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Arquitecto Adolfo Dueñas

AL MAESTRO ADOLFO DUEÑAS SE DEBE LA FISONOMÍA DE POPAYÁN

alto se encuentra el Patriarca San José, Patrono del Templo. • El Arquitecto Adolfo Dueñas, enriqueció el Templo de San Francisco en 1902, diseñó con estilo ecléctico el altar mayor, posee un expositorio tallado en madera y sobre él, el camarín central octogonal donde reposaba hoy una réplica de la imagen de la Virgen del Apocalipsis del siglo XX. El actual Templo se remonta al 14 de julio de 1775, por el Arquitecto español Antonio García. Más tarde el Arquitecto Adolfo Dueñas restaura la afectada Torre del Templo de San Francisco. • Adolfo Dueñas, participo también, en la edificación del Paraninfo Francisco José de Caldas de la Universidad del Cauca, obra que se comenzó a construir en 1892 durante la Rectoría de Martín Restrepo Mejía, según excelente diseño del arquitecto italiano Luis Chiappini. • En el Templo Santo Domingo, diseño y construyó la Torre Campanario de diseño octogonal, la cual alberga el bautisterio, la torre es coronada con una cúpula aristada.La construcción del Templo Santo Domingo o Nuestra Señora del Rosario con un estilo Barroco Neogranadino, fue diseñado por el arquitecto santafereño Gregorio Causí después del sismo de 1736 que destruyó la preexistente del siglo XVII. • Para 1897 se concertó el proyecto Teatro Municipal de Popayán, con el ingeniero Augusto Aragón, asesorado por Roberto White y el Arquitecto Adolfo Dueñas. La Guerra civil de los Mil Días, paralizó los trabajos entre 1899 y 1903, cuando los socios mencionados cedieron sus derechos al Municipio. El Teatro nació con financiación e idea de los eruditos Don Nicomedes Arce, Carlos Ayerbe Segura, Gonzalo Miranda, Adolfo Córdoba, Delfín Valdez y los hermanos Gonzalo y Domingo Lemos Bonilla. Los planos fueron elaborados por Mario Lombardi, empresario de la Compañía de Fantoches. • El Coro del Templo de San Agustín, es también obra del maestro Adolfo Dueñas. •Y la compleja y laboriosa Capilla privada del Palacio Arzobispal, digna de contemplar y admirar.

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PROYECTOS DE TEMPLOS EN OTROS MUNICIPIOS Y CIUDADES

La magnificencia que se percibe en la arquitectura de Adolfo Dueñas, no está fuera de él, sino dentro suyo, en la belleza, en la verdad, en su línea pura y virtuosa, en su febril creatividad, su armonía y su mística: manifestándose en la cadencia de los volúmenes, en el equilibrio en las alturas, en la armonía arquitectónica, en el uso acertado de los materiales y en su corriente inspiradora y creadora. Veamos otras de sus obras: • El Arquitecto Adolfo Dueñas construyó la Iglesia de los Municipios de Timbío, de los Municipios de el Tambo, Cajibío, Buenos Aires, Paniquitá y el bello Tempo de San Nicolás en la ciudad de Cali.

LA SELECTA OBRA PICTÓRICA DEL MAESTRO ADOLFO DUEÑAS

“Cuando el color tiene su mayor riqueza, la forma tiene su plenitud”

El color era su obsesión, su alegría y su tormento; y no era la ausencia de defectos, sino la presencia de eminentes cualidades lo que constituye la naturaleza del genio artístico del Pintor Adolfo Dueñas. Su exquisita y corta obra pictórica se conserva dispersa tanto en Popayán, como en la ciudad de Cali; como pintor fue retratista y autor de cuadros especialmente de temas religiosos, aunque se le conocen algunos temas profanos, varios de sus trabajos artísticos son:

Los cuatro evangelistas en las pechinas de la cúpula de la Catedral de Popayán, hacen parte de su técnica en oleo, destruidas por el terremoto de Popayán de 1983. El Retrato del Arzobispo Pedro Antonio Torres. Se conocen además una treintena de retratos de los personajes de Popayán, varios de los cuales reposan en el Concejo Municipal, tal como: el Coronel José María Quijano y el Dr. Francisco Antonio de Ulloa.

Las Obras que se destacan, son: La Costurera. El Otoño. El Divino Rostro. Dolorosa. La Marcha Triunfal de Bolívar al Templo de la Inmortalidad. Retrato del padre Gabriel Perboyre. Consagración del Departamento del Cauca al Sagrado Corazón. La muerte de San José. Pastorcita con su cabrito. María Hermana de Moisés. Libertador del Pueblo Israelita. El Descanso en Egipto. La Virgen del Carmen (pag. 124- Popayán, Religión, Arte y Cultura). San Antonio de Padua. El Niño Castigado. El entierro del Salvador. El concierto de los Ángeles. La Dolorosa. El Niño Dios Dormido sobre la Cruz. Bautismo de Jesucristo. La despedida del preso. El Santo Ecce Hommo. Las Tres Gracias. La Asunción. Juicio de Salomón. La Pri-

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mavera. La Aurora. El Columpio. Combate de los Israelitas con los Cananeos; estas obras, hacen parte de la reducida, pero magnífica colección del Pintor Adolfo Dueñas.

