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JÓVENES EMPRESARIOS
ORGULLOSAMENTE ALTEÑO LO S ALTO S DE JAL IS CO LA POTENCIA PORCÍCOLA NACIONAL
Unión Porcícola Regional de Jalisco. Gracias particulares al Sr. Alberto Jiménez, presidente de la Unión de Porcicultores de Capilla de Guadalupe
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La Unión Regional de Porcicultores de Jalisco (URPJ) cuenta con 42 asociaciones locales distribuidas a lo largo de su territorio. 17 de estas asociaciones se encuentran registradas en los Altos de Jalisco, representan el 38.09% del total de la producción nacional y cuentan con la suma de 669 socios activos.
EN EL 2018 EN JALISCO SE MOVILIZARON MÁS DE
5 MILLONES CERDOS Son cuatro las asociaciones que destacan por sus dimensiones y capacidad de producción: San Juan de en ese orden. Entre las cuatro asociaciones movilizaron
DE LOS CUALES 4.8 MILLONES FUERON MOVILIZADOS POR PRODUCTORES DE LOS ALTOS DE JALISCO 82.25% DE LA PRODUCCIÓN
LOS A LTOS DE JA LISC O H A N REPORTA DO UN AVA NCE EN EL PROCE SO DEL CERDO, DÁ NDOLE VA LOR AGREGA DO A L A CARNE DE CERDO
los Lagos, Acatic, Capilla de Guadalupe y Tepatitlán, ESTATAL
4,053,656 cerdos, siendo el 83.04% de la producción de los Altos de Jalisco y el 69.28% de toda la producción estatal.
Con estos datos nos damos cuenta de que Jalisco es líder en producción nacional de cerdo, empujado por los Altos de Jalisco
LOS ALTOS DE JALISCO 38.09% DE LA PRODUCCIÓN NACIONAL
AC TUA LMENTE SÓLO EL 10% DE L A PRODUC CIÓN SA LE EN PIE (ANIMAL VIVO)

L A POBL ACIÓN DE V IENTRE S DE CRÍ A EN LOS ALTOS DE JALISCO ES DE 247,831

ASOCIACIÓN
ACATIC
ARANDAS
ATOTONILCO
AYOTLÁN
CAPILLA DE GUADALUPE
DEGOLLADO
ENCARNACIÓN DE DÍAZ
JALOSTOTITLÁN
JESÚS MARIA
LAGOS DE MORENO
SAN JUAN DE LOS LAGOS
SAN JULIÁN
TEPATITLÁN
TOTOTLÁN
VALLE DE GUADALUPE
VILLA HIDALGO
YAHUALICA SOCIOS
6
10
12
18
1,356,154
20
24
32
36
20
24
36
44
114
21
21
19
18 MOVILIZACIÓN 1,422,431

ALTEÑOS FUERA DE LOS ALTOS ERNESTO PADILLA GUTIÉRREZ
RESTAURANTE LOS GAVILANES
Texto y Fotos: Alfredo de la Torre
El arte de servir bien a los clientes
¿Cómo está usted, viejo? Con esa pregunta 1 Ernesto Padilla recibe a todos los comensales. Mientras está él, no se le pasa recibir o despedir a nadie. Todos lo conocen y mantienen una relación estrecha de amistad, que en muchos de los casos ha durado toda la vida. Es así como se atiende en el reconocido restaurante Los Gavilanes, en la zona conurbada de Guadalajara, sobre la salida a Colima. Se trata de un exitoso establecimiento de estilo campestre, con poco más de 30 años de existencia y que fue inaugurado en marzo de 1987.
Para que un negocio de este tipo alcance el éxito se requiere pasión, vocación, espíritu de servicio. El comensal viene a comer pero también a descansar, a pasar un rato agradable con la familia, la pareja, los amigos. Cualquiera que sea el motivo, un restaurante debe ser una experiencia placentera. Para satisfacer esas expectativas hace falta oficio.
