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DESDE MIS ADENTROS. En medio del caos y la rebeldía

Por: Lucía Ixchíu

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Ilustración: Mis días en Cuarentena - Lucia Ixchiu: Técnica Mixta sobre papel.

Un huracán pasó sobre mí. Han pasado muchos inviernos, muchas tormentas, pero en el momento de la calma y el silencio encontramos las respuestas. Esto ha sido para mí la Terapia de Reencuentro, un espacio en medio del caos, en medio de los universos que en mí habitan para sanar, para aprender a vivir con el dolor que enseña pero que también envenena y mata.

La vida que decidí llevar me ha hecho estar en caos, en mi sangre corre la rebeldía del pueblo k´ iche´, la lucha de mis ancestras y mi madre por vivir y no sobrevivir. No soy una víctima. Soy completamente responsable de casi todo mis dolores, claro, sin duda hay unos que escapan de mí y eso son los que más duelen.

Han pasado varios meses desde que caminé en ese espiral para encontrarme conmigo misma, desde que cerré los ojos para aprender a bailar sin miedo, desde que sentí caricias más allá del deseo sexual pero que si evocaban a lo erótico. Puedo vivir con placer, en la piel que habito. Puedo vivir con la misma intensidad que ayer, pero hay diversas maneras de reaccionar más allá del odio, la rabia y el dolor que durante mucho tiempo fueron mi compañía, mi motor, pero al mismo tiempo, me secaron, me drenaron y dejaron vacía.

El camino de la sanación llegó a mí en medio de mucho dolor, como una alternativa de vida. ¿Acaso hay otras formas de vivir? Siempre me gusta empezar por contar mi historia, esa que es solo mía, que me pertenece; esa que me tiene aquí y ahora sentada escribiendo; esa que solo yo conozco, que habita en mi cuerpo, en la memoria de mi piel, en cada dolor e insomnio; esa que me ha costado la vida.

Una masacre marcó mi tiempo, me mostró la más ruda cara del patriarcado y de los múltiples sistemas de despojo que vivimos los pueblos indígenas. Después me secuestraron el amor y con ello raptaron mi esperanza. En medio del caos, me sentí morir y encontré la suficiente energía para salir. No había de otra, elegí vivir.

Terminé metida en el mundo del movimiento social y fui aprendiendo cuántos duelos pendientes tiene, cuánta violencia y machismo hay naturalizado en sus prácticas. Sin cerrar mi primer duelo, me fui secando…los ríos que nacen en mi bosque se fueron secando. Tenía miedo a no poder controlar la difamación, una práctica común y poco sana. La teoricé desde mi adentro como la normalización de la contrainsurgencia, como la práctica común de sobrevivir entre la mierda. La desconfianza, el ego, la culpa, el genocidio, la violencia -todas estas hijas del patriarcado capitalista-, también se asentaron en los movimientos.

Hundida en un fango, quería luchar desde otro lugar, pero no sabía cómo.Lo único que tenía claro era que luchar o vivir y hacer desde el sufrimiento era algo cristiano y colonial, que estaba matando mi cuerpo. El arte, la letras, el poder de la palabra, los puentes me salvaron la vida. Conocí a Carmen. Ella trapeó el piso con la victimización que había fabricado como un mecanismo de sobrevivencia. Me hizo ser parte, verme desde adentro. Dejó en mí una semilla que, sin duda, se fractalizaría con los varios y diversos acontecimientos siguientes.

En ese entonces, no había recuperado la conciencia de que nuestro cuerpo tiene memoria alojada en él. Toda nuestra historia, cada dolor, cada enfermedad y cada alegría responde y corresponde al cúmulo de información con el pasar del tiempo. El colapso en todo mi cuerpo era brutal. Dormía sentada, porque la medicina occidental me dijo que se llamaba reflujo o gastritis crónica. Sentí que había tocado fondo y entrado en una contradicción, pues sí quería luchar desde otro lugar, desde la alegría y el arte, como dicen los Festivales Solidarios. Definitivamente no estaba haciendo y ocurriendo en mi cuerpo nada que se pareciera a ello.

