
5 minute read
EL SOBERANO
from UN 010323
Ramón Guillermo Aveledo
La tendencia de la civilización, en la política, va del poder personal al institucional, del absoluto al limitado, del concentrado al distribuido. Esa corriente histórica inexorable puede detenerse, desviarse y hasta retroceder pero es el signo del progreso humano. La ruta de la modernidad es la de la institucionalidad.
Las instituciones, bien de creación y gestión estatal o de iniciativa de las personas, son organizaciones duraderas en el tiempo con fines de bien común y reconocimiento social por la confianza que ganan. En nuestro país, así como son reconocibles instituciones privadas es claro que nos ha costado mucho más desarrollar una institucionalidad pública.
Uno de los datos más significativos del poder despersonalizado propio de la institucionalidad, es la superación del nepotismo que es, como anota Borja, “la preferencia que un gobernante o funcionario público da a los miembros de su familia en la ocupación de los cargos públicos, concesiones estatales, contratos o en el disfrute de privilegios vinculados a la administración del Estado, con olvido del mérito de otras personas.” El fenómeno, obviamente pre-democrático e incluso pre-constitucional, se remonta a la
Carolys Helena Pérez González
Pace algunos años, cuando solo era una niña leí la historia de Ariadna, el personaje mitológico que enamorada del héroe griego Teseo le ayuda a vencer al minotauro que tenía asediada a la ciudad de Creta y que se dedicaba a secuestrar, violar y matar a las mujeres de la región. De este cuento nace la expresión el hilo de Ariadna para referirnos a una serie de observaciones, argumentos o deducciones que, una vez relacionados, nos llevan con mucha facilidad a la solución de un problema planteado que parecía no tener salida.
Me gusta mucho esta historia, debe ser básicamente porque me gusta conseguirle solución a las cosas que parecieran imposibles, pero ¿acaso este no ha sido siempre la tarea invisible de las mujeres?
Últimamente me he encontrado debatiendo –incluso conmigo misma- sobre el rol que hemos asumido en la historia y que hoy en día hemos decidido deconstruir para sentar las bases de un antigüedad griega y romana, se presentó en la iglesia medieval y renacentista y tuvo un caso clásico en el Bonapartismo, pues Napoleón otrora militar revolucionario, general victorioso y emperador de Francia, colocó a sus hermanos como reyes, a José en España, a Luis en Holanda, a Jerónimo en Westfalia, a Carolina en Nápoles y a Elisa en Toscana. En China tiene tres mil años. Signo de subdesarrollo, el nepotismo implica instituciones débiles, poder personalista y patrimonialista y corrupción. En la España franquista se atribuía mucho poder a Doña Carmen Polo de Franco y llamaban “El Yernísimo” al Marqués de Villaverde, Duque Consorte de Franco y Grande de España. Evita se hizo el mito popular que es por su influencia en la Argentina peronista. En la Rumania socialista Elena Ceausescu, fue viceprimera ministra y vicepresidenta del partido comunista. Pero acaso el caso más rudo sea el del iraquí Saddam Hussein con un medio hermano embajador en la ONU y el otro ministro del Interior, su primo comandante de la Guardia Republicana, su hijo jefe de inteligencia, sus dos yernos ministro uno y el otro jefe de la guardia presidencial. tiempo nuevo.
Vestigios del pasado monárquico o autoritario que toca a la institucionalidad superar, con igualdad efectiva ante la ley.
Las mujeres nos propusimos un reto: Acabar con el paradigma que nos estanca en roles históricamente femeninos. Han pasado varios años desde que nos planteamos un escenario que fue creciendo hasta hacerse indestructible, comenzamos exigiendo nuestra participación intelectual, electoral, sexual y el cierre definitivo y definitorio de los privilegios otorgados a los hombres.
¿La razón? Es que vale la pena y más que la pena, vale la alegría indagar en el legado que contiene la historia, descifrar el binomio de la dicotomía y abrir una brecha que nos acerque más que distanciarnos. A esto quiero convocar hoy, a irnos a las calles que componen nuestra psiquis y armar un nuevo tiempo para el encuentro.
En algún momento la escritora neozelandesa Katherine Mandsfield en su diario señalaba que las mujeres de algún modo escribían “para reunir fuerzas y darle lugar de ser a todo aquello de lo que somos capaces”, es lo que hoy nos trae aquí a darle la entrada – no solo desde lo simbólico, sino desde lo razonable a el mes en el que gracias a Clara Zetkin rendimos homenaje a las mujeres caídas en la huelga de 1908 y que hoy están representadas por todas las fuerzas motrices de las mujeres en Venezuela y en el mundo.
Es hora de comprendernos como un territorio único y potente que es capaz de albergar una revolución que nos involucra a todas y a todos.
Estos territorios hoy se ponen en marcha para accionar conectadas con el presente, dibujando en colectivo el mañana para nuestros cuerpos como extensión geográfica de la Patria/Matria.
Es el momento de tejer nuestro propio hilo, de ser nuestras propias Teseo y nuestras propias Ariadnas, vencer al minotauro, descifrar la salida de lo imposible y abrir las puertas de esta historia que nos convoca.
¡Bienvenidas a marzo mujeres trabajadoras, hombres con ganas de hacer historia!
Alberto Aranguibel B.
Si algún efecto patológico causa el tumulto bullicioso de una concentración de gente frente a una tarima, es la engañosa sensación de conductor de la opinión pública que padece todo aquel que se enfrente en esas condiciones a una masa humana de tales proporciones.
En el ámbito del teatro, quizás la más antigua forma de exposición a la masa humana desde un escenario, el “síndrome de la figura influyente” es toda una pandemia crónica desde tiempos inmemoriales que van más allá incluso de la antigua Grecia. Actor que no se crea referente social, así su rol en la obra escenificada sea el de un simple recogelatas, no es en verdad actor. O cura.
Una experiencia exigente, esa de convertirse en ductor o líder de masas cuando se está en una tarima, que hasta a los más audaces cuadros emergentes de las organizaciones políticas les cuesta en principio (hasta que les llegue su turno en el natural decantamiento que lleva a cabo esa máquina de moler liderazgos que es el partido político) asumir las más de las veces, en virtud de los riesgos que tal desempeño implica en términos de la credibilidad que debe lograrse en la gente. Porque el orador está siempre en la obligación de responder a una expectativa, a una necesidad, o a una preferencia que eventualmente exprese esa masa a la cual se dirige.
Por eso cada vez vemos más cantantes en el disparatado intento de erigirse en referentes o ductores políticos, perdiendo credibilidad ante su propia audiencia en la medida en que se asumen en roles para los cuales no están ni siquiera medianamente formados ni intelectual ni ideológicamente, aún cuando, como artistas, conciten una capacidad cualquiera de convocatoria.
Exactamente lo que les pasa a esos artistas de renombre, como la inefable Ana Gabriel, quien acaba de recibir una de las más resonantes abucheadas del público que jamás haya recibido artista alguno en un concierto, al tratar de usar su espectáculo musical para arengar al pueblo que ahí estaba reunido precisamente en contra de aquellos países donde el pueblo está hoy en el poder.
Inepta como es en política, trató de usar el dinero de la gente para hacer un proselitismo de derecha en el que cada vez creen menos los pueblos latinoamericanos.
Pasó de cantante famosa a penosa cantonta.
@SoyAranguibel