Muchos de nosotros nos hemos planteado la posibilidad, quizá, de abrir un restaurante. Sin embargo, desechamos la idea casi de manera inmediata por el grado de dificultad que representa, por esa “esclavitud” diaria, ese sometimiento. Sin embargo, para quien cuenta con la vocación de la restauración… ¡es pan comido! Ernesto nos atendió de maravilla al llegar y nos colocó cerca del ingreso para no dejar de atender a los clientes, para poder estar al pendiente de ellos. Se encargó de que nada nos faltara mientras charlamos y ordenó de comer y de beber. Un ojo al gato y otro al garabato.
Este restaurante, conocido por casi todos en Guadalajara, ha cobrado prestigio no sólo por la calidad de sus alimentos; sobre todo se ha distinguido por el trato cálido y el recibimiento que el dueño imprime a cada persona que lo visita.
Los orígenes de este lugar fueron muy humildes, como el de Ernesto mismo. Durante la charla nos platica cómo, siendo él aún muy pequeño, su abuelo paterno originario de Pegueros, Jalisco, traslada a los hijos y nietos a Gómez Palacio, allá por los años 1950, para probar fortuna.
Comenzaron como muchos otros alteños que migraron a La Laguna en la fiebre de la leche, registrada en esa región después del colapso de la industria del algodón. Comenzaron con diez o 15 vacas y con el ánimo de tener éxito, como muchos otros alteños lo tuvieron. Sin embargo, por abusos en el manejo de los recursos económicos, tanto de su padre como de su tío, la experiencia de menos de diez años fue todo un fracaso. “Regresamos
derrotados —comenta—. Tuvimos que regresar a Pegueros, Jalisco. Mi padre se empleó como chofer de Autobuses de los Altos y eso implicaba muchas ausencias paternas y carestía familiar. La pobreza en ese período fue absoluta, siendo asistidos en ocasiones por las hermanas de mi madre para salir adelante”. A las duras condiciones de vida se le añade la tragedia. Su padre fallecería en un accidente de carretera. Quedaron ocho hijos huérfanos y Ernesto que era el mayor tenía tan sólo 17 años.
Ante un escenario tan difícil, en una población con escasas oportunidades de trabajo, una tía los insta a que se muden a vivir a Guadalajara. Don Ángel Franco, alteño y propietario de una tienda tipo departamental llamada Casa Franco, les ofrecería trabajo a la mayoría de la familia. Pero ¿cómo se trasladarían si no había dinero siquiera para eso? “Una cuñada de mi madre, la tía María Luisa, nos prestó. Todo nuestro ajuar y familia cupieron dentro de una camioneta de tres toneladas: nueve personas, una petaquilla, colchones, ropa y poco más”.
Su domicilio estaría en las proximidades de San Juan de Dios en Guadalajara. Poco a poco y con mucho esfuerzo las condiciones económicas irían cambiando. Ernesto, mientras tanto, se emplearía como cargador de costales de pastura en una forrajera cerca del actual Monumento a la Bandera, por Calzada del Ejército. Este negocio era propiedad de otro alteño, Ismael Fernández Vargas, quien sería después propietario del Cortijo los Fernández.


“En la forrajera hice de todo, desde cargador hasta gerente. Duré 17 años hasta que creció la empresa y vinieron los hijos de Ismael. Ellos sabían hacer todo lo que yo hacía, eran los herederos y salí sobrando, y salí bien, por la puerta grande. El señor Ismael me dio muy buena indemnización por mi trabajo. Fueron 200 mil pesos”. Recibida esa cantidad, Ernesto decide viajar a Texas por placer y al regresar del viaje encuentra en su casa una nota del señor Fernández. Le obsequiaba a Ernesto el 50% de sociedad con el hijo, quien ostentaría el otro 50% de una fábrica de muebles que le vendían. Ernesto veía en este gesto el reconocimiento a su buen trabajo gerencial, pero declinó la oferta. Fue realista, no se visualizaba como socio en este caso.
Su desempeño en la forrajera, con dotes de trato y eficiencia, no había pasado desapercibido. Y las ofertas de trabajo seguían. Apenas unos días después de su regreso de Texas, nuevamente otro alteño, José Ramírez alias “el Huevero”, quien había sido su cliente de forrajes, lo invita a trabajar en el restaurante El Abajeño, frente a la glorieta de la Minerva en Guadalajara. Esta contratación fue decisiva para su futura profesión. Lo preparó. En ese establecimiento aprendió a cocinar y, más importante aún, a gerenciar un restaurante. Allí llegaba gente de todo tipo y a todos había que servir por igual. Así aprendió el arte de atender al cliente.
