Revista Literaria jaleo. Número Uno. Enero 2024

Revista literaria

Revista Literaria “Estás (estoy) aquí, al borde mismo de la alegría” Julio Vélez

Enero 2024. Número uno Correo electrónico: revistaliterariajaleo@gmail.com Equipo coordinador: Daniel Gutiérrez, Rocío Gordillo, Antonio R. Ramírez Colabora: Asociación Poética Sin Fronteras

POEMAS RELATOS

RECOMENDACIONES

POEMAS

ROSA IMPURA Un lápiz rojo sobre el horizonte, anuncio del silencio, nos dibuja desnudos y grotescos sobre la piel nocturna del mundo, de ese mundo que nos hiere con el miedo y la culpa.

Oscuros son los límites del mundo.

La vida es una rosa que siempre se abre impura, es la rosa caníbal que devora inocencias.

Nadamos en la duda; ¿Qué camino tomar? ¿Dónde está la verdad?

Vagamos por las calles en manadas absurdas, la multitud es otra forma atroz de soledad. Disfruta de tu porción de espacio y de tu tiempo comprados con tus días, con tus sueños; oculta tu miedo y tu vacío.

Las doce de la noche, extrañas brumas confunden la mirada con furtivas siluetas que susurran.

A veces el silencio es un cuchillo que entre las sombras brilla y siempre busca la sangre de unos sueños.

Sobre la nada escribe el lápiz rojo sin punta: es la hora bruja.

Miguel F. Rivero

6

RABEL DE LA ESPADAÑA En esta, tu noche negra, con un cuchillo de plata, te arrancaría de tu muro, y te amaré mi Espadaña...

En el muro de mi patio sin que nos importe nada, yo te pondría a cantar, mi amada y bella espadaña, que qué importa aquella gente, si nadie a ti te miraba, si sólo yo a mi azotea por verte, allí me asomaba...

Que si yo un día quisiera, con un cuchillo de plata, te arrancaba de tu muro, y en mi alma te colocaba, espadaña de mi barrio, que a la tarde enamoraba...

Guillermo Martín

7

NUNCA TE FUISTE Te sentimos elevarte, en la tarde.

Un tiempo nuevo había llegado sin ti, sin tu mirada, sin tus gestos, sin tu sonrisa ni tu palabra...

Te alejaste solemnemente pero nunca te fuiste...

El silencio pasó a nuestro lado, se quedó con nosotros, se perdió por los cielos y bajó de nuevo, para quedarse, querido hermano...

José Manuel Maguilla Luna.

Primer Premio del V Concurso de Epitafios de Monturque.

Monturque (Córdoba), 30 de octubre de 2021.

8

SONETO A MAMÁ Guardas un calor cotidiano en tu mano que no ocultas que ofreces generosa como el jardín al cielo muestra rosas incendios besos del sol de verano.

Si alguna vez recuerdas lo lejano en apagadas nubes silenciosas que tu boca nunca se ponga furiosa ni que se cuele viento de solano.

En tu mapa de arrugas tan hermosa te rodea un amor tan cercano y se iluminan las flores borrosa.

Que te hace sentir aún más gloriosa cuando das ese calor cotidiano desde tu humilde casa calurosa.

José R. Cabrera

9

PISCES MOON Born under a pisces moon, I turn my dreams my reality; but all those imaginary sceneries, that came out of my own fantasy, only got me sour tears.

They say i'm way too deep, that you could drown, if you swam in my dreams.

I am the type to overthink, and rewrite in its head; the thousands of times, that were left on a shelf, the feelings unsaid.

So, without stitches to mend myself, I've learnt, how to numb the pain; throwing away the keychain, of the room, where I kept, all the half stories that slipped away.

And without a gleam of a heart, I've eaten up every single butterfly; so I could walk, with both eyes closed, through a corridor, full of all the names, that I left on the stove.

Irene Peña 11

LUNA EN PISCIS Nacida bajo la luna de piscis, convierto mis sueños mi realidad; pero todos esos paisajes imaginarios, que salían de mi propia fantasía, sólo me proporcionaron amargas lágrimas.

Dicen que soy demasiado profunda, que podrías ahogarte, si nadaras en mis sueños.

Soy de las que sobreanaliza, y reescribe en su mente; los millones de veces, que fueron dejados en una estantería, los sentimientos no dichos.

Así que, sin puntos para remendarme a mí misma, he aprendido cómo adormecer el dolor; tirando el llavero de la habitación, donde dejé, todas las medias historias que se escaparon.

Y sin un atisbo de corazón, me he comido cada mariposa, para así poder caminar, con ambos ojos cerrados, por un pasillo, lleno de todos los nombres, que dejé en la estufa.

Irene Peña

12

RESPUESTA Lo susurro, lo escribo, lo grito, Lo pinto en lienzos vacíos, Arranco horas del reloj austero, Le pierdo el miedo al abismo frío.

Me pierdo, lloro, sonrío, Me encuentro en un refugio contigo, Me ahogo en ríos, respiro en tu pecho, Me rescatas de bosques sombríos.

