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Capítulo 3: Crisis y enfrentamiento (1959-1961

CAPÍTULO 3

CRISIS Y ENFRENTAMIENTO (1959-1961)

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Hay que reconocer que, de una forma u otra, el Politécnico empezó a sentir los aletazos iníciales de la crisis, ante todo la económica, a partir del año 1957, cuando el presupuesto inició una curva descendente, aun después de exponer a los organismos competentes las necesidades de la institución para su desarrollo armónico, precisamente cuando necesitaba renovarse. Sin embargo, nuevos elementos, no precisamente económicos, agudizarían la crisis a la llegada del nuevo rector, P. Miguel Ángel Larrucea, S.J., que ostentaba además el cargo de Superior regional de los jesuitas de la República Dominicana.99

3.1 - La reducción gradual del presupuesto (1957-1961)

En vista de que las necesidades crecían al mismo ritmo que la matricula total, el Politécnico solicitó en 1957 que su personal pasara a la nómina del Estado como los demás empleados públicos, pensando en la posibilidad de hacer algunos ahorros. Sin embargo, en 1959, a solicitud del P. Arias, se restableció el sistema antiguo, aunque el presupuesto se mantenía en RD$324,000, es decir, al mismo nivel que el curso anterior.100 A partir de entonces, las rebajas serán continuas y cada vez más alarmantes: el presupuesto de 1960 será de RD$281,000 (reduciendo luego el segundo semestre a RD$75,000), y el de 1961 tan solo de RD$150,000. Solo la nómina de personal, sin embargo, ascendía entonces a RD$119,760 mensuales, sin incluir los gastos corrientes.101

3.2 - Algunos elementos de cambio de diversa índole

Como un ingrediente más de ese programa de acoso del gobierno de los Trujillo, en diciembre de 1959, el Politécnico recibiría la visita del temible jefe del Servicio de Inteligencia Militar (SIM), coronel Johnny Abbes García (antiguo cronista hípico de prensa), que solicitaba la inmediata expulsión de siete alumnos, que supuestamente se dedicaban a la “censurable tarea de producir críticas respecto de la plataforma de acción de nuestro régimen gubernativo”.102 Aunque en entrevista con el prefecto de disciplina (P. Antonio López Fernández), se le hizo saber que la Institución no podía controlar lo que sus alumnos hacían fuera del aula, a todos los estudiantes se les retiró su matrícula una semana más tarde (7 de diciembre de 1959), y al menos, consta que, probablemente uno de los más jóvenes, estuvo preso en la cárcel de la 40, y en época de democracia, pudo regresar al Politécnico y terminar sus estudios de Agronomía (1964-1967).103

Nueve meses después del triunfo de la revolución cubana (1º de enero de 1959), el generalísimo Trujillo solicitaba personalmente al padre General de la Compañía de Jesús que sus súbditos de la República Dominicana no dependieran de un Superior que residiese en La

99 Miguel A. Larrucea de la Mora, nacido en Reinosa (Santander) el 1º de octubre de 1910, era jesuita desde 1927 y sacerdote desde 1942. Antes de su destino al país había sido rector del colegio de Dolores (Santiago de Cuba, 1947-1953), del Colegio de Belén en La Habana (1953-1956) y brevemente de San Ignacio en San Juan de Puerto Rico (1956-1959). 100 Respondiendo al informe adverso de Jaime Guerrero Ávila, director de Presupuesto (of.41/62, 25 de noviembre de 1959), el P. Arias defendía los ahorros de la gestión jesuita, y aclaraba que su sueldo era de $360, es decir $10 más que un jefe de taller, mientras el director de la antigua Escuela Agrícola Nacional ganaba $3,000, Cfr. IPL. Correspondencia Educación, leg. 9/A, No. 1. 101 La reducción fue comunicada primero solo verbalmente al P. Arias por el Director de Economía y Coordinación de Gastos del Gobierno el 23 de junio de 1960. Cfr. “Carta de Manuel Reyes Tineo a A. Arias (Ciudad Trujillo, 24 de junio de 1960)”. o. IPL. Correspondencia Oficial (1960), leg. 10, No. 1, of. PJ/957. 102 El director del SIM, sin mencionar nunca el nombre del Rector, le solicitaba que se expulsara a los alumnos de primer año técnico Héctor Emilio Martínez Castro, Rafael Peralta Ureña, Rafael Evangelista Alejo y Juan Antonio Rodríguez, a Julio César Valoy Hungría y Nelson Valenzuela Herrera (1º de Agronomía), y al alumno de 8º Víctor A. Mármol Marte. Así se lo expresaba antes de su inoportuna visita al rector. Cfr. “Carta de John. W. Abbes al Rector del IPL (Ciudad Trujillo, 30 de noviembre de 1959)”, APA. Instituto Politécnico, leg. IV, No. 1, ff. 8-10. 103 Cfr. Rafael Valera Benítez, ¡Complot Develado! 2ª ed. (Santo Domingo: Editora Taller, 1984), p. 215. A pesar de su regreso al Politécnico, las publicaciones del IPL, controladas por el Prefecto de Disciplina aludido, no incluyen en sus listas de alumnos de 1967 al citado Nelson Valenzuela Herrera.

