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Lauder Estée
La Gran Dama de la Cosmética

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Por Blanca Juárez.
Detrás de una de las marcas más prestigiosas del mundo de la belleza, está el ímpetu y la astucia de una gran mujer, esposa y madre. Transformó su negocio de cremas para el cuidado de la piel que comenzó vendiendo casa por casa, en un imperio de cosméticos que lleva su nombre y que actualmente se distribuye en aproximadamente 150 países, recaudando más de 3560 millones de dólares al año. Estée Lauder se vio como una empresaria adelantada a su época, pues sin saberlo, empleaba técnicas que ahora son parte del marketing, y con seguridad demostraba saber lo que las mujeres necesitaban para lucir más bellas.
Nacida como Josephine Esther Mentzer en 1908, la ahora conocida como la “Gran Dama de la Cosmética” creció en la sección Corona de Queens, Nueva York. Desde muy temprana edad, sintió un gusto especial por la moda y la belleza, teniendo como ejemplo a su madre que le enseñaba a cuidar de su cabello y de su piel. De su padre aprendió las técnicas de comercio, hasta el punto de que se comprometió a fundar un día su propio negocio. Pero su introducción a la cosmética se impulsó con la llegada de su tío John Schotz, un químico que se especializó en hacer sus propios productos para el cuidado de la piel, y quien instaló un laboratorio improvisado en el pequeño establo detrás de la casa de la familia de Estée. Fue ahí donde ella observó, aprendió y experimentó para crear sus primeros productos.
Decidida a convertirse en científica, Lauder comenzó a vender los productos de su tío a sus compañeros de clase en la Escuela Secundaria Newton, llegando incluso a hacerles cambios de imagen para demostrar la calidad de los productos. Aprendió marketing y comercialización a una edad temprana y sin darse cuenta. Pero antes de que pudiera realizar su sueño de convertirse en una glamorosa especialista en el cuidado de la piel, Estée conoció y se casó con Joseph Lauder, un vendedor de textiles de éxito moderado, y se mudó con él a Manhattan. Tres años después nació su hijo Leonard Allen, y en 1944, nacía su segundo hijo, Ronald.
Continuado con el anhelo de emprender, comenzó a crear cremas y maquillajes que fue ofreciendo en las puertas de los mercados de Nueva York durante la Depresión. También iba a los salones de belleza, donde realizaba personalmente demostraciones gratuitas a las clientas que esperaban bajo los secadores. Muchas de ellas compraban algo y se convertían en clientas frecuentes. Comercializaba sobre todo una crema para fortalecer las uñas, que era toda una novedad.
No pasó mucho tiempo antes de que Lauder fuera un elemento fijo en las listas de invitados de las anfitrionas más influyentes del Upper East Side de la ciudad de Nueva York. Al darse cuenta de que los contactos sociales eran vitales en el negocio de la belleza, la neoyorquina decidió hacer realidad sus sueños de infancia convirtiéndose en una elegante dama de refinamiento y distinción. Vistiéndose como sus clientes e imitando su comportamiento, Lauder se convirtió en una dama de belleza sofisticada y elegante, un papel que rápidamente se volvió indistinguible de la realidad. Pero en su inquebrantable búsqueda de ventas, su matrimonio sufrió y finalmente terminó en divorcio en 1939. Sin embargo, se volvieron a casar en 1942, acordando emprender juntos el negocio de los cosméticos.
En 1946, los Lauder creaban formalmente la empresa que revolucionaría el mundo de la cosmética. Joseph, que tenía experiencia como director de empresa y de finanzas, encargó a su esposa que se dedicara exclusivamente de la producción y del marketing, mientras su adolescente hijo iba familiarizándose con el negocio. 1948 fue el año en el que despegaron a la cima, puesto que consiguieron que la gran tienda Saks Fifth Avenue, vendiera en dos días un fabuloso pedido. Poco después consiguió que sus productos fueran exclusivos en un famoso salón de belleza de Nueva York, caracterizado por la elegancia y el poder adquisitivo de sus clientas.

