UN AIRE ACONDICIONADO VRF DE CARACTERÍSTICAS ÚNICAS
Compatible con Google Home y Alexa - Casa Inteligente.
Instalación y puesta en marcha simplificadas con Hyperlink y Zen air 2.0
Máxima resistencia y confiabilidad de funcionamiento con Shield Box y SuperSense
EDITORIAL
REVISTA DE EXPERIENCIAS VIAJERAS
San Agustín dijo una vez que aquél que no viaja es como si leyera todos los días la misma página de un libro.
Emprender un recorrido no es sólo irse lejos. De hecho, puede ser quedarte donde estás, atrapado por la curiosidad de escarbar eso que te rodea.
Ese es el espíritu de estas páginas: invitarte a una escapada encantadora. Ofrecerte una mirada perspicaz que te invite a saltar a la aventura.
Te vas a encontrar con experiencias fuera de lo común, entrevistas y tips de lo que sí o sí tenés que hacer en cada viaje. Inspiración con sitios que revelan algo diferente. No siempre tradicionales, pero también clásicos sobrevolados desde otro lugar.
Los hogares lejos de casa, reuniendo las singularidades de su historia, arquitectura, diseño, estilo y alrededores.
Escapadas de expertos: rincones del mundo catados para explorar.
Una explosión de sentidos, personajes imperdibles y propuestas para seducir al paladar.
Andaremos con la valija repleta por el rincón desconocido, la anécdota perfecta, el paisaje secreto, el personaje inolvidable, la esquina que enamora, la gema escondida, el bocado más sabroso, la toma inesperada y la ruta de los imperdibles clásicos para que no los omitas.
Destinos tradicionales, con una mirada fresca, y nuevos descubrimientos para viajeros inquietos. Entrevistas y relatos, anécdotas y datos para conservar en cada edición con un corte documental ambientado para crear una experiencia narrativa inmersiva.
Esta es la revista para viajar con todos tus sentidos, acunada por su propio podcast.
Esto es Travel Big.
SUMARIO
06. CAMARONES
Un pueblo en Chubut
14. ANGUILA
La isla que será tendencia
20. LEONEL AGUIRRE
Sabores con identidad
28. MILAN
Capital de estilo y cultura
38. KMSKA
Un museo dentro del museo
46. MARTÍN FERNÁNDEZ
Distinta a todas
50. SECCIÓN JURÍDICA
El mar del sauce
52. CIPRIANI
El bartender que se convirtió en leyenda
STAFF:
IDEA Y CREACIÓN: @FLAVIA.TOMAELLO
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DISEÑO Y DIAGRAMACIÓN: FABIÁN SANS
COLABORADORES:
AÑO 1 · Nº 0
MARTÍN FERNÁNDEZ, MACARENA NEPTUNE
DOMICILIO:
CATAMARCA 134, PISO 11 OFICINA E CP. 1213 - CABA
BUENOS AIRES - ARGENTINA
EL CAMINO
UNA PATRIA ESCONDIDA ENTRE PINGÜINOS Y VOLCANES
Camarones Camarones
EL PUEBLO DE CAMARONES, EN CHUBUT, REVIVE ENTRE PROYECTOS COMUNITARIOS, CONSERVACIÓN MARINA Y UNA CALMA QUE OBLIGA A FRENAR EL TIEMPO. ENTRE PINGÜINOS, FAROS ABANDONADOS, CASAS QUE RODARON SOBRE TRONCOS Y FIESTAS DE SALMÓN, EMERGE COMO UNA PERLA OLVIDADA DE LA COSTA ATLÁNTICA.
La historia también se esconde en las costas menos transitadas del sur argentino. Corría el año 1535. cuando un navegante portugués exiliado, cartógrafo y medio espía, encuentra refugio en la corona española. Simón de Alcazaba y Sotomayor recibe el beneplácito de Carlos V para surcar las aguas australes. La expedición tiene un plan ambicioso: llegar al Estrecho de Magallanes. Pero el clima los detiene y los obliga a atracar en lo que hoy es la Bahía Gil, apenas a 29 kilómetros del pueblo de Camarones, en Chubut. Allí fundan Puerto de los Leones.
La historia oficial, sin embargo, ha pasado por alto este hito, un año anterior al intento fundacional de Pedro de Mendoza en Buenos Aires. Camarones lo recuerda cada primer domingo de marzo, en El Torreón, como si todavía pudiera escuchar el eco de esas velas al viento y sentir la sal de un mar que fue testigo de promesas, naufragios y sueños que quedaron en el camino.
La mayoría de los viajeros del sur persigue el hechizo de las ballenas en Madryn o Península Valdés. Pero hay quienes se animan al desvío: los que buscan lo inesperado. A unos 300 kilómetros al sur, Camarones aparece como un susurro entre el ripio, un paisaje de película y un alma de pueblo. Acceder implica una travesía: desde la Ruta 3, se toma la Provincial 30 hasta
que el mar aparece, como premio, desde lo alto de una loma que abre el océano a los pies del viajero. Ese instante justifica el trayecto. El resto lo confirma.
Un refugio con ritmo lento
Camarones está dentro del programa de Pueblos Auténticos del Ministerio de Turismo. No por azar. Conserva su arquitectura original, su traza ancha y apacible, y una atmósfera que parece intacta desde principios del siglo XX. Lo que lo mantuvo alejado del ruido es, hoy, su tesoro más preciado.
Fundado oficialmente en 1900, fue elegido por la primera Sociedad Rural de la Patagonia como epicentro para posicionar la lana camarones, marca registrada de excelencia ovina. Más allá de su pasado productivo, el presente lo encuentra redibujando su perfil: hoy, Camarones es un laboratorio de conservación, turismo de naturaleza y activismo silencioso. Y, aún así, sigue siendo un rincón desconocido incluso para muchos patagónicos. Es la puerta de ingreso al Parque Interjurisdiccional Marino
Costero Patagonia Austral, una figura inédita en Argentina, que resguarda más de 105.000 hectáreas de costa, islas y mar. Entre sus joyas aparece el Área Natural Protegida Cabo Dos Bahías, apenas a 28 km del pueblo.
A lo largo de un sendero corto y amable, se despliega una de las colonias de pingüinos de Magallanes más accesibles y menos masivas del país. También hay lobos marinos de uno y dos pelos, cormoranes, aves endémicas como el pato vapor de cabeza blanca, que no vuela, y hasta guanacos que caminan entre los médanos como vecinos más.