Con sus buenas dotes gerenciales se hizo de un equipo eficaz con miras a abrir su propio restaurante. Ya era momento y su persona estaba madura. Fue un clavado al vacío, pero no de manera improvisada o imprudente. Todo estaba planeado; sin embargo, no dejó de ser un difícil salto el de empleado a empresario.
Así fue como el 27 de marzo de 1987 abre sus puertas el restaurante Los Gavilanes. Todo el dinero invertido, así como los insumos eran fiados. Nuevamente otro alteño, don Raúl Padilla López, propietario entonces de Vinotecnia, le fía toda la bebida. Ese primer día de inauguración toda la comida fue gratis. El momento marcaba un antes y un después en su vida personal. Era un empresario preparado para nuevos retos.
Al preguntarle cuál ha sido el secreto de su éxito profesional, comenta: “Mi éxito ha sido la honestidad en el trato. No son mis clientes, son mis amigos. Sinceridad en la amistad. Mi modelo de trato fue Leopoldo Martín, alias Paviche. Yo lo admiraba. Era amable, era atento, no escabullía el trato con la gente”. No por gusto es conocido también como El viejo o viejito. Es su palabra de cariño, con la que se dirige a sus comensales, quienes aprecian el gesto de una atención personalizada.
Como todo negocio exitoso, sus inicios fueron modestos. Se encontraba en un terreno rentado y tenía 14 mesas bajo un sencillo tejado, con un estacionamiento de terracería a la sombra de un gran árbol. Todo eso contrasta con la realidad actual de un gran restaurante limpio, fresco, amplio y con todas las comodidades. Un restaurante que a diferencia del común, se renueva constantemente para devolverle al cliente algo de lo que también da al pagar la cuenta. La experiencia y la sensación de novedad son constantes.
Y en todo esto, ¿qué lugar tiene la familia?
“El número uno —responde—. Mi esposa ha sido el baluarte. Sin el apoyo de mi familia no se crece”. Estas palabras vienen refrendadas por la presencia de su esposa, sus hijos y hasta de sus nietos en el negocio, quienes pasan amablemente a saludarnos. Todos han estado vinculados y en conjunto coordinan las diferentes áreas necesarias para el buen funcionamiento, especialmente cuando se cuenta con un elevado número de empleados a quienes, por cierto, considera parte integral de la familia en el sentido extenso de la palabra. Son los servidores fieles.
¿Cómo definirías la relación entre tú y los empleados?
“De lealtad. También de respeto sin dejar la familiaridad. Existe una distinción clara y sana entre el rol de cada uno. El jefe es jefe y el empleado es empleado. Cuento con gente de diez o 15 años trabajando conmigo. La rotación de personal es mínima”.

Y el comentario obligado… “mi espíritu alteño me dejó un alto grado de entrega al trabajo y de responsabilidad”. No por gusto fue buscado rápidamente para encabezar proyectos entre quienes lo conocían, que por lo regular también eran alteños. Entre ellos, residentes ahora en la ciudad de Guadalajara, existe una cercanía de amistad muy estrecha y, en cierto modo, su restaurante es punto de encuentro. Muchos originarios de los Altos con frecuencia se reúnen allí.
Después de un buen tiempo de charla amena, más que una entrevista, el encuentro se convirtió en una convivencia y en una lección práctica de manejo de restaurantes. Sin duda, Ernesto es un buen maestro en relación a lo que atender y servir significan. Quien desee saber el secreto de cómo llevar un buen restaurante, vaya a Los Gavilanes, siéntese cerca del acceso principal y observe al anfitrión. Aprenderá gratis.