Habana.104Al parecer, como parte del mismo plan, entre los días 2 y 3 de octubre de1959, acudían a Roma el Viceprovincial de las Antillas, P. Ceferino Ruiz, y el P. Miguel Ángel Larrucea que, unas semanas después (26 de octubre de 1959), sustituiría al P. Ramón Calvo, S.J. en el ya citado puesto de Superior de la Sección Dominicana.105

Mientras tanto, aunque obedeciese a un plan diverso, parece obvio que el Vaticano, por no decir el mismo Papa Juan XXIII, estaba decidido a imprimir un nuevo giro a las relaciones sostenidas con el gobierno dominicano en los últimos diez años, y el 16 de junio de 1959 había designado como Nuncio Apostólico a Mons. Lino Zanini que, durante año y medio, había sido internuncio en Teherán (Irán), y sucedía aquí al anodino y visiblemente parcializado Mons. Salvatore Siino (19531959).106 Como el nuevo nuncio tuvo que detenerse, por una u otra razón, en Roma,—debía ser consagrado obispo para asumir este cargo—, y como ya se vio, no llegaría a su sede hasta el 25 de octubre, es decir, una vez pasada la fiesta onomástica de Rafael L. Trujillo. Como elemento de esa nueva política vaticana, la publicación, prácticamente sorpresiva para la mayoría, de la Carta Pastoral Colectiva del Episcopado, fechada el 25 de enero de 1960, y leída en todas las misas de todas las iglesias del país el domingo 31 del mismo enero, se sumó como una variable que, por sí sola, explicaría la actitud asumida por Trujillo frente a la Iglesia durante los dieciséis meses que le quedaban de vida.107

3.3 - Un superior jesuita con una postura muy distinta

A los tres meses de su llegada a su puesto de rector, el P. Larrucea tendría que hacer frente al primer lamentable episodio de su corto y accidentado mandato. En la primera plana del matutino El Caribe (29 de enero de 1960), un titular a tres columnas señalaba al escolar jesuita cubano Antonio Fabré de la Guardia, como cabeza intelectual de una supuesta trama revolucionaria que tenía su centro en el Seminario Santo Tomás.108

El mismo día en que apareció en la prensa esa denuncia, el P. Larrucea envió un telegrama que, evidentemente, cumplió con su intención de ofender a Trujillo, el único agresor. Exigía, ante todo, una “justa reparación” a las calumnias e insultos a la Orden en el mismo diario, o en caso contrario, el Politécnico se abstendría de participar en la acostumbrada clausura de la Feria Ganadera “La Compañía, —terminaba el valiente telegrama—, que vino llamada a servir al pueblo