La roca volcánica que talló la costa contrasta con el azul intenso del mar, y la brisa salina arrulla el silencio. Todo parece más grande y, a la vez, más íntimo. No es un parque pensado para el turismo de selfies. Es, más bien, un escenario para reencontrarse con la noción de escala. Aquí, el vértigo no tiene cabida. El tiempo se mide en pasos, no en relojes.
Otro rincón que merece mención es el cabo Raso. Fue un pueblo de 300 habitantes, con escuela, juzgado y hotel. Hoy es ruina y renacimiento: “El Cabo” es un emprendimiento de hospedaje que recupera viejas estructuras para proponer una forma rústica, inmersiva y sostenible de habitar el paisaje. Hay casas frente al mar, un colectivo convertido en refugio, un rancho donde las paredes respiran viento y una proveeduría que abastece a quienes se animan a ese silencio tan puro que incomoda al principio, pero que pronto se vuelve necesario.
Navegar en clave salvaje
La navegación también tiene su alma máter. Héctor Juantos, junto a su hijo Leo, fundó Viento Azul, la única operadora que recorre el mar local con embarcaciones propias. Desde Camarones se puede navegar hasta Islas Blancas o al Faro de Isla Leones, uno de los más antiguos de la Patagonia, rodeado de una estructura de once lados que alguna vez alojó a los fareros. Allí aún se conservan sistemas antiguos de captación de agua dulce a base de piletones y canaletas, y un halo de abandono hermoso, como si todo estuviera suspendido en el tiempo. Durante la travesía se avistan toninas, lobos marinos, pingüinos, petreles, skuas, palomas antárticas, cormoranes y aves cuya existencia desconocíamos hasta verlas flotar, incansables, en ese azul austral. La experiencia no es un show sino una ofrenda: la naturaleza se entrega sin estridencias. Viento Azul también aloja viajeros en cabañas y una casa de campo que parecen detenidas en otra época. Allí, el día empieza con el murmullo del oleaje y termina con una taza de té mirando al horizonte, donde el cielo se funde con el agua.
La reinvención comunitaria
La visita guiada por el casco histórico, a cargo de Silvia Giménez, revela la otra cara del pueblo. Ella llegó hace décadas y ya es parte del paisaje. Entre calles anchas y casas con techos a dos aguas, se descubren huellas arquitectónicas europeas y un museo que fue la casa donde Juan Domingo Perón vivió parte de su infancia.
Silvia recorre cada rincón como si hablara de su propia memoria. Con ella se entiende que Camarones es más que un conjunto de coordenadas: es una identidad construida a base de historia, naturaleza y decisiones lentas. Patagonia Azul, en articulación con Rewilding Argentina, impulsa una nueva visión. La estancia El Sauce, una de las cuatro entradas abiertas al parque, aloja el primer camping regenerativo, donde las carpas se instalan en círculo alrededor de un fogón común. Allí no hay electricidad ni duchas calientes, pero hay viento, luna y conversación.
El propósito no es solo conservar, sino también activar una economía diversa y regenerativa: turismo responsable, empleo local, protección de especies y saberes tradicionales compartidos.
Junto a ese movimiento nacen otros proyectos como “Chispa”, una huerta social integrativa que provee frutas y verduras frescas. “Amigos del mar”, un colectivo de voluntarios que limpia playas e islas y produce briquetas a partir de residuos. El Club de Mar invita a los niños a conocer el océano con actividades como kayak, snorkel, respiración consciente, avistaje de aves y meditación. Y no faltan las ideas que apuntan a un futuro con sabor local: cultivos de algas comestibles que ya se venden en escabeche.
Cada febrero, el pueblo se transforma con la Fiesta Nacional del Salmón. Durante varios días, pescadores de todo el país llegan para participar de competencias.
Pero el momento más esperado es el Chupín del Pescador: una olla colosal con mariscos y secretos de familia que se sirve en el corazón del pueblo y reúne a todos, vecinos, turistas y curiosos, alrededor de un plato que resume la identidad del lugar.
El mapa de lo esencial
Camarones es parte de la Ruta Azul o Ruta Escénica, un corredor costero que conecta puntos históricos, pueblos auténticos, parques y portales de conservación. Desde allí se accede a Bahía Bustamante, Punta Tombo, Rocas Coloradas y Caleta Córdova. Pero, más allá del trazado geográfico, esta ruta propone una forma diferente de viajar: a paso calmo, con ojos atentos y con una escucha profunda hacia lo que el paisaje tiene para decir.
Este pueblo patagónico no se promociona en gigantografías ni campañas internacionales. Se defiende a sí mismo con un mar salvaje, calles tranquilas, vecinos comprometidos y una idea radical: que se puede crecer sin perder la esencia. Camarones no quiere ser otro lugar. Quiere seguir siendo lo que es. Y, en esa decisión, reside su mayor belleza.
Para el viajero que busca algo más que una postal, Camarones no se olvida. No se encuentra por casualidad. Hay que buscarlo. Y, sobre todo, hay que estar dispuesto a escucharlo. Porque aquí no se viene a hacer check-in. Se viene a bajar el volumen del mundo.
Flavia Tomaello
La isla que será tendencia
ANGUILA
ANGUILA ES UNO DE LOS SITIOS DEL CARIBE QUE DESPIERTA. SE ENCUENTRAN EN LAS GATERAS PARA CONVERTIRSE EN EL NUEVO DESTINO DE LUJO EXÓTICO EN LA ZONA.
Cuando la menciones como posible destino de tus vacaciones, muchos te dirán que no saben dónde queda. Vas a tener que explicarles que se pronuncia An-gwi-lla, que es un territorio británico de
ultramar localizado en el Mar Caribe, próxima a las Islas Vírgenes Británicas con 15.000 habitantes y 91 km2.
Tiene una armónica simbiosis entre la bohemia relajada de Jamaica y la tradicional experiencia fuera de rango de su vecina más cercana, St. Martin. A base de coral y piedra caliza asemeja una ballena dormida flotando en el mar cálido. Toda su costa está repleta de pequeñas caletas guarecidas por rocas emergentes que abrazan la arena blanca y un turquesa.
