Relatos de Insomnio

Relatos de Insomnio

Cuentos, poemas y otras letras

Sofía Rottoli

A mis amigxs, por la ternura.

Cenicero Quemé mi lengua de tanto escupir fuego sin saber a qué, sin saber a dónde. Es fácil derretirse en medio de tanto encierro.

Convertirse en magma que corroe todo y no deja nada más que cenizas a su alrededor. Es fácil sentirse un cenicero estallado por tus propias colillas.

Sentirme, en un cenicero estallado junto a mis propias colillas.

Pero llega un momento en el que el fuego ya no quema. El magma no arde. Y las cenizas se desechan.

El frío seca todos los pensamientos y entonces, la calma. Como una marea de agua dulce que hidrata y refresca en el día más caluroso de cualquier verano en el sur. Y ya no me siento parte de las cenizas. Dejo de pertenecer a ese desecho. Dejo de permanecer desecha.

Ya no siento mi lengua quemada. Dejo que la marea me arrastre y me envuelva hasta quedarme haciendo la planchita, flotando en el limbo de la pausa. Lejos, muy lejos de la orilla.

Y mi mente se apaga. Y mi lengua se duerme. Y yo respiro.

De nuevo.

Parálisis de sueño

Cada vez que una gota golpeaba contra la bacha resonaba en mi cabeza como un martillazo. Siempre me resultó difícil dormir ante ruidos constantes: el reloj de pared de la casa de mi infancia, el motor de las heladeras viejas y las goteras.

Abrí los ojos y la oscuridad no marcó la diferencia. Acostada boca abajo, con un brazo sobre la almohada y el otro a un costado, quise moverlos para alcanzar mi celular y poder alumbrar, pero no hubo caso. Estaban duros. Petrificados.

Intenté entonces, levantarme de la cama, pero tampoco pude.

El cuerpo no me respondía y solo podía sentir una presión muy fuerte sobre mi espalda. Las gotas siguieron martillándome la cabeza y las lágrimas no tardaron en inundarme la cara.

La desesperación se convirtió en el nuevo martillo. En el nuevo martirio. Quise gritar fuerte, muy fuerte, pero no pude. Mi voz también estaba presa de la inutilidad de mis músculos, de mi cuerpo en sí mismo. Pensé en este como un calabozo: oscuro, solitario, aislado. Y mi mente, como prisionera: ignorada, castigada, aislada.

Escuchaba el goteo cada vez más fuerte, que junto al peso que sentía sobre la espalda se volvían insoportables. Las únicas que reaccionaban eran mis lágrimas. Empecé a sentir que la presión se desplazaba por mi cuerpo como una anaconda, pesada y sigilosa, que paraliza a su presa de una venenosa mordida para ingerirla lentamente y de un solo bocado.

Pensé que quizás había alguien o algo sobre mi cuerpo momificado. Mi corazón aceleró sus pálpitos y yo no podía concentrarme en otra cosa que no sea el miedo.

La gotera, de repente, había desaparecido. Parecía que el corazón me iba a atravesar el pecho y que yo, inmóvil, iba a empezar a morir lentamente. Suelo pensar que no le temo a la muerte, pero cuando me encuentro a punto de morir, el miedo se sienta a reírse de mí, observando mi desesperación. Estaba tan acorralada que no sabía qué carajo hacer. Seguía sin poder mover un pelo, mientras sentía que algo que desconocía se desplazaba por mi cuerpo.

El peso sobre mí se volvió cada vez más insoportable, a tal punto, que mi respiración se tornó limitada. Tuve el reflejo de comenzar a jadear, como para que bocanadas de oxígeno rellenaran mis pulmones débiles, aplastados, pero no hubo caso. Mi boca estaba muerta. Ni gritos, ni aire, ni nada. Solo podía llorar y pensar.

Me empezó a doler la cabeza, y mi respiración se volvió casi nula. Todo lo que veía negro por la oscuridad de la noche, de repente, se volvió de un blanco enceguecedor. Empecé a sentirme mareada. Entendí que estaba por desmayarme. Con toda la fuerza de voluntad que contenía, intenté permanecer despierta. Ilusa. Como si no supiera que es imposible evitar desmayarse.

Luna de sangre El despertador sonó a las 4 am como todas las madrugadas.

Desde que su hermano murió ahogado con su propia saliva mientras dormía, producto de la apnea del sueño -trastorno bastante común en el que la garganta se obstruye mientras dormís impidiendo la respiración-, Verónica colocaba esa alarma porque temía tener el mismo destino de su hermano muerto, aunque ella no sufría de este trastorno. Esa noche, se despertó aliviada al saber que estaba viva. Tanteó su cama, la textura suave de las sábanas, sus piernas largas, sus brazos, su torso. Todo estaba en su lugar.