Su ambición y dedicación comenzaron a dar sus frutos a principios de la década de 1950, cuando la línea Estée Lauder se convirtió en una característica habitual en tiendas tan prestigiosas como I. Magnin, Marshall Field’s y Bonwit Teller. Pero la empresa aún era pequeña en comparación con otros gigantes de la cosmética. Decidida a cambiar esto, Lauder se embarcó en una innovadora estrategia de promoción. Rechazados por una agencia de publicidad tras otra, debido al pequeño tamaño de su cuenta, los Lauder invirtieron todo su presupuesto de publicidad de $50,000 en muestras para ofrecer a través de correo directo, “obsequios con compras”, una técnica que se convertiría en una marca comercial de la empresa y, más tarde, en una práctica estándar de la industria. El resultado fueron miles de nuevos clientes.



En 1953, Estée Lauder Cosmetics se expandió a la fragancia, presentando Youth-Dew, que se comercializó como un aceite de baño que se duplicaba como perfume, alentando a las mujeres a usarlo más abundantemente. El primero de muchos aromas que desarrollaría la compañía, fue un gran éxito, aumentando las ventas corporativas. A principios de la década de los sesenta contrató al prestigioso fotógrafo Víctor Skrebneski, que empezó a publicar revistas con despampanantes modelos, maquilladas con los nuevos productos de Estée Lauder, una práctica que ya no abandonaría. Ya entonces la empresa había revolucionado el mercado con el lanzamiento de Youth Dew. A esta le seguirían con el tiempo otros emblemáticos perfumes: Esteé (1968), Azuree (1969), Aliage (1972), Private Collection (1973), Beautiful (1985) y Pleasures (1995). También lanzó una línea de productos para mujeres y hombres, como Clinique, Origins, Aramis, y otras más en los años siguientes. Además, Lauder se dispuso a conquistar el resto del mundo, convenciendo a Harrod’s de Londres que comercializarán sus productos. A mediados de la década de 1970, los productos de Lauder estaban en el mercado en más de 70 países en todo el mundo.

En 1985, la empresaria publicó su autobiografía, “A success story”, y en 1994 dejó por completo la empresa en manos de sus hijos: Leonard al frente de la presidencia y Ronald en calidad de director de Estée Lauder International. En la corporación también ocuparían cargos importantes sus respectivas esposas, Evelyn y Carole.
Desde 1989, a instancias de su propietaria, el grupo Estée Lauder trabajaba, desde la Fundación contra el Cáncer de Mama, para movilizar la importancia de la detección precoz de esta enfermedad. A lo largo de su intensa y larga vida, la fundadora de Estée Lauder se distinguió también por sus actividades filantrópicas con el Hospital Sloan-Kettering de Nueva York, o por sus aportaciones al fondo de la Universidad de Pensilvania y al Museo de Arte Moderno de Nueva York (MOMA), entre otros. Fundó, además, el Joseph H. Lauder Institute of Management and International Studies.
Estée Lauder recibió numerosas condecoraciones, entre ellas la placa de honor del Colegio Albert Einstein (1968); la Insignia de Caballero de la Legión de Honor, que le otorgó el gobierno francés en 1978; la Manzana de Cristal de la Association for a Better New York (1977), y la Medalla de Oro de la ciudad de París (1979). Era una mujer con mucha fe y optimismo, que no abandonó sus sueños a pesar de los años que tomó conseguirlos, ni se permitió detenerse hasta llegar al éxito. Estée es recordada como un ejemplo del emprendimiento, y también por su estilo impecable y carisma.


