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Sin huevos para clavarse un cuchillo en el corazón > Manuel Felipe
Sin huevos para clavarse un cuchillo en el corazón
Manuel Felipe
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Mis compañeros resultaron ser de lo más locos, uno de ellos era un tipo de veinticinco años, con dos hijos, los cuales viven con la que fue su mujer, ellos no saben nada de él y él no quiere que sepan, poco interesado está en volver a verlos, hace tres años que no lo hace. Ahora vive con otra mujer, rentan un cuartucho y cuando están juntos sólo se dedican a tomar cervezas y fornicar, están dispuestos a dar la vida por sus excesos. En una ocasión me invitó a donde vive, el lugar era de lo más decadente y rastrero, Sandra, su mujer, no dejó de hablarme de cómo había conocido a Salvador, de cómo la había engatuzado para que dejara a sus padres y vivieran juntos. Para ella, Salvador era un hijodesuputísimamadre pero que lo amaba más que a ella misma, aunque menos que todo el alcohol habido y por haber. Ella quiere acabarse todo el alcohol del mundo. Lo mejor de Salvador –dice ella– es que raja parejo conmigo, nunca se acobarda y siempre termina hasta la madre igual que yo. Salvador la miraba de reojo mientras se empinaba una caguama. Y no sólo eso, -siguió contando con hipos constantes- también es un ardiente en la cama, aunque últimamente, de tan borrachos que estamos, ya casi no cogemos. Tomé un rato con ellos y antes de irme, Chava me pidió para una caguama, le di veinte pesos. Al día siguiente lo corrieron de la farmacia, era la quinta vez que llegaba tarde y además se le notaba lo borracho, me pidió lo fuera a ver a su casa cuando saliera. Sandra no estaba, él continuaba embriagándose, me ofreció de su caguama. No acepté. –No mames, éntrale, chupa conmigo, –le sonreí, la verdad tenía más ganas de irme que de estar con él. Permaneció un rato callado, entonces le dije que ya me iba. –Espérate, no te vayas aún, –la forma en que lo dijo me pareció enigmática, sentí que me diría la razón por la cual Sandra no estaba. Fue hacia la cocina o al menos a lo que se podría llamar una cocina, y regresó con un cuchillo. –Vamos, clávamelo en el corazón, yo no tengo los huevos para hacerlo, –lo miré más con desidia que sorprendido. –¿Y qué te hace pensar que yo si tendré lo huevos para hacerlo? . –me quedó viendo con ojos saltones –Lo supe desde que entraste a la farmacia, supe que tú podrías ayudarme, por eso te pedí que vinieras hoy, aprovechando que Sandra no está. –Por cierto, ¿dónde anda ella? –al preguntarle esto su expresión fue la de un hombre asustado pero que después se da cuenta que no hay de que preocuparse. –No sé, desde anoche salió, se supone que iba a conseguir dinero para comprar unas caguamas pero no ha regresado, seguro fue a ver a su hermana. –¿Y no te preocupa que no llegue?
–Me preocupa que llegue con las manos vacías, por eso mejor clávame este cuchillo en el corazón. –No lo haré, no tengo los huevos que piensas, –en ese momento me dirigí hacia la puerta y caminé hasta mi casa. Antes que saliera de la farmacia, Salvador llegó a verme, portaba la misma ropa que el día anterior y tenía el aliento más hediondo que he sentido en toda mi vida, se notaba que no había dejado de tomar. Hice un esfuerzo loable para que se fuera, prometiéndole que lo iría a ver a su casa en cuanto saliera. Pedro tiene 23 años, no tiene vicios, pero le gusta joder a las personas. Es una de las personas más entrometidas que he conocido, Salvador y él se llevaban bien, a secas, lo cual quiere decir que después del trabajo cada quien su patín o su onda o su vida (como mejor entiendan). Me comentó su deseo por conocer donde vivía Salvador, le dije que me acompañara al salir, pero que no lo molestara con sus cosas. Consintió. Lo encontramos tirado en el piso de su casa, el cual, como era de esperar, se encontraba sucio y pegajoso, con botellas y vasos regados, alguno de estos con cucarachas adentro. –No mames pinche Chava –gritó Pedro–, como verga puedes vivir en este cochinero. Volteé a verlo con cierta molestia. –No te claves, ni siquiera se da cuenta de que estoy aquí, que no ves que está hasta la madre. Pedro tenía razón, Salvador estaba hasta la madre. Lo arrastré hasta la cama y sólo alcanzó a decirme que no tenía los huevos para clavarse el cuchillo. Me pidió otra vez se lo enterrara en el corazón. –Duerme un rato, –le dije. –No puedo cabrón, Sandra no ha llegado, –comentó con aflicción, de pronto comenzó a llorar. –Cálmate wey, ya llegará. –No va llegar puta madre, yo sé que no va a llegar. Pedro husmeaba por el cuartucho y cada que encontraba algo asqueroso gritaba estupideces. Varias veces le tuve que decir que se callara. Salvador seguía repitiendo que Sandra no llegaría y no tardé en darme cuenta que estaba delirando. “Palaverga”, grito el cabrón de Pedro, “Ven a ver esta madre”. Me dirigí hacia al patio, por la expresión de Pedro, supe que se trataba de algo repugnante. Volteé hacia donde él miraba, permanecí turbado un buen rato, al reaccionar, Salvador ya había dejado su delirio, nunca más lo volvería a hacer. Pedro se acercó, con un trapo había tomado varios trozos de Sandra. –¿Armamos el rompecabezas?

Imagen: “El Mariachi”. Mauricio Vega V.