Te entrego los tristes cielos Que antes sólo eran míos.

Confío, en ti confío, Y cuando en piezas me siento deshecho Agarro tu mano y me guío.

Te esculpo textos sinceros, Los más puros que han existido.

Existo sólo por tu cariño Y por verlos, Esos ojos que son mi destino.

Sonrío si te imagino leyendo Estos pobres versos míos, Pero con ellos sólo quiero Encontrar las palabras que ansío Cuando me preguntas con ojos serios Si yo de verdad te quiero.

Te venero, te adoro, te ansío.

Vivo por tu cuerpo, por tus cielos, Vivo por tu boca y tus besos, Por tu tierra y tus ríos.

Te quiero, claro que te quiero, Te adoro, universo mío, Me das oxígeno y tiempo, Eres todo por lo que vivo.

Daniel Gutiérrez

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PALABRAS Las palabras, esas palabras, las que vuelan, las que corren, las que hieren, las que sanan, las que salen, y las que no, las palabras, esas palabras.

Palabras que pintan mundos, con sus grises, negros y blancos, con sus rojos pasión, y sus amarillos soleados, con sus azules cielo, y sus rosas felicidad, las palabras, esas palabras.

Palabras que esculpen sentimientos, sollozos para la tristeza, gritos para el miedo y la ira, carcajadas para la alegría y la felicidad, las palabras, esas palabras.

Palabras que crean las lenguas, cirílico, latino o anglosajón, onomatopeyas que muestran el ruido, acentos… que dan la razón, las palabras, esas palabras.

Palabras que son movimientos, rápidas y entrecortadas, para la emoción, serenas y sonoras, para la argumentación, inexistentes… cuando se halla la razón, las palabras, esas palabras.

Antonio Igeño

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ABISMO Qué triste oficio el del abismo cuando lo miro juega conmigo.

Tu ojo indigno mirando el cielo espera miradas de tu cortejo.

Profundo silencio en tu deseo desesperado por algún beso.

Maldito abismo en lo profundo, ¿Qué estás esperando de este mundo?

José R. Cabrera

15

ETÉREA Suena un beat todo fluye sonrío, pienso: Selu, qué bueno eres.

Noche en blanco, nada de satén, solo mi cabeza.

Huye.

El agobio llega.

Pasan las horas el tic tac resuena, solo se oye ese latir, pulso constante - lo que aguante la pila Empieza a asomar la mañana, olor a café, tostadas.

Suena la radio, se rompe el silencio, rápido se fue, noche que no viví.

Vigilia que, sin buscar ser caballero, hidalgo me hizo en mi locura.

Soñar es gratis, dicen algunos.

Un mundo para otros, apesadumbrados, inmersos en su rutina, corren al no sé qué, en busca del qué sé yo.

La noche llega, nuevo el beat, el pensamiento vuelve, otra noche, etérea.

Zafos

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PA´ QUÉ ME BORRAS ¿Pa´ qué borras mi nombre en tu cuaderno, si no puedes borrarlo de tu recuerdo? ¿Pa´qué me lo haces?

Te acordarás de mí al ser la tarde. ¿Por qué dices "De este agua no he de beber?

Que yo triste te he visto viendo volver a mis zapatos por la calle de Triana que va a tu lado... ¿Por qué dices que no y luego sí, si yo sé que me quieres por siempre a mí? ¿Pa´ qué me borras de tu cuaderno, y miras que llega mi hora?

Guillermo Martín

18

ÁRBOL DE OTOÑO. Duerme, hojas de adorno, el árbol se desnuda, la savia hiberna en el tronco de las noches oscuras.

Tonos ocres, amarillos y pardos alfombran calles plateadas, el otoño es dueño del encanto de las tardes grises y nubladas.

El viento arrastra sin miedo un murmullo de hojas, el árbol caduco es más viejo cada vez que se despoja.

El gorrión busca otro aposento donde descansar sus alas, este árbol que parece muerto volverá con verdes ramas.

Pepe López

19

SENTIRTE INDESTRUCTIBLE

Una madre y un bebé contra viento y marea.

Un obrero al que le falta el aliento.

Una joven cuyas puertas se le cierran.

Un migrante jornalero llorando sin consuelo.

Unos Nadies que como la nada son tratados...

Puede que sientas que el mundo se derrumba.

Y, ¿quién sabe?, puede que así sea.

Pero, óyeme bien: incluso si te rindes, aquí está tu gente: armando jaleo, yendo adelante.

Porque, como decía aquella teosofía mística de la que fuimos herederos en suelo andalusí, si conectas el centro del mundo -tu corazón- con el centro del universo, tejerás una cadena de plata que te hará indestructible, cual piedra resistente que vuelve del fondo del mar.

Por eso, y de nuevo, óyeme bien: puede que sientas que el mundo se derrumba.

Y puede que, ¿quién sabe?, así sea...