EMPRESARIO DEL MES DR. VALENTÍN REYNOSO PÉREZ
Texto: Ricardo de la Torre Fotos: René Saldaña
Llegué a su casa en Jalostotitlán y ya tenía unas copas listas y un par de botellas de vino, una de tinto y otra de blanco. Cenzontle y Terralta eran sus respectivas marcas. No se trataba de cualquier vino, sino de un delicioso vino alteño, quizá el primero registrado en la historia de los Altos de Jalisco. Son productos que el Dr. Valentín Reynoso elabora desde hace dos años a manera de prueba y en lo cual esperamos tenga mucho éxito.
Antes de continuar, debo decir que la personalidad del doctor es de bajo perfil, sencilla, lejos de la ostentación y que contrasta con la importancia de su trayectoria y de sus empresas, así como de la labor social que ha impulsado. Es muy bien conocido en este municipio, pero sobre todo es muy admirado por su altruismo y su talla moral.
Sabía del Dr. Valentín realmente muy poco pero un incidente en común me dio la oportunidad de platicar extensamente. En esa ocasión, en el aeropuerto de Guadalajara, yo bajaba unas escaleras eléctricas rápidamente y rebasaba a una persona que también las bajaba deprisa. Cada quien iba por su cuenta y nos encontramos con una puerta de abordar cerrada antes de tiempo. Al momento me di cuenta de que la persona a quien había rebasado era el mismo Dr. Valentín y que, por razones extrañas, ambos habíamos perdido el vuelo junto con otros cuatro pasajeros. Volver a abordar nos tomó varias horas, las que aprovechamos para desayunar y charlar. Por mi parte, ese tiempo permitió que descubriera un perfil alteño sobresaliente.
El Dr. Valentín nació en 1958 en Jalostotitlán y en su adolescencia salió del pueblo para estudiar en el Seminario Salesiano en Tlaquepaque, en Guadalajara y en Chapala. Con los salesianos estudió Filosofía y la carrera de Psicología educativa la hizo en la Escuela Normal Superior Nueva Galicia. Al cabo de algunos años como seminarista y con título de docente se da cuenta de que la vida religiosa no era su camino. Sin embargo, su relación con los salesianos continuó pues colaboró como maestro del Colegio Anáhuac Chapalita y Anáhuac Cordilleras. Decidió luego estudiar Medicina en la Universidad Autónoma de Guadalajara.


Para sufragar los gastos de sus estudios tuvo que dedicarse a la venta de guantes de carnaza, industria tradicional de su ciudad natal. Le fue tan bien en esta actividad que los pedidos cada vez eran mayores. El éxito comenzó a ser tal que levantó cierto celo de sus mismos proveedores, al grado de que le ponían trabas para el surtido. No tardó mucho en darse cuenta de que debía hacerlos por sí mismo para dar mejor servicio y no tener contratiempos.
El doctor, como se le conoce, concluyó los estudios de Medicina con un poco de ayuda de su familia. Una vez graduado, regresó a su tierra natal con el propósito de dejar huella y ayudar a su amada Jalostotitlán. “Hacen falta profesionistas, necesitamos que no haya fuga de talentos a las grandes ciudades o al vecino país del Norte”. Motivado por esa idea, busca crear espacios para que sus paisanos egresados de la universidad desarrollen su vida profesional en el territorio.
Protec Seguridad Industrial S.A. de C.V. es su primera empresa consolidada, en la cual elabora guantes y equipo de seguridad industrial. En ella producen aproximadamente 45 mil pares de guantes y alrededor de 6 mil prendas de tela retardantes al fuego, resistentes a altas temperaturas, así como trajes especializados. Estamos hablando de la producción mensual.
Esta empresa, Protec, es la continuidad y el resultado de sus ventas como estudiante de Medicina. Desde ese tiempo comenzó a comprar su propia maquinaria; fue el inicio de una actividad que años más tarde devino en un importante negocio de fabricación de guantes, que surte a numerosas empresas nacionales y cuyo producto es exportado por éstas al extranjero. Guantes, mandiles, chamarras, pantalones, overoles, etc. son algunos de los productos fabricados de acuerdo a las normativas más estrictas del mercado nacional e internacional.