Miró por la ventana de la habitación y la luz de la luna llena, completamente amarilla por la hora, la alejó del sueño por unos minutos. Estiró su brazo para alcanzar un vaso de agua que había dejado sobre la mesa de luz; le dio un trago tan largo que parecía que estaba deshidratándose. Después de poner el vaso en su lugar, se acomodó nuevamente en posición fetal y continuó durmiendo hasta que sonó la siguiente alarma.

Se hicieron las 7 am y el despertador volvió a sonar; esta vez, anunciando el despertar de Verónica. Todavía era de noche y la luna seguía en el cielo, solo que ahora fundiéndose con el horizonte, entre las mesetas de Loncopué. Apagó la alarma y volvió su mirada a la luna, inmensa, cayendo con el peso del día.

Se dio cuenta de que tenía sangre en las piernas. Estaba menstruando. La sorprendió la cantidad de sangre que le chorreaba. Usualmente solía menstruar menos cantidad, pero tampoco le llamó demasiado la atención.

Se limpió la sangre y se vistió para esperar a su madre, que pasaba a buscarla para ir a visitar a su hermano al cementerio, ya que se había cumplido un año desde su muerte.

Verónica sabía que su hermano Elías era el hijo favorito de su madre y por eso no eran demasiado unidas, pero después de lo sucedido no les quedó demasiada opción. No eran una familia con muchos integrantes. Solo se tenían a ellas. Ellas y el recuerdo de Elías. Su madre tocó el timbre y Verónica bajó corriendo a atender.

—Hoy vamos a ir acompañadas, hija.

—¿Y quién es nuestro acompañante?

—Esteban, lo conocés pero seguro que no te acordás. Fuimos amigos cuando vos eras apenas una nena. Pero después se fue a vivir a la India y bueno, no nos vimos más. Como ahora volvió nos reencontramos y nos pusimos al día, así que quiso acompañarnos y me pareció una buena idea.

—Como digas, no hay problema. De todas maneras después de acá tengo que volver para terminar con unos diseños del trabajo.

Su madre tenía razón. Verónica no recordaba a Esteban, pero por alguna razón, cuando vio su cara le pareció familiar, aunque le generaba una sensación rara, difícil de describir.

Quizás simplemente era la incomodidad de que alguien que para ella era un extraño, participara de un momento tan íntimo.

Como el cementerio quedaba a un par de kilómetros del pueblo, viajaron en el auto de su madre. Verónica se puso los auriculares y se abstrajo de la secuencia mirando por la ventanilla los yuyos que rodeaban la ruta, hasta que Esteban la interrumpió.

—Me impresiona ver cuánto creciste. Cuando te conocí tenías

—Bueno, sí. Disculpá que pregunte tanto...

unos seis años y correteabas por la casa de tu madre con los

—No pasa nada, igual te voy a contar. Dicen que la luna llena

pelos perfectamente peinados. ¡Ahora ya sos toda una mujer!

de mayo atrae las malezas del otro mundo.

Verónica fingió una sonrisa y siguió mirando por la ventana.

—¿El mundo de los muertos?

Preocupada por salvar la simpatía de su hija, Marta -su madre-,

—Si, el de los espíritus. Pero de los malos. Y la verdad que

le dijo a Esteban por lo bajo que estaba un poco sensible por la

nunca me pasó nada, pero si puedo seguir así mejor. Así que

fecha y que por eso no iba a socializar demasiado.

nada, tené cuidado y dale saludos a tu mamá de mi parte.

Cuando llegaron, el viento frío de mayo les dio la bienvenida al

—Vos también Oscar. Suerte.

lugar. Era todo bastante triste, acorde a la situación. El

Verónica se quedó pensando en lo que dijo Oscar, pero decidió

cementerio debía ocupar apenas una cuadra. Con algo de

creer que eran viejas leyendas de campo y fue a reencontrarse

césped amarillento por la época del año y bastante descuidado

con Marta y Esteban, que esperaban en el auto.

por la erosión del viento y la nieve del lugar.

De nuevo en el pueblo, dejaron a Verónica en su departamento,

Caminaron hasta la tumba de Elías. Cambiaron las flores que

donde se despidió de ambos. Decidió tirarse un rato a

habían colocado el día de su entierro por unas nuevas.

descansar. El viaje la había dejado agotada y le dolía bastante

Fumaron un cigarrillo y se sentaron en silencio. Después de

la cabeza. Quizás menstruación y aniversarios de muerte no

unos minutos ahí, Verónica aprovechó para acercarse hasta la

eran la mejor combinación.

tumba de una vieja amiga del secundario. Ahí se encontró con

Se quedó profundamente dormida y soñó cosas horribles.

Oscar, el sepulturero y cuidador del lugar.