Pero, si te rindes, aquí seguiremos nosotrxs: amando el jaleo, ¡y siempre adelante!

J.D. Vidal Gallardo

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HE ROBADO CUERDAS He robado cuerdas y laurel de un convento, he agarrado del pescuezo pequeños gatos como lo haría su madre, he profanado libros de la biblioteca pública, me han multado por idiota, he descuidado lo valioso y he dejado de limpiar el suelo por unos días.

Aquí sigues a mi lado y yo trato de redimirme una mañana cualquiera en que la claridad asusta, me habré dicho de los jazmines, que marean, tonto de mí.

Se oyen calle abajo carcajadas jazmín, en los portales cuchicheos hierbabuena, murmullos laurel en las cocinas, y en casa un tomillo bostezo en la cualquier mañana en que asusta la claridad.

En la ventana un trino mirlo y una verde burla helecho aferrándose a la tierra.

Desde lejos ríe el jazmín, páginas pasadas del libro que acabaré mañana cuando, los aromas me rodeen y caiga yo detenido de olor, prisionero de una memoria en la que viajan mis abuelos.

Guillermo Espinosa

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MUD WATERS Up in the sky, or deep down in mud waters, I hate and misread, the way that you treat me.

But I’ve said it before, that you just don’t love me, I’ve said you before, that you just won’t own me.

Cause I’ve been here before, and I’ve lost it all; walking streets all alone, after a nightmare created by own choices.

So, I warned you a hundred of times, that I won’t waste my time, if there is not more love in between your sheets;

if keep giving me excuses for your behavior, became a habit of yours, if it just turnt, into one of your traits; cause, I’m not willing to deal with it, any another day.

I am telling you, that I’m not anymore, a manikin for you to show when you’re in a good mood; I’m not, a punching bag, to throw against a wall;

if everything you teach me, is how to lie, in ways I’ve never heard before;

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a corridor, filled with the emotions and image, of all the places where i thought, you would understand, what love meant; what was, being alienated with your own words.

But i guess, again, i have to collect the pieces of myself, scattered all over our bedroom floor; again, i must forgive myself, to find a breath of fresh air.

And finally, expose to the world; the facade that you still put on, that allow you to not being accountable, for the wrongs, that you are still, not willing to take the blame for.

Irene Peña 24

AGUAS DE LODO Arriba en el cielo o en lo profundo del fango, odio, y malinterpreté, la forma en la que me tratas.

Pero lo he dicho con anterioridad, que tú no me quieres, te he dicho antes, que yo no te perteneceré.

Porque yo, ya he estado aquí antes, y lo he perdido todo; caminando sola por las calles, después de una pesadilla creada por mis propias elecciones.

Así que, te advertí un ciento de veces, que no perderé mi tiempo, si no hay más amor entre tus sábanas;

si seguir dándome excusas por tu comportamiento, se convierte en uno de tus hábitos, si sólo se convierte, en uno de tus rasgos; porque, no estoy dispuesta a lidiar con eso ningún otro día.

Te estoy diciendo, que ya no voy a ser más, un maniquí para mostrar cuando te sientas de buen humor; ya no voy a ser, un saco de boxeo, para lanzar contra una pared;

si todo lo que me enseñas, es como mentir, en formas que nunca antes había oído;

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un pasillo, lleno de las imágenes, y emociones, de todos los lugares donde yo pensé, que entenderías lo que significaba el amor; lo que era estar alienado con tus propias palabras.

Pero supongo que, de nuevo, tengo que recoger los pedazos de mí misma, esparcidos por todo el suelo de nuestra habitación; de nuevo, debo perdonarme a mí misma, para encontrar un soplo de aire fresco.

Y finalmente exponer al mundo, la fachada que sigues poniendo, que te permite no ser responsable, de los errores, que sigues sin estar dispuesto a asumir.

Irene Peña

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INTERLUDIO

FUERA DE LUGAR Alumbrar luces, sin iluminar el camino; nublar los ojos, para no ver; aire que pesa al respirar, como si fuese ajeno; sentir la soledad, rodeado de gente; hablar un mismo idioma, y no entenderse; saltar mil lunas para ella, pero no en su galaxia; no ser ya uno mismo, cuando ella está delante; estar a un metro de ella, pero en realidad a kilómetros; sentir quebrados los huesos, inmenso dolor desencajado; atrapado en el cajón de su mesilla, ebrio de noches sin descanso; ahogado en la bañera de su realidad, estar… fuera de lugar.

Antonio F. Igeño

El error está en mí, todo el fallo está en mí, el tropiezo, el error, hasta el botón rojo está en mí.

El suspenso está en mí, la caída está en mí.

Pero la solución, se encuentra dentro de mí.

Curro Pavía “KP M.D.L.F.”

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RELATOS

CAMARADAS -I¡La guerra había terminado!

El último parte de guerra resonaba en las emisoras de radio, aparecía en las portadas de los periódicos y era celebrado con misas, desfiles y algaradas por todo el país.