El rooftop del Pacific Design Center de Los Ángeles, fue el escenario de la espectacular pasarela de la diseñadora Donatella Versace, la cual convocó a unos quinientos invitados de Hollywood, de los cuales, al menos cien fueron vestidos especialmente por Versace para tan importante ocasión. La marca decidió trasladar su pasarela desde Milán a Los Ángeles, a pesar de que ha sido un año atípicamente lluvioso para la meca del cine; de hecho, el evento tuvo que adelantarse un día debido a un pronóstico de tormenta. Como era de suponerse, Hollywood respondió con gran entusiasmo al show de Versace, ya que sabemos que la casa de la medusa es favorita de muchas celebridades que optan por lucir sus diseños en las alfombras rojas.
Acompañada por celebridades de la talla de Elton John, Dua Lipa y Jeff Bezos en los asientos, y por Naomi Campbell, Kendall Jenner, Gigi y Bella Hadid en la pasarela, Donatella Versace deslumbró con una colección sofisticada y sobria basada en la sastrería y en la alta costura. Confeccionada principalmente en color negro, la colección de Versace fue rematada con cinco espectaculares vestidos de alta costura de Atelier Versace acompañados con unos elegantes guantes satinados, los cuales, seguramente saldrán directamente de la pasarela a los eventos de Hollywood para ser portados por alguna celebridad juvenil.

En la Ciudad Luz, Nicolas Ghesquière tuvo un propósito muy ambicioso para otoño-invierno, el diseñador tuvo la difícil misión de definir la moda francesa contemporánea. Así fue que Ghesquière reunió a su joven equipo en Louis Vuitton y les cuestionó sobre qué significaba para cada uno de ellos la moda francesa. Siendo un equipo global y con la gran responsabilidad sobre los hombros de representar un nombre tan importante de la moda, Ghesquière obtuvo respuestas muy diversas que sintetizó en esta colección presentada en el salón del Museo D’Orsay.
La hermosa decoración del museo hizo contraste con la instalación de Philippe Parreno y James Chinlund, quienes recrearon para la pasarela una calle parisina tradicional adoquinada, con todo su bullicio: personas, coches, perros e incluso sonidos de lluvia y truenos. Me parece que la instalación estuvo ad hoc con la propuesta de Louis Vuitton, ya que la colección se sintió terrenal, pragmática y sofisticada, inspirada en la mujer moderna que requiere que la moda no sólo sea bonita o lujosa, sino que llene todas sus necesidades cotidianas. De la propuesta se destacaron los elegantes abrigos, suéteres y trajes sastres, acompañados con los maravillosos accesorios de Louis Vuitton como bolsos, trunks, bufandas y mascadas. En mi opinión, aunque esta colección no logró representar la totalidad de la moda francesa, fue una maravillosa muestra la moda cotidiana y diurna; sin embargo, me hubiese encantado que también abordaran el glamur de la moda francesa de fiesta, hubiese sido maravilloso verla interpretada por los creativos de Louis Vuitton.

Para cerrar el calendario de la Semana de la Moda de París, la diseñadora Virginie Viard presentó una excelente colección de otoñoinvierno utilizando uno de los símbolos más representativos de la casa Chanel: la flor camelia. Resulta sorprendente pensar que fue hace ya un siglo, es decir en 1923, cuando la legendaria Coco Chanel utilizó la flor camelia por primera vez poniéndola en un pin para adornar uno de sus vestidos. “La flor camelia es más que un tema, es un símbolo eterno de la casa”, comentó Viard en su comunicado de prensa, “es familiar y reconfortante, me gusta por su suavidad y fortaleza”.
Tal y como vimos en varios desfiles de esta temporada, Virginie Viard basó su colección en el color negro en la primera parte de su pasarela, para después integrar otros colores como gris y blanco, además del tradicional tweed que no puede faltar en la moda de Chanel. Las flores camelias se hicieron presentes por todas partes, desde una camelia gigante que adornaba el centro de la pasarela, hasta en los zapatos, los estampados, los encajes y los accesorios, incluso los invitados fueron sorprendidos gratamente cuando encontraron una flor de verdad recibiéndolos en sus asientos. No cabe duda que el legado de Coco Chanel es tan valioso que perdura después de un siglo, indudablemente, esta colección representó un bello homenaje a su memoria.


