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Se llama cáncer, Gonzalo Boye

Un libro suele tener una dedicatoria. Este, por diversas razones, tiene varias, todas necesarias y merecidas:

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A mis médicos Óscar, Bonaventura y Alexander, sin cuyos respectivos conocimientos, consejos, cuidados, comprensión y discreción seguramente este libro hoy no existiría, ni tampoco, probablemente, ningún tipo de futuro.

A Isabel, por acompañarme en el viaje más complejo de mi vida. A mis hijas, por estar ahí cuando las hemos necesitado. A Carles, Jami, Josep Lluís y Sergi por haber hecho lo que había que hacer justamente cuando había que hacerlo.

A Blanca Rosa, Fátima, José, Nacho y Jaume, que nos acompañaron en la distancia, con el cariño y la discreción que eran necesarios.

A Mariu y Felipe, que, desde la distancia, pero con el cariño de siempre, fueron dándome la segunda opinión que resultó tan útil frente al legado de Adán.

prólogo

Aunque ya me había comprometido a escribir este libro, su verdadero origen tiene lugar la mañana del 29 de octubre de 2021, mientras aún convaleciente de una compleja operación desayunaba contemplando las correrías de unas simpáticas ardillas entre las hojas de un hermoso otoño alemán. En ese momento me di cuenta de que ya tenía las ideas claras, la serenidad interior para abordarlo y, sobre todo, el ánimo con el que hacerlo, así como la necesidad de escribirlo de la forma en que lo veréis.

Fue aquí, en Eppendorf, donde comencé a redactar este libro, que seguramente me generará más problemas que alegrías. Pero en la vida siempre hay que hacer lo que dicta la conciencia y decir lo que se piensa; de los silencios cómplices estoy cansado y no quiero formar parte de ellos.

No ha sido un año fácil —creo que ya ninguno lo es—, pero ha sido un año con muchas y muy intensas vivencias especialmente en lo personal habiéndome enfrentado a un cáncer, distinto a aquel del que voy a hablar en este libro, que me ha cambiado muchas cosas. Esto me ha llevado a reflexiones que tal vez me hubiera correspondido hacer muchos años más tarde, pero la vida me ha puesto frente a ellas con algo de antelación y las oportunidades nunca hay que desperdiciarlas.

Los días posteriores al 28 de octubre de 2021 estuvieron

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plagados de momentos duros y complejos, pero también felices, que me sirvieron para ordenar las ideas, tener claro lo que es y no es importante, y, sobre todo, para saber que los tiempos, sobre todo los vitales, son finitos y lo mejor es aprovecharlos sin dejarse cosas por hacer y decir para mañana.

Antes de esa fecha hubo momentos muy complejos, tal vez demasiados, que afronté con el apoyo incondicional de Isabel y de algunos amigos, y otros que, por prudencia, decidí asumir en solitario hasta que se superaron. Septiembre no fue fácil.

Teniendo en cuenta lo dicho, así como otras vivencias de mi desempeño profesional diario, y dado que a lo largo de los últimos cuatro años he tenido la experiencia y el privilegio de ser parte de la defensa no solo del exilio catalán, sino también de un número relevante de independentistas catalanes, he confirmado algo que vengo sosteniendo desde hace mucho tiempo: España está atrapada en su pasado, afectada por un cáncer que la llevará, irremediablemente, a la descomposición de todo aquello que se espera de un Estado democrático y de derecho. Y este cáncer se encuentra ya en fase de metástasis o muy cerca de esta.

No pretendo hacer un análisis general de la situación en España, no estoy cualificado para ello, pero sí voy a ir exponiendo casos, ejemplos, en los que se refleja, de una u otra forma, cómo se está extendiendo una enfermedad que, partiendo de un nódulo muy concreto, a estas alturas afecta al conjunto del Estado y ha comenzado a impregnar la totalidad del sistema democrático, muy cerca ya del punto en el que seguramente será irreconducible.

El exilio catalán ha servido, está sirviendo y servirá para poner frente al espejo de la realidad europea a un grupo de poder cada día más fuerte que está liderando el regreso al pasado e impidiendo avanzar hacia una sociedad democrática en la que realmente todos seamos iguales ante la ley; es­

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pecialmente en la que todos nos sintamos cómodos y donde nuestros derechos estén debidamente garantizados.

Pocos casos son tan efectivos para evidenciar cuán diferentes son las formas de abordar los problemas a un lado y otro de los Pirineos; no se trata solo de mirar el «tema catalán», sino de hacerlo a través de él, e ir viendo, junto a otros casos, algo que más temprano que tarde se extenderá más allá de lo tolerable. Estoy sinceramente convencido de que estamos cada día más cerca de ese punto de no retorno.

