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Su último café by Arianna Bou Ramos

Su último café

By Arianna Bou Ramos

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Uno, dos, tres, cuatro; uno, dos, tres, cuatro. Así es el ritmo que realizan sus tacones al hacer contacto con la grava frente a la cafetería de la cuadra. Su casa queda a trece minu tos si vas caminando y seis, si estás en coche. Yo, como siempre, la espero en mi coche para nuestra cita. Espero que no se le haya olvidado que tenemos una cita. De acuerdo, ya estoy listo, solo quedan los toques finales: agregar simpatía, una sonrisa y mi reloj. Aunque no sé para qué llevo mi reloj, no voy a llegar tarde, y tampoco lo necesito. He planificado esto desde hace mucho, está todo calculado y sé hasta las pausas que debo hacer al hablar por las próximas dos horas. Dos horas, eso es lo que necesito, nada más, ni nada menos, solo dos horas exactas.

Ahora sí estoy listo. Me bajo del carro y camino hacia el local que me espera con sus puertas abiertas y un niño que pedía dinero a dos pasos de la entrada. Quiero darle dinero, pero se me hace imposible, todo tiene que estar acorde al plan. Entro ignorando al niño y uno que otro pensamiento de culpa que me cruza la mente. “Hoy es el día”, pienso mien tras sonrío al verla sentada en la mesa de siempre. Camino hacia la mesa y la saludo. Uno, dos, tres; uno dos… perfecto, aquí es donde tengo que parar. Ella me mira un poco extraña da y hace una expresión de disgusto cuando decido sentarme en la silla restante. Creo que se le ha olvidado la cita. Con este pensamiento en mente, no puedo pensar racionalmente, esto no es parte de mi plan, esto no puede suceder. A pesar de todos esos pensamientos y mi evidente disgusto, logro dejar una sonrisa falsa en mi rostro. No puedo arriesgarme a perder esta sonrisa, he tardado muchísimo tiempo en hallarla.

Decido acercarme con otra actitud, una actitud de coqueteo y que fue practicada múlti ples veces en mi cuarto. La vuelvo a saludar, pero esta vez le digo que soy un hombre adin erado y le doy un beso en la mano, cerrando su sentencia. No sé en realidad cuál de los de talles le llamó la atención, pero sí sé que he perdido seis minutos cuando solo debía haber perdido dos.

Hablamos un rato, justo el necesario y veo al mesero que se dirige a nosotros. “¿Están listos para ordenar?”, pregunta con tono cantarín, con la peculiar voz que solo conocen los meseros. Cada uno pide sus bebidas, ella un té de jengibre y yo un expreso doble. El

mesero se va satisfecho y nos deja solos otra vez. Conversamos diecinueve minutos antes de que el mesero llegue con nuestras bebidas. Ella le da un sorbo a su té y hace la misma mueca que hizo al verme. Comienzan a sudarme las palmas de las manos y no puedo evitar el sentirme nervioso. Después de un minuto, ella deja de hacer esa mueca. No sé si tratara de una fachada a costa de su imagen o si es debido a que se ha acostumbrado al sabor am argo de su té. Al parecer, la cafetería no estaba dando bien las órdenes o les estaban salien do mal, porque cuando le di un sorbo a mi café, este tenía también un extraño sabor. No saqué la sonrisa de mi cara y, cuando hice eso, comprendí porque ella había cambiado su mueca.

Ella seguía tomando su té y yo mirándola. Tratando de memorizar todos los rasgos que hacían su rostro perfecto y sus movimientos coordinados, casi tan coordinados como los míos. Poco a poco sus párpados comienzan a cerrarse de vez en vez y luego, veo como a los mismos les cuesta cada vez más quedarse abiertos. No le pregunto si está bien, porque sé que lo está o por lo menos, pronto lo estará. Le ofrezco llevarla a su casa, pero esta se niega múltiples veces, esta vez con una mirada de terror en su rostro.

Así mismo, casi arrastrándola, la llevó a mi coche. No la voy a llevar a su casa porque siempre me ha asustado la cantidad de figurines de dragones que tiene en su hogar. Mejor, la llevaré a la mía, dónde todo está limpio y no hay dragones.

El camino no fue como lo recordaba, me perdí en varias calles y tuve que virar el co che en varias ocasiones, pero al fin llegué, estoy en casa. En este momento, ya la droga ha hecho su trabajo. Ella se encuentra totalmente inconsciente en el sillón del pasajero. Me coloco a su lado y paso uno de sus brazos por mi cuello y agarro sus dos piernas. No puedo evitar pensar en lo suave que es su piel y en lo hermosa que se ve mientras duerme. Uno… dos...tres, uno… No quiero llegar a la entrada. Uno, dos, tres, cuatro; uno, dos, tres, cuatro. Camino con decisión, porque ya es muy tarde y no hay otra salida. Llego a la puerta y la abro, la había dejado abierta esta mañana para que no se me hiciera tan difícil entrar con el cuerpo en mano. Entro y me dirijo a mi cuarto, donde todo está limpio y preparado. Suave mente la coloco en la cama y ella mueve torpemente uno de sus brazos, o piernas, no estoy muy seguro. Me posiciono a su costado con lentitud, mientras decido recorrer toda su piel con mis manos. Ella aún no despierta y el tener que esperar se me está haciendo imposible. Para hacer algo productivo, o matar el tiempo, decido atar sus brazos y pies. También opto por quitarle sus vestiduras ya que se veía bastante incómoda con ellas.

Poco a poco, ella fue recuperando la conciencia y a tratar de escapar. Trato de decirle lo inútil que es, pero no me hace caso, por lo que decido dejarla sola un rato para que se canse.

Al volver a la habitación, comprobé mi teoría y ella ya no se movía en la cama. Había

decirle lo inútil que es, pero no me hace caso, por lo que decido dejarla sola un rato para que se canse.

Al volver a la habitación, comprobé mi teoría y ella ya no se movía en la cama. Había dejado de luchar y exactamente con eso era con lo que estaba contando.

No puedo recordar muy bien lo que le hice, en parte por la culpa, parte por la condi ción de los hechos. Sólo de una cosa estoy seguro, y esta es la culpa que siento ahora mis mo. Resuelvo el cerrar mis ojos un momento en el sillón y descansar un rato para tratar que el dolor de cabeza se me pase. De la misma forma y sin darme cuenta, me voy adentran do en un sueño.

Cuando me despierto, solo puedo ver las paredes llenas de dibujos de dragones. Siento sus miradas, todas dirigidas a mí y a mi cuerpo inerte que está en la cama. En ese momento me doy cuenta de mi error y descubro con horror, cuál había sido ese extraño sabor en mi último café.

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