Con sabiduría se ha mantenido lejos de los cruceros y los itinerarios de turismo masivo. El ferry desde Marigot en St. Martin demora 20 minutos en llegar. Apenas ese tiempo basta para darse cuenta que Anguila se siente como otro mundo, contrapuesta al bullicio de su vecina, Anguila es tranquila, pero alegre.
La forma más común de llegar es volar primero a St. Martin y tomar frente al aeropuerto (se llega caminando) una de las lanchas que funcionan como colectivos. The Valley es una capital con arquitectura colonia. Su edificio más antiguo es Wallblake House, construido por esclavos quienes de una antigua plantación de azúcar y algodón en 1787. Allí se ofrecen visitas guiadas para conocer la cisterna, las dependencias de trabajo y la panadería.
Alquilar vehículo para recorrerlo todo es una opción económica y segura. Todo es accesible, sobre todo si se opta por un Moke, un antiguo descapotable de origen inglés que son un clásico del Caribe.
La vida deportiva es variopinta. La naturaleza serena y diversa lo permite. En toda la costa el snorkeling es una actividad popular porque la visibilidad es excelente. Como si faltara algo: un galeón español se refugia hundido en las costas.
En Crocus Bay, además de recolectar caracoles, se puede visitar Lloyd’s Guest House, es el hotel en funcionamiento más antiguo. Su restaurante Da’Vida es mítico por sus cangrejo de caparazón blando en panko y tartar de atún con mango y cebollas.
Las estadísticas internacionales localizan a 33 de las playas de la isla entre las mejores del mundo. Shoal Bay es la más famosas, incluso en todo el Caribe. Bahía de Meads se encuentra en Long Bay Village. Una caminata de 15 minutos lleva de un extremo al otro de la playa.
Antes de ir a dormir, es tempo de visitar a Bankie Banx, la estrella reggae, apodado el “Bob Dylan de Anguila”. Es propietario del bar Dune Preserve. Es el epicentro de reunión preferido por los locales, frente a una caleta que mira directo a la vecina St. Martin.
En Sandy Ground, al noroeste, se puede optar por comer en Sandbar y el pintoresco Elvis’ Beach Bar montado sobre un barco de madera. Es famoso por su estilizada comida mexicana.
Algo más que turquesa
El carnaval de Anguila se celebra en agosto. Es el momento en que los lugareños fabrican barcos de madera para competir entre ellos en el mar. También hay desfiles y fuegos artificiales distribuidos por toda la costa. Imperdible: el ponche de ron.
Heritage Collection (East End Village 2640) pertenece Colville Petty, un pequeño pero dedicado espacio que reúne fotografías históricas y fragmentos de cerámica y herramientas de piedra que se conservan de la civilización arahuaca que habitaron la isla cerca del 2000 a.C.
En Rte 1, 2640 Courtney Devonish, uno de los artistas más célebres de la isla, tiene su galería de arte. Todo lo que ofrece es producto local hecho a mano.
Durante muchos años a recolección de sal fue una de las industrias más importantes de Anguila. Aunque hoy ya no lo es, existen tours para hacer una pequeña colecta personal siguiendo las tradiciones locales. Es una de las experiencias ancestrales más auténticas.
En Fountain Cave (Shoal Bay, 2640) y Big Spring en Island Harbour se preservan cientos de petroglifos que datan de entre 600 y 1400 años d.C. Anguila, además, cuenta con siete parques submarinos para la protección de arrecifes de coral.
Linda y Charles Hickox vislumbraron su futuro en Anguila en un viaje en barco en 1984. La pareja regresó a Maundays Bay con el arquitecto Oscar Farmer para construir un restaurante, al que bautizaron como Pimms. Finalmente, se transformó en Cap Juluca, la leyenda más lujosa, preferida por estrellas como Harry Styles y Liam Neeson. Da la sensación de un escondite dentro de otro, con sus villas con salida a la playa que, aunque pública, parece privada.
“LA MEJOR ÉPOCA PARA LLEGAR ES ENTRE FINALES DE NOVIEMBRE Y PRINCIPIOS DE MAYO”.
“UN GALEÓN ESPAÑOL SE REFUGIA HUNDIDO EN LAS COSTAS”.
Sus restaurantes, el original Pimms sobre un acantilado y con el agua salpicando suavemente las mesas, y Cip´s, la propuesta italiana en medio de una selva de playa, son las mejores opciones de la isla y lideran la cocina del Caribe. Es imperdible su lobby al aire libre.
La mejor época para llegar es entre finales de noviembre y principios de mayo. El clima es perfecto. Mucho sol y menos humedad. Sin embargo, los hoteles ofrecen precios más bajos y promociones tentadoras entre junio y septiembre.
Flavia Tomaello
E STAR AL FRENTE DE LA COCINA ES UNA FORMA DE HONRAR LO QUE UNO AMA
LeonelAGUIRRE
A los 30 años, el platense Leonel Aguirre es el chef principal de los tres restaurantes que Mauro Colagreco comanda en el imponente Raffles London at The OWO. Después de una formación inesperada, que empezó con el sueño de estudiar Derecho, su camino lo llevó a las cocinas más exigentes del mundo. A seis meses de la apertura, su trabajo ya fue reconocido con una estrella Michelin.
Hay lugares donde la historia no duerme, donde el pasado no se borra, sino que se reinventa en nuevas formas. En Londres, donde la arquitectura centenaria convive con una vibrante energía cosmopolita, se encuentra uno de esos sitios que parecen guardar secretos entre sus muros. El Old War Office, edificio que alguna vez fue corazón de las decisiones bélicas británicas y despacho de Winston Churchill, ha mutado en una joya de la hotelería internacional: el Raffles London at The OWO. Sus pasillos ya no huelen a papeles viejos ni a café de madrugada, sino a pan recién horneado, emulsiones suaves, verduras asadas al fuego lento y a un tipo de gastronomía que ha llegado para redefinir el lujo: el de la conciencia, el de los sabores que abrazan la tierra. En el centro de esa transformación está un argentino. Y no cualquier argentino: uno que comparte raíz con el
propio Mauro Colagreco, que ha sido nombrado en varias ocasiones como el mejor chef del planeta. Leonel Aguirre, nacido en La Plata y con apenas 30 años, es el head chef de los tres restaurantes que Colagreco dirige en este sofisticado hotel londinense. Y juntos, apenas seis meses después de la apertura, ya recibieron la distinción más codiciada del universo gourmet: una estrella Michelin. “Cada vez que piso la cocina, siento que hay algo de ceremonia en eso”, cuenta Aguirre. Tal vez porque la cocina fue un destino que le llegó sin haberlo buscado, o tal vez porque su recorrido fue todo menos obvio. En su infancia, en la zona del Barrio Aeropuerto de la capital bonaerense, sus aventuras pasaban por andar
en bicicleta, compartir juegos con su hermana o entusiasmarse con las historias de Harry Potter y Star Wars. Su vínculo con la comida era más emocional que sofisticado: las tortillas de su abuela, el repollo fresco en ensaladas simples, los panes que perfumaban la casa, las empanadas del domingo y, por supuesto, las milanesas de su mamá Lorena, que aún hoy ocupan su podio de sabores entrañables.