El pequeño pueblo andaluz de la sierra parecía volver a la normalidad, si se puede entender que en un pueblecito de poco más de mil habitantes, más de trescientos, en su mayoría jóvenes, hubiesen perdido la vida. No había familia sin luto en toda la población.

En los dos bandos había víctimas, en los frentes de batalla o en la retaguardia; allí mismo, en las mismísimas tapias del cementerio o en alguna cuneta de los alrededores, como en tantos lugares de España.

Ahora volvían a sus casas dos compañeros de armas, dos vencedores, los valerosos y audaces falangistas del pueblo que habían luchado codo con codo durante buena parte de la contienda, habiéndose casi hermanado por las circunstancias vividas en los últimos tres años.

Uno de ellos, todo un señorito del pueblo, cercano ya a los treinta y cuatro años, soltero y rico hacendado, de porte agradable y altanero, todo un dandi para las muchachas casaderas que tenían puestos sus ojos en él. Era rico, sí, sobre todo tras la trágica muerte de su padre y de su hermano mayor en los primeros días del “movimiento” a manos de las “hordas rojas” como las llamaban ellos. Después, pocos meses antes de finalizar la guerra había muerto su madre, por lo que don Tomás era rico, sí, pero ahora se enfrentaba a una terrible soledad; solo remediable con la búsqueda tan pronto como fuera posible de una esposa. Eso al menos era lo que le aconsejaban sus parientes, amigos y conocidos; más de uno intentando colocar a algunas de sus hijas en tan fructífero emparejamiento.

El otro camarada, Francisco Díaz, más conocido por “Curro el de las cabras”, había corrido una suerte parecida en cuanto a su familia, con la diferencia de que a pesar de haber perdido a sus padres de muerte natural en el transcurso de la guerra, a su único hermano lo habían fusilado pocos días después de entrar las tropas franquistas en el pueblo, a pesar de no haberse “significado” como decían ellos, pero estuvo considerado como un “anarquista peligroso” y desafecto a la causa nacional, según dijeron sus asesinos.

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La principal diferencia entre el rico heredero y su amigo el cabrero era que éste no estaba completamente solo, era bastante más joven y tenía su novia, Carmelita, la muchacha más bonita del pueblo, diecinueve años, dos menos que él, y ya habían decidido casarse, después de llevar de novios desde que eran unos críos.

Durante la guerra, don Tomás había cuidado de Curro, porque además de ser paisano suyo, conocido de toda la vida, él y su familia, lo había aceptado como a un hermano pequeño, habiéndose convertido en una mezcla de padre y hermano mayor para él.

-IIAhora habían cambiado las cosas. Carmelita y Curro se habían casado.

Nada de celebraciones, el luto todavía estaba presente. Don Tomás buscaba novia, pero tendría que hacerlo fuera del pueblo, allí no hubiera encontrado lo que él buscaba.

Dos años habían pasado ya desde la última vez que se vieron; Curro había engordado y don Tomás, que seguía solterón, empezaba a mezclar las primeras canas en su bigotillo recortado y en su pelo negro, ensortijado y abrillantado.

El abrazo no fue tan efusivo como otras veces, al menos por parte del cabrero, presintiendo unos ademanes despóticos en su antiguo camarada, que antes de darle el abrazo, se cuadró y alzó el brazo haciéndole el saludo fascista. La Segunda Guerra Mundial y los éxitos de los alemanes en la contienda fue su primer tema de conversación, antes de preguntarle cómo le iba la vida de casado.

Un escalofrío recorrió la espalda y los brazos de Curro el cabrero, acordándose del asesinato de su hermano mayor en aquellos días de represalias. Al recordar como su padre le había aconsejado afiliarse a la Falange e irse voluntario al frente para intentar salvar el pellejo, siendo casi un niño.

Pues bien, recordar el pasado no tan lejano, intuir un presente tan distante entre un humilde cabrero y el hombre más rico del pueblo le impedían articular palabra, incluso dudaba entre tutear al señorito o hablarle de usted; así que se conformó con oír las sandeces del otro, elogiando los éxitos de Hitler, y... “adiós muy buenas”.

“Me alegro de haberte saludado”. Esa sería la última conversación que tendrían en sus vidas.

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-III-

Que Carmelita era la mujer más guapa del pueblo, nadie lo ponía en duda, nadie podía ponerlo porque todos llegaban a la conclusión de que su cara morena, sus ojos oscuros de mirada penetrante y la escultural belleza de su cuerpo la hacía única entre todas las jóvenes del pueblo, siendo admirada y elogiada por su belleza, tanto por los hombres como por las mujeres.

Su marido, en cambio, era un muchacho de lo más corriente; ni feo ni guapo; ni alto ni bajo; ni flaco, porque desde que se casó no paraba de engordar, a pesar de los “años del hambre”, su economía con las cabras no le iba nada mal. Por lo demás, tampoco destacaba su físico ni su cara, que, con la solana del pastoreo con sus cabras, la tez se le iba ennegreciendo cada día más, así su aspecto tosco y rudo iba acrecentándose con el tiempo.