Conocí a Yolanda en una reunión. Como buena bruja, me invito a entrar, a descubrir dentro mí esos otros lugares que había olvidado. Tenía miedo de hablar y contar mi vida, pero después sentí lo bien que me hacía encontrar similitudes de mi vida en las historias de otras. Todo era cómodo mientras éramos dos y en la intimidad de una sala, hasta que menciono la importancia de sanar en colectivo las heridas colectivas, es decir contar mi vida extraña, verme vulnerable, sentí pánico.

“Existe un proceso colectivo llamado la Terapia de Reencuentro. Te lo recomiendo, te hará bien”, me dijo. Encontré miles de excusas para nunca ir: que no tenía dinero, que no tenía tiempo, que esto, que aquello y entonces encontré un chamán que descubrió que no tenía gastritis, que estaba enferma de la tiroides y que esta glándula somatiza muchas emociones y esta vez de verdad no tenía dinero, ni trabajo, pero mi cuerpo y mi mente sabían que era el momento, que no podía esperar, y mucho menos, después de recibir el taller de Niza en Q´anil, una bruja que sacó de mí la desidia de vivir.

Me inscribí en el segundo semestre. Entre el miedo y la angustia, llegué. María esperaba con una hermosa acompañante que, con su mirada, me dio paz. No juzgaron, solo escucharon, acompañaron, apoyaron y reencauzaron cada uno de mis tejidos a su lugar.

Desde la amorosidad, trataron mis angustias y miedos, con plantas. No desde la idea de la amorosidad romántica. Fue desde una mirada crítica, pero cariñosa, que entendí o intenté digerir toda la información que llegó a mí durante esos 6 meses. Me sacó de la zona de confort, pero también interpeló mi autocomplacencia de lamer mis heridas y hundirme en mi valentía del autoengaño.

Fue duro, pero volvería a hacerla, porque es necesaria. Siempre me he negado a las imposiciones. Tengo muchos conflictos con la autoridad, con que me “tiren línea” y hasta la fecha trato y es parte de mis procesos de no tirársela a nadie. Nunca me he quedado callada y eso me ha hecho ser amada y odiada. Siempre digo lo que pienso y lloro todo el tiempo porque siento dentro de mí al mundo entero, al universo.

Pero en este proceso, aprendí a amarme a mí primero, a escucharme, pues nuestro cuerpo nos habla, pero estamos sordos hacia adentro, bombardeados con las redes, los medios, las pantallas y el consumo. Olvidamos que adentro hay diversos planetas y desiertos, universos que habitan en mis adentros y a veces olvido.

Nunca vamos a ser perfectas, o encajar del todo, pero de eso se trata la vida. Aprendí lo difícil que es hablar en primera persona, que este sistema perverso me ha forzado a pensar en todos menos en mí misma y aun me cuesta hacerlo. Lo trato todos los días.

Mis rituales son sagrados. Bailar con los ojos cerrados, hacerme mi propia comida, también es parte de esa revolución que dentro mi tanto anhelo. Lo personal es político es una de las premisas más fuertes de este espacio, que me permitió estar conmigo y parar a verme y oírme en los silencios. Sin duda volvería a hacerlo.

Ser una mujer a la que le gusta romper el silencio donde nos han domesticado para callar suele ser incómodo por naturaleza. He aprendido a coexistir con la diferentes Lucías que dentro de mí existen. No creo que sea una receta y que es un proceso que significa y se vive de maneras diferentes para cada una, pero sin duda cuánto bien me hace saber que puedo vivir con menos cargas y sin culpa de nada.

Creo que cierro este relato agradeciendo a todas estas mujeres indígenas y mestizas, brujas y hermanas que han abierto camino para que podamos luchar desde otro lugar. Aportar a la descolonización del pensamiento y, por ende, de las emociones y acciones; descolonizar las emociones: vaya reto tan grande, tan doloroso y a la vez liberador.

Luchar desde el arte y la alegría no es una consigna trillada que se nos ocurrió con los Festivales Solidarios, pero había que llevarla a la práctica y a la cotidianidad, para que cobrara sentido y así fuéramos siempre incoherentes. Con muchos errores, pero más felices.

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