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El Silencio en la noche del

Diego Avilés Fernández Presidente, Cofradía Cristo del Perdón

La R.A.E. define la palabra “Refugio”como “lugar que sirve para protegerse de un peligro. Protección o amparo que una persona encuentra en otra o en algo librándola de un peligro”. Con esta definición y leyendo la historia de la fundación de esta cofradía podríamos afirmar que sus fundadores no pudieron elegir una advocación mejor para este titular y su cofradía, conocida en nuestra ciudad como la procesióndelSilencio.

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Una procesión con su identidad propia, de carácter austero y luto riguroso en sus vestiduras. Una procesión que lleva al límite la oración en sus cofrades desde el mismo momento en que visten la túnica nazarena en casa. Ritual de compromiso con el silencio porque hay que dejar al Señor que sea Él quien te hable, y para escucharle es necesario permanecer callado. El silencio de la noche de Jueves Santo tiene mucho que decir, solo hay que saber escuchar. Yo tuve el privilegio de poder degustar un año lo que se siente la noche del Jueves Santo acompañando al Señor del Refugio, y sinceramente, fue algo difícil de expresar porque el sentimiento no es fácil describirlo para que otra persona se haga una idea de tu estado en ese momento. En esta procesión habría que salir al menos una vez en la vida para sentir cada uno ese espíritu devocional.

En la procesión del silencio es como si fueras solo por las calles de Murcia. No hay que buscar a amigos entre el público para saludarlos porque nadie te reconoce. Esa noche es para el Señor, para la oración y para aprovechar ese tiempo de silencio que solo lo rompe las voces de los coros que hay a lo largo del recorrido que rezan con sus cantos y nos ayudan a profundizar en lo hondo de nuestro corazón, y fijándonos en Él, buscarlo en medio de la noche oscura tal como escribió San Juan delaCruz.

Y la “música” que acompaña la procesión es muy peculiar. Ese chirrido característico de las varas del paso que a mí, personalmente, me parecía como si me llamara la atención para que no dejara de mirar la imagen del amor de Dios clavado en la cruz redentora.

Silencio porque yace muerto el Señor y en señal de penitencia, al finalizar la procesión, los nazarenos que han ido acompañándole por las calles de Murcia se arrodillan para que pase entre ellos el amor de Dios, aquél al que traspasaron, el que ahora descansa en la cruz, el que ha ofrecido al Padre su vida por todos. En esos momentos, a la puerta de la iglesia San Lorenzo los hermanos del Cristo del Refugio dan humilde cumplimiento a las palabras que cita la Sagrada Biblia, “…… ante Él se doblará toda rodilla…”y en el más absoluto silencio entra de nuevo en la iglesia el Cristo del Refugio dondepermanecealcultotodoelaño.

En la historia de la Cofradía magenta, la cual tengo el honor de presidir, también hay algo muy significativo que nos une sentimentalmente a la Cofradía del Cristo del Refugio, y es que el primer año que salió en procesiónestainigualableimagendetanta devoción, en 1943, lo hizo en el paso de nuestro titular, el Santísimo Cristo del Perdón. Todo un honor queridos hermanos que guardamos siempre en el recuerdo. Es el único trono que ha llevado dos sagrados titulares, en este caso El RefugioyElPerdón.

Os deseo, porque lo merecéis, que los actos que llevéis a cabo por esta efeméride sean fructíferos para toda personaqueasista.Estoysegurodeello.

Por último, quiero felicitar a todos los hermanos de la Cofradía del Santísimo Cristo del Refugio y muy especialmente a su Hermano Mayor, mi apreciado y querido Ignacio Sánchez-Parra, por el ochenta aniversario de esta distinguidainstitución.

Antonio Fuentes Segura

“Podemos afirmar que, entre todas las cosas que existieron en el mundo, jamás se dio una evolución de la Idea de Dios. La idea pudo ser encubierta, evitada, olvidada, o incluso explicada de forma confusa, pero nunca evolucionó” (“El hombre eterno” G.K.Chesterton)

Vamos a vivir la Semana Santa, inmersos en el gran misterio que es la Fe y la Pasión de Cristo, de un modo mucho más intenso y profundo que durante cualquier otro tiempo del año, salvo que fijemos nuestra atención solo en lo más externo y superficial. Una manifestación de nuestras convicciones tan explícita también provoca una enorme tensión que se enfrenta a la razón. Y somosseresvivosracionales.

En mi incesante búsqueda de la Fe he encontrado más miedo a perderla que ninguna otra cosa, de modo tal que solo mi perseverancia en ella me ha permitido entenderme como persona. Si la perdiera nada sería, o, probablemente, menos persona me sentiría, menos entendería todo, admirando, vencido, a quienes viven sin ninguna creencia. Parece innecesario citar a Chesterton, un converso, para hablar de aquello que los Evangelios muestran de modo mucho más directo e intenso, pero no soy capaz de enfrentar mi Fe ante las Escrituras, sino ante quienes son personas ordinarias. A través de estos autores, filósofos y teólogos, sabios y valientes, a través de nuestros sacerdotes en sus homilías, remando contra corriente, aprendo cómo sienten, cómo creen, cómo explican todo esto, que es la Vida. Y comparto esa cita del gran autor pues todos estaríamos de acuerdo en reconocer que Dios se mantiene siempre actual y presente, aún para dudardeÉl.

