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Héroes de la fe


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La mayoría de los niños crecen viendo superhéroes en la televisión, leyendo sus cómics, o incluso teniendo juguetes en relación al superhéroe preferido, sin olvidar que muchas veces desde su fantasía se apropia de todos esos poderes, como lo son; volar, correr rápido, fuerza superior, etc. El imaginario del mundo infantil es perfecto para adaptarse a la vida de un enmascarado y sujetarse a una capa, para poseer una nueva identidad que lo oculte de ser señalado y juzgado, teniendo ahora un nuevo nombre con base al poder adquirido.
Sin embargo, al ir creciendo el niño, descubre que los poderes y la imaginación ya no son del todo compañeras de su día a día, pues se enfrenta al dolor de la realidad y sobretodo a sus limitaciones y carencias propias de la “adolescencia y juventud”, por tanto, el mundo real le ha dado un giro copernicano a su mundo imaginario de los cómics. Pasando ahora a un proceso de madurez, descubriendo la realidad que sobrepasa el mundo de la imaginación que se arraiga en lo más profundo de su ser.
La persona al ir creciendo va profundizando distintos ámbitos de su capacidades, sabiendo que su ser persona es en primer lugar “capaz de Dios” y que con ello descubre un nuevo universo de posibilidades otorgado por un verdadero “don” que supera nuestra propia naturaleza humana, este regalo que es un don dado por Dios al que llamamos «fe», ayu-

da a descubrir la trascendencia de la vida, la resurrección de los muertos, la vida eterna, el poder de la verdad en la revelación de Dios por medio de Jesucristo a los hombres.
Esta facultad de la fe lo confronta a buscar el bien, a querer ayudar a los demás, para tener una vida virtuosa “heróica”, elementos que pueden llevarlo a recordar su deseo profundo de niño cuando su voluntad se hacía grande para luchar contra el enemigo y defender a costa de la vida al que estaba en situaciones de riesgo.
Así mismo, la persona al ir teniendo un razonamiento objetivo y una fe más firme, inicia un camino de batalla por el bien, principalmente desde la «virtud», pues esta se define como la disposición firme y habitual de hacer el bien, así como de darle luces para realizar no solo actos buenos, sino dar lo mejor de sí mismo. De las «virtudes humanas» pasamos a las «virtudes teologales» (fe, esperanza, caridad) que se refieren directamente a Dios, dispone ahora al hombre cristiano a vivir en relación directa con la Santísima Trinidad, son infundidas por Dios en el alma de los fieles para hacernos capaces de obrar como hijos suyos y merecer la vida eterna, así lo enseña el Catecismo de Iglesia Católica. El hombre al cruzar a ellas, toma una firme determinación de llegar hasta el final, ya con una “Fe” que lo inquieta a ir más allá, se adentra entonces en la virtud de la “Esperanza” que es el anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de cada hombre, y que le da

sentido a su vida trascendente, en el mismo sentido de lucha, que Santa Teresa de Jesús expresa: “Mira que mientras más peleares, más mostrarás el amor que tienes a tu Dios y más te gozarás con tu Amado con gozo y deleite que no puede tener fin”.
Y para coronar la vida más heróica de la persona, llegamos a la “Caridad” en ella podemos ver al Apóstol Pablo que con su ejemplo da luces a este camino al decir: “nada soy…” y todo lo que es privilegio, servicio, virtud misma… si no tengo caridad, nada me aprovecha” (1 Co 13,1-4). Del mismo modo san Agustín nos ayuda a ver en este mundo de batalla y seguimiento que el culmen pleno de la persona es el amor, ese es el fin, y para conseguirlo se debe correr hacia el amor; y una vez que llegamos, en Él reposaremos.
Nuestra vida se desarolla en todo el proceso de ser verdaderos hombres y mujeres que no solo existen, sino que tambien se entregan con todas sus capacidades, con todos los dones y virtudes que Dios deposita por amor en cada uno; se busca dar razón de la esperanza y se lucha por conquistar el bien y la caridad en la construcción por el Reino de los Cielos, por eso nunca podremos renunciar a aquel mundo de los niños, que los mantiene en la pureza de ser ellos, el mejor ejemplo que pone Jesús a sus discípulos para entrar en el Reino. (Mt 18, 3).
P. David Sandoval Espinoza Auxiliar de Espiritualidad y Prefecto General de Pastoral