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Psicología Sobre hijos y límites
Si hay un tema complejo en la crianza y educación de los hijos es el de los límites. La palabra límite alude a lo territorial, a la línea que divide dos zonas pertenecientes a diferentes dueños o gobiernos. Los problemas por el establecimiento de límites han llevado y siguen llevando, muchas veces, a litigios o a guerras. Tenemos entonces otra connotación: la de lucha, la de poderes en pugna.
Cuanto más grandes...
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Muchos de los límites que necesita un niño pequeño, son concretos, físicos: que no ponga los dedos en el enchufe, que no cruce la calle solo o no se lleve a la boca lo que pueda dañarlo. Hasta ahí nos encontramos con límites incuestionables desde una óptica de seguridad y protección, y por lo tanto de los más fáciles de comprender y aplicar. Pero paralelamente a ellos, los padres de- ben comenzar, aún desde momentos tempranos del desarrollo infantil, a vérselas con la necesidad de poner límites que no tienen que ver con la seguridad del niño sino con normas cotidianas que deberá aprender para convivir dentro y fuera del ámbito familiar. Porque que el pequeño tire fuertemente los cabellos de mamá o vuelque el agua sobre el hermano no pone en peligro su vida pero molesta a los demás. Y es allí donde comienza la educación. Los padres saben que la combinación de firmeza y paciencia suele ser una fórmula efectiva, aunque no siempre se cuente con los elementos que la componen.
A medida que el niño crece y expresa sus deseos, se va gestando una mayor complicación respecto de la puesta de límites. El chico pide cosas; con palabras, también con llantos o berrinches. El “no” requiere de un mayor gasto energético que el “sí”. Pero la falta de límites a los deseos del niño es tan perjudicial como su exceso. Muchos “no” impiden que el niño crezca y vaya definiendo sus intereses y el “sí” a todo lo convertirá en un ser insatisfecho, inseguro, que sentirá que nunca tiene suficiente y sin tolerancia a las negativas del mundo externo.
Marcar límites en la conducta y la demanda de los niños otorga a éstos seguridad y protección; si un niño siente que es más fuerte que sus padres en la imposición de su voluntad, no podrá sentirse protegido por ellos. Por otra parte, si los padres son claros y coherentes en
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los permisos y prohibiciones, lo ayudarán a adquirir criterios, serán su referencia y su aprendizaje para las limitaciones que le impondrá la vida en el futuro.
Las dificultades
Las dificultades de algunos padres para poner los límites que sus hijos necesitan pueden tener diversas causas: su propia desvalorización, que hace que necesiten ser aceptados por sus hijos y no confíen en sus propias decisiones; su necesidad de compensar el poco tiempo que les dedican a los niños, dándoles todo lo que ellos piden; el desacuerdo y la falta de respeto mutuo en la pareja de padres que hace que desacrediten sistemáticamente el juicio del otro progenitor. Estos son algunos ejemplos de las formas más comunes en que puede caerse en el abandono de la auténtica atención del hijo que, tarde o temprano presentará síntomas que, a modo de señal de alarma, llevarán a la consulta con algún especialista.



Pero imaginemos que los padres hayan podido, con coherencia y buen criterio, establecer exitosamente los límites que el niño necesita. Cuando el pequeño deja de serlo, comienza a descubrir que los padres no son los seres perfectos y todopoderosos de su infancia. Con actitud desafiante hacia los límites que le imponen, quiere ir más allá, es la hora de criticar a sus mayores y de pelear por un poder que necesita ir adquiriendo para aprender a ejercitar su libertad. Este proceso conlleva forzosamente cierta dosis de agresividad porque implica la destrucción de situaciones anteriores, de mayor dependencia, en las que era un “hijo niño”. Ahora atacará el lugar de sus padres como padres de la infancia. En este estado de cosas los padres se encuentran muchas veces, queriendo cuidarlo y sin saber cómo. Las dificultades que plantea un adolescente respecto de los límites requieren de una especial atención. Por un lado, no es posible volver atrás en el tiempo y pretender que pueden marcársele las conductas como si fuera un niño. Pero por otro, tampoco se lo puede desamparar y dejarlo a merced de sus propios impulsos siendo extremadamente concesivos o proponiéndose como amigos, pretendiendo negar la diferencia generacional. Sólo la madurez de los progenitores es capaz de producir una oposición válida a la inmadurez del joven. El adolescente necesita de este enfrentamiento con el criterio del adulto ante sus propios desafíos juveniles.


