10 minute read

El crítico y ensayista

A CIEN AÑOS DE SU NACIMIENTO

El crítico y ensayista

Advertisement

Por Nelson Díaz

Mario Benedetti (1920-2009) es el escritor uruguayo más reconocido internacionalmente. Muchos de sus poemas fueron, y siguen siendo, musicalizados por las voces más populares del mundo hispánico. Su narrativa recorre el mundo en múltiples traducciones. En un segundo plano, pero no menos importante, quedó el pe-

riodista, crítico y ensayista que Dossier recuerda en esta nota.

Nueve años antes de que publicara su novela Quién de nosotros (1953), Mario Benedetti dirigió por espacio de un año la revista literaria Marginalia y en ese período publicó el volumen de ensayos Peripecia y novela. Ya en 1945 había ingresado al semanario Marcha y en 1957 fue nombrado director literario de la mítica publicación hasta 1974, cuando fue clausurada por Juan María Bordaberry. En simultáneo, desde 1950, integró el consejo de redacción de Número, una de las publicaciones literarias más prestigiosas de entonces.

La introducción viene al caso para adentrarse en una faceta menos conocidas, al menos en los años posteriores, del escritor, ya que el abordaje a su vasta obra, que abarca, además de poesía, relatos y novelas, dejó en segundo plano su labor como uno de los más lúcidos críticos literarios y ensayista de la generación del 45.

Arraigo y evasión

El ensayo ʻLa literatura uruguaya cambia de vozʼ fue leído por el autor de La tregua a modo de ponencia en el Encuentro de Escritores organizado por la Universidad de Concepción de Chile en enero de 1962. Pocos meses después, con algunas variantes, el texto fue publicado en la revista Número y en la Revista de la Universidad de México. Si el lector accede al referido texto, notará la preocupación que Benedetti tenía por la literatura nacional, su impronta y algunos de sus autores. Este hecho ya estaba presente en su ensayo anterior ʻArraigo y evasión en la literatura hispanoamericana contemporáneaʼ, donde estudiaba lo que él llamaba la “actitud” de la narrativa y de la poesía en referencia “a la oposición entre localismo y universalidad”.

En ʻLa literatura uruguaya cambia de vozʼ reconoce que algunos conceptos e ideas esbozadas en ʻArraigo y evasión en la literatura hispanoamericana contemporáneaʼ han dejado de ser válidos para él. Fue, citamos textualmente, “el día que me di cuenta de que los uruguayos poseíamos en nuestras letras una zona verdaderamente original, autóctona: dentro, y además, de nuestra literatura nativista, dentro, y además, de nuestra literatura ciudadana, de nuestra torre de marfil o de nuestro realismo, había también una literatura sincera y una literatura falluta, y ni una ni otra obedecían a esquemas previos, a previas estructuras, ya que singularmente, tenían adeptos en todas las regiones y en todos los estilos, en todos los niveles y en todas las promociones”.

Cuando Benedetti retoma los conceptos de arraigo y de evasión, sostiene que los propios términos arraigo y evasión no están aislados. El primero de ellos viene acompañado de “tierra, campo, telúrico, heredad, tradición”. En cambio, como si se tratara del Yin y el Yang, el término evasión nos remite a palabras como “cielo, inefable, misticismo, irrealidad, pureza, fantasía”. Vale la pena detenerse en este punto. Benedetti, con una mirada certera, plantea dos corrientes que ocuparían y convivirían en las letras uruguayas durante décadas y se transformarían en corrientes antagónicas. Se trata de la literatura nativista, gauchesca, y la literatura urbana (o llamada “de la ciudad” por el espacio geográfico donde se desarrolla). Por supuesto que no las separa la simpleza de creer que se trata de campo versus ciudad. Influyen otros elementos: los temas elegidos, la composición de los personajes, obviamente la trama y, un hecho nada menor, el lenguaje utilizado por los personajes.

Pero volvamos a la visión de Benedetti. “He comprobado, por ejemplo, que para muchos escritores que viven en la ciudad (no importa que hayan nacido en ella o en el interior) el tema del campo, en vez de ser un modo de arraigo, es tan solo un signo de evasión. Las más de las veces escriben sobre el campo, no a partir de una experiencia o un contacto directo, sino a partir de recuerdos, y entonces el resultado es una rarísima mezcla de habilidad, formas y nostalgias ajenas, de interés narrativo y traducción costumbrista, de emoción auténtica y sentimientos reflejos. Escriben sobre el campo, no tanto por urgencia entrañable,

por necesidad telúrica, como por escapar al tema ciudadano, a su fea, sucia, comprometida mezcla de hollín y prostitutas, de diputados y punguistas, de malas transpiraciones y buenos camanduleros”, escribió entonces.