Pasión por la Lectura
Por Diana Urbina.
– Edición de Nicolas Bersihand
De entre todos los secretos del mundo, el único que se comparte de generación en generación es el amor de una madre, el cual evoluciona y se transforma, pero siempre se mantiene. Las madres son el comienzo de la vida, la protección, la alegría y la esperanza, por ello, este mes de mayo traemos para ustedes una sugerencia muy especial y acorde a la mayor celebración del mes: “Cartas a la madre”. Este libro es una recopilación de cartas emotivas y personales que personajes ilustres en la historia escribieron a sus madres. Nicolas Bersihand hizo un trabajo magnífico al poner, en una sola edición, la idea principal de este rol tan valioso en el mundo y la forma en como encontramos las cartas, dependiendo el sentimentalismo y siguiendo un hilo temático de las relaciones que se expresan en la correspondencia, y no de forma cronológica, permiten profundizar aún más en el sentimiento y empatizar con los escritores originales de las misivas.
El libro comienza con la historia del día de la madre en Estados Unidos y España, y de como la militante católica, Julia Ward Howe, impulsó un movimiento que resultó decisivo para que el presidente Woodrow Wilson instituyera el día de la Madre en 1914. “En nombre de todas las mujeres y de la humanidad, pido encarecidamente que se fije y celebre un congreso general de mujeres”. A partir de ese momento, y con las posteriores guerras y cambios sociales, se comenzó a celebrar a las mujeres que luchan incansablemente por sus familias.
“Hay un amor en la vida que supera a todos los amores: el amor de la madre”
- Julio Menéndez

-“Estas cartas merecen ser leídas no como cartas, sino como un texto literario en sí mismo”
- Nicolas Bersihand.

Ya sentada la base de los inicios de esta festividad, se da paso al segundo capítulo, cartas escritas por niños. Las misivas a nuestras madres son especialmente emocionantes cuando somos niños, pues el sentimiento puro y sin terceras opiniones es lo que emana de nuestra redacción, demostrando completamente el amor, la admiración y todo lo que podemos sentir por nuestras mamás. Ahora bien, las cartas que se recopilan en esta edición son de niños y niñas que estuvieron destinados a ser grandes personajes de la historia, como el caso de Chopin.

El progreso en la recopilación y edición de las cartas va tomando forma conforme avanzamos, pues encontramos cartas que reflejan alegrías por logros profesionales, penas por perdidas sentimentales y emociones que describen la vida de quienes redactan la carta; como el caso de la redacción de María Antonieta, quien no puede esperar para contarle a su madre las sensaciones de júbilo que le produce sentir como su propio hijo crece en su vientre. Entre esa carta y la de Eugenia de Montijo, quien solo pude encontrar consuelo en las palabras de su madre, vemos un proceso de correspondencias tiernas y llenas de emoción. Mensajes de duelo, de perdón o de homenaje. Estas cartas ponen en manifiesto que, en todas las épocas y circunstancias de la vida, el vínculo materno es único y eterno.
Al finalizar esta bella recopilación encontramos una carta en blanco para que nosotros le podamos dedicar unas líneas a nuestras madres, las cuales pueden estar inspiradas en lo que grandes personajes sintieron en su momento. Permitirnos expresar un sentimiento tan profundo, redactando aquello que pasa por nuestras mentes y corazones, pero que en ocasiones no podemos expresar con palabras, es una muestra del amor infinito que solo nuestras madres pueden despertar.
Cartas a la madre es el primer libro que publica en español este editor francés y reúne 110 de estas misivas, las cuales encontró gracias a las innumerables tardes que paso en los pasillos de la Biblioteca Nacional de Barcelona. Estas cartas íntimas, que los más diversos personajes célebres les escribieron a sus madres, le han permitido elaborar su profesión y crear un tomo que él describe como “Una bomba emotiva al reflejar que el vínculo materno es una de las joyas de la existencia humana”.