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Balaguer y Bosch en y ante la historia

Por Radhamés Reyes-Vásquez

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Joaquín Balaguer, estadista enigmático

El doctor Joaquín Balaguer y el profesor Juan Bosch son, en sus diferentes magnitudes, dos pasiones y dos fenómenos históricos del pueblo dominicano. Ambos, presidentes de la República, fundadores y dirigentes de importantes partidos políticos, escritores, historiadores, protagonistas fundamentales de nuestro tiempo, estaban unidos por lo mismo que los separaba: la pasión.

Son distintos en sus formas y procedimientos, pero también complementarios. Desde ópticas diversas cada uno vio e interpretó a la sociedad dominicana a su manera, maneras muy distintas, por cierto. Bosch, activista político con gran sentido de la organización y de la moral como precepto de vida y ejemplo, intelectual apasionado y entregado a su causa, y Balaguer con sentido de la oportunidad y la circunstancia, amante como pocos del poder, de carácter firme, quien nunca actuó bajo emoción. Existen entre ambos coincidencias o confluencias, pero nunca identidad en las propuestas ni en los modos de accionar. Cada uno tenía su propio sueño y su propia causa.

Hablar de Joaquín Balaguer es hablar de muchos hombres, como dijo el flamante escritor argentino Jorge Luis Borges refiriéndose al también escritor venezolano Arturo Uslar Pietri, uno de los cerebros mejor amueblados del siglo pasado. Hablar del doctor Balaguer es hablar de una Nación, una historia colectiva y una historia personal, no siempre íntima, sino habitualmente pública y expuesta a todo tipo de conjeturas y especulaciones.

Poeta, sonetista de primer orden, ensayista, historiador y autor de varias novelas, pero sobre todo político, ministro, embajador y presidente de la república, Joaquín Balaguer tiene el indudable predominio en la vida política dominicana tras una larga vida y un ejercicio político e intelectual que terminó cuando, durante la madrugada del 14 de julio del año 2002, expiró en el quinto piso de la clínica Abreu de la ciudad de Santo Domingo.

A este hombre, quien ejercía una especie de fascinación en las masas que le seguían y se convirtió en un enigma y un misterio que llamaba la atención de los dominicanos pero también de grandes líderes e intelectuales de otras latitudes, le correspondió enfrentar las situaciones sociales más difíciles como las postrimerías del ajusticiamiento de Trujillo, las inestabilidades inmediatas del histórico acontecimiento, y luego de una guerra civil y una invasión militar auspiciada por los Estados Unidos (la segunda en el siglo pasado) disfrazada como obra de la Organización de Estados Americanos (OEA), gobernar un país con una sociedad extremadamente dividida y rencorosa con los pies sobre la pólvora aun caliente y con las organizaciones políticas radicalizadas.

La República Dominicana, con serios problemas de producción y desempleo, poca inversión privada por la crisis de confianza que generó en principios el retorno de Balaguer, se vio obligada prácticamente a resurgir de las cenizas de sí misma y el llamado Gobierno de Reconstrucción Nacional y El nuevo amanecer con Balaguer, entre actos de terrorismo y la caída de muchos de los dirigentes de izquierda en terribles circunstancias, empezó un proceso de crecimiento de la inversión privada mediante la construcción de viviendas y edificaciones, apertura de bancos nacionales y extranjeros, nuevos periódicos de circulación nacional, líneas aéreas, acueductos y caminos vecinales, etc.

Con el propósito de dinamizar la economía, en principio con bajo índice inflacionario, para atraer el capital extranjero el doctor Balaguer estableció las zonas francas, entregó flotillas de automóviles nuevos a los sindicatos de choferes, desarrolló un programa de construcción de escuelas, mientras el azúcar, entonces nuestro principal producto de exportación, alcanzaba elevados precios en los mercador internacionales y nuevas industrias manufactureras eran abiertas en todo el territorio nacional.

Con los altos precios del azúcar y de otros productos de exportación los ingenios se dinamizaron y se convirtieron en fuentes de trabajo e ingresos para una buena parte de la población residente en las provincias donde éstos funcionaban. Pero con el paso del tiempo los dominicanos fueron abandonando el corte de la caña y entonces el país se vio forzado a traer braceros haitianos para esas labores durante la zafra; braceros que por disposiciones estrictas del gobernante eran recogidos y devueltos a su país de origen inmediatamente terminaba la zafra.