ADOLFO DUEÑAS EL HUMANISTA

El Antropólogo y filósofo francés Claude Lévi Strauss, una de las grandes figuras de la antropología; de hecho fundador de la Antropología Estructural, al referir sobre el “Humanismo”, afirmaba: “Un humanismo bien ordenado no comienza por sí mismo, sino que coloca el mundo delante de la vida, la vida delante del hombre, el respeto por los demás delante del amor propio”. Nada más acorde a la filantropía y altruismo del Maestro Adolfo Dueñas Lenis, en cada una de sus obras; porque para él, precedieron siempre sus coterráneos, su ciudad y sus tradiciones, antes que su propia existencia.

Cabe recordar la vinculación de Maestro Adolfo Dueñas con la Universidad del Cauca, en la que fue un aventajado alumno que mereció distinciones por su rendimiento académico, que lo llevaron a ser profesor emérito durante varios años.

Fue además Concejal de la ciudad y en ejercicio de ese cargo orientó y dirigió muchas de las obras públicas que a principios del siglo que se realizaron en la ciudad. La Administración Municipal constantemente solicitó sus servicios como consultor, los que muchas veces prestó en forma desinteresada, impulsado solo por el afán de servir a la sociedad payanesa.

El arquitecto Adolfo Dueñas falleció en su ciudad natal Popayán, a sus 67 años, un día de octubre de año 1909, tres años después que la nueva Catedral de Nuestra Señora de la Asunción fuera dada al culto.

El arquitecto canadiense ganador de Premio Pritzker de Arquitectura Frank Owen Gehry, afirmaba: “La arquitectura debe hablar de su tiempo y su lugar, y a la vez, anhelar la eternidad.” Y efectivamente el arquitecto Adolfo Dueñas dejó huellas inevitables del tradicional pasado arquitectónico de Popayán, que se conserva como testimonio de una época gloriosa y a su vez van íntimamente ligadas a la historia de sus gentes, sus tradiciones, su cultura y de su religiosidad; donde sus trazas acarician la eternidad.

…Por tanto los payaneses deben discernir sobre esta gran herencia patrimonial de todos estos virtuosos arquitectos, con minuciosa investigación, contra los avatares renovadores del modernismo; y aunque éstos sean extremos, se deberá guardar siempre su traza originaria, su esencia y su eterna identidad.

Recuerdo de Semana Santa

POR: FELIPE GARCÍA QUINTERO- POETA

MAGÍSTER EN FILOLOGÍA HISPÁNICA

arullo de voces y rostros en la calle. Alejada, por fin, del infierno automotor, la gente sale a verse, a reconocer su propia ciudad.

Caminar despacio, respirar lento, volver a sentir en todo lugar, en cada cosa, el aura silvestre de ese lugar nuestro elegido para el descanso y la contemplación de otros, un espacio que surge inmaculado tras la nube de la cal terrestre del reciente empañetado, esplendoroso para ser al cabo la misma ciudad de antaño.

Sin embargo, otro tiempo empieza ahora con la fantasmagoría urbana de enlucir fachadas, y una Popayán transitoria se levanta de los huecos clausurados, de las aceras pulidas y las fachadas limpias de intemperie social.

Pasos y más pasos entorno al centro hacen de Popayán un largo monólogo. Y quien consigo habla, dice el poeta español, espera hablar a Dios un día. Asunto principal de estas fechas sin llegar a ser lo exclusivo, pues también aquí el camino de la creencia resulta plural, y como la ciudad misma, su práctica es múltiple, diversa y heterogénea.

Para algunos Semana Santa es vida (comercial, cultural, espiritual, sexual) al límite, un hecho social total, lo llamó Marcel Mauss, pero no desde el margen impuesto de la carencia, el sacrificio o la renuncia, sino mejor desde el exceso voluntario, la libre profusión y la exuberancia de lo propio compartido. Por ello, a cada procesión sigue la vigilia nocturna en tabernas, discotecas y burdeles. Como no decirlo. Bien lo ha explicado la teoría antropológica: lo sagrado y lo profano conviven y reclaman una vida única y plena, de vinos desbordados, como cantó el poeta de Charleville, Arthur Rimbaud, un día que aún no termina.

Así también las miradas de los transeúntes que van y vienen, del cielo al suelo, a diestra y siniestra; de acera en acera; adelante o atrás, de cirio en cirio, entre las alcayatas sembradas con sus ramos fúnebres en el pavimento; donde cada vistazo busca una revelación.

Antes la calle fue la pasarela pública de un frenesí de cuerpos en procura de tomar un lugar visible en el desfile jerárquico de la sociedad transcolonial. La solemnidad de los que pasan empaña con su arrogante poder la mirada del espectador. Pero en ese ir y venir la imaginación trama humildes historias que murmuran deseos y recuerdos.