104 Con ese fin, el embajador dominicano ante la Santa Sede, Dr. Tulio Franco Franco, visitó personalmente al P. General, que le respondería unos días después. Cfr. “Carta de Juan B. Janssens a T. Franco (Roma, 3 de octubre de 1959)”, ARSI (Roma), Vice Prov. Antillensis (1958-1963), ff. 184-185. 105 Como recuerda el P. Ruiz en unas notas autobiográficas, como todo lo que prohibía Trujillo era la entrada del Superior de Cuba en el país, el P. Janssens les dijo a los jesuitas citados que “la jurisdicción de la Compañía en la República Dominicana sigue igual, pero que para el gobierno de la Viceprovincia nos reunamos fuera de la R.D.”, Cfr. AHA. Cuba. Papeles Varios (1989), leg. 1. 106 Curiosamente, tratándose de personas bien informadas acerca del ambiente político, tanto el jesuita como el nuncio, retrasaron su viaje a Ciudad Trujillo: el Nuncio llegó el 25 de octubre, y el rector del IPL no lo haría hasta el día 27 del mismo mes. Cfr. José L. Sáez, S.J., Los jesuitas en la República Dominicana I (Santo Domingo: Museo de Historia y Geografía, 1988), pp. 186-188. 107 Calificándolo de “peligrosísimo”, el 19 de mayo de 1958, se dio el ultimátum”al profesor Higinio López Disla de abandonar San Cristóbal, mientras al secretario Ramón Ramírez Cavallo era detenido por la PN. A los dos años (12 de enero de 1960), cayó preso también Benjamín Tejada Rijo, raso de la PN y jefe de la sección de Vapor, mientras otros profesores eran denunciados, quizás por elementos del mismo Politécnico ante los organismos de vigilancia del gobierno. Cfr. J. L. Sáez, op, cit., (1988), pp. 197-198. 108 Cfr. “Revelan trama comunista dirigida por agente cubano situado en orden religiosa. Utilizaba jóvenes como instrumento”, El Caribe XII:4296 (Ciudad Trujillo, 29 de enero de 1960), p. 1ª, col. 8. Antonio Fabré, nativo de La Habana (10 de agosto de 1929), era jesuita desde 1949, y habiendo solicitado ir a Vietnam, era profesor del Seminario Menor desde 1959. Además de Fabré, el supuesto complot contaba con cinco sacerdotes diocesanos y siete seminaristas.

dominicano, sentiría al cabo de veinticinco años de dedicación absoluta, correspondida por el pueblo, tener que retirarse si las circunstancias forzaran a ello.”109

Como si se tratase de una bien medida estrategia, el mismo día en que se leería la citada Carta Pastoral Colectiva (31 de enero de 1960), la primera plana de El Caribe reproducía una carta de Trujillo al P. Arias, fechada el día antes, encomiando su celo apostólico y dedicación al frente del Politécnico. “La Compañía de Jesús, —decía entre otras cosas la inoportuna y malintencionada felicitación—, debe sentirse altamente complacida de contar en su seno con un sacerdote de la capacidad y el celo excepcionales y del sentido de responsabilidad demostrados por usted en su labor al frente de un instituto al que el Gobierno dominicano ha dado la más amplia protección, y al que yo he ofrecido mi concurso moral y material sin reservas, por la seguridad que tengo de la importancia de su misión en beneficio de la juventud dominicana.”110

Como era casi obligado, el P. Arias respondió al inesperado elogio, aunque sabía que, ante todo, era para diferenciarle del nuevo superior. Pero, como si rectificase y pusiera en evidencia el desenfoque de la carta de Trujillo, aclaraba: “Su aplauso me estimula a seguir laborando en bien de la juventud dominicana toda mi vida; pero por mi parte se lo dedico con toda justicia a cuantos han trabajado con toda competencia y entusiasmo en el mismo Instituto: a los Padres y Hermanos de la Compañía de Jesús; a todos los técnicos y profesores, españoles y dominicanos; y a la misma Compañía de Jesús a la que debo todo lo que ahora pongo en bien de la Nación Dominicana: mi formación técnica, mi concepto de la disciplina y de la lealtad; ella fue la que me trajo al Politécnico, y en él me conserva.” 111

La respuesta de Trujillo a cada uno de los movimientos de fichas por parte de la Iglesia después de la Carta Pastoral, se concretaría en el retraso o suspensión de las asignaciones a los centros eclesiásticos, nuevas expulsiones de religiosos o religiosas extranjeros, alegando supuestos ataques al régimen y, por supuesto, el antiguo método de humillar con nuevas dádivas, a propósito de la visita a un templo o una comunidad religiosa en un supuesto gesto de buena voluntad.112

