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El presidente feo y la tigresa
El encuentro fue casual; ella, al igual que yo, entraba al Palacio de Bellas Artes, en la Ciudad de México; yo para comprar unos boletos, ella no sé, porque iba acompañada de tres personas.
Vestía un turbante blanco espectacular, un vestido en color púrpura, al que podríamos llamar exótico, y su rostro muy cargado de maquillaje impresionaba, sobre todo sus ojos de color verde enmarcados en una pintura negra que llegaba hasta la terminación de sus cejas.
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Su voz ronca, con un cierto sonido rasposo, sonaba alto y en un tono de gran suficiencia o, digamos, de prepotencia. Debería tener entonces alrededor de 70 años, pero la cantidad de maquillaje hacía muy difícil calcular su edad real.
Era Irma Serrano, “La Tigresa”, muy conocida en el mundo del espectáculo, no tanto por tener grandes talentos artísticos como actriz o cantante, sino por ser un personaje controvertido y en algunos aspectos extravagante.
Su brinco inicial a la fama se dio por destacar como cantante de música ranchera y, en menor media, como actriz, aunque hacía ambas cosas, pero su mayor fama le vino por ostentarse públicamente como amante de Gustavo Díaz Ordaz, en el periodo en que este fue presidente de México (1965-1970).
Díaz Ordaz era un hombre muy feo físicamente, más bien bajo de estatura, muy delgado, en parte debido a los problemas intestinales que padeció toda su vida, y de un carácter muy difícil. Era, digámoslo así, un hombre de pocas pulgas y de armas tomar, como se pudo ver en su periodo gubernamental.
En aquellos años Irma Serrano debería haber andado por los 30 o 31, esto es que estaba en la plenitud de su belleza, porque indudablemente era una mujer hermosa y también muy temperamental que encontró su mayor fama y fortuna en la relación con aquel hombre feo y poderoso, quien ya era un cincuentón, 22 años mayor que ella.
Es bastante difícil imaginar cómo es que transcurría semejante relación, dadas las características de ambos personajes, más por él que por ella, quien siempre se mostró como una mujer muy liberal, por lo menos esa imagen pública vendía.
Lo verdaderamente complicado es hacerse una idea, aún en la ficción, sobre un Gustavo Díaz Ordaz como amante, pero en las propias declaraciones de Irma Serrano se refleja como alguien muy espléndido, que la complacía inclusive en caprichos extravagantes, como el regalarle la recámara que le perteneciera a la emperatriz Carlota, entre otras antigüedades que eran patrimonio del Castillo de Chapultepec, y, en consecuencia, bienes nacionales.
Irma Serrano le agregó a esa ya de por sí tan singular relación, algunas historias que pueden ser más producto de su imaginación que de la realidad, como el hecho de que le llevó serenata al presidente en la mismísima residencial oficial de Los Pinos, para cantarle “Por andar con un casado”, o esa otra que en un arranque de furia, golpeó en el ojo al presidente, causándole inclusive un problema en una de las córneas, lo que motivó que los guardias presidenciales estuvieran a punto de meterle un tiro, por muy “Tigresa” que fuera, pero el propio Díaz Ordaz intervino para impedirlo.
El caso es que la relación terminó y todo indica que a iniciativa de él, quien, como ya hemos dicho, tenía fama de ser un hombre de muy pocas pulgas, pero además ese tipo de romances suelen ser transitorios, lo que no impidió que Irma Serrano acrecentara su fama y acumulara un capital que le permitió inclusive hacerse de sus propio teatro (el “Fru-Fru”), en pleno centro histórico de la Ciudad de México, e inclusive incursionar en la política, donde tuvo algunos cargos como legisladora.

Gustavo Díaz Ordaz debió pasarla bien, más tomando en cuenta que era un hombre muy tenso o muy estresado, como decimos ahora, quien debió visitar a todos los gastroenterólogos de la Ciudad de México, pues padecía de severísimos cuadros de colitis que le hacían muy difícil la vida. Debido a su padecimiento, murió en 1979, apenas a los 68 años de edad, precisamente de cáncer de colon.
“La Tigresa”, quien llevó una vida relajada y mucho más placentera, murió apenas a principios de marzo de este 2023, a los 89 años de edad, en una casa que, según afirman quienes la conocen, es una especie de museo, donde siguen expuestos los muebles históricos que le regalara en su momento Gustavo Díaz Ordaz para alagarla.
Está visto que en cuestión de amores y de tálamos, caras vemos, pero lo demás no lo sabemos.

por: La redacción
El actual cabildo municipal de Torreón le ha colocado el nombre de María Luisa Ybarra Goribar a la plaza de la colonia Las Margaritas, afirmando que esta mujer es nada menos que la fundadora de Torreón, en la opinión del historiador local Carlos Castañón Cuadros, pero, al menos en este caso, el historiador, quien ya está entrado en su etapa de madurez y se esperaría de él un mayor rigor académico, está emitiendo una opinión muy personal que no se apega a los archivos históricos disponibles.
Es muy encomiable que Carlos Castañón Cuadros, en colaboración con Adriana Vargas, hayan publicado el libro Grandiosas, en el cual rescatan el trabajo muy meritorio, y poco reconocido, de varias mujeres en la cultura y la sociedad de Torreón y La Laguna, incluyendo a personajes como María Luisa Ybarra Goribar, pero el buen propósito no los dispensa de apegarse a los hechos históricos y poner a un lado las simpatías y las preferencias ideológicas.
Se disculpa inclusive que dicho libro haya sido autopublicado, como otros, aprovechando la posición que en su momento tenía Carlos Castañón como director del Archivo Municipal de Torreón, cargo que le concedió Jorge Zermeño por su aportación editorial de apoyo al panismo y, en particular, al propio Jorge Zermeño, quien hizo un deplorable papel en su última gestión como alcalde.
María Luisa Ybarra Goribar, heredera de parte de la Hacienda de San Lorenzo, en Parras, se casó con un migrante español pobretón pero muy ambicioso, llamado Leonardo Zuloaga, quien se dedicó a administrar la herencia de su esposa con un espíritu de expansión, lo que le llevó a construir un importante latifundio que abarcaba, entre otras enormes extensiones, lo que hoy es La Laguna de Coahuila.
Fue él quien construye el llamado rancho de El Torreón y comienza a explotar sus tierras, aprovechando las aguas del río Nazas. Su esposa, María Luisa, se dedicaba a quehacer familiares y sociales.
Pese a sus orígenes modestos, o tal vez por lo mismo, Leonardo Zuloaga generó, por su ambición, conflictos sociales con los campesinos y rancheros de la región, en especial en lo que hoy es Matamoros, quienes se enfrentaron al latifundista que manejaba sus propiedades en la región desde la Hacienda de Hornos, en la región de lo que hoy es Viesca.
Leonardo Zuloaga apoyó la invasión francesa a México (1862-1867), como muchos otros latifundistas y conservadores, pero él muere en plena guerra, en 1865. Al triunfo de la república, el presidente Benito Juárez le confisca todos los bienes a la familia Zuloaga-Ybarra, por considerarlos traidores a la patria.