Don Tomás, por su parte, seguía encandilando a más de una paisana, aunque a él no le llamara ninguna la atención, como no fuera para pasar el tiempo aprovechándose de ellas, creando falsas expectativas que quedaban en nada.

Tampoco hacía ningún caso de los consejos y recomendaciones de algún que otro amigote, interesado en emparentar con el mayor cacique del pueblo, al que ya habían propuesto para alcalde, pero él había rehusado tal cargo, con sus fincas y sus prósperos negocios ya tenía suficientes quebraderos de cabeza. Ahora había decidido quedarse para siempre en su pueblo, tras dos años de infructífera búsqueda en la capital, donde no había sabido adaptarse a su gente y a sus costumbres, así que volvía a sus tierras y a su pueblo, allí donde era tan apreciado y admirado por todos y donde se sentía el dueño y señor de todo cuanto le rodeaba.

-IVLos lazos de amistad que en el pasado habían existido entre los dos compañeros de armas se habían roto.

En más de una ocasión el cabrero había sido expulsado por los guardas del cortijo que don Tomás poseía en la falda de la sierra, unas tierras que nunca se sembraban y que ahora estaban siendo aprovechadas por un rebaño de ovejas adquirido por su dueño, con la intención de aprovechar al máximo aquella dehesa.

Mientras tanto, la feliz pareja hasta entonces, comenzaba a tener sus más y sus menos. Entre la búsqueda de un ansiado embarazo que no llegaba, la desilusión de la esposa con la vida tan sacrificada que llevaban en mitad del campo, en aquella humilde casilla, pegando a la sierra y a las tierras del hombre más poderoso del pueblo.

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Las largas horas pasadas en la más absoluta soledad, mientras su marido sacaba sus cabras, las faenas de ordeño, sacaba sus cabras, las faenas de ordeño, la elaboración de los quesos, y, sobre todo, aquel olor penetrante que nunca llegaba a desaparecer, por mucho que le dijeran que ya estaría acostumbrada.

Su marido parecía feliz cuando ella lo veía salir con el ganado, con su burrita para portar el hatillo y sus perros turcos para ayudarle a controlar a sus cabras...

Pero la realidad era bien distinta, Curro achacaba a él mismo la falta de fertilidad, aunque no se lo dijera a Carmelita, a la que veía cada día más bonita y hermosa.

En sus horas solitarias, pensando y pensando, en más de alguna ocasión el ganado se le había descarriado. De lejos, cuando divisaba su casucha y sus corrales, no podía perderlos de vista. Sobre todo, cuando divisó por primera vez a su antiguo camarada, montando a caballo por las tierras colindantes, mientras su mujer, con un cesto en la mano alimentaba a sus gallinas.

En ese mismo instante comenzaron a acrecentarse los celos del cabrero. Ni un solo instante dudó en regresar cuanto antes al redil con sus animales, a paso ligero, aunque fuera tan temprano...

Fue la primera trifulca importante entre los dos. Curro no quería que Carmelita saliera más con el achaque de las gallinas, había muchos hombres merodeando por allí, le dijo, y ella no tenía por qué lucirse ante ellos, pues todos se fijaban en la mujer más bella del lugar, aunque estuviera vestida de cabrera en medio del campo.

“Y el chulo ese de don Tomás, como yo lo vea acercarse por aquí, será la última vez que lo haga”. Así fue como acabó la felicidad, comenzando el odio de ella y los celos desorbitados de él.

-VDon Tomás había fijado la residencia en su cortijo de la sierra, donde pasaba la mayor parte de su tiempo, allí era donde le gustaba vivir, apartado de embaucadores y de falsos amigos. Por allí paseaba a caballo; subía a la sierra, observando el paisaje; a su amigo el cabrero recorriendo los senderos con sus animales y cómo no, a la muchacha más bonita de aquellos contornos, cuya elegante figura divisaba a lo lejos cuando se dejaba ver por los alrededores de su humilde vivienda. ¡Cuánto daría él por encontrar una mujer como aquella!

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Ya no sabía si se estaba enamorando o estaba ya enamorado del todo.

Pero se trataba de la esposa del que en otra época había sido su protegido, su hermano menor, su fiel camarada en aquella “Santa Cruzada”, como le gustaba llamar a la pasada guerra civil.

Carmelita suspiraba cuando veía a lo lejos la figura de aquel corpulento y apuesto jinete, imaginándose en sus brazos, oliendo su perfume o intuyendo la limpieza y el frescor de su cara varonil, a pesar de ser mucho mayor que ella.

En más de una ocasión don Tomás le había lanzado un saludo desde la lejanía, quitándose el sombrero cordobés y agitándolo de un lado a otro. Saludo que era correspondido con sonrisas y abaniqueo de la mano en señal de agradecimiento y complicidad por parte de ella en aquellos devaneos.

