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La experiencia sensible del espacio doméstico: la función semiótica del habitar

su puesto, las tradiciones. Esto dota de características específicas al espacio doméstico: la casa, como una entidad espiritual de los seres humanos.

Cada espacio de la domesticidad está sujeto, por lo tanto, a una gran variedad de componentes que estructuran estas cualidades. Estos componentes representan signos y símbolos directamente relacionados con la identidad de sus ocupantes, quienes son una manifestación tangible de la experiencia humana, del espacio habitado o vivido, adjudicando sentido y significación.

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Este sentido del espacio habitado toma relevancia cuando se entiende desde la semiótica. Saussure, precursor de la semiología, la definió como la ciencia que estudia la vida de los signos en el seno de la vida social. La aplicación de este sistema de los signos atañe a todo hecho significativo de la sociedad, y por esta razón es directamente aplicable a las funciones del habitar para analizar los códigos de la vida doméstica y, por lo tanto, de su espacio.

La semiótica

Hablar de semiótica es hablar de signos y símbolos. La semiótica, como disciplina, se encuentra en la base del sistema cognitivo humano, es decir, en la interpretación y producción de efectos comunicantes de tipo sensorial que producen los signos y permiten analizar los elementos de la comunicación audiovisual generando símbolos. La integración de signos y símbolos da como resultado mensajes cognitivos y denotativos por medio de los cuales la semiótica establece también una relación entre esos elementos de significación, los procesos culturales y de apropiación e identidad del espacio.

El recurso de la semiótica en el diseño de los espacios domésticos parte de la experiencia directa entre el habitante y su transitar experiencial en el espacio y su función es traducir el cúmulo de sensaciones y emociones que podrían ser subjetivas o inconscientes dentro de su desarrollo cotidiano, signos que están ligados a elementos físicos, es decir, materiales dentro del espacio doméstico y por medio de los cuales se producen símbolos con los que el indi-

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viduo logra identificarse gracias a su experiencia vivencial, entendidos como actos de comunicación de la semiótica.

COMPONENTES DE SISTEMAS Gestos, sonidos, palabras, ritos, etcétera.

SIGNO OBJETO INTÉRPRETE

COMPONENTES DEL ESPACIO Casa, muebles, utensilios, formas, color, textura, etcétera.

El espacio interior y el usuario

Teoría y diseño del interiorismo

62 Figura 1. Actos de comunicación semiótica.

Fuente: Leticia Jacqueline Robles Cuellar, 2014.

Hablar de semiótica es hablar de los signos y símbolos. La semiótica, como una disciplina que se encuentra en la base del sistema cognitivo humano, es decir, en la interpretación y producción de efectos comunicantes de tipo sensorial que crean los signos y permiten analizar los elementos de la comunicación audiovisual, generando símbolos. La integración de signos y símbolos da como resultado mensajes cognitivos y denotativos, por medio de los cuales la semiótica establece también una relación entre esos elementos de significación, los procesos culturales y de apropiación e identidad del espacio.

El recurso de la semiótica en el diseño de los espacios domésticos parte de la experiencia directa entre el habitante y su transitar experiencial en el espacio para traducir el cúmulo de sensaciones y emociones que podrían ser subjetivas o inconscientes dentro de su desarrollo cotidiano, signos que están ligados a elementos físicos, es decir, materiales dentro del espacio doméstico y por medio de los cuales se producen símbolos donde el individuo logra identificarse gracias a su experiencia vivencial con relación a estos, los cuales entendemos como actos de comunicación de la semiótica.

La construcción de significados sensibles

Comúnmente, la categorización de los signos es dividida en signos mentales y privados, signos del lenguaje, signos de la escritura y signos perceptuales. Con relación a la arquitectura y el espacio, la interpretación de los objetos signo sugiere los conceptos de intercambios estéticos supuestos por Mandoki, quien refiere formas de significación y coherencia entre los objetos y el sujeto. Incluimos, también, el espacio, donde al interpretar estos intercambios estéticos se producen respuestas respecto a la semiótica espacial, haciendo corresponder a los diferentes signos dentro de la categorización de los elementos que constituyen la arquitectura y el espacio interior. Es decir, la experiencia del espacio interior doméstico tiene como actores a los habitantes, quienes al habitar construyen símbolos mentales que, indudablemente, en determinados momentos en el marco de su cotidianeidad, serán llevados como signos del lenguaje y escritura comunicante hacia la expresión de determinados sucesos de vida que traducirán luego como significantes de su propia percepción, sentimientos y emociones.