Los ejemplos son muchos, y por ello he tratado de sintetizarlos en los más significativos, pero todos ellos presentan síntomas comunes y una conclusión: termina por ser incomprensible la pasividad con la que se va asumiendo como normal aquello que no lo es.

Un papel importante en el adormecimiento de la sociedad y en la infinita tolerancia hacia las injusticias, las restricciones de derechos y a que el mal se vaya extendiendo lo desempeñan algunos medios de comunicación y ciertos periodistas. No son todos, pero sí muchos y muy significativos, porque en lugar de informar se dedican a difundir aquellos dogmas o verdades oficiales que se les distribuyen desde los centros de poder.

El deber del periodismo no es el de divulgar, sino el de informar, y por mandato constitucional, además, debe hacerlo de forma veraz. Si se limita a distribuir las versiones oficiales y a tratar de no molestar a sus poderosas fuentes, no solo no se está ejerciendo el periodismo, sino atentando contra sus propias obligaciones constitucionales.

Pero no todo es culpa de ese periodismo de Estado, parte esencial de la culpa de la situación actual la tienen los políticos y los ciudadanos, que nos dejamos arrastrar por una visión preconstitucional, por definición antidemocrática, de cómo han de resolverse las cosas. Cuando queramos darnos cuenta, será muy tarde.

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La cobardía y la falta de visión de futuro de los políticos, que enfrascados en lo inmediato y en la menudencia de lo efímero no son capaces de abordar los auténticos problemas de la sociedad a la que dicen representar, también son parte del problema; unas veces no lo hacen por priorizar lo urgente por encima de lo importante, pero otras, simplemente, porque es más fácil gestionar lo existente en lugar de asumir, con valentía, la obligación de cambiar lo necesario para crear lo deseado.

En cualquier caso, otra parte de la culpa la tienen, entre otras cosas, el importante déficit cultural en materia de valores democráticos, la grave docilidad hacia el poder establecido y, sobre todo, el nacionalismo atávico, que permite justificar lo injustificable y dejar en manos de otros la resolución de los problemas de todos.

Muchas veces, no solo respecto a los problemas de una sociedad, la mejor de las respuestas es la radical, la que los aborda desde su raíz, la extirpa y, a partir de ahí, permite reconstruir lo que se haya podido salvar, tal cual ocurre en las cirugías radicales, como a la que yo mismo me vi sometido en octubre pasado, cuya finalidad es extirpar tumores cancerígenos, pues de no hacerse terminarían por extenderse al resto del organismo. Así puede disfrutarse de una sociedad mejor, democrática, que termina encajando en un entorno en el cual las reglas del juego están muy claras por mucho que se las quiera ignorar.

Los grandes males, que en general tienden a expandirse, deberían ser abordados con una suerte de «cirugía radical» que permitiera limpiar el organismo de esos tumores y, en un entorno más sano, asegurarse una sobrevida mucho más larga. Existen otros métodos menos complejos o dolorosos, pero nunca tan eficaces.

Debo indicar que este libro no es un dietario, como otros que he escrito, sino más bien un ejercicio de reflexión

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abierto al lector sobre las cosas que voy viendo, cómo las percibo, qué problemas detecto y cómo creo que deberían solucionarse, pero siempre desde la perspectiva de mi trabajo como abogado y centrado en el ámbito jurídico y judicial. Si es que algunas tienen aún remedio.

Básicamente abordaré una serie de temas y los iré explicando a través de las experiencias vividas y huyendo de grandes circunloquios y conceptos alambicados. Considero que es la mejor manera de que se entiendan unos problemas que, aun siendo sencillos, generan grandes confusiones; por ello, en algunos pasajes del libro, reproduzco en su literalidad aquellas resoluciones y/o escritos que he considerado relevantes y que mejor permiten comprender de qué estoy hablando.

Estas citas, por extensas, engorrosas o tediosas que parezcan son necesarias para que se comprenda, de la mejor forma posible, sobre qué estoy hablando en cada momento, cuáles son algunos de esos ejemplos y cómo se llega a las conclusiones a las que llego.

Si he recurrido a ello es para que no exista la tentación de pensar que he dado mi personal interpretación sobre determinados casos y situaciones; he tratado de poner de manifiesto que lo dicho, dicho está, y en los precisos términos en que se ha hecho. Puede resultar complejo o tedioso el lenguaje técnico que contienen esas citas, también su ubicación dentro del propio texto, pero creo que solo así se comprenderá bien de qué estoy hablando y por qué, así como el porqué de las soluciones que propongo en algunos casos.

Tengo muy presente que el privilegio de vivir en primera línea la lucha del actual exilio catalán, por su fuerte componente histórico, me obliga a dejar rastro de mucho de lo sucedido. Por ello iré intercalando los ejemplos de las cosas que me preocupan y mis reflexiones con las vivencias que la defensa del exilio catalán, y de otras, me han deparado.