Lejos de imaginarse entre ollas y cuchillos afilados, su primer impulso vocacional lo llevó hacia el derecho. Estudió abogacía en la Universidad Nacional de La Plata, motivado por una inclinación a lo social y un deseo genuino de comprender cómo funcionan las estructuras que regulan la convivencia. Pero en medio de las materias y los apuntes, algo inesperado lo arrastró hacia otro universo. Con su hermana, comenzaron a frecuentar cafés y pastelerías, y poco después decidieron abrir un pequeño local gastronómico. Ella se encargaba de la parte administrativa, mientras que Leonel, casi por instinto, se metió en la cocina. “Ahí entendí que necesitaba formarme. Me anoté en un curso básico, y a medida que avanzaba, descubrí que lo que realmente quería hacer era cocinar”, recuerda.
En paralelo, y sin saber que ese giro lo acercaría al corazón de la alta cocina mundial, asistió a un seminario donde escuchó hablar por primera vez de Mirazur, el restaurante de Colagreco en Menton, Francia. Lo dictaba
“LEONEL NO IMPROVISA. CADA DETALLE ES PARTE DE UN PROCESO QUE BUSCA SINTONIZAR CON EL ESPÍRITU DEL LUGAR”
Leonardo Saracho, hoy su amigo, quien compartía su experiencia en aquel templo culinario. Las ideas de Colagreco, centradas en el respeto por la naturaleza, en la temporalidad de los productos y en una cocina pensada desde el compromiso, resonaron profundamente en Leonel. Y esa inspiración se convirtió en un plan.
Para entonces, trabajaba en un restaurante platense dirigido por Renato Rosano y Rafael Seraso. Fue este último quien lo conectó con Gonzalo Benavides, íntimo amigo de Mauro y también cocinero. Así se gestó su llegada a Francia en 2016, para realizar una pasantía en Mirazur, cuando el restaurante comenzaba su ascenso hacia la cumbre mundial. “Irme fue una decisión difícil. Tenía 21 años, muchas ilusiones, pero también miedos. Sin embargo, creo que haber emigrado fue una de las decisiones más formativas de mi vida. Aprendí no sólo técnicas, sino una forma de ver el mundo”, asegura. Tras esa experiencia inicial, su recorrido lo llevó a distintos puntos del mapa. Estuvo en Dubái, trabajando en otros proyectos de Colagreco. La propuesta de mudarse a París para tomar el mando de una brasserie estuvo muy cerca de concretarse, pero fue Londres la ciudad que terminó convocándolo. “En Dubái no terminaba de encontrarme. Le hablé a Mauro y le conté que estaba buscando otro desafío. Me habló del proyecto en el Raffles London y me puso en contacto con el equipo del hotel”, relata. Lo que siguió fue un proceso largo, con entrevistas exigentes, incluso con Philippe Lebeuf, hoy director general del hotel y considerado uno de los mejores hoteleros del mundo.
Finalmente, Leonel fue elegido para conducir la cocina de los tres espacios gastronómicos con la firma de Colagreco: Mauro Colagreco at Raffles London, Mauro’s Table y Saison. Llegó a la ciudad seis meses antes de la apertura. Se dedicó a conocer a los productores, a recorrer mercados, a entender la relación del británico con su comida. “Nuestro enfoque está completamente puesto en el vegetal. La proteína no es el centro. Los vegetales tienen una complejidad maravillosa que muchas veces se pasa por alto. Nosotros buscamos devolverles ese protagonismo”, explica. Cada plato se acompaña con una especie de ficha técnica que celebra el ingrediente central, un gesto pedagógico y estético que invita al comensal a descubrir lo que hay más allá del sabor.
La propuesta incluye jugos de frutas y vegetales en reemplazo de caldos tradicionales, y el desafío de explorar las verduras en todas sus formas: crudas, asadas, fermentadas, convertidas en crema o en polvo. La cocina se convierte así en un laboratorio sensible donde los colores, las texturas y los aromas dialogan con una filosofía clara: la de cuidar, la de respetar.
Leonel no improvisa. Cada detalle es parte de un proceso que busca sintonizar con el espíritu del lugar. “Conocer a los productores fue clave. Entender cómo trabajan, qué pueden ofrecer en cada estación. Es un camino que aún estamos recorriendo. Me parece que ni un año alcanza para comprender del todo el potencial que esta tierra tiene para ofrecer”.
En ese trayecto, su vínculo con Colagreco fue fundamental. Lo admira no sólo por su talento, sino por su coherencia. “Mauro lidera con principios. Sus proyectos tienen su alma, pero también permiten que cada chef aporte su identidad. Esa generosidad es lo que hace que sus restaurantes sean tan únicos. No impone una fórmula, sino que propone una manera de pensar la cocina que uno puede adoptar y reinterpretar”, afirma.
El resultado es visible. La estrella Michelin que acaban de recibir no es sólo una consagración, sino también una señal de que están en el camino correcto. “Es un orgullo enorme, pero también una enorme responsabilidad. Porque ahora hay que sostenerlo”, reconoce. Leonel no se deja marear por los premios. Su energía está en el día a día, en el ritmo vertiginoso del servicio, en ese instante en que todo debe salir perfecto. “La cocina es como un box de Fórmula 1. Cada uno sabe lo que tiene que hacer, y todo sucede en segundos. Me gusta esa adrenalina. Me parece que es el momento en que honrás lo que estás haciendo, al cliente y a vos mismo”, dice. Ese respeto profundo por su oficio es lo que lo conecta con el pasado de ese edificio donde hoy lidera. Churchill amaba el buen comer. Saboreaba platos franceses e ingleses con igual entusiasmo.
