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Micro Relatos
La hora de las musas
Melpómene inspiraba a los artistas a escribir tragedias. No podía evitarlo. Allá donde iba le parecía que el mundo era un lugar sórdido, siempre hambriento de luchas. Que el camino de los hombres era un tanto autodestructivo y otro tanto solitario. Que todas las leyendas se escribían con la sangre de las guerras y las hazañas de los héroes. Esa era la única manera de dejar un legado, de ser inmortal sobre el papel.
Hasta que un día llegó a su puerta Talía, musa alegre y despreocupada, que encontraba importante todo aquello que a los demás les parecía insignificante y gustaba más de la compañía de la gente corriente que de los grandes artistas. Para ella, la vida era una comedia y había que aprender a reírse de uno mismo para apreciarla como un regalo.
La elegante Melpómene se sintió al principio horrorizada ante tan extravagante mujer. ¿Podían realmente las cosas más pequeñas ser también bellas? ¿Conseguiría ella renunciar a la idea del amor como algo grandilocuente? ¿Se atrevería a descubrir que amar era, a fin de cuentas y para pavor de los poetas, algo sencillo?
Juntas comprendieron que el amor también es mutua inspiración y que la vida no está exenta de tragicomedia. Pues era la fusión de ambas musas, el milagro de que en la vasta extensión del universo también se hallaran estrellas, lo que verdaderamente le daba belleza al mundo. Luz y oscuridad, caos y orden se fundieron aquel día en un beso. Y así fue como, con un amor de verano, nació el arte de contar historias.
Paula Guadalupe Filóloga
Perseidas
Karina no quiso quedarse a dormir, apenas terminamos se vistió, cogió su mochila y se marchó. Estaba segura de que no la volvería a ver. Quedé agotada, mi habitación olía a sexo y mi cuerpo también, esto hizo que empezará a humedecerme de nuevo. Y aunque Karina ya se había ido... siempre podía masturbarme pensando en todo lo que habíamos hecho...
Todo empezó en la terraza, subí a tender la ropa y allí estaban mis vecinos, Raúl y Pedro, con Karina. Karina era una amiga de Pedro, que estaba de viaje por Europa y justo se iba al día siguiente. A penas verla me atrajo, y tuve la sensación de que fue algo mutuo, pues sentí como su mirada se clavaba en mí. Estuvimos tomando unas cervezas, jugando a juegos de mesa, y yo no veía el momento de que mis vecinos se fueran a dormir para quedarme a solas con ella. Esta no paraba de pasar su mano entre mis piernas de forma disimulada para que Raúl y Pedro no lo notaran. Finalmente se fueron, Karina más tarde me confesó que le envió un mensaje a Pedro para que nos dejaran a solas.
Nos sentamos en uno de los sofás de la terraza, y me pidió que cerrara los ojos. Los cerré y empecé a sentir como sus labios se estaban acercando a los míos. Nos besábamos, su mano empezó a recorrer mi barriga abriéndose paso hasta mi pubis, estaba claro que Karina no quería perder el tiempo. Se agachó dejándome sentada en el sofá, bajó mi pantalón y abrió mis piernas. Su lengua sin darme cuenta ya estaba jugando por encima de mis bragas, quería hacerme rabiar, yo necesitaba su lengua lamiendo mi clítoris, la necesitaba dentro de mí.
La situación me tenía muy cachonda, desde las ventanas del bloque de al lado podían vernos si se asomaban, pero no me importaba, el riesgo me excitaba. Karina siguió con el sexo oral hasta hacer que me corriera en su boca...
Nos fuimos a la habitación, nos arrancamos la ropa y la subí en el escritorio, yo también quería probar sus fluidos. Mientras pasaba la lengua por su clítoris, Karina, con la respiración muy agitada y los labios de su sexo muy hinchados, me pedía que la follara fuerte con mis dedos.
Nos tiramos en la cama, Karina se puso encima de mí, no podíamos parar de besarnos mientras rozábamos nuestras vaginas. Se subió poniendo su coño en mi boca, estaba muy mojado; y mientras lamia su clítoris, absorbía todos sus fluidos y apretaba sus pechos, ella metía dos dedos dentro de mí. Sguimos así por un buen rato hasta llegar al orgasmo...
Karina se levantó, se vistió, cogió su mochila y se marchó...
Sandra Ropero Escritora