Hasta que una tarde, de vuelta al redil, Curro los pilló en aquellas salutaciones, viendo como se alejaba su traidor camarada, encendiendo la chispa del fuego de los celos en su máxima expresión, montando una monumental bronca que dio al traste con algunos enseres y objetos de su humilde vajilla. Incrementando en su mujer aquel odio incipiente que había aflorado en ella en los últimos meses. Las amenazas del marido acabaron del todo con aquella historia de amor, un amor que se profesaban desde niños, y a don Tomás no podía quitárselo de la cabeza...

-VILos días pasaban. El alejamiento entre el matrimonio iba acrecentando los deseos de aquellos dos traidores, pensaba el cabrero; andando siempre al acecho por aquellos pedregales de la sierra, sin perder nunca de vista la casucha o el cortijo del “señorito Tomás”, como lo llamaba ahora cuando se refería a él delante de su mujer: El día que yo te coja hablando con quien tú sabes, te voy a ajustar las cuentas de los números cabales...

Canturreaba Curro cuando salía con las cabras, para que ella lo oyese. Pero ni las amenazas ni los celos del marido podían parar ya aquello...

A esa conclusión había llegado el cabrero, aquel despropósito no había quien lo parase, a no ser que él pusiera un drástico remedio, quitarse de en medio a su antiguo camarada, el que ahora se había convertido en su peor enemigo. Pero tendría que idear un plan para eliminar al hombre más poderoso de aquellas tierras, que todo pareciera un accidente. Tampoco quería pasar el resto de su vida en la cárcel, o peor todavía, que lo condenaran a muerte.

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La trama se fue gestando poco a poco, dejando a su mujer más libertad de movimientos, alejándose cada día un poco más de los contornos de la casa, hasta perderla de vista durante horas. Esto hizo que Carmelita y don Tomás fueran acercándose, pasando de las miradas a la conversación y, cómo no, al contacto entre los nuevos amantes.

Desde lo alto de una peña, Curro observaba, frotándose las manos al comprobar que todo marchaba como él tenía previsto...

VII “Tengo que ir al pueblo esta noche y no volveré hasta por la mañana”, le dijo aquella mañana a su mujer, antes de salir con las cabras. Ella no le pidió explicaciones de nada, en su mente solo estaba un encuentro con su amante, presentándose como caído del cielo.

Así que, desde la peña, Curro pudo observar cómo se citaban para la próxima noche, o al menos eso intuía desde lejos. Su plan funcionaba con la precisión meticulosa que él había proyectado.

Entre el cortijo y la casilla del cabrero había un viejo puente de madera que era cruzado a diario por don Tomás montado en su caballo; el puente, de escasa longitud, salvaba una profunda hondonada entre las rocas, pero aminoraba un buen trecho la distancia que existía entre ambos lugares.

Por eso aquella tarde Curro había sustituido la recia madera de sus tablas en el centro del puente, por viejas tablas podridas; una trampa infalible para que jinete y caballo, en la oscuridad de la noche, sin apercibirse del cambio cayeran al abismo, estampándose contra las rocas del fondo de aquel desfiladero.

VIII Entrada ya la noche, Curro se despidió de su mujer. A lo lejos don Tomás le seguía dando un rodeo, sin pasar por el puente, asegurándose de la entrada del cabrero en el pueblo al poco rato, regresando rápidamente en busca de su aventura.

Ella lo estaba esperando, subió a la grupa del caballo con la ayuda del galán, apretujándose contra su cuerpo y así emprendieron su camino...

Con las claritas del alba el cabrero pensaba encontrar a Carmelita, toda desilusionada por la falta del señorito a su cita, sin sospechar la suerte que habría corrido aquella noche su amante. Pero ella no estaba...

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La mente se le nubló. Él no contaba con que su Carmelita montara a caballo con su antiguo camarada para pasar la noche en el cortijo. A su mente acudió la imagen de la rotura del puente, la precipitación sobre las rocas del pobre caballo y de las dos víctimas que portaba a sus lomos.

Allí, en la despensa colgaba su escopeta de caza. Todo había terminado para él...

Los amantes no habían atravesado el puente para nada, habían preferido pasar la noche a la luz de las estrellas, bajo la luna nueva de los enamorados. A lo lejos, proveniente de la humilde casucha se oyó el estruendo de un disparo...

FIN José Manuel Maguilla Luna.

Accésit VI Certamen de Cuentos y Relatos “Villa de Baños de la Encina”.

Baños de la Encina (Jaén). 11 de noviembre de 2017.

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RELATO BREVE DE UN AMOR ETERNO Se miraron y, al fin, juntaron sus manos. Aquellas almas ancianas dieron el paso.

Lo hicieron. Resistieron por largo tiempo, no se quebraron ante la interminable demora, pusieron toda su sabiduría en ello. Y fue así como, tras contemplarse mutua y tranquilamente, emprendieron, ahora sí, el paseo eterno. Paseo eterno..., el que ansiaban desde hacía siglos (o, al menos, esa era la sensación que sentían).