“LEJOS DE IMAGINARSE ENTRE OLLAS Y CUCHILLOS AFILADOS, SU PRIMER IMPULSO VOCACIONAL LO LLEVÓ HACIA EL DERECHO”.
Probablemente hoy encontraría fascinante este cruce de culturas que Leonel y Mauro representan, esta sinfonía de ingredientes que viajan desde la tierra al plato con un mensaje claro: que se puede cocinar con conciencia, con poesía, con inteligencia y con amor. En ese palacio transformado, donde las decisiones de guerra se han vuelto celebraciones del gusto, un joven platense demuestra que el talento no entiende de fronteras. Que los sueños que nacen en una cocina simple, con guisos de abuela y milanesas de mamá, pueden conquistar los paladares más exigentes del mundo.
Flavia Tomaello
Buenas Raíces
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MILAN
El Cuadrilátero de la moda, la elegancia supina de los locales, el arte que mira desde todos lados, su magistral catedral y la semana del diseño. No debe haber destino más inspirado que Milán. Nunca fue sólo una ciudad. Es un modo de ser. De mirar, de vestir, de andar por la calle. Aunque Roma se lleve la fama de escenográfica, aunque Florencia conserve el alma del arte y Venecia susurre nostalgia en cada canal, Milán se impone por algo más invisible: su vibra. Es el centro que late al compás del diseño y la moda, pero también de la industria, el negocio y la creación permanente. Hoy, además, Milán invita a descubrirla con la nariz, en un viaje tan estético como olfativo.
Con sus jardines verticales, sus clásicos ineludibles y sus barrios en ebullición creativa, la ciudad se ha reinventado sin perder identidad. Sigue siendo la de los aperitivos largos, los zapatos como carta de presentación, los tranvías amarillos, las boutiques escondidas y los menús que nunca renuncian a la trufa. Pero también se ha vuelto una capital del estilo sostenible, de la hospitalidad conceptual, de las experiencias multisensoriales. Y allí, como un símbolo de esa transformación, emerge un hotel único en el mundo: el Magna Pars Suites, primer “hotel à parfum” del planeta.
Tradición que se reinventa
Si uno llega a Milán sin apuro, tal vez valga la pena hacerlo por la mañana temprano. El Duomo, cuando aún no hay filas ni cámaras, revela su esplendor de mármol rosa bajo una luz tímida que lo hace casi flotar. Desde allí, todo se vuelve posible.
En el Mandarin Oriental, el desayuno en El Jardín de Antonio Guida, chef dos estrellas Michelin, permite un primer acercamiento al refinamiento milanés. En un patio interno exuberante y psicodélico, se desliza la ciudad invisible de los detalles.
A pocos pasos, el Museo Poldi Pezzoli despliega su tesoro privado: Botticelli, Bellini, Tiepolo… y una sala de armas que parece el backstage de una película medieval. Y aún más allá, el Castillo Sforzesco ofrece una mirada compleja: fortaleza, palacio y museo. Adentro, la Sala delle Asse, pintada por Leonardo Da Vinci, guarda una arboleda que solo existe en los techos. Caminar por el patio interior es caminar sobre siglos de historia.
Para el almuerzo, Brera —la bohemia de lujo de Milán— sirve su mejor versión en Tartuftto, con cocina trufada a cargo de la familia Savini. A una cuadra, la Pinacoteca di Brera reordena los clásicos del arte: Caravaggio, Rafael, Tintoretto, en un antiguo monasterio con un patio silencioso que invita a demorarse.
A medida que la tarde cae, el barrio se vuelve más íntimo. Las plazas se abren, las iglesias antiguas vuelven a ser refugio y los cafés se encienden. El atardecer sobre la plaza del Carmine, con la silueta de la iglesia iluminada, es una escena que podría haber pintado Morandi. Pero el plato fuerte está reservado para la noche.
La esencia de una ciudad
A las nueve, una cita perfecta: Da Noi, el restaurante del hotel Magna Pars Suites. Es difícil definir qué lo hace tan inolvidable. Tal vez sea su historia, que empieza décadas atrás, cuando la familia Martone fundó en ese mismo lugar una de las fábricas de perfume más importantes de Italia.
“UNA PARADA IMPERDIBLE: EL MUSEO NACIONAL DE CIENCIA Y TECNOLOGÍA LEONARDO DA VINCI, QUE EXPONE LA MAYOR COLECCIÓN DEL MUNDO DE MÁQUINAS IDEADAS POR EL GENIO RENACENTISTA”.
Tal vez sea la arquitectura del edificio —una mezcla de acero, cristal y madera trabajada por artesanos lombardos— que respira diseño por cada poro. O tal vez sea que, desde que Ambra y Giorgia Martone decidieron convertir la antigua fábrica en un hotel, el lugar se transformó en algo nunca visto: un espacio que huele, literalmente, a arte.
Cada una de sus suites está inspirada en una nota olfativa. Hay habitaciones dedicadas a flores como gardenia, magnolia o neroli; a bosques como vetiver, patchouli o sándalo; y a frutas como higos, nísperos o cerezas. Cada suite tiene su obra de arte creada por estudiantes de la Academia de Bellas Artes de Brera, en diálogo con el perfume que la define. El aroma no está solo en el aire: está en las texturas, en los tonos, en los nombres y hasta en las botellas difusoras que los huéspedes pueden llevarse a casa.
“El Magna Pars brinda una bienvenida totalmente italiana, como en una residencia privada elegante”, cuenta Ambra Martone. Y no exagera.
“EL
MAGNA PARS BRINDA UNA BIENVENIDA TOTALMENTE ITALIANA, COMO EN UNA RESIDENCIA PRIVADA ELEGANTE”.
Todo en el hotel está pensado para que el huésped viva Milán como un local, pero sin renunciar a ninguna sofisticación.
El restaurante, dirigido por la correntina Bárbara Rohner, combina platos tradicionales con ingredientes inesperados. Las pastas se reinventan con aromas y texturas. La milanesa, servida como chuleta de ternera gigante, honra su origen con guiños contemporáneos. El tartufo es omnipresente. Y los vinos se eligen como se elige una fragancia: por su carácter.
