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Día de las Madres El Martillo y el Cincel con que se Forja a los Hijos

Lo cierto es que somos muchos -sabe cuántos- quienes tenemos la manía de observar con precisión e interés las cosas que nos rodean.

Recordamos, por ejemplo, un domingo de “ocio de estudiante” paseando, por la tarde, por las estrechas calles del barrio gótico de Barcelona, en España (las cuales, dicho sea de paso, transitábamos con frecuencia), cuando nos llamó especialmente la atención una “forja” espectacular en los balcones y ventanales de una casa cualquiera. Habíamos pasado infinidad de veces por esa calle estrecha, como ya lo señalamos, pero nunca habíamos reparado, como sucedió en ese domingo de descanso, en el maravilloso trabajo que lucía la fachada de la casa, quedando extasiados recorriendo en nuestra mente los nudos, las flores de lis, los encajes… que un desconocido herrero había logrado con el arte del fuego y el martillo.

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Nos cautivó aquella belleza impactándonos, además, el talento del artista que la había forjado. Para nuestra sorpresa, cuando reaccionamos y volvimos a la realidad, resulta que nos encontrábamos rodeados de cuatro o cinco personas que se habían detenido para ver el motivo de nuestra curiosidad, para descubrir y observar qué era lo que nos estaba llamando tanto la atención. Sonreímos por el detalle y reanudamos nuestro camino sabiendo que, sin querer, habíamos contagiado a otros por nuestra pasión de estar a la expectativa.

El arte de la observación o la curiosidad… es, por otra parte, una de las virtudes más hermosas de la “mujer madre”. Sin esa herramienta, difícilmente nuestra madre, las madres en general, habrían sido capaces de entender la belleza y la complejidad del desarrollo de sus hijos. Una pieza artesanal, siempre inacabada y entregada al mundo, a la edad de la madurez, después de que la “artesana” mirara y observara, calentara y martillara, adornara y corrigiera pasionalmente su obra de arte, retocándola, por último, con un importante detalle: la libertad; que tarde o temprano expondrá al juicio de todos como una obra cumbre de la existencia humana.

Recordemos, al respecto, aquella anécdota de contemplación de Miguel Ángel Buonarroti una vez finalizado su Moisés, sacado de una piedra en bruto de mármol. Al final, Miguel Ángel lo vio tan perfecto, quedó tan impresionado, que golpeándolo con un martillo le grito diciendo ¡habla!, como si tuviese vida.. pero el mármol, desde luego, por terminada que fuera la tarea, no habló.

Sin embargo, la magistral labor de “una madre” sí habla, y ese diseño también es construido a base de “duros martillazos”, de observación y de curiosidad a lo largo de la “edad de piedra” del hijo que un día se convertirá en la obra con que será juzgada.