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Afirmaciones - Revista Cruce (30 de mayo 2022)

ARTE

Un afuera invisible

Texto curatorial de la exhibición Cálido veneno de José Enrique Del Valle Cotto 1

Reynaldo Padilla-Teruel

Escuela de Artes Plásticas y Diseño de Puerto Rico

Un afuera invisible Texto curatorial de la exhibición Cálido veneno de José Enrique Del Valle

Cotto. 1*

Reynaldo Padilla-Teruel Escuela de Artes Plásticas y Diseño de Puerto Rico

1 * Del 7 de octubre al 5 de noviembre de 2021 en Pública, Santurce.

8 / REVISTA CRUCE: CRÍTICA SOCIO-CULTURAL CONTEMPORÁNEA

“Originariamente o inmediata y regularmente, o también cotidianamente, las cosas no son cosas, no son objetos, no son el afuera por un adentro”

Andrea Potestà 2

La exhibición Cálido Veneno representa los últimos seis años de trabajo del artista José Enrique Del Valle Cotto (1988). Componen la muestra piezas de dos series: “En mi barrio hace calor” (2015-2018) y “Nadie ve lo que sentimos” (2019-2021). Ambas series son propuestas visuales que remiten a diferentes experiencias de la invisibilidad. Comúnmente, lo invisible es aquello que no posee la capacidad de ser visto. Sin embargo, aquí lo invisible es aquello que traspasa los limites sensoriales del ojo y se cuela por otros sentidos adquiriendo distintas formas sensibles.

Esta invisibilidad ya nada tiene que ver con lo visto o lo no visto, sino que es una invisibilidad que indica una profundidad emocional a ultranza. Tan invisible y profundo como el borde del cosmos; invisible y no por ello inexistente. Sin embargo, hay que admitir que es una existencia ilusoria, pues depende ontogenéticamente del empleo y ejercicio de una complejísima operación mental incalculable pero fundamental. Esta admisión no viene sin la precaución de no confundir esta existencia ilusoria con una existencia menos real o relativamente menor que la existencia “concreta” de otros objetos existentes. Esta invisibilidad de la existencia ilusoria es consentida, concebida e imaginada a partir de su ausencia presencial. O sea que, el objeto ideal o la cosificación idílica de la existencia ilusoria no es la ausencia de objeto, sino el objeto ausente. Mas especifico aun, el objeto ausente del ojo.

Las piezas que se exhiben son rastros visuales y residuos estéticos de esta invisibilidad íntima en la cual se fundamenta su abstracción emocional y artística. Sucede con toda abstracción emocional, y la de José Enrique no es la excepción, que se alberga en ella una nébula confusa que supera la cuestión propia de la estética, pues son las emociones lo que está verdaderamente en juego. La exhibición Cálido veneno propone una intervención inmediata con estas emociones y su invisibilidad.

“En mi barrio hace calor” se alude al modo emocional en el que habitamos los espacios. Una poética de habitar el mundo que transforma todo lo habido entre cielo y tierra y la expresión artística es uno de los testimonios más fieles de ello. En este habitar poético el hábito deja de ser una repetición viciosa para transformarse en una comprensión existencial del habitar a partir de un vagabundeo intencionalmente experimental. Hay algo en la serie que se puede interpretar como un flaneur temperamental. Primero, en su aspecto anímico como temple o estado de ánimo y segundo, a la temperatura o estado de calor de un cuerpo.

De modo indirecto, la serie sugiere, también, un modo de experimentar la ausencia. En la frase “en mi barrio hace calor” se encierra la sensación de un lugar en el cual se entrecruza el estar con el sentir. Una topografía sentipensante llevada hasta sus últimas consecuencias negativas; a saber, no estar es no sentir y no sentir es no ser. La ausencia toma forma de vivencia, memoria y reclamo. Sentir o no sentir el calor es, incluso, una forma de estar en vínculo o desvinculo. El calor es comunidad, abandono y desarraigo. A fin de cuentas, el calor es la invisibilidad de la vida.