En su cartera de clientes están importantes empresas como Pemex, Arcelor Mittal, Peñoles, Vallen, por mencionar sólo algunas de las que han permanecido en el tiempo. Dicha fidelidad se debe a la atención y el servicio personalizados que han recibido por parte de un equipo que analiza caso por caso, y diseña un producto específico para cada aplicación. Hasta el momento comercializan más de 400 productos diferentes en los más variados y seguros materiales como kevlar, rayón aluminizado, fibra de vidrio, aramida y asbesto. Dentro de la empresa Protec, el doctor desarrolla otra línea: calzado de seguridad industrial, que también cumple con las normas y requerimientos de la industria y que tiene una producción mensual de 4 mil pares. La industria zapatera tampoco es ajena a la historia de Jalostotitlán. Décadas atrás la población contaba con varios talleres de calzado, incluso anteriores a los de la ciudad de León, Guanajuato.
Como médico de profesión, hace 15 años aproximadamente forma parte del grupo de accionistas que fundaron el Sanatorio del Carmen, en apoyo a la idea de un colega doctor. Como otras acciones que ha cristalizado el Dr. Valentín, se trata de una obra en beneficio de la comunidad.
Haciendo un repaso por sus proyectos, nos dijo: “no me he quedado con las ganas de hacer lo que quiero”. Bajo su personalidad tranquila y afable se esconde un hombre inquieto y perseverante que terminó su carrera de docente, de doctor y de empresario altruista. Como médico solamente ejerció diez años. Las inquietudes personales lo llevaron a emprender y recorrer el camino empresarial.
Si bien la empresa Protec le da de comer, por la que más satisfacción siente y la que más contribuye a su realización personal ha sido el Colegio Don Bosco, cuyo patronato preside. Se trata de una institución educativa inspirada en el ideal salesiano, enfocada no sólo en la información sino también en la formación de jóvenes con valores, en correspondencia con el sentido más profundo que encierra la palabra educación.
“Hacen falta ciudadanos con valores, que transformen la sociedad y en ese sentido estamos contribuyendo. Contamos con 700 alumnos que van desde Kínder hasta Preparatoria. Ha sido tal el éxito del colegio que nos llegan alumnos de las poblaciones vecinas. Sin embargo, no podemos aceptar más por el momento. Vienen de San Miguel el Alto, Teocaltitán y Valle de Guadalupe. Contamos con un comedor donde se les da alimento digno a los muchachos a mediodía. Luego, al término de las clases, regresan a sus casas y por la tarde los volvemos a traer para que reciban clases extracurriculares. Contamos además, con una flotilla de autobuses para el traslado de los alumnos de su casa al colegio y viceversa”.
El colegio es una de las labores sociales más importantes en Jalostotitlán. Los socios fundadores iniciaron el proyecto conscientes de que debían poner parte de su capital, poco a poco, sin recibir nada a cambio. Hasta la fecha, luego de 20 años de funcionamiento, ninguno de ellos


ha recibido un solo peso de utilidad. Al día de hoy se reinvierte cada excedente que genera el colegio en la ampliación o remodelación de sus instalaciones.
Entre las grandes satisfacciones que esta obra le ha dado está la de ver cómo sus exalumnos, ya con familia, inscriben a sus hijos, la segunda generación, para que reciban la formación con la que ellos fueron forjados. También está aquella de contribuir a la preparación de los jóvenes profesionistas para que vuelvan a sus tierras a trabajar y enriquecer su ciudad natal. Jóvenes que se arraigan y desarrollan su vida profesional en Jalostotitlán para darle vida a su lugar de origen.
El liderazgo del doctor ha contribuido a la creación de un club social, con el fin de agrupar familias que comparten el mismo ideal de valores. Este club sorprende por el orden, la limpieza y la calidad de sus instalaciones. Cuenta con espacios para la práctica de tenis, básquet, fútbol,
además de una piscina y un gimnasio bien equipado. Como detalle sorprendente, y que habla de sus usuarios, posee una tienda en la que nadie despacha y mucho menos cobra. Cada quien, con convicción personal, toma los productos que desee consumir, los apunta en una libreta y luego de cierto período se le hace la cuenta total y paga. Es quizá un ejemplo banal, insignificante para muchos, pero muy elocuente sobre el espíritu que reina en esa institución.
