rito del ureoré las mujeres escogían a los hombres para casarse. Estamos ante una narrativa reivindicativa que promueve la discusión sobre diferentes visones de mundo y que pretende denunciar injusticias.

Como hemos visto, Arroyo Pizarro se destaca por su escritura irreverente, a favor de las minorías y con un estilo directo. las Negras es uno de los primeros textos dedicados a la mujer afro, a la mujer negra, en Puerto Rico. Este texto sirve como germen para lo que luego será su proyecto social, la Cátedra de Mujeres Negras Ancestrales. Respondiendo al Decenio de Afrodescendientes declarado por la UNESCO en 2015, la autora comenzó un proyecto para investigar sobre las mujeres esclavizadas y libertas en Puerto Rico. Estudian la vida de estas mujeres y crean textos literarios sobre ellas. Ya tienen 28 libros publicados. Son libros cortos, de una narrativa sencilla que lo que buscan es dar a conocer la vida de estas mujeres esclavizadas de las que se tienen registros, a través de pilas bautismales y testimonios, como lo fueron: Celestina Cordero y Juana Colón. La autora ha dicho en ocasiones múltiples que ella no quiere ser la única persona que escribe sobre mujeres negras. Al recuperar el pasado escondido, borrado, se trabaja con el presente abyecto. las Negras es por lo tanto un proyecto literario no solo de la memoria histórica sino del presente apremiante.

Al comienzo de esta ponencia dije: “las Negras puede verse como una respuesta a la literatura tradicional blanca puertorriqueña”. El 9 de mayo de 2018, la autora dijo en una entrevista:

Para ser considerada una escritora puertorriqueña que valiera la pena leer, tuve primero que probar que sabía escribir literatura blancoide. Competir en certámenes y ganar premios de literatura blancoide. Participar de lecturas y noches de poesía blancoide. Publicar libros blancoides con portadas blancoides. Una vez los consumidores de literatura blancoide me avalaron, me reseñaron y premiaron, me incluyeron en congresos, en ferias de libros y festivales literarios, entonces y solo entonces, se me permitió escribir de mí. Desde el yo. Desde la ancestría, la negritud y la sexodiversidad. Es un sistema jodido de validación racista que hay que implosionar.

No quepa duda, en la literatura puertorriqueña todavía hay mucho racismo y prejuicio que batallar, además de muchas historias que recuperar.

Bibliografía

Arroyo Pizarro, Yolanda. las Negras. Boreales, 2012.

Díaz Soler, Luis M. Historia de la esclavitud negra en Puerto Rico. Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1970.