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Algunas de mis experiencias vitales y de los casos que me ha tocado ocuparme se verán reflejados, desde distintas perspectivas, en las diferentes partes en que he dividido este libro. Unas veces utilizaré esas experiencias y casos para analizar aquello que denomino «el relato»; otras, con mayor profundidad técnica, volverán a aparecer desde otro ángulo, en lo que denomino la «interpretación democrática del derecho» y el «choque europeo». Finalmente, mucho de lo expuesto será el fundamento de aquello en lo que profundizaré cuando me refiera a Pegasus, que es donde realmente se ha producido una brutal, criminal e ilegítima injerencia en nuestra intimidad personal y lo profesional, con lo que ello conlleva como ejemplo de decrepitud del sistema.

Si alguien se pierde en la lectura, lo mejor es tener presente cuál es el hilo conductor del libro: no es otro que, según mi visión de las cosas, el contraste entre lo que es y lo que debería ser para que podamos sentirnos parte de un club de demócratas, un club en el cual, insisto, las reglas son claras y hace tiempo que España no las cumple y, peor aún, no parece que esté dispuesta a cumplirlas si eso no viene impuesto desde fuera.

Las experiencias vitales y profesionales suelen marcar mucho nuestra manera de ver las cosas. Por ello pido que al leer este libro se tenga presente que ni me considero dueño de la verdad ni creo que mi forma de ver y aproximarme a las diversas situaciones sean las únicas correctas; simplemente es mi visión y mi forma de enfrentarlas desde una perspectiva que, por personal, sin duda resulta subjetiva.

Lo que expongo no son más que síntomas que me llevan a un determinado diagnóstico que iré plasmando en estas páginas. Tal vez otros, ante los mismos síntomas —que sí son objetivos—, lleguen a otras conclusiones. No existe una

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visión o verdad absoluta, mucho menos sobre el cómo se percibe la realidad, ni pretendo que así sea, pues ello representaría la antítesis de lo que defiendo.

Desde mi personal visión de la realidad española tengo la clara sensación de que lo que en un principio pudieron ser concretos y encapsulados tumores dentro de un sistema que se pretendía y presentaba como sanamente democrático fueron, al no ser debidamente tratados o extirpados, permeando sus paredes, traspasando compuertas y extendiéndose a más y más órganos, generando una suerte de metástasis que está comenzando a contaminar todo el sistema democrático con un riesgo mortal de necesidad.

Lo que le pasa a España se llama cáncer. Este es el mejor de los símiles que en estos momentos puedo encontrar para describir todos los síntomas que voy viendo día a día. Como ocurre con muchos tipos de cáncer, si no se actúa con valentía y decisión y no se toman las decisiones correctas ni se acude a los tratamientos necesarios de la mano de los profesionales adecuados, este termina extendiéndose de forma tal que lo contamina todo, con el resultado que perfectamente podemos imaginar.

Una democracia es como un cuerpo: si no se le cuida, se debilita y enferma. Si esto ocurre ha de tratársele, algunas veces con extrema radicalidad, para combatir el mal que le acecha y evitar la muerte. Una vez superada la enfermedad habrán de verse las causas que la generaron y, a partir de su determinación, combatirlas de manera constante. Una democracia tiene determinadas tendencias y la española ha demostrado, a lo largo de su historia, una persistente predisposición a lo antidemocrático y lo totalitario. Por lo tanto, habrá de tenerse especial y permanente cuidado ante cualquier signo de recidiva, muchas veces más agresiva y siniestra que la inicial enfermedad, que es justamente lo que creo que estamos viviendo en la actualidad.

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Una sociedad es democráticamente sana en la medida en que todas sus partes lo son; si alguna no lo es, más temprano que tarde terminará contaminando al resto, generalizando, de esa forma, la enfermedad que aqueja al concreto órgano inicialmente afectado. Si no somos capaces de extirpar o curar las zonas afectadas, el mal, que estaba primeramente focalizado, terminará por contaminar al conjunto.

Sostener que se puede tener una sociedad democráticamente sana cuando la forma en que se asume, entiende, interpreta y aplica el derecho es profundamente antidemocrática es no entender cómo funciona la sociedad ni el derecho que la regula.

Como ocurre con cualquier enfermedad, lo importante no solo es el diagnóstico, sino compartirlo con el paciente y hacerlo de forma clara, directa y sin medias tintas, para que, confrontado con el mismo, sea capaz bien de luchar contra dicho mal o asumir las consecuencias de este.

Justamente por ello, y por otras razones, creo que es importante decirle a este paciente, España, que sí, es cáncer lo que padece, un cáncer antidemocrático que con valentía y radicalidad tiene cura.

Eppendorf, Alemania, a 5 de noviembre de 2021

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