La segunda serie, “Nadie ve lo que sentimos”, trata sobre ese translúcido Yo que media casi todas nuestras interacciones sociales. Un ser translúcido que no por ello muestra su interior, sino que se desvanece en medio del drama social y las miradas de los demás lo traspasan por completo. La evanescencia de ese Yo es la cualidad de

2 Potestà, A. (2013). El origen del sentido. Husserl, Heidegger, Derrida. Santiago de Chile: Ediciones Metales Pesados. p. 137.

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una presencia ausente de sí misma. Nadie me ve, solamente ven a través de mí. Nadie ve lo que sentimos porque somos solamente una silueta de carne y hueso de contenido invisible.

La serie es un hacer ver que no solamente es visibilizar algo, sino que es también -y más profundamente- un desocultamiento de lo que sentimos. Aquello que se desoculta aparece ahora por medio de un impulso develador y revelador que actúa en función veleidosa de las apariencias, o sea, la apariencia estética de la creación artística.

Revelar lo que sentimos es parte del drama de la existencia. Ese drama de desocultar lo que sentimos refiere a un acto y a un movimiento que puede ser intencional o bien puede ser inconsciente. Cualquiera que sea el caso, este impulso develador y revelador de hacer ver lo que sentimos es, también, un impulso de vida, pero, tal como afirma Mario Perniola:

En la pulsión de vida lo importante no es seguir viviendo, sino la experiencia de una interioridad compartida aquí y ahora, que se presenta como algo absoluto e incondicional, por completo desinteresado en su futuro. Por consiguiente, la pulsión de vida no se distingue de la pulsión de muerte. En realidad, le da lo mismo entregarse al júbilo y el alborozo, que hundirse en una total devastación moral y física; lo fundamental es vivirlo todo compartiendo las emociones y las sensaciones. 3

En este sentido, no se puede negar que existe cierto peligro en compartir y hacer públicas las emociones. Hacerlo conlleva su riesgo y el capitalismo actual siempre encuentra alguna forma de castigarlo. La lógica de este capitalismo es defender la propiedad privada y la vida, y en este sentido, las emociones representan para esta lógica lo más privado. En tanto se comprenden como propiedad vital, lo propio de las emociones es mantenerlas en privado. Esta lógica parece privatizar las emociones, pues un individuo que vive sus emociones solamente en privado, está realmente privado de emociones. Privado en tanto no se le permite sociabilizar su verdadero sentir. Así pues, para esta lógica, la “vida” ya no es vida y la propiedad privada termina siendo una privación propia.

Por medio de su obra artística, José Enrique propone una seria confrontación con lo real en tanto nos ubica siempre ante la posibilidad existencial de vivir emocionalmente a la intemperie, retando así, aquella lógica privada de las emociones. Este vivir emocionalmente a la intemperie es también un rasgo afectivo de su flaneur temperamental, a modo de un deambular patético. “[E]l término griego páthos o pathema [del cual proviene lo patético] nos refiere «a todo lo que uno experimenta», «a lo que se siente», a las condiciones mismas de la experiencia” 4 . En este sentido, hacer ver lo que sentimos es la expresión de eso sentido y experimentado. Lo sentido como condición previa a la creación artística.

Durante su flaneur temperamental el artista no solamente encuentra su tonalidad anímica para la creación, sino que da con aquello que se convierte en su materia prima. Recolecta lo que otros desechan. En este sentido, sus trabajos son una reconfiguración arqueológica -anímica y emocional- del paisaje. Un paisaje decodificado en objetos y sensaciones recolectadas. Estos materiales encontrados con los que trabaja son, también, formas de encontrarse en y con el paisaje. Dicho acto devela un grado cero de los objetos, un punto ciego entre el uso y el desuso. Punto que la lógica del capitalismo plantea como irreversible mediante la obsolescencia; y se expresa bajo el lema: más muerte, más desecho y menos vida. José Enrique no solamente usa aquello que estaba en desuso a modo de re-uso, sino que en su modo de comprender y ejecutar la creación artística rehúsa el desuso en su propio uso y abuso de la materia. Si la lógica del capitalismo resulta de un exceso que, a su vez, se traduce en riqueza y nunca en perdida, José Enrique encuentra su riqueza en el desecho. No desechando, sino apropiándose de lo ya desechado mediante una recuperación estética, temporal y sentimental.

