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Tres Cuentos por Héctor Aparicio

por Héctor Aparicio.

El bufón

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Sucedió una vez que un bufón llegó a gobernar un país. Era un país tan país, como decían sus paisanos, porque todos eran muy orgullosos, y aunque ese bufón siempre fue una burla para todos los orgullosos paisanos, él les terminaba robando. Hasta el mismo bufón afirmaba y decía con descaro que estaba robando. Pero como lo hacía con circo, maroma y teatro, los paisanos reían y reían sin reparo. Incluso hicieron dibujos graciosos del bufón, los cuales compartían y compartían a carcajadas. El país tan país, como decían los paisanos, poco a poco se llenó de pobreza, con paisanos más y más pobres, aunque más y más contentos. Y así, era un país pobre con un bufón rico. Desde luego que los orgullosos paisanos sabían que el bufón estaba robando. Pero lo único que les importaba era la verdadera honestidad con que el bufón afirmaba que estaba hurtando. Dichosos y orgullosos, los paisanos del país tan país estaban tremendamente agradecidos con el bufón: los mantenía al tanto de sus delictivos movimientos. Por ello decidieron extender su mandato. Entusiasmados, los paisanos del país tan país dieron la noticia al bufón, la cual recibió desanimado, pues era imposible continuar en un gobierno sin sustento: ya todo había sido dilapidado. Al término del cargo, tristes, los paisanos se despidieron del bufón entre risas y llanto, porque no sabían si de nuevo encontrarían a alguien tan honesto entre ellos.

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Ser poeta

Quería ser poeta. Los poetas escriben versos y son espíritus fatigados. Quería ser uno de esos espíritus, pero, como todo caballero con potencial, me chingué la rodilla. Un día, durante el trayecto hacia el trabajo, me caí en una banqueta. ¡Lástima! Ya no pude escribir versos. Desde ese momento olvidé cómo hacerlo. Ahora en lugar de ser un poeta que necesita reposar el séptimo día, descanso toda la semana. No me puedo imaginar a esos poetas con inspiración, esos a los que los dioses regalan los primeros versos. Desde luego intenté escribir sonetos, redondillas, quintillas, cuartetos, pero me dolía la rodilla. Para acabarla de amolar cuando escribía sólo redactaba oficios. En fin, el resto de mis días los vivo como cualquier mortal de este mundo: a sabiendas de que nunca haré mi obra maestra gracias a mi rodilla.

El comediante y el filósofo

No dejo de pensar en la relación entre la filosofía y la comedia, especialmente entre las personas que las representan. Me refiero, desde luego, al filósofo y al comediante. Por ejemplo, cada uno toma la palabra frente al público, lo entretiene un par de horas y hace observaciones con mofa. De lo contrario, puede ser abucheado, o peor aún, ignorado por la misma audiencia, a riesgo de que los espectadores o los estudiantes lo olviden. Por ello, no es de sorprender lo que escribió un jorobado de nombre —si no mal recuerdo— Johannes Taciturnus y que dice más o menos así: “En un teatro empezó un incendio tras bambalinas. Inmediatamente salió un payaso al escenario para advertir al público. Pero el público echó a reír, creyó que era una broma y aplaudió. El payaso, entre risas y aplausos, repitió la advertencia, pero el público sólo se puso más contento. Creo que así perecerá el mundo: con la carcajada de todos al suponer que se trata de un chiste”. Hoy en día el mundo arde y comediantes o filósofos únicamente dan risa.

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