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Cecilio Acosta Trabajo humano
from UN 220223
Guillermo Aveledo
La modesta casa de San Diego de Los Altos me conmovió desde la primera visita, era un niño y mi padre me llevó a conocerla. La austeridad podía sentirse en el ambiente, la vida signada por las limitaciones que se había desarrollado entre sus paredes, a cargo de su madre viuda cuando el mayor de sus cinco hijos, de nombre Cecilio Acosta, nacido allí en febrero de 1818 tenía diez años apenas.
“Lo que supo, pasma” dijo de él José Martí, “Cuando tenía que dar, lo daba todo: y cuando nada ya tenía, daba amor y libros”. Una “de las personalidades más admirables y en alguna medida más desconcertantes del siglo diecinueve venezolano” escribe su biógrafo Oscar Sambrano Urdaneta, académico de la lengua e intelectual notable, de seguro por su condición de prócer de la paz en una centuria singularmente violenta. Y es que Acosta fue, según nuestro maestro contemporáneo Luis Ugalde, “admirado en diversas áreas y disciplinas intelectuales y respetado como cristiano justo, sabio y humilde”. De la obra de su pluma, fecunda en la política, la jurisprudencia, la historia, la economía, la literatura y la filosofía, opta por destacar el académico de la Historia y de las Ciencias
Políticas y Sociales sus visionarias reflexiones sobre la educación, cuestión que sigue interpelándonos a los venezolanos de hoy. Abogaba Don Cecilio en aquel país pobre y más empobrecido aún por guerras y revoluciones, por una estrecha relación mutuamente enriquecedora entre sistema educativo y sistema productivo.
“Si la república consiste en que la acción y protección de las leyes alcancen a todos y en que de todos sean los derechos políticos activos y pasivos” se pregunta en su reclamo al sectarismo partidista de 1877 ¿Por qué aparecer como apóstoles de un sistema de exclusión?” Finaliza el Septenio de Guzmán Blanco y el Congreso elige como su sucesor a su candidato Linares Alcántara, para volver dos años después. Atención que gobiernan los liberales, es decir aquellos cuyos principios defiende, pero no sus prácticas, esas las critica con serena valentía.
El odio político es el cáncer social del presente y el futuro, confundir “la idea con la persona”, porque “no hemos querido entrar verdaderamente en las prácticas republicanas” escribe en 1868.
Los méritos y la virtud ciudadana de los servidores distinguidos a la sociedad premia la Gobernación del estado Miranda, desde 1971, con la Orden Cecilio Acosta. Un nombre que enaltece y compromete.
Luis Felipe Pellicer
Hay grupos de wasap muy fastidiosos porque se convierten en tragedia griega. Otros son críticos y lo enteran a uno de cosas que sería imposible por medios convencionales.
Nos enteramos de innovaciones categoriales para el estudio científico del proceso económico y las relaciones sociales de producción que dejarían absortos a Smith o a Ricardo y le provocarían un síncope a Marx. Salario, valor, mercancía, etc., han sido expuestos y resemantizados de mil y una maneras, algunas hilarantes.
Aunque de la categoría que menos se trata en la discusión política-académica es: trabajo humano, es decir el esfuerzo y desgaste del organismo humano: músculos, cerebro, corazón, vísceras, huesos, etc.; en el proceso de transformar naturaleza en cosas útiles que satisfacen necesidades humanas: objetivas y subjetivas.
El trabajo humano permite la sobrevivencia material, intelectual y espiritual de nuestra especie. Es fuente de todo valor y, por tanto, es invaluable. Aunque las relaciones sociales de producción lo han restringido a tiempo de trabajo y como a todo lo que interviene en el proceso de producción de mercancías le ha puesto un precio. El tiempo no es oro, es vida.
El tiempo de trabajo es vida humana gastada en la producción de cosas útiles que podemos intercambiar de común acuerdo, aunque no sepamos que estamos intercambiando trabajo humano, porque el producto de ese trabajo se convierte en unas cosas que parecieran tener vida propia y nos dicen en el mercado cuál es su valor, cambiante por razones ajenas a quienes las producen.
Por si fuera poco, los productos del trabajo humano que son cosas, se envuelven en unas formas mágicas y místicas, en el proceso social de producción de mercancías. El trabajo humano, los materiales de la naturaleza y los instrumentos aparecen como relaciones equivalentes bajo la fantasmagoría de la mercancía y su valor en dinero, oro o plata.
¡Son unos zapatos bellísimos! Y el zapatero contesta: Sí, son de cuero legítimo. Aunque haya vivido su creación.
Qué sentirán las y los ostentosos cuando se enteren que sus zapatos de firma que le costaron 600 o 1.500 son producidos por trabajo y sufrimiento humano pagado a 5 y en total valen apenas 20 o 50 antes de llegar a la tienda.
La irracionalidad de un sistema vampiresco, donde lo que vale menos es la fuente de todo valor, toda cosa útil y toda mercancía, cree que puede desprenderse de la fuente: el trabajo humano de millones de pauper post festum sin quienes, hasta la IA sería imposible.
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