Todos estos signos de comunicación están inmersos en un tiempo y lugar que recrean y constituyen escenarios de vida donde estarán involucrados otros significantes de la arquitectura y del interiorismo, por ejemplo, diferentes espacios o estancias y su respuesta arquitectónica, la forma, la luz, el color, los materiales, las texturas, el mobiliario e incluso la decoración.

Particularmente, nos interesan los signos que se traducen en la percepción del espacio y que representan, de determinadas maneras, el esfuerzo más inmediato de los habitantes para constituir reflejos de su identidad. Es en el lugar de confianza más íntimo donde la importancia del buen diseño del espacio interior puede interpretarse.

Las estancias de la domesticidad

La casa, a lo largo de la historia, ha respondido a diferentes tipologías habitacionales y de configuración. Entre los años 35-1000 a. C.

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64 se construyeron chozas o refugios temporales para cazadores. Posteriormente, las casas del 6000 a. C., en el oriente medio, respondieron a la necesidad de la casa agrícola de adobe. Luego, las casas rurales del 3000, en el antiguo Egipto, incorporaron techos de madera y palma hasta llegar a la casa con patio y palacios del 2000 a. C. en adelante. Desde sus inicios, la casa fue concebida como lugar de resguardo: un recinto propio que reproducía en su estructura los rasgos sociales y culturales característicos de una determinada región.

El espacio doméstico ha sido, también, configurado con relación al nivel económico y adquisitivo de las familias, lo cual modula el acceso a la vivienda y, por lo tanto, sus cualidades. Por otra parte, la familia y su estructura, en cuanto al número de habitantes, ha tenido una constante reducción en miembros o integrantes, lo que influye en la reconfiguración del espacio. Sin embargo, el principio de habitar en la semiótica sigue siendo el mismo: todo ser humano pretende construir un hogar donde el sentido de apropiación, resguardo y confort no sean limitativos.

El arquetipo del espacio doméstico identifica objetivamente, a partir de su configuración, la consideración de los espacios fundamentales para la vivienda con respecto a las funciones básicas de habitabilidad, es decir, espacios de uso y áreas de tránsito que constituyen una unidad espacial. Al espacio se le otorgan funciones para actividades específicas, se le divide entre lo público y lo privado, lo nocturno y lo diurno, y es así como se estructura el sistema habitacional.

El vínculo experiencial en las diferentes estancias de la casa genera dos tipos de efectos: el físico y el mental. El efecto físico va ligado a las actividades, a la práctica cotidiana por necesidad de uso y conecta con las sensaciones ligadas a los sentidos: ver, tocar, oler, escuchar y probar. Si ejemplificamos este efecto físico con una de las estancias de la casa, podríamos hablar de la cocina, donde la necesidad de comer producirá el interés de la mayoría de los sentidos. Este efecto físico nos llevará al entendimiento del segundo efecto, el mental, capaz de generar percepciones y emociones que conectarán con los sentimientos más profundos del ser y, quizá, logre producir un

efecto memorial del recuerdo de lo vivido, logrando conectar con las fibras más sensibles de los habitantes y usuarios de dicha estancia.

Estos efectos no son otra cosa que la función semiótica del habitar doméstico con relación a la experiencia del espacio, génesis de los fenómenos esenciales del significado de habitar. En relación con las diferentes estancias que configuran el espacio, independientemente de su origen o estatus, despertarán los sentimientos de quienes lo habitan. Estas estancias serán determinantes según los elementos físicos que carguen de simbolismo significante cada una de ellas.

Conciencia sensible de la luz y el color

La experiencia de los espacios domésticos lleva implícita, sin duda, los elementos significantes del color y la luz. La comunicación y el estado de conciencia que se tiene respecto a estos elementos figura en la memoria de cada habitante como manifiestos de su habitar.