Despertaba -en el sueño, claro- y una luz de un rojo carmesí,

—¿Cómo estás Vero? ¿Vinieron a ver a tu hermano?

que provenía de la ventana, teñía su habitación en sangre. Se

—Hola Oscar. Si, hoy es su aniversario, así que vinimos a

acercaba a la ventana y la luna llena era tan colorada como un

visitarlo. ¿No te da miedo trabajar acá?

carbón que seguía encendido. Una fuerza inexplicable la

—Ya estoy acostumbrado hijita. Después de tantos años… He

arrastraba de vuelta a su cama y las mantas la aprisionaban sin

visto cosas peores. Además hay que tenerle miedo a los vivos,

dejar que se moviera. Alguien abría la puerta, pero no podía ver

no a los muertos.

quién era. Se paró delante de ella.

—Tenés razón. Disculpá que pregunte idioteces.

—Me encanta tu pelo perfectamente peinado. Sos una nenita

—No pasa nada. Igual, te digo algo… Los días de luna llena de

tan linda, tan adorable.

mayo no me quedo, pasan cosas raras, prefiero evitarlas.

Verónica siguió sin poder verle la cara, pero reconoció su voz.

—Pero, ¿qué tiene que ver la luna llena de mayo? ¿Qué cosas

Era Esteban. El mismo Esteban amigo de su madre.

pasan?

—¡Menos averigua Dios y perdona!

—También sos una nena obediente. Y por eso después de este juego, vos no vas a contarle nada a tu mamá.

Verónica no podía gritar, ni moverse, ni nada. La habitación seguía roja y la figura de Esteban empezaba a moverse hacia la cama. Era como una sombra gigante que atenuaba el rojo de la habitación a medida que se acercaba. Sintió que empezó a transpirar y el corazón parecía tener vida propia de tan rápido que latía. Todo era demasiado lúcido. Poco a poco, la figura de Esteban comenzó a respirarle en la cara. Una respiración con olor a tabaco y ron barato. Caliente. Pesada. Cerró los ojos y apretó los dientes con fuerza. Entonces, de nuevo el despertador anunciando las 4 am, salvandole la vida. Y la luna llena de mayo, pero blanca y brillante como siempre.

Duelos

Ridículo y abismal

¿Qué son estos recuerdos? que a borbotones,

Respiro profundo y no escucho mi aliento,

escapan de mis ojos en forma de ríos salados.

Me ahoga la sed de dormir profundamente

se mezcla con el ruido del ventilador. y hace tiempo que no hay lluvia, ni pastilla no hay cuento, ni alcohol

¿A quién le pertenece?

que ahorquen

/este dolor azul/ a mis vísceras es ajeno y mi pecho lo desconoce.

el fantasma del insomnio que habita en mí tan impunemente.

Ni siquiera me acuerdo cuándo fue la última vez que mi boca chorreó placentera, /para no despertar/

¿Cuándo terminan los duelos? si por momentos siento que las penas y los hiatos las arrojé junto a los pañuelos.

ni con la luz de la ventana, ni con alarmas exorbitantes.

Salto Un salto limpio sin titubear el cuerpo entero la piel toda cada poro cada pelo la mente inmersa la amante también el fuego se moja pero no se apaga el cuerpo se embarra pero no se ensucia intacto todo

y el tacto también los ojos abiertos o cerrados ya no importan para ver creer para creer sentir Un salto limpio al abismo o un tropiezo al suelo y que todo se rompa y se arme de nuevo para volver a saltar

Pelotudo “Mirá que tenés que ser pelotudo eh”, le dijo un papá al hijo, mientras le chorreaba helado en la mano. Pero no, no hacía falta tener que ser pelotudo. El papá no pudo ver, que el hijo no percibió cómo el helado le chorreaba la mano. No por pelotudo, sino por observador. El hijo se abstrajo del helado con el papá, porque pudo ver, entre el río de zombies que pasa por calle 12, a una rata escondida abajo de un tacho de basura, que se comía las sobras de unas papas rancias de estar toda la tarde al sol; a unos metros de la rata que comía, un padre, sentado en el piso negro de ollín y mugre de calle 12, sostenía en brazos y cantaba el arrorró a un bebé que tenía la cara hinchada y violeta de tanto llorar, mientras extendía una mano mendiga a los zombies que pasaban por calle 12.

Mirá que tenés que ser pelotudo. “¿Me estás escuchando?”.

Que cómo vas a dejar que el helado se te chorree así… Pero el hijo con el helado chorreado, al escuchar al papá indignado, lo miró con asombro, después miró su mano chorreada por el helado con asombro, volvió a mirar a la rata que comía, al papá que cantaba a su hijo, de nuevo al papá indignado, a la mano chorreada, y no supo qué contestar.

