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Psicología EL DUELO: dolor y desafío

En su etimología la palabra duelo tiene dos significados: uno es dolor, específicamente por la pérdida de un ser querido, el otro es sinónimo de reto o desafío.

En su desarrollo las personas “duelan” por la pérdida de posiciones anteriores. El adolescente pierde su lugar de niño y la relación in-

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Porque al dolor de la pérdida siempre se le suma el desafío de aprender a vivir con la ausencia fantil con sus padres, a la vez que enfrenta el desafío de crecer asumiendo posiciones más adultas ante la vida. El adulto mayor “duela” su juventud, ha sufrido la pérdida de muchas personas y se encuentra a sí mismo atravesando el mayor de los desafíos: vivir lo más sabiamente posible su presente.

En sentido amplio se puede “duelar” por muchas cosas: familiares o amigos que se van a vivir lejos, un barrio y su gente en una mudanza, la separación conyugal (que padecen tanto los miembros de la pareja como los hijos) y según S. Freud, también pérdidas como la patria, la libertad o los ideales.

En este artículo voy a referirme exclusivamente al duelo por la muerte de personas queridas incluyendo el segundo significado, el de reto o desafío. Porque al dolor de la pérdida siempre se le suma el desafío de aprender a vivir con la ausencia.

Duelo normal y duelo patológico

El duelo por la muerte de un ser querido es un proceso dinámico muy complejo y trabajoso que involucra a todas las funciones del alma, conscientes e inconscientes.

De manera general se establecen algunas pautas sobre las diferentes etapas del duelo, que, a modo de guía de salud, deberían darse para que este proceso se considere normal y, que de no cumplirse, lo convertiría en un duelo anormal o patológico, un cuadro de depresión profunda.

Estas pautas se refieren al tiempo en que la persona necesita para ir desvinculándose afectivamente del ser perdido hasta convertirlo en un

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recuerdo, (nunca en olvido), en una ausencia que aunque siempre se sentirá, se acepta como tal para rearmar la propia vida.

Esto sucede en distintas etapas. La primera puede presentar características que parecen patológicas, aunque no lo sean: un intenso dolor, cuando éste se vuelve insoportable la negación de la pérdida, la falta de interés por el mundo exterior y por la propia persona.

A través de los meses y en un período no mayor de un año, estos padecimientos deberán ir aplacándose hasta retomar el apego por la vida. De no ser así, de permanecer como en los primeros tiempos, la persona puede caer en un verdadero cuadro patológico, una tristeza crónica que inhibe funciones vitales (apetito, sueño), impide las actividades normales, y conlleva una carga de auto reproches y hasta fantasías o intentos de suicidio. Mientras que en el duelo normal se siente el mundo empobrecido y vacío, en el patológico es la persona la que se siente pobre y despreciable.

La estimación de un año para la elaboración del duelo, no es arbitraria. En el primer año se van atravesando fechas claves (aniversarios, cumpleaños, cambios de estación, fiestas o vacaciones) donde la persona que hoy no está, había estado. Cada circunstancia denuncia la ausencia. En el segundo año, esa misma fecha puntual deja de ser la primera experiencia de la falta y, aunque se recuerde o se llore, ya se pasó una vez por eso.

Dime por quién lloras...

Las generalidades suelen abstraer lo más importante, es decir, las particularidades subjetivas y datos tales como quién muere y de qué forma. La aceptación de la falta real de un ser amado, depende de múltiples variables.

Una es generacional. Resulta más sencillo aceptar la muerte de los viejos. Es natural pensar que nuestros abuelos o padres ancianos serán los primeros en irse de este mundo. Más difícil, antinatural, resulta aceptar la muerte de hijos o de gente joven y niños queridos.

La forma en que la persona fallece también condiciona el proceso de duelo. Las muertes traumáticas (en guerras, asesinatos, suicidios, accidentes o muertes súbitas) son las que dejan a quienes quedan en situación psicológica más seria respecto de la pérdida. Peores aún resultan las “desapariciones”, la falta del cuerpo hace mucho más difícil la aceptación de que la persona no está más.

Las enfermedades prolongadas, aunque resulten muy dolorosas tanto para el enfermo como para su familia, dan un tiempo previo de preparación para la pérdida.

La calidad del vínculo es otro factor de gran importancia a considerar: su intensidad, tanto en los aspectos positivos y negativos de la relación. Estos últimos son los más problemáticos para el destino del duelo porque conllevan sentimientos de culpa que obstruyen la salida del estado depresivo.

En todos los casos el duelo duele. El vacío que deja alguien a quién amamos no se llena con nada. Habrá otros lugares para quién queda, otros afectos e intereses y el desafío es volver a disfrutar con ellos y con el recuerdo de quién no está más.

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