Una boutique completa la experiencia con LabSolue, la línea de perfumes de las hermanas Martone. Hay velas, difusores, jabones y esencias inspiradas en cada suite. Los frascos están diseñados para ser reutilizados como macetas. En el corazón de la propiedad, un jardín interno reproduce parte del ecosistema que inspiró las primeras fragancias de la casa. Allí mismo, las tardes de verano se llenan de aromas de jazmín, azahar y menta. Todo recuerda que el lugar fue concebido con los sentidos como materia prima.
La conexión con el perfume no es sólo estética: es emocional. Giorgia Martone creó la línea Marvin Aqua Adornationis en homenaje a su padre. Cada esencia está pensada como una cápsula de memoria. El huésped puede elegir su suite por la nota que más se parezca a su identidad emocional: un perfume fresco para quienes buscan renovación, uno amaderado para los que viajan con raíces. Y como detalle final, los productos de baño son diseñados especialmente para el hotel, con fórmulas que no se encuentran en ningún otro lugar del mundo.
Más allá de lo clásico
Milán no se agota en sus íconos. Al día siguiente, una caminata hasta el barrio de Isola permite entrar en el Milán del futuro. Allí se alza el Bosco Verticale de Stefano Boeri: dos torres que integran más de 20.000 plantas en su arquitectura, creando un ecosistema urbano sin precedentes. Muy cerca, la Biblioteca degli Alberi —el parque más moderno de la ciudad— propone huertas, juegos de agua, y zonas de relax que podrían estar en Copenhague o Berlín.
En Isola también está Santa María alla Fontana, una iglesia de 1507 construida sobre una fuente que aún hoy es considerada milagrosa. Frente a ella, la Pizzería Alla Fontana es una joya local que sobrevive a la moda y el turismo. Otra parada posible: el Mercado Comunal de Piazzale Lagosta, donde el diseño se encuentra con la comida callejera.
Desde allí, una escapada hasta Navigli se impone. Sus canales, diseñados con asesoría de Da Vinci, recuerdan que Milán alguna vez quiso ser Venecia. En sus márgenes hay bares sobre barcos, cafés escondidos, mercados callejeros y lavaderos antiguos. Ideal para el aperitivo, ese rito milanés que combina tragos como el Negroni sbagliato con tapas que pueden reemplazar a una cena. El barrio combina la energía joven de Pavesse con la serenidad del Naviglio Grande. Aquí, perderse es casi obligatorio.
A pocos minutos, Tortona reúne la escena creativa de diseño y moda. En sus antiguas fábricas industriales, reconvertidas en showrooms, librerías, restaurantes o ateliers, late la Milán más vanguardista. Allí están los cuarteles de Zegna, Diesel y hasta el “Teatro Armani”. También Superstudio Più, epicentro del Salón del Diseño, donde cada año los creativos de todo el mundo lanzan sus visiones del futuro.
Una parada imperdible: el Museo Nacional de Ciencia y Tecnología Leonardo Da Vinci, que expone la mayor colección del mundo de máquinas ideadas por el genio renacentista. A su lado, la Basílica de San Ambrosio y la iglesia de Santa Maria delle Grazie —donde habita La Última Cena— completan un recorrido monumental.
La ciudad secreta
Milán también se esconde. En patios secretos, claustros renacentistas o calles poco transitadas. Como el Claustro Milán, una concept store ubicada en la Casa dei Grifi, un palacio del siglo XV que alberga ropa vintage, perfumes, dulces antiguos y joyas de autor.
“EN
SUS MÁRGENES HAY BARES SOBRE BARCOS, CAFÉS ESCONDIDOS, MERCADOS CALLEJEROS Y LAVADEROS ANTIGUOS”.
O como el hotel Senato, un refugio de diseño que combina sobriedad y elegancia. O como Vik Milano, un hotelgalería con vista al Toro de la Galería Vittorio Emanuele II, ese símbolo que pide girar tres veces sobre sus testículos para volver a la ciudad.
Afuera, Milán ofrece escapadas inmediatas: el lago di Como y la posibilidad de cruzarse con George Clooney; Cinque Terre y sus cinco pueblos como maquetas; Turín, aristocrática; Bérgamo, delicada y montañosa. Todas a un tren de distancia.
Pero Milán invita a quedarse. A caminar por sus calles de mármol, a mirar escaparates como si fueran museos, a descubrir cafés escondidos, a sentir en los pies el peso de su historia y en la nariz el eco de un perfume que te hará volver. Milán huele a historia, a trufa, a madera noble y a perfume de autor. Todo lo que te llevas puesto de recuerdo.
Flavia Tomaello
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UN MUSEO DENTRO DEL MUSEO
LA METAMORFOSIS DE UN ÍCONO FLAMENCO QUE ALBERGA SIETE SIGLOS DE ARTE ES UNA DE LAS TRANSFORMACIONES ARQUITECTÓNICAS MÁS COMPLEJAS Y DESLUMBRANTES DE EUROPA.
La historia del KMSKA, el Museo Real de Bellas Artes de Amberes, no comienza en sus paredes. Se remonta a 1382, cuando los artistas de Amberes –pintores, escultores, vitralistas, bordadores, plateros y orfebres–se reunieron bajo el Gremio de San Lucas. Tenían su sede en la llamada “Cámara del Pintor”, un espacio que también funcionaba como galería y templo de formación. Cuando el gremio se disolvió, la academia heredó todo su acervo. En 1794, el saqueo de los ejércitos franceses dejó un vacío momentáneo. Pero tras la derrota de Napoleón, las obras robadas volvieron a casa. Fue así que en 1810 se fundó el museo de la ciudad y para 1817 ya se contabilizaban 127 piezas: modestas en número, imprescindibles en valor. En el siglo XIX, las donaciones comenzaron a engrosar el patrimonio y los artistas destacados cedían obras y retratos. El museo necesitaba un edificio propio.
La ciudad propuso el sitio del antiguo fuerte español, al sur de Amberes. Allí los arquitectos Jean Jacques Winders y Frans Van Dijk unieron proyectos y, en 1890, se inauguró un museo pionero: con luz natural dirigida desde distintos ángulos, se pensó cada sala para realzar pinturas y esculturas.