Hablemos ahora de su faceta como agricultor y ganadero. Por tradición, el alteño está ligado a la tierra, que representa valores familiares y genera un arraigo profundísimo al lugar donde nació.
Aunque es la actividad más reciente de nuestro entrevistado, quizá lo primero que resalta es su lado de vitivinicultor y su viñedo. “Yo recordaba cómo de niño muchas de las casas en Jalostotitlán contaban con parras en los traspatios. Es por eso que tuve la curiosidad de plantar

un viñedo. Para ello trajimos doce tipos diferentes de uva que plantamos en tres hectáreas. Un enólogo nos ha ayudado con los estudios y hemos concluido que de las 12 variedades que plantamos, seis son apropiadas para el tipo de clima y suelo con el que contamos”.
Creo que a todos los que hemos escuchado por primera vez sobre la existencia de este viñedo nos sorprende. Y por supuesto también nos preguntamos si en estos lugares se puede producir un cultivo de esta naturaleza. La respuesta está en el viñedo del doctor Reynoso que es una realidad desde hace cinco o seis años y ha registrado dos cosechas; va para la tercera que tendrá lugar en septiembre, de acuerdo con el ciclo de la uva. Es un orgullo para todos los alteños conocer que existe. “Ha sido más una pasión que un negocio. Ha sido una inquietud que siempre tuve. Se requiere mucha inversión y paciencia. Por supuesto que estoy dispuesto a trasmitir mi experiencia a quien lo desee”, asegura. El cultivo de la uva ha acompañado al hombre desde las civilizaciones antiguas. Es por eso que la vendimia o cosecha de la uva se ha convertido en la mayoría de los países vitivinícolas en un ritual y una celebración a la vida, a la felicidad y fertilidad. “La vendimia para nosotros es una oda a la vida. Nosotros, a la usanza española, queremos también cantarle a la vida. Por ello, celebramos este suceso con un festival donde tenemos actividades como la pisada de la uva y otros actos culturales, además de la comida”, cuenta el Dr.
La razón social bajo la cual produce el vino es Agropecuaria Cerca Blanca, pero su actividad también se extiende a la ganadería desde hace nueve años y a la producción agrícola —básicamente de alfalfa, maíz y avena— desde hace más de 34.
A la vuelta de los años y echando una mirada atrás, el doctor nos deja entrever que vive para trascender. Denota la formación espiritual, filosófica y humana que subyace en su persona. Sus palabras al término de nuestra conversación no tienen desperdicio.
“Indudablemente el valor de la familia es el pilar que nos alimenta junto con Dios y desafortunadamente es donde quedo a deber, porque la inquietud que me caracteriza ha hecho que les dedique poco tiempo y eso tarde que temprano nos cobra factura. He tratado de corregir el adeudo con actividades familiares conjuntas de esparcimiento y de trabajo pero creo que no lo alcanzo a subsanar. Normalmente la familia es el motor que te hace transformar lo que tocas, que te catapulta a la aventura de la eternidad y te hace ser co-creador con Dios de una pequeña parte del universo”.
Sobre su parte humana y social comenta: “Definitivamente creo que el servicio solidario y el amor son valores icónicos que deben definirme. Toda mi infancia y adolescencia fui una persona introvertida y el seminario me transformó, me tatuó y me sensibilizó para tratar de ser elemento que solvente necesidades en la comunidad. No le encuentro sentido a mi existencia si, con una pobre visión, sólo satisfago mis necesidades y me olvido de las de los demás.
“Encuentro en la actualidad un rico mosaico heterogéneo en la juventud. Veo a una buena parte de ellos con un chip muy actual y acelerado, a otros tantos de ellos los veo desganados, sin ambiciones, desorientados. Veo en muchos ellos un común denominador de ser poco sensibles, ajenos a su comunidad, absortos en su mundo con pocos o nulos valores.
“Yo recomendaría a los jóvenes que amalgamaran su revolucionado chip a la fortaleza y tesón de los viejos y transformen su medio sin olvidar sus aspiraciones y que no abandonen su proyecto, así fracasen una y otra vez”.