El Politécnico, que sufría ya el retraso en la entrega de sus fondos, tuvo que pasar por la desagradable experiencia de una intempestiva visita de Trujillo el 18 de marzo de ese mismo año, cuando los alumnos celebraban la fiesta anual del Rector. Un imprudente aviso de un jesuita inescrupuloso a la gobernadora provincial, Josefina Pimentel Boves, hizo que se desvirtuara el carácter interno de la fiesta, y apareciese “inesperadamente” el visitante y su inevitable séquito. Sin embargo, no quiso el P. Larrucea perder esa oportunidad, aunque viciada desde el principio, y presentó a Trujillo, casi a la salida, la queja de la retención de los fondos de la institución. Aclaró que los jesuitas, de sus fondos, habían pagado ya dos meses la nómina de los profesores,

109 “Telegrama de M. Larrucea a R.L. Trujillo (San Cristóbal, 29 de enero de 1960)”, APA. Politécnico I, No. 1/10. La respuesta, a través de un simple ayudante de palacio, se limitaba a decir: “Su telegrama amenazante e irrespetuoso, se da por no recibido en la oficina del Generalísimo Trujillo”. Cfr. AHPA. Colección Litterae Anuae Loyola (1959-1960), f. 4. 110 Cfr. “Trujillo elogia labor del Padre Arias”, El Caribe XII:4298 (Ciudad Trujillo, 31 de enero de 1960), p. 1ª, cols. 2-3. 111 “Carta del P. A. Arias a R. L. Trujillo (San Cristóbal, 31 de enero de 1960)”, APA. Instituto Politécnico I, Nó 1/12: repr. J. L. Sáez, op. cit., I (1988), p. 386. 112 Basta con recorrer las visitas de Trujillo y los suyos a ianugurar varios templos o salones parroquiales de Julia Molina (Nagua) y Castillo (Prov. Duarte), para ver los “sermones” de los párrocos, y a veces del mismo Trujillo. Cfr. Trujillo, Protector de la Iglesia Dominicana (Ciudad Trujillo: Editora Handicap,1960).

y que, si el gobierno no disponía de dinero para cumplir con sus obligaciones, —Trujillo repetía irracionalmente que la dichosa Pastoral había reducido drásticamente los impuestos—, ordenaría el cierre del Politécnico a fines de ese mismo mes de marzo. Poco después de despedirse el visitante en medio de la lluvia, un policía en motocicleta entregaba un abultado sobre, conteniendo lo que la prensa llamaría al día siguiente un “cuantioso obsequio”, pero que solo cubría las deudas atrasadas. 113

Varios meses después, un jesuita anónimo interpretaba así aquel molesto episodio: “Esta inopinada visita era la típica simulación de Trujillo que, por una parte, se hacía pasar por hijo devoto de la Iglesia Católica, y por la otra, a escondidas, instigaba la persecución religiosa, tanto contra los obispos, como contra el clero y algunos de los Nuestros. Por eso, cuando el escarnio se hizo público a través de una emisora de radio que actuaba como si fuera oficial y estaba supeditada a las normas del Gobierno, nadie ignoraba ya que la persecución era permitida y dirigida por el mismo Trujillo”. 114

Pronto se descubriría también que el supuesto “obsequio” tenía un precio. En la primera semana de abril, Trujillo manifestó su deseo de convertir en Asesor Religioso del Poder Ejecutivo al P. Ángel Arias. A pesar de negarse en principio a ese tipo de función, después de consultar al P. General de la Compañía, que dio su aprobación sub conditione, quizás solo para suavizar la creciente tensión entre la Iglesia y el régimen, como superior religioso, el P. Larrucea informó a Trujillo que la asesoría solicitada solo sería de carácter privado, sin nombramiento alguno oficial, y que el P. Arias rendiría sus informes en Palacio, únicamente cuando sus ocupaciones se lo permitiesen.115 Los pocos informes que se conservan bastan para ver que aquella no era la mejor oportunidad para el nombramiento, y que él tampoco era el mejor asesor.

