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Locuras de biblioteca

editorial

Locuras de biblioteca

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Cecilia García-Huidobro McA.

Tengo para mí que la piedra angular de cualquier biblioteca, privada o pública, es El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha en sus dos volúmenes. Es difícil imaginar una colección que no cuente con este libro-fetiche. Esta condición de pilar fundacional quizás se deba a su carácter de canónico, usando cualquiera de las definiciones que hiciera Italo Calvino. Como esta: «Clásicos son esos libros que nos llegan trayendo impresa la huella de las lecturas que han precedido a la nuestra, y tras de sí la huella que han dejado en la cultura o en las culturas que han atravesado».

Lo cierto es que Don Quijote ha llegado hasta nuestros días fresco y actual. Es una obra de verdad imperecedera ya que combina con una maestría asombrosa el humor con el absurdo, la voluntad con el desen gaño, el idealismo y la fragilidad, llevándolo todo a honduras ontológicas inconmensurables. Si el valor literario hizo de ella un comodín de la modernidad, la novela se ha superado con creces a sí misma porque hasta hoy se deja leer apasionadamente, casi como si se tratase de una serie de esas que tanto atraen por estos días. Es incomprensible que una obra que nunca termina de decir lo que tiene que decir –sigo con Cal vino– haya desaparecido de los programas de enseñanza media. Tengo para mí que en el colegio se la debería leer, al menos en fragmentos.

De cualquier forma percibo una paradoja que no deja de ser graciosa. La novela maestra de la lengua castellana y seguramente base de toda biblioteca, como hemos dicho, arranca con un hombre enfrascado en su biblioteca, leyendo hasta volverse loco. Como se sabe, Alonso Quijano se pasa las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en tur bio, hasta que «del poco dormir y del mucho leer se le secó el cerebro, de manera que vino a perder el juicio». De poco les sirvió a la sobrina y al cura quemarle los libros. La lectura ya había hecho los efectos del caso en el caballero de la triste figura y los libros leídos lo habitaban. Don Quijote y el quijotismo cabalgarían ya sin retorno posible.

Tengo para mí que la biblioteca es una quijotada desde su propia definición de funciones. Lo ha sido siempre por su aspiración al im posible de reunir todo lo que la cultura produce. Pero sobre todo lo es hoy porque no se doblega ante las interrogantes sobre su futuro. No se amilana pese a estar enfrentada a la mayor de las confrontaciones, que imagino Sancho no dudaría en llamar la batalla entre los libros y las pantallas. Porque para muchos el gran depredador de la biblioteca es hoy Internet. Estos espacios de vida cultural incluso milenarios están amenazados por un clic. Puede que la debacle no ocurra pronto, pero en un horizonte de tiempo de mediano plazo sí, dicen los que lo dicen. Quedarán bibliotecas como muestras del pasado. Piezas museográficas como la del Congreso de los Estados Unidos, con sus 32 millones de libros y 61 millones de manuscritos. Seguro que los turistas la visitarán como hoy se agolpan en el Coliseo de Roma.

Tengo para mí que esta edición de Dossier es también una quijotada ya que trata muchas y grandes cosas de una batalla sin fin. Por eso, que nadie se extrañe si varios quijotes se han dado cita en este número. ¿Por qué no?

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