Así, con sus testimonios resisto, combativo, los envites de quienes, en cierto modo, se ríen de la Fe, buenos amigos, incluso, a los que, pese a todo, aprecio de igual modo, y, últimamente, gracias a ellos, más que exigirme lapruebadelaexistenciadeDios,heconseguido dar la vuelta a su afrenta y preguntarles lo mismosobreaquelloqueniegan,peroensentido rotundamente inverso: “Prueba tú que Dios no existe”.Buenapropuestaparaestosdías.

Y es que, pese a nuestra constante evolución, la idea de Dios, como diría Chesterton, ha sido siempre la misma a lo largo de nuestra Historia. Ninguna otra idea es más importante ni se manifiesta de modo tan intenso en nuestra sociedad, pues para el hombre común, con convicciones o sin ellas, bajo cualquier nombre o religión, Dios es una idea recurrente. Como diría Santo Tomás de Aquino, siguiendo su teoría basada en los “hechos de la experiencia”, todo lo que se mueve ha de ser movido por otro, no se mueve por sí mismo, y no solo eso, sino que nuestra razón, sin pugna alguna con la Fe, exige que ese movimiento tenga una causa eficiente. Esa simple realidad nos conduce a Dios como única causa antecedente.

Durante estos días es fácil dar rienda suelta a nuestra Fe. Sin embargo mucho más difícil es explicar qué sentimos y en qué creemos cuando lo hacemos a personas que no tienen fe ninguna, a quienes sobresaltamos, de algún modo, celebrando, en las calles, nuestra Semana Santa, y dando testimonio de nuestros misterios, con los cultos, oficios y procesiones, forzándoles quizá a disfrutar de unas convicciones que no comparten ni comprenden. Debemos ser capaces, sin necesidad de que comulguen con nosotros, de transmitirles que los cristianos somos conscientes de que ciertas creencias no pueden ser probadas por la razón, sino que deben ser aceptadas por simple fe, al igual que algunas íntimas convicciones no religiosas forman parte de nuestra naturaleza como personas, es decir, son mantenidas porque uno tiene inclinación natural a creerlas, pues simplemente, de algún modo, “se sienten”, “se saben”quesonverdad.

Y así, la creencia en Dios no necesita llegar a través de la evidencia ni del argumento, sino que puede ser una creencia irrenunciable ante nuestra propia razón, aunque entremos en pugna con ella, fundada, como tantas otras cosas, en una experiencia natural e intuitiva. Desde esta perspectiva la Fe en Dios no necesitaría una argumentación de su existencia, como reclaman aquellos que tanto la critican, sino que tendría su origen en nuestro más profundo sentimiento, pues se da por consabida. De ahí nuestra emoción ante un paso en procesión, ante una imagen bonita, ante el grito ylapasióndeunasaeta.

De todos modos, son “hechos de la experiencia”, que contribuyen a forjar esa natural intuición, la Vida de Cristo, absolutamente real, son los Evangelios, el documento ético e intelectual más importante delaHistoriadelaHumanidad,elamordeSanta Teresa de Calcuta y su dedicación ejemplar a los demás, combatiendo incluso severas dudas de fe ante tantas desgracias de las que fue testigo. Las obras de cualquier otro santo, el nacimiento de un niño, nuestra inteligencia, como legado distinto del otorgado a otros seres vivos, nuestros sentimientos, nuestro amor a los demás, son también “hechos de la experiencia”. Prueba tú que Dios no existe ante estos hechos objetivos.

También son hechos que confirman la Fe los testimonios de quienes se han visto en las puertas de la muerte y siguen aquí para contarlo. Ahí tenemos un ejemplo extremo y definitivo que sirve para comunicar nuestra Fe a quienes quieren profundizar, a quienes tienen dudas o, simplemente, ante quienes nada creen. En estas situaciones, que entran en colisión con la razón, que obligan al hombre a examinar si aquellas convicciones aprendidas son firmes, para comprobar en el último momento de sus vidas si servirán para marchar con dignidad, el cristiano quiere saber si, tras dejar detrás su cuerpo mortal, hay después algo más. No se trata de confiar en un milagro postrero, sino en cómo nuestro pensamiento se concentra en entrar, con convencimiento, con serenidad, a ese momento terminal acompañado por su Fe. Como si fuera un examen final que superar. Un sacerdote cualquiera, que ejerza su ministerio, es capaz de ver cada día, cuando administra los sacramentos, cómo se enfrenta un cristiano consciente ante sus últimos días. Pregunten a ellos.

Quienes lo han contado dicen con certeza que esa razón, que tanto lucha contra nuestras creencias, termina por ser, precisamente, la que nos lleva hacia Dios. Esa conciencia final es tan intensa, es tan real, es tan precisa, que todo lo explica, y termina por confirmar que esa energía, que sería nuestra alma, no acaba, sigue y sigue hacia cualquier otro lugar, hacia ese sitio al que llamamos Cielo. Y que en él no estaremos solos, sino junto a aquellosalosquequeremos.

Esos testimonios son extraordinarios y prueban cómo de fuerte es nuestra Fe. Hay que contarlos. En un mundo hostil como el nuestro, el cristiano, especialmente el cofrade, no puede ser pasivo, pues somos diminutos apóstoles de Cristo y tenemos la obligación de divulgar lo quesentimos.

“Jesús respondió, y le dijo: Si alguno me ama, guardará mi palabra; y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos con él morada.” (Juan 14:23)