Lo mismo sucedió con los trabajos de construcción, cuando los dominicanos dejaron de tirar mezcla de arena y cemento, ante esa negativa los haitianos empezaron a llegar al país con el propósito de ganarse la vida en esas labores, y poco a poco la población haitiana en el país ha ido creciendo en tan preocupante magnitud que algunos historiadores afirman que estamos invadidos por los vecinos y que la cantidad de ciudadanos haitianos en suelo dominicano excede al millón.

Pero el primero en advertir esta preocupación, como presumido duartiano, fue el propio Balaguer, quien luego escribiría un libro, La isla al revés, precisamente preocupado por el fenómeno. Si Balaguer fue o no fue nacionalista, es algo que no puedo afirmar, negar ni discutir en este momento; pero nadie puede negarle su legítima preocupación en este sentido.

De manera que el pensamiento y la acción de Joaquín Balaguer en los últimos procesos históricos de la nación (incluido el presente) son esenciales para entender e interpretar nuestros fenómenos sociológicos y nuestra identidad como nación.

21 años después de su muerte, Balaguer no es un fantasma que recorre nuestra historia sino una presencia constante y viva, un argumento al que hay que examinar, auscultar con la misma curiosidad del entomólogo. Se definió como un instrumento del destino y fue un verdadero gladiador que salió victorioso aun en sus más difíciles circunstancias. Hoy, prácticamente se ha convertido en mito que vibra en el quehacer político dominicano, aunque su Partido es una entelequia que unos cuantos vivos siguen utilizando como una empresa comercial para su enriquecimiento personal.

A pesar de que es un hombre inolvidable, me pregunto cómo recordar a quien levantó un país de la ruina material, construyó centenares de escuelas, acueductos, hospitales, carreteras, propició el desarrollo del turismo al que llamó la industria sin chimeneas, creó el sistema nocturno de educación para que ningún dominicano se viera imposibilitado de continuar sus estudios por motivos laborales.

No es posible recordarlo por El Cristo de la Libertad ni por su Tebaida Lírica (arrebato sin sentido de un instante de ira juvenil), tampoco por sus novelas; sino por la obra material que desarrolló durante sus décadas de gobierno, su extraordinaria vida política y por la maestría de muchos de sus sonetos, su cortesía en el trato con los demás, su vida enigmática y la maestría con la que siempre actuó demostrando una inteligencia excepcional. El hombre que citaba de memoria, aun cuando había perdido la vista, párrafos enteros de autores clásicos, los que siempre tuvo a mano y fueron su pasión fundamental cuando de literatura y artes se trataba, despertaba pasiones de toda índole. Hasta sus propios adversarios lo admiraban con el mismo sentido feroz con que lo despreciaban, lo odiaban, lo maldecían.

Pareciera un ser extremadamente contradictorio en muchos sentidos, pero sus acciones han sido entendidas como producto de sus estrategias políticas, el sorpresivo e ingenioso humor o la discreción de su vida familiar. El mismo hombre que condenó al teniente general Pedro Santana por haber entregado al país a cambio de un marquesado irrisorio, es también quien dispone que los restos del marqués de Las Carreras fueran llevados al Panteón Nacional, mediante Decreto emitido en el año 1976 pero ejecutado en el 1978, según me comunica el también ex teniente general, poeta e historiador José Miguel Soto Jiménez, dos meses antes de entregar el poder a don Antonio Guzmán, quien ganó las conflictivas elecciones de ese mismo año en la boleta del Partido Revolucionario Dominicano (PRD), aliado con varias enti- dades políticas, y quien iniciaría valientemente una apertura democrática abriendo las puertas del país a numerosos políticos que desde hacía años estaban en el exilio y abriendo las puertas de las cárceles a los denominados presos políticos, aun cuando el propio Balaguer insistía ante la prensa y los organismos internacionales pro derechos humanos en que en este país no hay presos políticos, sino políticos presos

Muchos, en pleno derecho, prefieren recordarlo como como el hombre que gobernó con mano dura o por el número de muertos y desaparecidos durante los 20 años de su directo ejercicio como verdadero presidente de la República, a excepción los años de presidente pelele durante la Era de Trujillo.