Si hablamos de la luz, automáticamente las interpretaciones nos llevarán a comprenderla como un fenómeno físico. Ana María Cetto, en su libro La luz en la naturaleza y en el laboratorio, nos explica la concepción de la luz desde el sistema óptico, así como sus efectos de reflexión y refracción e infinidad de características que determinan las circunstancias de la luz. Saber manejar e interpretar estos elementos, como diseñadores o arquitectos, significa enriquecer de manera sustancial y poética el diseño del espacio. Sin embargo, la conciencia de la luz en los escenarios de la domesticidad nos lleva a tratar de entenderla desde una interpretación, quizá, mucho más subjetiva. Hablamos de las cualidades propias de la luz y de cómo los efectos lumínicos en las estancias de la casa van cambiando o evolucionando de acuerdo con el paso del día a la noche, de la mañana a la tarde. Son estos efectos los que nos interesa magnificar desde la perspectiva sensible de los ocupantes, quienes de acuerdo con su experiencia vivencial recurren a la recreación del imaginario a través de los signos, en términos del lenguaje, donde interpretan la luz desde un determinado momento o escena del día. Tal es el caso de Tanizaki, quien en su ensayo describe la experiencia japo-

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66 nesa de habitar y relata diferentes escenarios de la vida: las características profundas y sublimes de la sombra, las particulares escenas de una cultura desde su domesticidad.

La luz sin el color, definitivamente, no tendría razón de ser. El color se construye a través de signos cromáticos, elementos comunicantes que han sido estudiados desde la antigüedad bajo interpretaciones místicas, religiosas y culturales. Hoy en día, en el campo de la psicología y a partir de la semántica, se considera que los signos del color representan o significan efectos psicológicos en el comportamiento de los seres humanos, y sus códigos de asociación se aplican a espacios y objetos.

La semiótica del color –y, por lo tanto, su conciencia sensible dentro de la domesticidad con relación a estas concepciones y asociaciones– aporta atmósferas y esencias muy particulares a cada sitio y sociedad. Por ejemplo, si hablamos de ciudades y cómo las identificaríamos por medio del color, lo interpretaríamos, quizá, a partir de nuestra propia experiencia vivencial en ellas, o de las imágenes que vemos en diferentes medios: Paris podría ser gris; Nueva York, azul marino; Tokio, rojo; México, rosa; en fin. El color es, también, un medio de interpretación basado en la experiencia.

Y qué decir si hablamos de la propia experiencia dentro del hogar. El mismo Barragán, uno de los mayores exponentes en el uso del color en la arquitectura, hablaba del concepto de “alegría” (34) como una representación del color, una manera de asociarlo con la propia cultura mexicana. Así mismo, cita a Mario Schjetnan, quien dice: “El color es un complemento de la arquitectura, sirve para ensanchar o achicar un espacio; también es útil para añadir ese toque de magia que necesita un sitio. Uso el color, pero cuando diseño no pienso en él. Comúnmente lo defino cuando el espacio está construido. Entonces visito el lugar constantemente a diferentes horas del día y comienzo a imaginar el color” (Barragán 36).

La conciencia del color en las estancias de la domesticidad crea atmósferas cargadas de expresividad que están por encima de un entendimiento determinado por los efectos cromáticos, esto quiere decir que está directamente vinculado con los sentimientos y emociones de quien los experimenta y pronuncia.

Los materiales y su evocación a los sentidos

El manejo y tratamiento del espacio doméstico, en cuanto sus cualidades estéticas y de confort, sin duda son regidos por los atributos de los materiales que lo envuelven, los cuales influyen inevitablemente en el estilo de la vivienda y en sus características físicas de temperatura y ambiente. Desde los pisos, los muros y hasta los techos, los materiales también han marcado estatus, cultura e identidades referentes de cada región y estilo de cada familia.