Bajo el candor del céfiro de primavera dieron pie al más inolvidable de los ratos estando unidos, uno de esos ratos que jamás olvidarían y que en sus entrañas para siempre quedaría. Uno de esos ratos que, aun habiendo permanecido alejados, tantas veces imaginaron...

Y es que, ¡toda una vida entera tuvieron que esperar! Ella y él. Él y ella... Entre rosas y buganvillas se sinceraron. Él y ella. Ella y él... Bajo las jacarandas se dijeron “te amo” y “llevo todo este tiempo esperándote”, tras lo cual sonrieron emocionados y se abrazaron a carcajadas. Después de sesenta años esperando ese instante único, ese fulgor iniciático, ese albor inigualable. Después de seis décadas separados por culpa de..., qué más da, por las cosas de la vida. Después de llevar amándose desde que eran chiquillos y vecinos, allá por los pretéritos tiempos del hambre y las penurias. Pero acabó triunfando el poder del amor, y no un amor cualquiera, sino el más paciente de cuantos puedan concebirse.

Cuando la hermosa luz de la tarde arrebolada se echó sobre ellos, la pareja se apretujó (más, si cabe) e iniciaron el tránsito hacia el infinito. Un tránsito que afrontaron blandiendo la fuerza imparable de quienes saben que nada los puede separar ni detener, pues nada ni a nadie temen ya. Los protagonistas de esta historia son esos cuerpos doblados por la edad que, apoyados en un bastón, te miran con ternura al pasar a tu lado y recordar sus años de juventud.

Son esas pieles arrugadas rebosantes de dignidad. Son esas piernas que pasean por el barrio o por el parque sin dejarse llevar por la prisa, pues las prisas, para ellos, son cosa del pasado. Ellos también son pasión, y deseos, y quereres. Ellos también son...

Ellos son magia. *Posdata: Lo bonito de este cuentito es que de cuento no tiene nada, sino que es real. Y cotidiano. Real y cotidiano, como la vida misma. Real y cotidiano, como esa jacaranda que aguarda con paciencia el reencuentro entre sueños y amores.

J.D. Vidal Gallardo

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POTAJE DE GARBANZOS Cae el sol a plomo en el barrio de los bloques de ventanas pequeñas, y al cruzar la calle, se pueden ver las líneas distorsionadas que el calor que despierta desde el asfalto dibuja en la base de las columnas que sostienen los soportales. Si entrecierro un poco los ojos todo lo veo amarillo, es la luz del mediodía reflejada en la pintura de los pisos. Mi padre ha llegado otra vez con el sombrero hacia atrás, sudando, tambaleándose de un sitio a otro, y riéndose mucho. No han pasado diez minutos y los gritos entre él y mi madre ya eran insoportables. Voy a casa de Charo porque mi madre me ha dicho que me vaya. No me importa, aunque aún no he comido, en casa de Charo siempre soy bienvenida, y casi siempre tiene cosas ricas de comer y allí te dejan no dormir la siesta. Charo pone una manta con una sábana encima y allí pasamos los niños, Pedro, Olga y yo, el mediodía, pero no nos obligan a dormir. En realidad, no nos obligan a nada, salvo que esté su marido… y bueno… eso ya es otra cosa. A esta hora no estará, y si está, seguro que ya andará durmiendo la siesta.

Cuando entro en el bloque se alivia un poco el calor, me queman las plantas de los pies de lo caliente que están las suelas de las chanclas. Me las quito y subo al cuarto despacio, sintiendo el fresquito del terrazo de los escalones en las yemas de los dedos. Tengo hambre, espero que aún no hayan comido en casa de Charo y que tengan hoy esas albóndigas de lata que tanto me gustan, o el pollo en salsa que le sale tan bien y que mi madre nunca hace. Bueno, mi madre no hace casi ninguno de los guisos que hace Charo, y los que hace no le salen tan bien. Siempre dice que es que a ella no le gusta la cocina, será por eso que no le salen bien los guisos.

He tocado el timbre de la casa de Charo y si lo llego a saber salgo corriendo, pero ya no puedo, no puedo volver a casa porque a ver qué le voy a decir a mi madre, y ya sé que ella no me quiere allí, pero he podido escuchar perfectamente un golpe sobre algo, y a ella gritando. Creo que va a estar el marido. Pero ya no puedo irme.

A los niños no los escucho. Al poco se abre la puerta, Charo, que tiene la cara roja, me dice: “¿y tú qué haces aquí?” y yo le digo bajito que si me deja pasar, que me ha dicho mi madre que me venga, que mi padre va a dormir la siesta y lo molesto.

“Anda, pasa - me ha dicho -, que vamos a comer”.

En el salón el aire está tan cargado que cuesta respirar, y el ventilador diminuto solo desplaza un pequeño remolino caliente de aire que huele a sudor y a tabaco. Ya sé que el marido de Charo sí que está en casa. Pedro y Olga están muy callados, con la cabeza baja y sentados a la mesa esperando que su madre les ponga la comida en el plato. Ahora sé de dónde venía ese golpe que he escuchado antes. La puerta que va del salón al pasillo tiene un roto, como si la hubiera atravesado un puño.

