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JORGE MOLINA Y SU TRAYECTORIA EN EL MUNDO ARTÍSTICO

Jorge Molina es un pintor, muralista y fileteador rosarino nacido en 1962. Estudió en la Escuela Provincial de Arte y en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Nacional de Rosario. En 1990 partió hacia Buenos Aires donde residió y trabajó como diseñador e ilustrador. Recorrió diversas ciudades y países convirtiéndose en un artista destacado con una impronta particular relacionada al arte popular, callejero y solidario. En el 2018 fue galardonado como Artista Plástico Distinguido de Rosario.

— Vos sos pintor y, cuando pintás, normalmente hacés una exposición, viene la gente, sobre todo ese día, y casi todo el mundo te dice qué lindo: porque son tus amigos, tus parientes. Después chau. No tenés contacto con la gente. Esto es todo lo contrario. Desde pintar en la calle hasta pegarlos, que siempre hay un ida y vuelta. Aunque ese ida y vuelta, puede no siempre ser explícito. Hay veces que el autor desconoce el rumbo que toma su obra, cómo se imprime en las diversas subjetividades y las maneras en que vuelve a volcarse hacia afuera. De qué modo puede suscitar emociones diversas y modificar un trayecto diario o una decisión personal.

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Buscar tesoros entre murales: una experiencia en primera persona

Como todos los días, entré a Facebook para matar el tiempo. Debido, quizá, a mi actividad algo habitual en la red, constantemente me aparecen sugerencias relacionadas con lo cultural en Rosario. Una de esas sugerencias fue la que disparó mi curiosidad: un post en la página de un tal “Jorge Molina” en el que contaba sobre una búsqueda del tesoro de su autoría, a partir de diversos murales impresos en las paredes de la ciudad. La idea me pareció atractiva y desafiante, por lo que no dudé en ponerme en marcha en una jornada que duraría más de lo pensado.

Para empezar, escudriñé el posteo en busca de las indicaciones precisas para seguirlas al pie de la letra. Lo único que especificaba eran las direcciones de los veintidós murales. Me asaltó un mar de dudas. ¿Por dónde empezar? ¿Sería el orden en que estaban dispuestas las direcciones en el papel relevante, o simplemente arbitrario? No tenía forma de averiguarlo, pero decidí seguir el orden. Ante la duda, era la opción más segura. Así me encontré primero en San Juan al 800, entre Laprida y Maipú, donde en dos medianeras enfrentadas, se hallaban pintados en colores vivos, de un lado una joven de pelo rojizo tocando el violín y, del otro, un joven tocando el violoncello. Eran unos minutos pasadas las once de la mañana. Frente a frente, el mural y yo, me dispuse a vaciarlo de todos sus secretos.

Comencé a notar que los murales estaban pintados sobre diarios y que algunos de esos recortes se podían leer. ¿Qué tan difíciles o rebuscadas podrían ser las pistas? ¿Sería posible que todos esos recortes de palabras, a mi parecer, arbitrarios, pu- dieran constituir una señal? En el primero, evidencié uno que decía “Comenzó la preparación”. Definitivamente tendrían que estar conectados. Después de unos minutos pude también vislumbrar otra “clase” de pistas: parecían ser una suerte de pequeños stickers, pegados por sobre la obra, con papel brillante. Uno parecía mostrar recortes de diario viejos. Se podían distinguir las palabras “SALDOS”, “RETAZOS” y “LA GACETA”, junto con la imagen de un viejo Citroen 3cv. En el otro, había una especie de telar, algo indivisible. Mientras estudiaba los murales, una señora apareció a mi lado, interesándose por mi peculiar manera de estar en la vía pública. Le expliqué de qué trataba el juego y se entusiasmó, intentando conectar un recorte periodístico que rezaba “Reforma laboral” con un cambio en los títulos de enfermería. Se alejó después de un rato deseándome suerte y felicitando la “manera sana de divertirse”.

Próxima parada: frente a la facultad de Humanidades. También dos medianeras enfrentadas. De un lado, una adolescente con un tarro de pintura, del otro, una con un aerosol. Un par de recortes de diario y un sticker lleno de colores vivos, una su- erte de globo aerostático. Otro mostraba un astronauta en un cohete.

¿Remitirá cada imagen a una palabra, lo que llegaría a formar una oración puesta en el orden correcto? ¿Será metafórico o literal? ¿Serán las pistas solo connotadas o habría quizá también pistas físicas?

Resuelvo proseguir viaje, afortunadamente todas las primeras direcciones se hallaban relativamente a corta distancia. En Entre Ríos y Santa Fe hay tres murales juntos. Esta vez la personaje principal se halla, en un caso leyendo, en el otro con un aerosol y en el tercero, flauta en mano. Se va evidenciando un patrón: en su mayoría son jóvenes artistas y, en su mayoría, son mujeres. A esta altura había decidido que las pistas de diario eran inconducentes: eran demasiado abigarradas. El secreto debía de hallarse alrededor de los stickers. En esta ocasión eran un televisor y un envase que rezaba “KLEPPE”. Realmente parecía difícil de develar. ¿Qué unidad podría tener lo encontrado hasta ahora? El próximo no aporta mucha más información, los dos stickers que muestra ya estaban en murales anteriores. El itinerario me lleva frente a la Escuela Provincial nro 77 “Pedro Goyena”. Su amplia fachada está plagada de color y tiene pequeños personajes voladores. Por aquí y por allá hay barriletes, un pedazo de metal y una suerte de trombo. Mi desconcierto va aumentando a medida que avanzo en el recorrido. El grado de novedad parece ir disminuyendo y la repetición, aumentando. Me pregunto si las repeticiones significarán algo. ¿Remitirá cada imagen a una palabra, lo que llegaría a formar una frase puesta en el orden correcto? ¿Será metafórico o literal? ¿Serán las pistas solo connotadas o habría quizá también pistas físicas? Todo es incertidumbre. Me voy adentrando en barrios más sureños de la ciudad, como Tablada, donde desemboco en la puerta de una especie de galpón, devenida mural. Resulta extraño que no es una obra firmada por el artista, por lo que sospecho de su pertenencia al juego. Sin embargo, encuentro un sticker: una pequeña cara mimetizada en las tonalidades oscuras. Inmediatamente lo relaciono con un cuadro aunque, no siendo muy ducha en temas artísticos, no puedo descifrar de quién. Me comunico con un amigo experto en la materia y logro despejar, al menos un poco, mi mente: es Juanito Laguna. Otro sticker de una mariposa característica de Berni me hace pensar que podría estar acercándome al secreto. Después de un par de barriletes más, una camio- neta y lo que considero era la pista falsa advertida (una de las direcciones no conducía a ningún mural) doy por terminada mi recorrida. Con más dudas que certezas pero con una niñez y un entusiasmo renovados, me pregunto si lograré develar el misterio. Aunque, en realidad, creo que no es eso lo que más importa. Con la excusa de la búsqueda fui capaz adentrarme en los tantos mundos de colores que esconde la ciudad en las paredes de sus edificios, plazas, galpones y escuelas. Quizás el tesoro radicaba en un viaje por las ciudades de los jóvenes artistas que, mediante su arte, buscan formas de enmanciación y alternativas para pintar de colores este mundo tantas veces gris.

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