Por ejemplo, la del joven febril que busca en vano cada noche a la muchacha pálida en la misma esquina que su belleza le animó por igual el apetito de la carne y la fe en Dios. Entendemos entonces por qué ahora, y más aún durante estos pocos días, el amor es a última vista, como descubrió Walter Benjamín.

La extraña y curiosa relación de los patojos con su Iglesia

POR: MARCO ANTONIO VALENCIA CALLE

VALENCIACALLE@YAHOO.COM

l año del bicentenario de nuestra independencia nos trae a la memoria que la relación de amor entre la iglesia católica y la sociedad payanesa no siempre ha sido genuflexa, aunque la fastuosidad de las iglesias y las procesiones más bellas de América que se realizan en Popayán, parecieran decir lo contrario.

En honor a la verdad, cuando se proclamó la independencia de la Nueva Granada de los ibéricos y las tropas de su majestad fueron derrotadas y expulsadas por Bolívar, España no se fue del todo. Su lengua, sus creencias religiosas y su raza en la sangre de sus vástagos, se quedaron en lugares como Popayán, villorrio construido para ser habitado por familias españolas que conservaron sus costumbres, blasones, escudos, apellidos, formas de actuar, pensar y vivir.

En épocas de la conquista, la colonia y la república, enfermarse de cualquier gripa era mortal, la naturaleza era peligrosa, las guerras frecuentes y la aventura de vivir en el Nuevo Mundo una incertidumbre. Así que rogar la protección de Dios haciendo donativos a la iglesia era lo único cierto contra todo mal y peligro.

Los criollos de Popayán, tan ricos como eran gracias a que llegaron a tener más de dos mil esclavos trabajando en sus minas y haciendas, obtuvieron favores especiales de la corona para tener una Casa de la Moneda (léase banco), escudo de armas, arzobispo con catedral, gobernador con palacio municipal, entre otros. Con tantos miedos, poder y dinero, donaron lo suficiente para levantar iglesias, conventos y organizar las procesiones de Semana Santa más bellas del mundo.

La otra cara de la moneda en la relación sociedad-iglesia en Popayán, se da con la llegada a la presidencia de José Hilario López y Tomás Cipriano de Mosquera —patojos raizales, hijos de familias españolas y educados en el catolicismo cristiano—, porque fueron ellos los que desmontaron prácticas poco santas de la iglesia para las finanzas de la gente y la nación.

Resulta que cuando el papa Gregorio XVI, en el año de 1835, por fin reconoció la independencia de la Nueva Granada, los criollos ilustrados se dieron cuenta de que, si bien la iglesia había cumplido un importante papel evangelizador, era dueña de extensos territorios y la propietaria de los edificios más bellos de la época, obtenidos prestando dinero e hipotecando a particulares que no podían pagar. Y, por si fuera poco, el Estado cobraba diezmos por ley a los particulares para entregárselos a la iglesia.

Una vez se descubren estas prácticas, aparece desde los centros universitarios la tesis que todo lo dejado por los españoles debía pasar a manos del nuevo régimen o gobierno, incluso, los bienes de la iglesia; pero ningún partido político fue capaz de actuar por el miedo que significaba enfrentar a una institución con púlpito abierto para desacreditarlos en una sociedad creyente y electora.

Al llegar a la presidencia el general José Hilario López (1849 a 1853) se vio constreñido por el Congreso para la aplicación de leyes que obligaron a la iglesia a entregar el seminario de

Hoy la iglesia ya no cobra impuestos por Ley para sostenerse y pide diezmos voluntarios a sus fieles.

San Bartolomé de Bogotá, suspender las partidas de dinero que se daban para la manutención de sacerdotes, y la suspensión del cobro de diezmos en favor de la iglesia.

Para rematar, cuando el general Mosquera se proclama presidente provisorio de los Estados Unidos de Colombia (en 1861), decreta “la tuición de cultos”, ordenando a los religiosos tener permiso del ejecutivo para ejercer su prédica. Luego declara la “desamortización de bienes” para obligar a la iglesia a entregar sus inmuebles y tierras a la nación (aunque se sabe que prefirieron rematar la mayoría de ellos a particulares, antes que ceder a lo que consideraban un capricho del dictador liberal). Y una tercera acción fue la expulsión de las comunidades religiosas existentes en el país, como los jesuitas, por ejemplo.

Hoy la iglesia ya no cobra impuestos por Ley para sostenerse y pide diezmos voluntarios a sus fieles; recibe rentas por servicios religiosos, administración de cementerios, servicios educativos a través de universidades y colegios privados, tiene ingresos fijos por arriendos de inmuebles e inversiones en la banca.

Paradójicamente, si las acciones de los ilustres ex presidentes patojos pudieron haber arruinado a la iglesia, con las procesiones de la Semana Santa de Popayán, esa misma iglesia cada año recobra vida y acrecienta la fe de sus feligreses en todo el mundo.

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