El KMSKA atravesó guerras, exposiciones universales y siglos de cambios. Pero la modernidad no se apiada de lo legendario. Luego del éxito masivo que fue el “Año Rubens” de 1977, el edificio quedó pequeño y anticuado. En 2003, la ciudad lanzó un concurso internacional para proyectar un nuevo plan maestro. Lo ganó KAAN Architecten. El resultado no solo implicó una reforma: significó parir un nuevo museo dentro del cuerpo del original.
Desarmar para crear
Todo comenzó por un acto de demolición quirúrgica: había que deshacerse de un búnker de hormigón construido en los años 50, en plena Guerra Fría, en el núcleo del edificio. Aquella caja de 5,5 metros de ancho, 21 de largo y 9 de alto, con muros de hasta 1,5 metros de espesor, se había diseñado para proteger las obras ante una catástrofe nuclear. Fue removida a mano, bloque a bloque: más de 2.100 toneladas de cemento retiradas para abrir paso a una nueva cámara de conservación climatizada.
Muchas obras, entre ellas varios Rubens monumentales, no podían salir del edificio. Se implementó entonces un antiguo sistema del museo: se bajaron con poleas desde el techo a través de aberturas originales que ya habían servido durante las dos guerras mundiales.
El siguiente paso fue quitar todos los agregados superpuestos en décadas: falsos techos, tabiques, estructuras en desuso. La piel del museo fue lentamente descascarada para volver a su esencia.
Pero eso era apenas el principio. En secreto, sin alterar la fachada, una grúa comenzó a construir un nuevo cuerpo dentro del viejo edificio. Un museo dentro del museo. Se sumaron 835.000 kilos de acero en una estructura vertical de cuatro plantas. Escaleras, ascensores, pasarelas y una planta adicional flotan dentro de la carcasa clásica sin tocarla. Se agregaron 3.400 metros cuadrados a los 3.900 originales. El resultado fue un 40% más de espacio expositivo, 13 salas nuevas y una fusión entre dos mundos arquitectónicos que no compiten: dialogan.
El arte como experiencia
La colección del KMSKA se despliega ahora con una curaduría contemporánea: más de 8.000 obras, desde el siglo XIV hasta finales del XX, con foco en maestros flamencos y belgas, pero sin olvidar los nombres universales. Las piezas no se organizan cronológicamente, sino temáticamente: “maternidad”, “dolor”, “moral”, “poder”, “maldad”. La idea no es imponer una lectura, sino abrir múltiples caminos.
Un pasaje de 21 metros de largo y 10 de alto proyecta detalles de obras en sus cuatro paredes. En un extremo, un Cristo medieval en pan de oro resplandece frente a “Campo Oscuro” de Günther Uecker, una tabla cubierta de clavos de acero que, bajo la luz, parece moverse como un mar de agujas. El museo pone en diálogo siglos y estilos sin temor al vértigo.
Pero no todo es contemplación: hay interacción. Las zonas del nuevo KMSKA se dividen en “ver, sentir, trabajar”. El frente del edificio, que durante años se destinó a depósitos, se transformó en el corazón de la vida pública: la recepción, la tienda, la cafetería, talleres, biblioteca, sala de lectura, auditorio y módulos interactivos. Un atrio vidriado recibe a los visitantes como si los abrazara. Las oficinas y espacios de restauración se recluyeron hacia el fondo del edificio. Y el alma, lo esencial, permanece: el arte.
En el museo vertical se organizó la sección contemporánea. Bajo los lemas “luz”, “color” y “forma”, se ofrece un recorrido sensorial más que cronológico. Todo ha sido pensado no solo para ver arte, sino para vivirlo. Las obras pueden trasladarse con fluidez dentro
del edificio gracias a rampas, ascensores y huecos estratégicos. En un rincón, un proyector invita a apoyar una hoja sobre la luz: el contenido se despliega como una pantalla mágica. En varias salas, el escenógrafo de ópera Christophe Coppens montó instalaciones basadas en detalles de las obras. Un camello de peluche rojo, por ejemplo, acompaña “La Adoración de los Magos” de Rubens: invita a los niños a treparse, y a los adultos a sonreír.
En apenas cinco semanas, más de 100.000 visitantes cruzaron sus puertas. Carmen Willems, directora del KMSKA, lo explica con una sonrisa: “Vienen, miran y entienden nuestros chistes. La pintura los hace reír”.
Flavia Tomaello
NORDELTA - EUSKAL - RECOOLETA EL MERCADO - PUERTOS - LIRIOS DEL TALAR TORCUATO MALL - VILA A TERRA - RECOLETA JUNCAL - TIGRE - LAS CAÑITAS
MartínFernández
Nacido en Buenos Aires en 1968 y actualmente radicado en Tigre, el fotógrafo ha construido un camino singular atravesado por la observación sensible, el registro documental y una permanente búsqueda expresiva. Su vínculo con la imagen comenzó en la juventud, acompañando viajes y experiencias vitales, pero fue a partir de 2018 cuando la fotografía adquirió para él una nueva profundidad conceptual y emocional. Desde entonces, se ha formado en diversas instituciones —como Nikon School, Photoart Molinari Pixel, la UBA, la Universidad de San Isidro y La Puerta Roja— y ha orientado su obra hacia la construcción de ensayos visuales con impronta documental, enfocados en narrativas mínimas y territorios significativos. Su trabajo ha sido difundido en medios gráficos locales del partido de Tigre entre 2023 y 2025, donde comenzó a consolidar una mirada que combina rigurosidad técnica con una fuerte carga poética. El proyecto El mal del Sauce nace de ese cruce entre exploración geográfica y resonancia emocional. Inspirado por la experiencia personal de recorrer el Delta del Paraná y por la huella literaria de Haroldo Conti, este ensayo fotográfico retrata el magnetismo casi inexplicable que ejerce el paisaje isleño. A través de imágenes que capturan la densidad de la niebla, la textura de los sauces, la presencia humana silenciosa y el paso del tiempo suspendido en el agua, la serie construye un relato íntimo y universal sobre el anhelo de regreso. El título, tomado de una expresión popular que alude a una especie de nostalgia incurable por el Delta, funciona como declaración de principios y como clave de lectura: no se trata solo de representar un espacio, sino de traducir una experiencia. En cada toma, el fotógrafo se detiene sobre lo aparentemente simple para revelar lo profundo, dejando que la imagen hable con voz propia y convoque, tal como el río, a un eterno retorno.