Su técnica evoca el deterioro y la degradación, elementos que ya están presentes en su paisaje cotidiano posmoderno y colonial. Y la gama de colores saturados que utiliza refleja la saturación de estos espacios urbanos.

3 Perniola M. (2008). Del sentir. (C. Palma Trad.) Valencia: Pre-textos. p. 76-77. 4 Ramos, F.J. (2003). Estética del pensamiento II. La danza en el laberinto. Mediación sobre el arte y la acción humana. San Juan/ Madrid: Editorial Tal Cual/Editorial Fundamentos. p. 150.

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Se dan rasgaduras, cortes, tajos, perforaciones y quemados; se emula o se exagera la corrosión, se derrite plástico, se cose o se amarra con soga y alambre de púa. Emplea técnicas invasivas de severa intensidad y violencia planificada. Sin embargo, esta violencia transporta al espectador de lo arruinado a lo sublime gracias al color. Pues el color no solamente está en función de la saturación, sino que resulta ser lo único llamativo y vivo que existe sobre el fondo gris inerte de la cuidad de concreto. Su uso de colores intensos sobresalta como convivencia y complemento a la decadencia urbana, tal cual lo hace el grafiti. A su vez, lo vivaz del color rescata el panorama de no sucumbir totalmente a la sombría dureza del entorno urbano y de los materiales utilizados. Hay, pues, en el uso de tales colores una afirmación en cuanto a que el deterioro y la degradación no son procesos absolutos.

Ante tal comprensión, ejecución y alteración de la materia, las formas subjetivas recorren todo el espectro artístico y estético. Pero al fondo de toda subjetividad figurativa late profundamente una negación consustancial con la materia. Esta negación aparece y se afirma en la experiencia artística misma. La forma, ya luego de haber sido desechada, se rehúsa a ser clasificada nuevamente. Los trabajos de José Enrique se rehúsan a ser pintura o escultura; o mejor aún, se rehúsan a ser solamente pintura o solamente escultura. Generando así, una dialéctica entre pintura y escultura que se resuelve en la experiencia estética con las obras mismas. Sin embargo, queda un conflicto irresuelto en el cual la materia se desvela y se deshace de su carga objetual y cósica para mostrar únicamente su carácter de ocasión y proceso artístico.

La intervención estética del objeto desechado le ofrece no una nueva posibilidad a los objetos, sino su propio y verdadero aparecer como objeto estético y diferenciado. En ambas series se altera la capacidad de la materia al hacerla aparecer como objeto estético en vez de un objeto conforme a su propia objetualidad y cosidad. Es, pues, una descosificación de la materia, es hacer aparecer la ausencia cósica de ésta. No como un colapso de sentido y significado, sino como el desocultamiento de algo discrepante y disconforme en la materia misma. Plástico, madera, metal y pigmento en una intensa y desbordante diferencia que oculta la noción de cosa y objeto para aparecer ahora como una experiencia estética.

Título: Encarnizamiento. Serie: En mi barrio hace calor.

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Título: 2do plano. Serie: Nadie ve lo que sentimos.

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Izquierda Título: Inframundo. Serie: En mi barrio hace calor.

Derecha Título: La ventana. Serie: En mi barrio hace calor.

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Título: Trap. Serie: En mi barrio hace calor.

14 / REVISTA CRUCE: CRÍTICA SOCIO-CULTURAL CONTEMPORÁNEA

Título: Naufrago. Serie: En mi barrio hace calor.

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Título: Malas lenguas. Serie: Nadie ve lo que sentimos.

Título: Nébula nebulosa. Serie: Nadie ve lo que sentimos.

16 / REVISTA CRUCE: CRÍTICA SOCIO-CULTURAL CONTEMPORÁNEA

Título: Heatwave. Serie: En mi barrio hace calor.

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