Esa fue la primera vez que deseó tener otro papá.

Lago Tengo más preguntas que certezas y más vacilaciones que sosiego, pero hay una en particular, la más difícil de refutar: que cuando el agua del lago envuelve mis pies o mi cuerpo entero /bonanza/ es una palabra que no alcanza para describir lo que siento.

Viaje de Placer

La primera parada la hicimos en una estación de servicio cerca de Cerro de Gloria. Tal cual lo anunció, Silvina recargó su termo de café y se fumó dos chester, uno cuando bajamos y otro

Con la mano izquierda vinculó el celular al C4, mientras que con la derecha, sacó el freno de mano y anunció: “al que no le gusta esta música se puede ir a la mierda”. Acto seguido, empezó a sonar Invasión de aguas vivas en Santa Mónica, de Massacre. Lxs tres restantes, nos reímos y empezamos a cantar junto a Mariano, que ya sabía que nos esperaba una ruta transitada junto a una playlist de rock nacional.

Silvina preguntó si nos molestaba que dejara la ventanilla un tanto abierta, “es que estoy con la menopausia al palo y no les puedo explicar el calor que siento de la nada”. Aceptamos el pedido y salimos. “Tengo un termo lleno de café y traje vasitos descartables para todos… eso sí, ya les aviso que voy a necesitar parar en alguna estación de servicio para fumar un puchito y preparar más por si se termina”. Es la persona más adicta al pucho y al café que conocí en mi vida. Antes de subir al auto, hizo entrar tres puchos al hilo en lo que tardó Mariano en cargar el baúl. Había solamente cuatro bolsos.

Ya en viaje, Silvina sirvió café para todxs y en los primeros quince kilómetros nos relató la crónica del día en que su perra murió en la fatídica inundación de La Plata. “Con mi familia estábamos todos en distintos lugares, yo en un viaje del laburo, el resto en el Bingo. Cuando llegaron estaba soleado, cuando quisieron irse estaban atrapados. Para cuando pude volver a mi casa, el patio era una pileta, todos los muebles estaban bajo agua y la perra, dura, en un rincón”. Silvina es de esas personas que siempre tiene algo para contar, no importa qué, no importa a quién, siempre hay una historia.

antes de volver a subir al auto. Con Mariano aprovechamos y fumamos también. Ángel nos contó sobre la primera vez que escuchó Virus en vivo, desde el C4 sonaba Epocalipsis. “Ahí sí que se fumaba… ¡cómo se fumaba!”.

Volvimos al auto y enganchar señal en la Ruta 11 fue casi milagroso. Mariano ya estaba ofuscado porque iba a perderse a Estudiantes contra Rosario Central. Nos comimos los primeros veinte minutos del partido, pero cuando finalmente logramos enganchar una radio, lo primero que salió del parlante fue el grito limpio y sostenido de un gol que le devolvió el brillo de los ojos a Mariano. Era de Estudiantes.

Si bien era el único pincha en el auto, todos nos mantuvimos atentos al partidazo que nos acompañó el resto del viaje.

Cuando estaba por llegar a su final, restando exactamente dos minutos, y con una cara de Mariano petrificada por la amargura del gol arriba de Central, el relator volvió a gritar otro gol que cambió radicalmente el ambiente en el auto. Otra vez, era de Estudiantes. Mariano pareció desinflar todo su cuerpo automáticamente y con un tono de alivio, soltó un “menos mal porque necesitábamos esos puntos”. Volvió a sonar la playlist del principio y Silvina nos contó que lo que más disfrutó durante la cuarentena, fue bailar sola al ritmo de los Enanitos Verdes. “Me salvaron la música, los cigarros y el café. Sobre todo el café”. No puedo explicar con exactitud qué fue lo queme hizo pensar lo siguiente con una certeza incomprobable, pero sé que todxs en el auto, pensamos que

Siempre Siempre tuviste un fuego en la boca y una duda en el cuerpo.

Todavía me acuerdo Todavía me acuerdo de tus manos suaves. Con olor a Virginia Slim y crema Hinds rosada. Llenas de anillos e historias tristes, que a mí me encantaba escuchar.

Todavía me acuerdo de tu risa rebotando por toda la casa y la estela de Amor Amor de Cacharel que dejabas en cada carcajada.

Todavía me acuerdo del sonido de tus pulseras chocándose mientras revolvias el relleno de las empanadas.

Me acuerdo de tus uñas perladas y de cómo me gustaba que las hundas en las profundidades de mi pelo y así prepararme para recibir las caricias más anheladas.

También me acuerdo de tu historia y lo que más es olvidarla.

Todavía me acuerdo y ojalá siga acordándome.

terror me da

♥

Gracias por leer y llegar hasta el final