Desde la perspectiva de la semiótica, la esencia de cada material en el espacio interior doméstico y su aplicación tanto en los acabados como en el amueblamiento son manifiestos físicos de la experiencia vivencial de sus habitantes, ya que promueven signos que, consecuentemente, comunican y hacen sentir gracias a la experimentación y vivencia del hogar. De acuerdo con este fundamento, las tipologías de los materiales producen condiciones sensoriales intrínsecas atribuidas en particular a los materiales de origen natural, los cuales, además de sus atribuciones prácticas, funcionales y estéticas, provocan el despertar de los sentidos por sus cualidades visuales y táctiles, ciertos olores, sonidos e incluso sabores particulares. Es decir, los materiales producen efectos físicos que despiertan los sentidos, lo cual, posteriormente, habrá de generar efectos mentales que influirán en la conexión sensible de sus habitantes.

Las atribuciones sensitivas de cada material corresponden a cada uno de los sentidos con características intrínsecas. Bedolla, en su tesis doctoral, describe estas atribuciones sensoriales de acuerdo con diferentes cualidades y características de los materiales (356561), las cuales representan ciertos efectos que a continuación se desglosan de manera resumida:

1. Visuales: sensación luminosa y cromática, funciones reflejantes y absorbentes, translucidez, efectos de sombra y brillantes, entre otros. 2. Auditivas: efectos sonoros como absorción, refracción, amplificación. 3. Olfativas: olores y aromas.

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4. Táctiles: sensación de textura, rugosidad, dureza, suavidad, granulometría, sensación térmica, etcétera. 5. Gustativas: considerables en cuanto a los niveles de toxicidad en el uso cotidiano.

Si revisamos la aplicación de estos atributos sensoriales en los materiales, podemos añadir, como ejemplo, la madera, pues ofrece cualidades visuales como su veteado, color natural y brillo, que en conjunto generan una sensación térmica de calidez dentro de los espacios. Auditivamente, la madera funciona como un amortiguador o aislante acústico y promueve el confort. Sus cualidades olfativas destacan, sin duda, como una de las más sobresalientes, y dependiendo del tipo de madera y su exposición o tratamiento, desprenderá aromas sutiles y reconfortantes. En lo táctil, la madera es cálida por naturaleza y su textura es determinada por el tratamiento recibido. Finalmente, a nivel gustativo –al igual que la mayoría de los materiales, este sentido es considerado desde una aplicación de uso para el consumo humano, es decir, para objetos destinados al consumo de alimentos– es un material benévolo para su uso cotidiano, ya que no se le atribuyen efectos tóxicos.

Gracias a estas investigaciones podemos reconocer la importancia de los materiales en el espacio doméstico, y que, dentro del marco de la semiótica, los materiales fungen como protagonistas del entorno doméstico al relacionarlos con la experiencia vivencial de la cotidianeidad, referente físico que se traduce en el estado de conciencia de los individuos. Dependiendo de la naturaleza de cada material, se les atribuirán cualidades de uso estéticas y, por lo tanto, comunicativas a través de los sentidos. En cuanto a cualidades de uso, podríamos hablar de los tratamientos para generar determinados efectos de confort y cómo, mediante este uso, las personas experimentan efectos sensoriales con relación a ese material.

Por ejemplo, hablemos de una casa de patio mexicana de clase media, de principios del siglo XX. Cuando el ama de casa salía por las mañanas, con los primeros rayos de sol penetrando los grandes helechos en las macetas, al echar agua al patio, sobre pisos de ladrillo, se desprendía ese particular aroma a tierra mojada que incluso

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podía saborearse en el desayuno y despertar una sensación reconfortante y fresca en todas las estancias de la casa. El relato resulta casi poético, pero es el resultado real de la experiencia sensorial del espacio doméstico y sus materiales. Sus efectos en los sentidos repercuten trascendentalmente en la percepción de quien habita el espacio, convirtiendo estos escenarios de la vida en verdaderas experiencias de habitar. Cabe señalar que cada material y su aplicación dentro de los espacios domésticos es influenciado de manera relevante por el contexto y caracterizado por determinados factores culturales que serán materializados en los interiores de diferentes maneras, representando conexiones sensoriales e interpretaciones distintas dentro de cada sociedad o núcleo social.