3.4 - La sorpresiva muerte del P. Miguel A. Larrucea (24 de mayo de 1960)

Dos meses más tarde, cuando se agudizaba la sucia campaña de descrédito de los eclesiásticos, en la mañana del 24 de mayo y mientras exponía sus últimos problemas al Director Técnico en su oficina, sufre un derrame cerebral el P. Larrucea. Incapaz de superar un segundo episodio, una vez trasladado de una clínica de San Cristóbal a otra de la Capital, fallece alrededor de la media noche, cuando aún no había cumplido los cincuenta años de edad, y había cubierto treinta y tres en la Compañía de Jesús.

Aunque las serias dificultades que quiso superar en su corto rectorado y, sobre todo, la incomprensión que vivió entre algunos de sus súbditos, —la política también teñía la acción de algunos jesuitas—, podrían explicar en buena parte el lamentable desenlace. Es preciso aclarar que la línea trazada por el P. Larrucea contaba con todo el apoyo de las autoridades de la Viceprovincia de las Antillas, que veían el efecto positivo de su proceder “para católicos y no católicos que sufren, que son muchos; y repara un tanto la pasividad, tal vez excesiva, observada antes.” Así rezaba

113 “Trujillo asiste a fiesta ofrece el rector del Loyola”, El Caribe XII:4346 (Ciudad Trujillo, 19 de marzo de 1960), p.1ª. cols. 1-2: p. 13, cols. 3-5. Gustavo Gómez, “Comentarios al margen: el Instituto Politécnico, ibid. (20 de marzo de 1960), p. 6. 114 Cfr. “Cartas Anuas del Instituto Politécnico Loyola (San Cristóbal, 1º de septiembre de 1959 a 31 de agosto de 1960)”, APA. Instituto Politécnico Loyola II, No. 1, ff. 13-15. 115 Cfr. “Carta de M. Larrucea a R. L. Trujillo (San Cristóbal, 8 de abril de 1960)”, APA. Politécnico Loyola II, No. 1, ff. 14-15. A pesar de estar dotado dicho cargo con $500, el P. Arias no aceptó ni un solo mes esa asignación, y prefirió mantener el cargo como honorario.

una carta del Viceprovincial de las Antillas, con su oficina aún en La Habana, al P. General de la Compañía tres semanas antes de la muerte del rector del Politécnico.116

Testigo de excepción de los hechos que provocaron la repentina y sorpresiva muerte del jesuita fue el P. Richard C. Chisholm, S.J. que había sido enviado por el citado General P. Janssens para estudiar de cerca el agudo problema que confrontaban en aquel momento los jesuitas en la República Dominicana.

“Providencialmente, —recordaba en su informe el citado visitador al Superior General—, el domingo (22) por la mañana fue a esperarme al aeropuerto [el P. Larrucea]. Estuvimos juntos en Haina ese día y el siguiente, lunes. Durante ese tiempo me comunicó los problemas que tenía y las cosas que pensaba escribir a Vta. Paternidad, más otras que quería yo le escribiera al P. Ruiz relacionadas con el cambio de personal para el próximo curso. Por la mañana, relataba dicho P. Chisholm, llamaron al rector de la Secretaría de Interior y Cultos para preguntarle cuál era su oficio en el Politécnico; que ‘no se veía’, ‘no se manifestaba’ su labor. Lo que se podía sacar en limpio de aquel medio lenguaje, evidentemente trujillista, era que querían más su presencia allí y más manifestaciones de ‘adhesión’ a la política de Trujillo. Por otras informaciones de aquellos días, creo que no sería aventurado sospechar que todo aquello prevenía también de ciertas ‘denuncias’ de algunos jesuitas del Politécnico, tal vez por hablar demasiado ingenuamente”.

