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¿Por qué Dios nos exige paciencia?
La epístola de Santiago es una enseñanza pragmática de cristianismo; dejando a un lado la teoría, conduce directamente a la vida cotidiana para adiestrarnos en el manejo de las complejas situaciones con las que tropezamos a menudo. En esta carta hallamos una precisa conclusión:
Por tanto, hermanos, tengan paciencia hasta la venida del Señor. Miren cómo espera el agricultor a que la tierra dé su precio sofruto y con qué paciencia aguarda las temporadas de lluvia. Así también ustedes, manténganse firmes y aguarden con paciencia la venida del Señor, que ya se acerca. Santiago 5:7,8.
Todo se reduce al pasaje que acabamos de leer: ¿para qué debemos aprender paciencia? ¿Por qué Dios nos exige paciencia? Muy sencillo, hay una sola razón fundamental: es para que esperemos la venida del Señor. Paciencia en la esperanza bienaventurada. Ahora bien, si usted no tiene fe no puede ser paciente, la falta de fe trae falta de paciencia y no hay nada que muestre más la fe como la paciencia. Hay quienes imaginan mil cosas erróneas sobre esta virtud; por ejemplo, que paciencia es indiferencia o ineficiencia.
Algunos dicen: “Yo me sentaré aquí a esperar con paciencia que el Señor me mande sus bendiciones; no moveré ni un dedo porque yo soy una persona muy paciente”. ¡Mentiroso! Realmente es un haragán, un perezoso, un holgazán. La paciencia es activa y no pasiva, como algunos piensan. Por eso, precisamente, trabaja con la constancia y con la perseverancia al unísono.
La paciencia es dinámica
Desgraciadamente, todos nos impacientamos de alguna manera. Los católicos no nos tienen paciencia a los protestantes, los protestantes tampoco les tenemos paciencia a los católicos. En los hogares, los hombres se impacientan con las mujeres y las mujeres se impacientan con los hombres; los padres con los hijos, y estos con aquellos; los patronos y los trabajadores se impacientan entre sí; los alumnos y los maestros viven en mutua impaciencia; los pastores se impacientan con las ovejas, y las ovejas con los pastores.
A este respecto, convendría recordar el ejemplo del más grande de los sabios antiguos que fue Sócrates. Encarcelado por sus ideas lo condenaron a muerte, obligándolo a tomar la cicuta para envenenarse. Estando en prisión, uno de sus discípulos que era multimillonario, sobornó a la guardia y tenía todo listo para llevárselo al exterior; pero, cuando le dijo: -Las puertas de la cárcel están abiertas, vente conmigo, Sócrates le respondió: -Eso no lo puedo hacer, debo cumplir una condena impuesta por la ley. Entonces el discípulo le dijo: - ¿Y cómo vas a morir inocente?, y Sócrates le respondió: -Pero tú me estás proponiendo que muera culpable.
La biografía de este hombre excepcional, nos cuenta que cierto día, estando sentado junto a una alberca, en actitud reflexiva -como posando para El Pensador de Rodin-, vino su mujer Xantipa a hacerle una larga serie de reclamos. Transcurrió un buen rato con el viejo pensando y ella regañando: Que tal cosa, que tal otra, que no se qué, que sí se cuándo; pero Sócrates no se inmutaba. La buena señora, finalmente, furiosa, tomó una jofaina, sacó agua de la alberca y se la echó encima al pensativo Sócrates. Éste se levantó, sacudió su túnica y comentó: “Era muy natural que después de tanto tronar lloviera”.
Trabajemos desde hoy en oración y acción por el desarrollo de una paciencia activa dentro del cristianismo.