Más adelante se centra en Montevideo (metáfora de ciudad y de urbanidad, acaso de modernidad incipiente) como materia prima de la literatura uruguaya. “Quizá se deba a esa actitud, más difundida de lo deseable, el hecho evidente de que Montevideo, como tema literario, no ha rendido aún su mejor dividendo. Esporádicamente, aparece algún poeta, o algún cuento, con tímidas menciones urbanas que permiten reconocer el rostro municipal de la ciudad: calles, plazas, esquinas, monumentos. Pero es

¿Qué hacemos con la crítica?

En cierto modo es comprensible que, para algunos lectores y numerosos autores, el crítico de libros resulte una suerte de ogro en ejercicio, implacable poseedor de una glándula intelectual encargada de segregar veneno en dosis máximas y mínimas. Hace noventa años escribió Disraeli: “¿Sabéis quiénes son los críticos? Hombres que fracasaron en la literatura y en las artes”. “Todo crítico es un fracasado”, reza más exactamente una de estas tantas ideas recibidas que representan la máxima sabiduría para algunas personas, entre ellas, para los fracasados, que no ejercen la crítica.

Es verdad que en ciertas ocasiones el crítico es un fracasado, o, por lo menos, un escritor que alguna vez tuvo suficiente autoexigencia como para darse cuenta de que la novela o la oda que tenía escondida en el último cajón de su escritorio sencillamente no valía la gloria, pero sobre todo no valía la pena. Cuando alguien piensa y dice: “Todo crítico es un fracasado”, en realidad, por más que no lo diga o ni siquiera lo piense, le está negando al crítico personería intelectual. Creo que es un erróneo trasplante de culpas; más o menos como pretender que alguien, incapaz de saltar a la garrocha, no pueda ser, a pesar de ello, un formidable ajedrecista. A nadie se le ocurre pensar que un jugador de ajedrez debe ser necesariamente un garrochista fracasado.

Reconozcamos que el crítico es, en algunos casos, un ser exasperado y –con bastante frecuencia– un ser exasperante. Aun la verdad lisa y llana tiene un alto poder de irritación; cuánto más no habrán de tenerlos ciertos vicios de la profesión, tales como la lectura distraída, el consejo presuntuoso, la ironía brillante pero injusta. El mal crítico tiene diversos modos de ocultar sus carencias. Lo más peligroso es, sin embargo, cuando existe un mal crítico dentro del bueno. En ese sentido, la amistad constituye a veces la palabra clave. Hay críticos que, por el solo hecho de referirse al libro de su amigo, se sienten obligados a elogiarlo sin medida; pero hay otros, en cambio, que se sienten obligados a vapulearlo con especial vigor, a fin de que nadie se atreva a pensar que la amistad ha pesado en el juicio. Es fácil darse cuenta de que un crítico no tiene derecho a ser premeditadamente injusto o agresivo o servicial; sin embargo, no es fácil comprender que un crítico tenga derecho a equivocarse. La objetividad es un arte difícil de practicar, tanto para el crítico como para el lector.

Extraído de Literatura uruguaya siglo XX. sabido que en casi ningún sitio el rostro municipal responde a las esencias de los humanos”, sintetizó el autor de Poemasdelaoficina y Montevideanos. Apuntemos que en el momento en que Benedetti reflexionaba sobre literatura “de campo, nativa o gauchesca” y literatura “urbana”, Juan Carlos Onetti había iniciado una cruzada personal cuyo disparador fue El pozo (publicado en 1939) lo que, a juicio del crítico Ángel Rama, inauguraba la literatura urbana en Uruguay. En 1950, con La vida breve, de la que se cumplen setenta años de su primera edición, Onetti creó esa ciudad ficticia, ese espacio geográfico mezcla de Montevideo y Buenos Aires, llamado Santa María.