Por la tarde, como prosigue el relato del P. Chisholm, fueron juntos al Politécnico, respondiendo a una urgente llamada del P. Arias. Se trataba de una imprudencia de un jesuita, quizás con excesivos deseos de ser distinguido y considerado por el gobierno, —tampoco se puede olvidar su pasado franquista—, se había comprometido con el gobierno para intervenir en un muy espinoso y delicado asunto en la población de Salcedo, de donde habían expulsado ya a los cuatro agustinos que regentaban la Parroquia, por motivos políticos. Desde luego, todo esto sin notificar a los Superiores ni consultar con nadie. El P. Arias se enteró indirectamente, y le avisó al P. Larrucea. Por eso, prefirió quedarse el P. Larrucea en el Politécnico para arreglar ese asunto, y al día siguiente, habían quedado en que iría a Haina a las 9 de la mañana. El testigo de excepción prosigue su relato aclarando que el martes 24 al terminar la misa y el desayuno, habló con el citado padre en la residencia de la comunidad, en un cuarto cercano al comedor, y el diálogo se convirtió en un serio disgusto, que trascendió a la comunidad. En esa ocasión, el acusado, por decirlo así, admitió haber escrito y enviado al periódico, sin pasar por la censura, un artículo anónimo “Trujillo da en la clave y en el clavo”, aparecido un día antes, que llamó mucho la atención y molestó al clero, aunque el autor alegó, sin duda solo para exculparse tontamente, que no había sido su intención que se publicara.117

Según el mismo relato del visitador, el P. Larrucea, después de hablar con aquel padre, fue a conversar con el P. Arias al Palacete, y a los pocos minutos de estar allí, cayó desvanecido. Al cabo de un largo rato, aún inconsciente, se le llevó al hospital de San Cristóbal, —al parecer fue atendido por el Dr. Celito García—, y se le diagnosticó de momento un síncope con alta presión con posibilidad de lesión cerebral. Por la tarde, según la recomendación del médico de San Cristóbal, se

116 Cfr. “Carta del P. C. Ruiz al P. Juan B. Janssens (San Salvador, 5 de mayo de 1960)”, AVPA (Habana), Correspondencia Viceprovincial-General (1960), VP. 60/25. 117 El artículo mencionado fue publicado en El Caribe XII: 4410 (Ciudad Trujillo, 23 de mayo de 1960), p. 1ª., cols. 6-7; p. 2, cols. 2-4.

le trasladó a la Capital, donde ingresó en la Clínica Abreu, atendido por tres médicos especialistas, pero a las 10:35 de la noche le repitió el ataque, y a pesar del oxígeno, inyecciones, etc., murió a las 11:45 p.m. Diagnóstico de defunción: hemorragia cerebral por hipertensión arterial.118

Resultó para el resto de la comunidad el colmo del cinismo, que, después de la agitada conversación con el P. Larrucea, el prefecto de disciplina cometió la gravísima imprudencia de ir a desahogarse con el Diputado que servía de enlace entre Trujillo y el P. Arias [sin duda Benjamín Uribe Macías]. El P. Chrisholm agregaba en su informe que eso lo supo muy confidencialmente, y añadía que no lo sabía más que uno de los jesuitas, que se lo dijo, y ni siquiera lo sabía entonces el P. [Mariano] Tomé. Pareció mejor callarlo para que no se enconaran más los ánimos en contra del acusado.

Dos días más tarde, y en una de las últimas páginas del matutino El Caribe, se reseñaba el entierro en el cementerio privado de Manresa-Loyola en la tarde del día 25 de mayo. Después del clásico estereotipo de lo concurrido que estuvo el acto, la breve nota evocaba con cinismo la fiesta del 18 de marzo en honor del difunto, y cómo había acudido a ella el Generalísimo “de quien era leal amigo”.119

Como si se tratase de algo más que una ironía, un día antes de la muerte del P. Larrucea, circulaba ya la primera edición de ¡Complot Develado!, el libro fabricado por el Servicio de Inteligencia Militar (SIM), que destacaba de nuevo la figura del maestrillo cubano Antonio Fabré, S.J., a pesar de la promesa que había hecho el gobierno de respetar, ante todo, la identidad de los eclesiásticos, además de las garantías consagradas por el Concordato de 1954.