Por eso expresé, en principio, que hablar de este hombre es hablar de muchos hombres. El político profesional a veces marrullero, el escritor que dominaba el idioma como un lujo, el historiador acucioso, aunque sin una clara metodología, el poeta preciosista maestro en el arte de la versificación, el hombre taciturno que nunca se casó pero que, según las malas lenguas y hasta algunas buenas lenguas, engendró una importante cantidad de hijos que nunca reconoció y que andan por ahí presumiendo de esa supuesta paternidad a la que el líder nunca se refirió. Es Balaguer el mito dominicano de las especulaciones de nuestro tiempo, el muerto no enterrado y que aun ya cadáver tiene quienes le cuiden las espaldas. Por si acaso el cielo o la divinidad salieran con algo extraño, inesperado y nunca visto, pues nadie puede predecir las cosas del azar.

2 Juan Bosch, maestro y organizador

El profesor Juan Bosch fue un hombre también extraordinario, un laborioso hombre de ideas y proyectos a los cuales se entregaba con toda su entereza. Su pasión no fue el poder sino la política, la historia, la sociología, el diálogo, la escritura, la ciencia como elemento revelador de la realidad.

Los años duros. Década de los 70s. Una calle, un pequeño condominio de seis u ocho apartamentos en la calle César Nicolás Penson, próximo a donde entonces estaba la embajada de los Estados Unidos. Faltan cinco minu- tos para las siete de la noche y acompaño al entonces embajador de Honduras en nuestro país, el eminente humanista Rafael Leiva Vivas, actual director de la escuela diplomática de Honduras pese a sus limitaciones físicas, con quien todavía me unen lazos de amistad, me había pedido interceder para que este encuentro se efectuara. Subimos con cuidado las escaleras. Al fondo, hay un hombre visiblemente armado, y se pone de pies tan pronto se percata de nuestra presencia.

El hombre armado (de apellido Cuevas) ya tenía instrucciones sobre nuestra visita porque sin preguntarnos nada nos abrió la puerta. El profesor está esperándolos, dijo, con un gesto de cortesía. Entramos y el circunspecto humanista y ex presidente de la República se puso de pie y nos recibió con la amabilidad del monarca que se siente admirado y respetado. En la sala hay cuatro mecedoras de caoba y una pequeña mesa de centro. Nos sentamos, satisfechos, ante el único político dominicano que siempre quiso educar al pueblo, el derrocado presidente, el notable y excepcional cuentista respetado en toda América Latina, aquel de corazón honrado siempre fiel a la verdad y a sus creencias, su ideología, uno de los hombres más organizados del mundo, el prócer por cuya reposición en la presidencia y por el retorno a la constitucionalidad había provocado importantísimos fenómenos sociales, motines, alzamientos, inmolaciones, una guerra civil, una guerra patria en lucha contra el invasor, etc.

Y allí estábamos, la puerta abierta y en el mismo lugar el hombre armado atento a todos nuestros movimientos. El diálogo se hacía cada vez más interesante: Kennedy, la gente del canal de Panamá, la historia de América Latina, el sistema de partidos políticos, Máximo Gómez, Gregorio Luperón, García Márquez, etc.

En un momento de la conversación, Bosch pidió permiso y llamó a la muchacha de servicio: ¡Chicha! ¡Chicha! Pero Chicha no respondió ni apareció. Entonces don Juan personalmente sacó tres botellas de Coca-Cola de un huacal que tenía a su lado. Nos las beberemos calientes, dijo, porque Chicha no aparece; brindamos y bebimos la Coca-Cola sin hielo, digamos que a temperatura ambiental como se toman algunos vinos, pero tibia y espumosa.

Entonces nos hablaba sin nostalgia de los terribles aconNo. 133, mayo de 2023 • 49 Análisis tecimientos que terminaron con su gobierno durante la madrugada del 25 de septiembre de 1963, sus años de exilio, la férrea dictadura de Trujillo, su pasión por la historia, la guerra de abril, la intervención norteamericana, su preocupación por el destino dominicano y por la situación y la manera como el doctor Joaquín Balaguer gobernaba. Muchos muertos, los llamados incontrolables, desaparecidos, exiliados, el dólar se pondría al tres por uno, el sueldo mínimo, entonces 60 pesos mensuales, debía ser elevado y los trabajadores merecían mejores condiciones de vida, y había que buscar otros productos para la importación porque el azúcar de remolacha ya hacía sentir sus efectos en los precios del azúcar de caña, etc.