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Me arrimo una silla a la mesa y Charo me pone un plato vacío, “¿qué hay? – le digo- “potaje de garbanzos” - me contesta. Ahora sí que estoy segura de que el día solo puede ir a peor, y cuando el marido sale de la cocina con la olla en una mano y el cazo en el otro, y nos sirve a cada uno un par de cazos de un caldo de color naranja claro, pero intenso, del que sobresale un dedo de aceite en el que nadan unos cuantos garbanzos, deseo que me trague la tierra. Que se hunda mi silla y pueda desaparecer en un sitio que no se parezca tanto al infierno como esto, y es que ya sé lo que va a pasar. Ya sé que el marido de Charo se va a servir el trozo de morcilla, el de chorizo y el de tocino para el solo, y va a coger la navaja y se los va a comer lento, con un trozo de pan sobre el plato, y que le van a resbalar las goteras de sudor por las mejillas hasta el bigote. Y ya sé que me va a preguntar que por qué no como, y que le voy a decir que no me gusta el potaje de garbanzos, pero no voy a ser capaz de explicar que no es solo por la capa de aceite espeso, y porque en realidad solo tiene sabor ajo hervido, y a cebolla aguada; que es porque tiene el color de la bombona de butano, y el mismo olor del gas del butano que tiene la casa cuando entras algunos días y Charo está sola. No voy a ser capaz de explicarle que es porque odio el naranja, y odio cuando él está en casa y hay potaje de garbanzos en verano, y todo está grasiento y sudoroso, y que sé que ha sido él quien ha roto la puerta, igual que la otra, que cuando pregunté me dijeron que le habían dado con una silla sin querer.

Y entonces va a empezar a gritarme y a decirme que soy una desagradecida, y que para qué voy a su casa si voy a hacerle el desprecio de no comer siquiera, y que si mis padres no me quieren que él no tiene por qué aguantar otro mierda niño más en casa. Y yo voy a empezar a engullir garbanzos y aceite, sin masticar, junto con el nudo de las lágrimas que no van a salirme por los ojos.

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Potaje de garbanzos.

Cuando el chef ha recitado los especiales fuera de carta no he podido dejar de sonreír. Ha dicho potaje de garbanzos. Sí, en el restaurante más caro de la ciudad.

Que han revisitado el clásico, que con las glorias de las ollas cocción lenta se consiguen resultados de texturas gelatinosas espectaculares, que si los ingredientes de primerísima calidad, el suave aroma del ahumado del pimentón de la Vera… que así recuperamos los sabores tradicionales de la cocina de nuestra infancia…y lo he pedido.

La presentación en sí misma ya era una armonía de rojizos estupenda, en plato de blanco inmaculado, sin demasiado fondo. Se apreciaba la contundencia del caldo, y el aroma, como bien había descrito el cocinero, traía recuerdos de ahumaderos de pimentón, se podía distinguir incluso el suave toque dulzón del comino de la morcilla. Entre los hermosos garbanzos se distinguían algunos taquitos de jamón del bueno, que hacía muy buen equipo con el entreverado de la pequeña, pero no escasa, porción de tocino.

Ni que decir tiene que los garbanzos se deshacían en la boca, y que el intenso sabor del guiso hizo que entrara en calor en aquella lluviosa mañana de invierno.

Incluso me permití acompañarlo con dos buenas copas de vino tinto. Creo recordar que incluso he rebañado el plato con los trozos de pan de pueblo que me han servido de acompañamiento.

Al camarero, que a cada tanto venía a preguntarme si todo bien, si necesita usted esto señora o necesita lo otro, le ha faltado un pelín más de confianza – o de saltarse la estricta distancia profesional de estos sitios de postín, donde el que te sirve la mesa debe ser cercano pero no amigo – para preguntarme por qué sonreía abiertamente mientras saboreaba con pausa y deleite cada cucharada de tan exquisito potaje, incluso de qué me he reído sin pudor en alguna ocasión, tanto, que a mitad de la segunda copa se me han saltado las lágrimas.

Claro que lo que él no sabe, es que hoy me he hecho unos cuantos kilómetros conduciendo bajo la lluvia, y he aguantado estoica el ventisquero helado que azotaba las mejillas a la intemperie del cementerio, donde solamente los operarios y yo, hemos contemplado como a Antonio, el marido de Charo, por fin se lo tragaba la tierra.

Mila Guerrero

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RECOMENDACIONES

Nuestra experta en literatura infantil y juvenil, Rocío Gordillo, nos trae varios títulos para disfrutar de una buena sesión de lectura

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RETO A LOS AUTORES Nuestro amigo Israel Lino nos propone aumentar nuestra imaginación y seguir creando con este sonido de duduk tan relajante. ¿Aceptas el reto de mandarnos un video recitando o leyendo algún texto con este sonido de fondo?

Los videos que nos lleguen saldrán en el próximo número

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