A propósito de ese caso, y solo cuatro días después de la desaparición del P. Miguel A. Larrucea, el P. Arias dirige a Rafael L. Trujillo una carta que no oculta lo mucho que tiene de rompimiento definitivo. Como si temiese culpar directamente a Trujillo de tantos males, —era propio del estilo gramatical de la Era, —insiste una y otra vez en el mal servicio que le hacen sus consejeros y colaboradores. En un párrafo mucho más concreto agrega:

“Se sigue acusando a eclesiásticos; pero son muchísimos, y yo el primero, que dudan de la justicia de todo eso. Varios de esos casos han pasado por mis manos, y he demostrado que de todos ellos ni uno solo era verdadero del todo. He aconsejado prudencia y calma: que se oiga al interesado; que se lleve la acusación primero al Sr. Obispo. Pero esto no interesa a ese género de piadosos consejeros, que parece no van a descansar sino cuando no quede un ministro de Dios en la República. Eso sí; luego se pasmarán de que en Nueva York se organice una manifestación ante el Cardenal Spellman, suplicándole acuda en defensa de la Iglesia Católica perseguida en la República Dominicana”. 120

118 Cfr. “Certificado de Defunción (Ciudad Trujillo, 26 de mayo de 1960)”, APA. Vitae Functi: Larrucea, M.A. (1942-1960), No. 3. En su elogio, prácticamente en el último Álbum de Belén, le dedicó una página, posiblemente de la autoría del escolar cubano Oscar Magnán Rodríguez, S.J. (La Habana, 1959-1960), p. 64. El futuro afamado pintor Oscar Magnán había iniciado su magisterio en el Seminario Menor Santo Tomás (1958-1959). 119 Cfr. “Rector del Loyola muere de derrame”, El Caribe XII: 4413 (Ciudad Trujillo, 26 de mayo de 1960), p. 12, col. 5. Aunque luego rectificarían su proceder, algunos de aquella comunidad juzgaron la muerte del P. Rector como “una providencia”, acusándole de haber concitado las iras del gobierno contra los jesuitas por su política de enfrentamiento. AHA. Seminario Santo Tomás, leg. I, f. 2. 120 “Carta de A. Arias a R.L. Trujillo (San Cristóbal, 28 de mayo de 1960)”, ibid., leg. 2, No, 1, f. 26. El texto aludido se refiere al Concordato de 1954, que en su artículo XIII decía: “En caso de que se levante alguna acusación contra alguna persona eclesiástica o religiosa, la Jurisdicción del Estado apoderada del asunto deberá informar oportunamente al competente Ordinario del lugar y tramitar al mismo los resultados de la instrucción, y, en caso de darse, comunicarle la sentencia tanto en primera instancia como en apelación, revisión y casación”. Gaceta Oficial LXXV: 7720 (1954), repr. Boletín Eclesiástico II:54 (1954), p. 416.

A pesar de ser esta la última carta como consejero, casi un año después y a principio del último mes de vida de Trujillo, el P. Arias sostuvo una larga conversación, al parecer en San Cristóbal, con el Licdo. Benjamín Uribe Macías, Secretario de Estado de la Presidencia, en la que expuso con asombrosa libertad su punto de vista con respecto al proceder de la tiranía. Una semana después, escribía a Trujillo ofreciéndole, en caso de que lo desconociese y si la juzgaba de utilidad, una copia de lo esencial de aquel diálogo nocturno. Aludiendo, ante todo, a la campaña organizada por el régimen para desprestigiar al episcopado, el P. Arias hizo énfasis en la odiosa manipulación de las personas.

“Se violenta de la manera más terrible la conciencia de los fieles, como está pasando en estos días, en que, aquí mismo en San Cristóbal, y así en otros sitios, se ha escogido con malicia satánica a los mejores católicos para que protesten contra los Señores Obispos, sin que se sepa a ciencia cierta porqué hay que protestar; solo porque lo dice la prensa controlada por el Gobierno; y se les da ya escrito lo que han de decir…Se pide en las oficinas oficiales contribuciones para seguir protestando contra los legítimos Pastores de almas. ¿Y qué remedio queda sino contribuir? ¿Es eso libre?”121

3.5. La visita conciliadora del P. Francisco Javier Baeza

Para entonces, llevaba casi un año en el país, con ligeras interrupciones, el P. Francisco Javier Baeza, S.J., a quien el P. General había designado Visitador especial el 5 de julio de 1960.122 Poco después de su llegada, nombraba al P. Arias Rector del Politécnico, hasta entonces interinamente en manos del P. Luis Mendía. S.J., nombrado por el P. Mariano Tomé, Superior de Sección, a la muerte del P. Larrucea. A mediados de ese mismo mes de Julio, sostenía el visitador Baeza una entrevista con Trujillo, de la cual solo consta una inofensiva minuta, que recorre las obras de la Compañía, expone las dificultades que estas confrontan, anuncia la creación de un colegio secundario en la Capital, —se refiere al futuro Colegio Loyola—, y promete aumentar el personal jesuita.123