Le preocupaba el desconocimiento de la historia y de los fenómenos sociales de parte de la dirigencia política del país, el analfabetismo, la carencia de fuentes de empleo, el poco desarrollo y la desesperanza que decía advertir en la República. No había perspectiva posible ni posibilidades de desarrollo, decía, si las cosas siguieran como estaban. La juventud, desilusionada, abandonaba los estudios y empezaba el fenómeno de los cadenu- ses , jóvenes que se iban a los Estados Unidos y regresaban, pedantes y engreídos, con el cuello magullado por el peso de las cadenas de oro o, muchas veces de goldfield. Ya el sueño de los jóvenes dominicanos no era estudiar, formarse y trabajar en su país, sino ir a establecerse en el gigante del norte y regresar con iguales lujos y despropósitos.

En Puerto Rico, en el último cuatrenio de los 80s, mientras me desempeñaba como locutor de noticias en Wapa Radio, el dueño del hotelito donde yo vivía, un cubano de trato formidable me decía: Qué problema tienen ahora ustedes los dominicanos, tienen un presidente que quiere ser poeta y un poeta que quiere ser presidente. Se trataba de Balaguer, presidente en ese momento, y de Bosch, aspirante presidencial que en las elecciones del 90 arrasó con su Partido de la Liberación Dominicana.

Pero el poder otorgado masivamente en las urnas fue usurpado como afirmó uno de sus discípulos de Bosch, el doctor Leonel Fernández, quien luego sería presidente de la República durante doce años (tres períodos) y en la actualidad compite para la misma primera magistratura de la nación.

Lo que me decía aquel cubano, a quien siempre recuerdo con cariño, no era exactamente así. Bosch ya había sido presidente y desde antes de ocupar la posición era reconocido en América Latina por su extraordinaria obra narrativa (especialmente en el género cuento) y por libros esenciales para el conocimiento de nuestro devenir histórico como Trujillo, causas de una tiranía sin ejemplo, De Cristóbal Colón a Fidel Castro, Hostos, el sembrador, la más hermosa biografía escrita sobre el gran Eugenio María de Hostos, etc., libros escritos durante su largo exilio.

Organizador de primer orden, con una magia excepcional para dirigirse a las masas, hombre que escribía como hablaba, creador -digamos- de un lenguaje demasiado ingenioso con el que llegaba a las masas en sus habituales discursos de la una de la tarde en los que hizo estilo de un famoso vocabulario que, con el tiempo, pasaría a ser parte del habla popular del pueblo dominicano e instrumento en los procesos de investigaciones sociológicas: los hijos de Machepa, los carros pescuezos largos, los tutumpotes, el gobierno que duraría menos que una cucaracha en un gallinero, etc.

Autor de una inmejorable interpretación de nuestra historia, Composición social dominicana, durante su agitada vida, como el mismo Balaguer, Juan Bosch enterró la pluma con la que escribió verdaderas obras maestras de ficción como La mujer, La nochebuena de Encarnación Mendoza, La muchacha de la Guaira,

Dos pesos de agua, etc., y empuñó el bolígrafo y el estetoscopio para auscultar a la sociedad dominicana y ubicarla en su proceso latinoamericano.

Bosch ha sido denominado El ejemplo, valioso slogan de la exitosa campaña para las elecciones generales del 90. Creo que cuando se trata de aspectos intelectuales, conciencia y moralidad en la conducta individual y social, la vida de Juan Bosch es un innegable ejemplo. El propio Joaquín Balaguer, en cuyos gobiernos hubo alarmantes actos de corrupción, personalmente fue un hombre austero que no amaba el lujo, sino el poder y por eso, cuando presentía el final de sus días, donó en vida sus bienes, una fortuna tan simple como la de un empleado cualquiera. En eso tanto Bosch como Balaguer fueron exactamente iguales. No amaron el dinero y este nunca fue la ambición de ninguno de los dos.

A veces me preguntó cómo estas dos personalidades fundamentales del último siglo dominicano (y que gravitan todavía con fuerza latente y hasta determinante) cómo inventaron el tiempo para escribir obras de un decir revelador que aún pueden leerse como si hubiesen sido escritas el mes pasado.

A pesar de las grandes diferencias políticas y en sus procedimientos individuales, Joaquín Balaguer y Juan Bosch son dos gigantes -quiérase o no- cuya influencia en nuestro pasado reciente (y aún hoy) es innegable. Sus aportes y sus desaciertos, en todos los ámbitos en los que desarrollaron su paso por este mundo, están ahí y no será fácil borrarlos por más que los complejos y la ceguera de las pasiones políticas puedan imponerse.

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