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LA TATUANA

LA TATUANA

Dicen los viejos que en cualquier momento aparece en los poblados y ciudades una mujer bella, una mengala joven, que con grandes ojos zarcos y un mantón de manila, sabe todas las cosas del amor. Pone en un “pequeño cuarto” una venta de ensalmos de amor con los que liga hombres y mujeres. Como causa tanto alboroto, es capturada por la autoridad y encerrada en la bartolina. Cuando está en la cárcel, saca un pedacito de tiza o un carbón, pinta un barquito en la pared, se sube a él, sale volando por los barrotes de la bartolina y se aparece haciendo favores de amor en otro pueblo.

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Aún pequeña, joven y mustia, la Nueva Guatemala de la Asunción se despertaba cada día en las casas de bajareque pintadas de blanco.

En la Plaza Central ya destacaba La Catedral, aunque todavía sin campanarios. El palacio de Gobierno, antigua residencia de los Capitanes Generales, dominaba la cuadra con sus arcadas neoclásicas. También le llamaban El Portal del Señor, por una pequeña capilla del Señor del Pensamiento, o El Portal de las Panaderas, ya que cada tarde se daban allí cita mujeres con sendos canastos a vender.

Fue una fría tarde de noviembre cuando unos pocos vecinos del Barrio de La Candelaria vieron llegar a aquella hermosa mujer de caminar elegante. Era una mengala un tanto alta que no pasaba de los 25 años, con grandes ojos oscuros y pelo negrísimo como la medianoche que recogía en dos tupidas trenzas, que caían sobre un hermoso manto de seda.

Apareció por un costado del Cerrito del Carmen y sin vacilación se instaló en una pequeña casa del Callejón del Brillante. El sopor de la monotonía de la Ciudad pronto fue roto por las habladurías sobre esta extraña mujer.

–¿Quién será esa patoja? Mire que toda la vecindad esta intrigada. –Pues, dicen ‘nia Chon’ que se llama Manuelita, y que conoce de artes mágicas.

La fama de adivinadora y preparadora de pociones para enamorados se esparció por todos los lugares. Los conjuros, hechizos y enfrascamientos eran realmente eficaces y, pronto, su casa era la más concurrida. Nadie supo la razón, pero comenzaron a llamarla: Manuelita “La Tatuana”.

Por aquella época existía una tienda muy bien surtida entre las calles de Las Beatas y de Mercaderes, que se llamaba El Divino Rostro. Aquí había desde clavos hasta cirios para el jueves Santo. Además, doña Concepción Tánchez tenía un merecido renombre por las bolitas de miel y las raquetas de guayaba que vendía.

La tendera lloró y rogó, pero fue inútil ante la enérgica insistencia de la hechicera, y tuvo que devolver.

Al alba del día siguiente, don Lupe, con un tanate de ropa, se fugó por la puerta de la cocina para no volver nunca más.

Al terminar de dibujar, extendió los brazos y en murmullos pronunció un antiguo conjuro. La Tatuana se subió en el barquito y salió navegando por la ventana de la cárcel; dicen que se alejó viajando por los hilos de plata de la luna llena. Algunas noches, los viejos de la Parroquia cuentan que en las bartolinas del Palacio de Gobierno, se podía ver claramente en la pared la silueta que dejo el barquito por donde se escapó La Tatuana; esto lo vieron con sus propios ojos hasta que el terremoto de 1917 derribo el edificio. Desde entonces, La Tatuana se quedó enfrascada en las historias que corren de boca en boca, por las calles de los viejos barrios de la Ciudad. 16

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