El objeto mueble

El modelo sistemático de la semiótica doméstica no puede prescindir de los objetos en la experiencia de la habitabilidad. El objeto mueble conforma también funciones significantes dentro de la vivienda: son representantes materiales de la cultura de cualquier entidad, funcionan como satisfactores de necesidades primarias que al interactuar con los habitantes del espacio promueven una inclinación de afección sobre el objeto, lo que hace que los objetos superen los requerimientos prácticos y de uso por necesidad.

Es así que los objetos de la vivienda no son solo objetos, sino que también son ocupantes de la vida doméstica, habitantes inertes que cobran vida en tanto a su uso y apreciación por parte de las personas, quienes se identifican con ellos, agregando valores afectivos como consecuencia de su apropiación e interacción con el objeto.

La presencia de los objetos dentro del marco de la comunicación y de la conciencia de quien los experimenta ha sido, en cualquier cultura y a lo largo de todos los tiempos, una constante en el relato verbal y escrito de los seres humanos, permitiendo percibir el estado de conciencia que existe respecto a los artefactos que nos acompañan al transitar por este mundo. Entender estas palabras es introducirnos en la perspectiva de Mario Praz, en su trabajo La casa de la vida, un recorrido experiencial en torno a los escenarios

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70 de su vida, describiendo, con habilidad, el detalle de cada estancia, sus componentes, característicos, e incluso nos lleva por parajes históricos que refieren a determinados artefactos donde, sin duda, los objetos son coprotagonistas de su relato, evidenciando su trascendental significación como representantes de la humanidad:

Toda esta pasión – porque era una pasión – de adornar el altar, de encender las minúsculas velas, de quemar el incienso en el pequeño turíbulo, todo aquel gusto por las frágiles filigranas de estaño coloreado, por la mesa adornada de encajes y de flores artificiales, le venían de su abuela que solía llevarle a menudo a la iglesia, y creía enseñarle a rezar, pero le enseñaba mucho más, a admirar. (207)

El objeto es lo que describe el usuario con base en su propia percepción, experiencia y sensibilidad. De esta forma, el significado del objeto se traduce en un signo físico y un símbolo mental donde se establecen ciertas dimensiones sobre el proceso de significación que van determinados no solo por el usuario, sino también por el contexto y las maneras en que los objetos llegan a ser utilizados. En este sentido, Morris enumera y explica estas dimensiones de los signos a través de los objetos: la primera es la descripción designativa que permite entender los objetos a partir de la información captada por los órganos sensoriales; la segunda es la dimensión apreciativa del objeto; y la tercera es la dimensión prescriptiva, la cual deriva de la conducta activa, es decir, lo que se intuye hacer con un determinado objeto. Esta fundamentación posibilita el planteamiento de un proceso de significación del objeto a través de la semiótica doméstica, permitiendo distinguir grados de repercusión en la vida de los habitantes, entendiendo que el o los objetos responden no solo a cualidades funcionales y pragmáticas, sino también a funciones cognitivas, afectivas y emotivas de la experiencia humana.

A manera de conclusión

La semiótica y su aplicación en el interiorismo nos invitan, indudablemente, a comprender mejor el espacio en que vivimos. Los ar-

quitectos de interiores estamos dados a la tarea de crear espacios desde la comprensión total del habitar. Particularmente, el espacio doméstico debe expresar motivos que promuevan la vivencia en plenitud, la preservación de los valores, la cultura e incluso las tradiciones; componentes que emanen sensibilidad humana, espacios cargados de significado y simbolismo que motiven a ser contados y experimentados. Es así como la construcción del hábitat humano responderá no únicamente a necesidades de uso y manifestaciones estéticas, sino también a la experiencia sensible del ser y del habitar.

