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El presente de Annia Cilloniz
Tiene 24 años y empezó a competir a los seis. Se ha subido a bicicletas, motos y autos. En diciembre del año pasado fue Campeona Nacional y hace dos meses, conquistó la Final Mundial de Mujeres del FIA Rally Star. Junto a otros cinco destacados pilotos, sigue un riguroso programa de entrenamiento y competencias internacionales diseñado por la FIA. ¿Alguien duda de su buena estrella?

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Mayo y junio fueron los meses más intensos en la carrera de Annia Cilloniz. Desde que tomó un avión, por primera vez para competir en Europa, su itinerario debía cumplirse al dedillo, entre entrevistas, recorridos de reconocimiento, asesorías y, por supuesto, circuitos. Fueron, además, los días en que su nombre arrojaba tantas búsquedas en Google como nunca antes: era la peruana que había ganado la Final Mundial de Mujeres del FIA Rally Star. No era para menos. Era su sueño, sí, por el que había trabajado y entrenado tanto; por el que había invertido el dinero, sea poco o mucho, que llegaba a sus cuentas. Porque sí: ser piloto en el Perú puede ser muy caro. En el automovilismo, las horas encima del auto son costosas. Alquilar uno de los autos en los que compite para cumplir un test de 100 kilómetros puede valer 10 mil euros. En el rally, al inicio, cada uno creaba la máquina como podía. El que invertía más, tenía más posibilidad de ganar. La FIA intentó homogenizar todo: puedes inscribirte en la categoría de la FIA, del 1 al 5, independientemente del fabricante, pero todos tienen las mismas especificaciones para homologarse. Los que corren en la misma categoría ya no tienen esas diferencias.
Pero ella estaba ahí, por fin, sentada en el avión rumbo a la ciudad italiana de Maggiora, con una escala en París, después de idas y vueltas con la elección de la fecha y la sede para las finales de la FIA Rally Star. A mediados del año pasado, había recibido la invitación por parte de la Comisión de Deporte Automotor del Touring gracias a su experiencia manejando crosscars y a su recorrido en el rally local. «No podía seguir postergando todo lo demás en mi vida porque, sin plazos, la dedicación era mucho más larga y la concentración disminuía», dice Annia, frente a una taza de café en San Isidro una mañana de julio. Había dejado en stand by su carrera de Administración. Cuando nos encontramos, ya estaba planeando su viaje a Austria para competir en otro rally como parte del programa de entrenamiento de la FIA. El ajetreo, sin embargo, no parece afectarla: luce tranquila, satisfecha, como quien sale del gimnasio luego de una jornada demoledora. «Era lo que había buscado toda mi vida y para lo que me había preparado. Fue una recompensa y la responsabilidad llega de la mano, pero estoy feliz de asumirla».

Días después de ganar en Maggiora, le tocó competir en el Rally San Marino. Una piedra impactó en el auto y tuvo que retirarse de la carrera. En menos de diez días, había conocido el éxito y la frustración ante algo fortuito. «Si no estás preparado para tolerar la frustración, mejor no entres», ríe Annia. «En la vida, no todo sale como lo planeas, pero en el automovilismo, estás a bordo de una máquina, a todo lo que da, por caminos que recién conoces. Entonces las probabilidades de que pasen cosas imprevistas son altas. Hay un factor incontrolable que te aleja del sueño, pero lo tomo como una enseñanza». Como todo profesional, ella también tiene un psicólogo deportivo, aunque reconoce que aprendió la calma en La Clínika del Éxito, de Wilfredo Guevara, una especie de centro de meditación. «Me ayudó a estar en foco, saber qué es lo que quería».
Algo Divertido
En la ciudad, Annia, que se coronó Campeona Nacional en diciembre del año pasado, maneja un Toyota Corolla del 96, al que le cambió el motor. Ella misma. A los diecinueve años, se anotó al taller de mecánica de Nicolás Fuchs. Lo conoció primero como profesor y mentor. Luego se convirtió en su pareja. «Después de ver todo el trabajo que hace, puedo decir que no existe un piloto como él en el Perú, a los límites que ha llegado. Sabe todo de su auto, es el más completo. En el extranjero, me decían «nunca he visto un piloto como él que se tire a ayudar a los mecánicos». Si no hubiéramos sido pareja, igual hubiera sentido admiración por Nicolás». En un video que promociona en sus redes, Annia habla de su temprano inicio con la velocidad. Tiene dos recuerdos. El primero, a los cuatro, cuando fue a ver competir a su papá Alberto, junto con su hermano. El segundo, cuando le regalaron una bicicleta de Barbie, pero su papá le quitó las rueditas y los pompones, la pintó de rojo y la convirtió casi en una BMX.
Chincha. Es el hogar emocional de Annia, donde vivió hasta los quince años; donde está la chacra por la que montaba bicicleta con su papá antes de ir al colegio; donde se ubica el restaurante familiar de los veranos. El lugar al que vuelve cuando regresa de viaje.
Le enseñó a manejarla el mismo día y luego se convirtió en una costumbre de padre e hija: salir muy temprano a montar bicicleta alrededor de la chacra que tenían en Chincha, donde vivió casi toda su adolescencia. Más adelante, fue una moto, una temporada haciendo downhill y después saltó a los autos.
Ahora le esperan seis competencias más, codeándose con destacados pilotos de todo el mundo. «Lo más importante es saber que estoy en un nivel diferente, así que debo empezar de cero, absorber todo lo que pueda aprender y llegar al nivel en el que están». Más allá de las giras internacionales, para Annia Cilloniz manejar sigue siendo algo divertido. «Cuanto te dije que, de repente, ponía en stand by mi carrera como piloto no estaba en duda dejar las motos o los autos. Si no estoy en competencia, estoy en el taller, o viendo a otros manejar en el mundo de los autos. No me alejo de ellos».