Benedetti también reflexiona sobre lo que da en llamar “literatura de balneario”, que hoy es un fenómeno creciente, pues autores contemporáneos de finales del siglo XX y del presente sitúan sus historias en estos lugares. Los ejemplos abundan y no es el objetivo de este artículo citarlos, a riesgo del olvidarnos de alguno. Lo cierto es que en el texto ʻLiteratura de balnearioʼ publicado originalmente en 1964, Benedetti ya se daba cuenta de que algo estaba sucediendo al respecto.

“Después de largas décadas de literatura gauchesca y de una breve temporada de narrativa cotidiana, aparentemente ha llegado el momento de preguntarnos si no estamos asistiendo a la eclosión de una nueva variedad: la literatura de balneario. Por cierto, el balneario, como marco natural de un relato, no es estrictamente nuevo en nuestras letras. Tal vez pueda decirse que fue apareciendo en la obra de los escritores a medida que el incentivo de la vacación balnearia iba arraigando en los hábitos de las clases alta y media. Sin embargo, nunca como ahora el balneario ha desempeñado un papel literario tan absorbente, casi protagónico”.

Y más adelante concluye que así como el balneario puede ser un lugar de fuga, de descanso de la rutina habitual, el “balneario literario” funciona como fuga también de otras urgencias, de otros temas literarios.

Autores y movimientos

La referencia a Onetti no es antojadiza. Hay un libro maravilloso de Mario Benedetti en su rol de crítico y ensayista, titulado Literatura uruguaya siglo XX (Ediciones Seix Barral), que es una recopilación de artículos publicados entre 1950 y 1996 en decenas de publicaciones nacionales e internacionales. En este libro hay tres artículos dedicados al autor de Dejemos hablar al viento. El período que abarca el volumen, casi medio siglo, demuestra que nunca abandonó el ejercicio de la crítica y que estuvo abierto, atento, informado, a movimientos rupturistas y de vanguardia que, a prima facie, parecerían alejados del autor de Primavera con una esquina rota.

Se trata de medio centenar de publicaciones, donde abarca un buen número de autores: José Enrique Rodó, Emilio Oribe, José Morosoli, Francisco Espínola, Líber Falco, Mario Arregui, L. S. Garini, Arturo Sergio Visca, Carlos Martínez Moreno, Julio Da Rosa, Carlos Maggi, Armonía Somers, Humberto Megget, Ida Vitale, Milton Schinca, Anderssen Banchero, Circe Maia, Eduardo Galenao, Ibero

Gutirérez, Cristina Peri Rossi, Mario Delgado Aparaín y Rafael Courtoisie, entre otros.

En cuanto a movimientos y corrientes de comienzos hasta mediados del siglo pasado, se incluye un texto –ʻLa infancia realista y surrealistaʼ– que demuestra que a Benedetti no le eran ajenas las vanguardias. El texto aborda el surrealismo desde una perspectiva novedosa e inteligente. “Cuando en 1924 André Bretón definió el surrealismo como el ʻautomatismo psíquico mediante el cual se propone expresar, sea verbalmente o por escrito o de otro modo, el funcionamiento real del pensamiento, en ausencia de todo control ejercido por la razón y al margen de toda preocupación estética y moralʼ, citaba entre otros, como precursores del movimiento, a Freud, Lautréamont, Nerval, Sade, Poe, Baudelaire, Rimbaud, Mallarmé y Alfred Jarry. Tal vez habría sido mejor que incluyera en la nómina a un contribuyente extraoficial: al niño. Y no solo al niño de esta época sino el de todas las épocas”.

Entonces –y aquí está la perspectiva novedosa y lúcida– cita al maestro compatriota José Luis Firpo y su libro El humor en la escuela (convertido más tarde en un clásico), donde recopilaba frases sueltas y composiciones de sus alumnos. Y escribe Benedetti: “La imaginación infantil tiende naturalmente a transgredir todas las normas que se proponen limitar su libertad. En ocasiones, se refiere a la realidad como si fuera un sueño, y cuando es consciente de su propio humor (otras veces el humor es totalmente involuntario) puede llegar a ser muy corrosivo. Los niños fueron, son y serán surrealistas avant y après la lettre”.

Por lo expuesto, la obra crítica y ensayística de Benedetti es ecléctica, abarcativa (en el buen sentido del término) y nos (re)descubre a un hombre que, sin dejar de lado su obra ficcional, siempre estuvo atento al trabajo de sus pares y lo que ocurría en la comarca y en el mundo de las letras. D

Nelson Díaz. Periodista cultural en medios nacionales y extranjeros. Escritor, ha publicado poesía, narrativa y biografía.