Basta con leer el discurso del P. Arias al concluir la segunda graduación colectiva del Politécnico (12 de noviembre de 1960), para darse cuenta de la enorme tensión provocada por los continuos ataques a la Iglesia. “Con esto respondemos, —dirá el P. Arias refiriéndose a los 232 graduados de aquella noche—, sin el menor deseo de entrar en polémicas, que no sirven más que para una propaganda gratuita, a las denigraciones que se lanzan aquí contra los curas: que emplean sistemas de enseñanza anacrónicos; que no saben preparar para la vida; que viven oponiéndose a toda revolución social, como si no hubiese existido un León XIII y toda la pléyade gloriosa de los sociólogos cristianos.”124

121 Cfr. “Charla del P. A. Arias, S.J. con el Lic. José B. Uribe, Secretario de la Presidencia, la noche del día 3 de Mayo de 1961 de 7:30 a 8:50 p.m. Texto no taquigráfico”, o. APA. ibid., leg. II, No. 1, ff. 31-35. 122 Según la legislación de la orden, un visitador es un superior extraordinario, nombrado por el P. General en una provincia o sección, por el tiempo, y con la autoridad y jurisdicción que se especifique. Cfr. Epitome Instituti (Roma 1962), Parte IX, tit. II, cap. IV, No. 813. El P. Baeza Torrecilla era nativo de Valladolid (2 de diciembre de 1903), era jesuita desde 1919, y había concluido su mandato como Provincial de Castilla Occidental (1954-1960). 123 Cfr. “Entrevista con S.E. el Generalísimo Trujillo Molina, Benefactor de la Patria y Padre de la Patria Nueva (Ciudad Trujillo, 18 de julio de 1960)”, repr. J. L. Sáez (ed.), Monumenta Dominicana IV (1990), pp. 189-190. Consta que, entre el 4 de agosto de 1960 y el 23 de enero de 1961, el P. Baeza visitó 4 veces las parroquias fronterizas. Cfr. AHA. Diario de la Parroquia de Dajabón, lib. 15 (septiembre 1959-diciembre 1961), ff. 51-55, 71-72, 76. 124 “Palabras del R. P. Ángel Arias en el acto de la solemne graduación (12 de noviembre de 1960)”, IPL. Papeles Varios (1958-1962), leg. 10/A, No. 1. Esa noche se graduaban 15 peritos industriales, 6 peritos agrónomos, 34 bachilleres, 78 alumnos de octavo y 99 de sexto curso. Hablaron también el Dr. José G. Sobá, Secretario de Interior y Cultos, y los alumnos Miguel A. de Pool, Carlos R. Montás, Víctor M. Concepción y Fulvio A. Carrasco. Once días después, otro “Foro Público” de Luis Hostos Campuzano, que defendía la enseñanza laica, sabana al aire de nuevo lo mucho que costaban al Estado los escolares del IPL. Cfr. “Aboga por la enseñanza laica”, El Caribe (Ciudad Trujillo, 23 de noviembre de 1960), p. 11, cols. 3-4.

Las expulsiones, amenazas y acciones de corte terrorista, intensificadas durante los cinco primeros meses de 1961, cambiarían súbitamente de tono después del 30 de mayo de ese año, cuando un grupo de complotados acabó con la vida de Trujillo en una emboscada, tendida cerca del kilómetro 9 de la autopista que conduce a San Cristóbal. La represión y el miedo, sin embargo, se mantendrían vigentes durante unos meses más, hasta que el 19 de noviembre de 1961 salieran definitivamente del país los dos últimos miembros de la familia Trujillo. La euforia del momento y la consabida desorientación, fruto de tres décadas de tiranía, hizo que en el último mes menudearan los desórdenes callejeros que, como era obvio, también llegaron a las puertas del Politécnico, que aún ostentaba en la placa de bronce a la izquierda de su fachada las conocidas cinco estrellas y el nombre de su fundador, ya caído.