Referencias bibliográficas

Bahamón, A. y Anna María Álvarez. Luz, color, sonido. Barcelona: Parramón, 2010. Bedolla, P. Diseño sensorial. Las nuevas pautas para la innovación, especialización y personalización del producto. Tesis doctoral. Universitat Politècnica de Catalunya, 2002. S/f. Web. Nov. 12 2014. <http://hdl. handle.net/10803/6826> Blaser, W. Patios: 500 años de evolución desde la antigüedad hasta nuestros días. Barcelona: Gustavo Gili, 1997. Cohen, A. Of Symbols and Boundaries, Identity and Diversity in British Culture. Manchester: Manchester University, 1986. Heidegger, M. Construir, habitar, pensar. La editorial virtual. Diego Ramos. 1994. Web. Mar. 13 2013. <http://www.laeditorialvirtual.com.ar/pages/heidegger/heidegger_construirhabitarpensar.htm> Lara, M y Miguel Rubio. “Semiótica y la Arquitectura. Lo que al usuario significa”. Quivera 13.1 (2011) : 139-155. Mandoki, K. Prácticas estéticas e identidades sociales. México: Siglo XXI-Conaculta-Fonca, 2006. Morris, C. Lenguaje y comportamiento. Milán: Longanesi & Co., 1963. Rodríguez, F. Semiótica del anagrama: la hipótesis anagramática de Ferdinand de Saussure. Alicante: Universidad de Alicante, 1999. Praz, M. La casa de la vida. Barcelona: Debolsillo, 1995. Tanizaki, J. El elogio de la sombra. Trad. Julia Escobar. Madrid: Siruela, 2008.

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Zambrano, M. “La casa, el patio”. Le Corbusier pixelado. Enrique Naranjo. Dic. 13 2012. Web. Ago. 15 2013. <http://lecorbusierpixelado.blogspot. mx/2012/12/la-casa-el-patio-de-maria-zambrano.html>

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La experiencia del confort: aspectos físicos, emocionales y conceptuales

Hilda Berenice Castro Álvarez Universidad Autónoma de Ciudad Juárez

Diseñar para la comodidad es crear toda una experiencia agradable para el usuario, satisfaciendo sus necesidades físicas, emocionales y conceptuales. Tal como argumentan Press y Cooper: “Ya no se producen sillas, se crea la experiencia de sentarse” (32). Sin embargo, al estudiar el confort encontramos que se ha indagado bastante acerca de las necesidades físicas,1 las cuales son, sin duda,

1 Se argumenta que el aspecto físico del confort se ha indagado bastante en comparación con otros aspectos. Sin embargo, 73

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importantes para el confort. Aun así, desde una postura propia, no pueden dejarse de lado las necesidades emocionales y conceptuales del usuario. ¿Qué acaso el ser humano solo cuenta con características físicas? ¿Qué sucede con sus particularidades psicológicas y la realidad de formar parte de una sociedad con una cultura específica? Estas características del ser humano son parte de él, y, como diseñadores, debemos cubrir dichas necesidades.

En la actualidad existen infinidad de objetos, productos, servicios, incluso espacios que el humano ha desarrollado solamente para satisfacer actividades recreativas, sin relación con el sobrevivir o adecuarse al mundo que lo rodea. Un ejemplo es lo que menciona Brian Eno: “Es imprescindible cubrir nuestro cuerpo para protegernos del clima, pero no lo es preocuparnos, como solemos, por si nos ponemos un Levi’s o algo de Yves Saint-Laurent” (ctd. en Press y Cooper 23). Si bien adquirir un Levi’s o Yves Saint-Lauren no es necesario para sobrevivir, el usuario, como consumidor, lo requiere y lo busca para satisfacer sus necesidades emocionales y culturales. Lo mismo sucede con los espacios diseñados para el ser humano. Y uno de sus principales objetivos del diseño de interiores es proponer espacios adecuados al usuario que satisfagan la mayoría de sus necesidades.

Por ello, es importante comprender que el diseñador no solo se dedica exclusivamente a comunicar conceptos, buscar la funcionalidad –en el sentido estricto de la palabra– ni mucho menos a embellecer un espacio. El diseñador realiza todo lo anterior y más de forma coordinada, adecuada para mejorar la interacción espacio-usuario. Como dirían Press y Cooper:

El diseñador no sólo diseña productos, ni es sólo un estilista, ni tampoco es el que resuelve problemas, es todo, y mucho más. El diseñador es sobre todo un creador de experiencias que enriquecen la experiencia humana fundamental de vivir. Por lo tanto, lo que más le incumbe es, o debería ser, la humanidad de nuestra cultura material. (94)

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aún no es suficiente, pues hay mucho campo que investigar.

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