Martín Fernández
• MUSCULACIÓN
• BOXEO
• FUNCIONAL
• TERAPIAS ALTERNATIVAS
EL BARTENDER QUE SE CONVIRTIÓ EN LEYENDA
cipriani
UN JOVEN EXTRAVIADO, UN CAMARERO, UN PRÉSTAMO, LA MEMORIA Y LA PASIÓN POR CREAR. UNA FÁBULA CONTEMPORÁNEA.
El Bellini es parte de la leyenda. En el mismo lugar donde se creó cuesta hoy 16,50 euros. Pero no se paga sólo la bebida, se compra una historia. Guiseppe había nacido en Verona a comienzos del siglo XX. Su familia se mudó a Alemania a poco de su nacimiento, pero en su juventud, en ocasión de la Primera Guerra Mundial, fue convocado a volver a casa. Terminado el conflicto se empleó como camarero en diferentes sitios hasta que llegó al Europa Hotel en Venecia. Parte de su trabajo era dar acogida a los clientes en la barra. Allí conoció a Harry Pickering, un casi adolescente que había llegado a la Sereníssima acompañado por su tía millonaria. El joven era un buen cliente: agrandaba su fiado noche a noche. Una mañana, la pariente había partido y había dejado atrás al heredero sin una lira encima. Algo desesperado, sin poder pagar lo que debía, relató a Cipriani su infortunio. Este le propuso prestarle 500 dólares para que pudiera regresar a su patria. Corría 1927. Pasados los primeros 12 meses Giuseppe dio por perdido el dinero. Siguió al frente de la barra con la fuerte mística laboral que le habían inculcado en casa. Tres años más tarde, Pickering reapareció. Puso 1.500 dólares sobre la barra para enmendar su deuda y apotar intereses, e instó a Cipriani: “usalo para abrir tu bar y llamalo Harry”.
La regla de la fé
Así como confió en ese veinteañero en bancarrota cuando se dio el préstamo, volvió a depositar en él su credulidad. Dinero en mano adquirió un pequeño sitio es una esquina frente al Gran Canal, en la calle Vallaresso, a pasos de San Marco. Allí en 1931 inauguró el “Harry’s bar”, el sito que, con el tiempo, se convertiría en la barra más famosa de la ciudad. Fue base de operaciones para los grandes cerebros del mundo que llegaban al Véneto para codearse con sus pares y encontrar inspiración. Acodado en la barra dio vida al mítico Bellini en 1948 y al carpaccio dos años más tarde. Sus pequeños descansos eran tomados en la puerta de su bar. Mirando el horizonte cercano: la otra riviera, la Giudecca. La isla que se extiende justo frente a San Marco. Una idea empezó a rondarle: sus extravagantes clientes podrían sentirse cómodos viviendo Venecia sin estar inmersos en la locura turística.
Su primera experiencia hotelera se dio en una muy poco conocida isla del archipiélago: Torcello. Allí, en un pequeño terreno que había comprado, inauguró Locanda Cipriani. Un modesto sitio de seis habitaciones con restaurante. Ese emprendimiento, ahora ajeno a la familia, aún funciona. Torcello fue el testeo, pero su lejanía no era tentadora para la aventura. Una parcela abandonada en esa riviera tan mirada desde su bar fue el destino elegido para que en 1956 empezara la construcción del hoy Belmond Hotel Cipriani. La buena fortuna estaba de su lado. Las tres hermanas herederas de la fortuna Guinness se asociaron a su idea. Dos años más tarde la hazaña estaba hecha: el hotel era realidad, con un taxi acuático propio que lleva y trae desde entonces, con una frecuencia de cada 15 minutos, a los huéspedes de un lado al otro de la orilla. La alcurnia más importante del mundo empezó a darse cita en ese reducto exclusivo.
Protagonista del “hacer que suceda”
La laguna se ve de casi todas sus habitaciones. Muchas de ellas tienen balcón privado. Todas sus arañas son de cristal de Murano y sus textiles de Fortuny. Tiene un jardín secreto, uno de los pocos que se conservan hacia la laguna en la zona. Allí la huerta que plantaron los monjes aún da de comer a los huéspedes. Bonifacio Brass, nieto de Giuseppe, destaca: “puso su corazón y su alma en hacer un lugar que fuera verdaderamente lujoso. Fue meticuloso con los detalles”. Nunca se detuvo. No dejó de tentar a la intuición que siempre estuvo de su lado. Al momento de adquirir el St. Mark’s Palazzo Vendramin del siglo XV, más que duplicó su capacidad que, aún así, casi siempre está colmada. Allí apareció el nuevo desafío: los veranos calurosos animan a una zambullida. Una confusión entre las hermanas Guiness y el propio Cipriani devino en un regalo: la única pileta olímpica de Venecia. Es que ellas aportaron inversión para una de 25 por 50 pies, pero él entendió que el cálculo era en metros.
“ACODADO EN LA BARRA DIO VIDA AL MÍTICO BELLINI EN 1948 Y AL CARPACCIO DOS AÑOS MÁS TARDE”.
“CONSERVA LA IDEA DE ALOJAR EN UN SANTUARIO DE CALMA AL FRAGOR BARROCO QUE VENECIA LE OFRECE A LOS SENTIDOS”.
Para 1976 el aún inquieto veronés decidió retirarse y legó el proyecto a la colección Belmond. Aún así el espíritu parece guarecerse allí. Se mantienen costumbres impuestas por su fundador: conserva la idea de alojar en un santuario de calma al fragor barroco que Venecia le ofrece a los sentidos.
Este año, para el aniversario, se han creado celebraciones: un lanzamiento de un perfume, el Merchant of Venice, una serie de conciertos en la primera plataforma flotante frente a la Piazza, un recorrido del VeneciaSimplon-Oriente inspirado en el albergue, un desafío de cantineros en pos de crear su propio Bellini 60. Una de las habitaciones se ofrece al costo que tuvo cuando se inauguró, en tanto la línea completa de amenities ha sido diseñada para la ocasión. Una fábula contemporánea con aire a puesta de sol sobre Venecia, acodado en la terraza, suspirando frente al puente.
Flavia Tomaello
“VE EL MUNDO. ES MÁS FANTÁSTICO QUE CUALQUIER SUEÑO”. RAY BRADBURY