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PENSANDO EL SOCIAL CONFORMISMO DE LA TRANSFORMACIÓN

No le faltaba razón al expresidente socialista chileno Salvador Allende cuando afirmaba que el espíritu de la juventud se decantaba en las ideas revolucionarias.

Es verdad, nuestras percepciones y sentimientos de juventud, por nuestra propia biología como decía Allende, tienden a ser contestatarias y desafiantes de todo tipo de autoridad. Con el paso del tiempo y la acumulación de años, también tendemos a ser conservadores, pues nuestra propia ruta de aprendizajes nos hace mirar más hacia el lado de la preservación de lo conseguido.

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En una estrofa de la canción “No me pidas”, Pablo Milanés resumió, hace años, este proceso de transformación por el que todos pasamos en nuestra vida: “Lo anhelado a veces te hace mirar hasta trascender, lo logrado te ve sentado descender”. Así es la biología humana y por eso no debiera sorprendernos la actitud crítica con la que muchos jóvenes analizan su presente, del mismo modo que muchos adultos tienden al social conformismo.

Siempre he pensado que la formación universitaria, independientemente del ámbito de estudio, debiera encargarse de formar personas que puedan mediar esa transición humana tan abrupta y, en ocasiones, delirante. Las universidades, decía José Saramago, debieran encargarse de formar ciudadanos de cepa Diría yo, más allá del adjetivo liberal, que las universidades deben encomendarse a si mismas la tarea de confeccionar personas que hagan un adecuado uso público de la razón y, con ello, comprender que la pluralidad de visiones, ideales, idearios, ideologías, doctrinas políticas y creencias es algo muy natural y que, solo acercándonos a ellas, entenderíamos el significado del respeto a la diferencia que, al parecer, no está inscrito en la biología humana.

Y, sin embargo, esa sigue siendo una asignatura pendiente de las universidades en nuestro país. Casi siempre el discurso en defensa de la diferencia y/o la tolerancia se queda en eso, pues la práctica universitaria que se perfila desde los rectores, los directivos, los encargados de la gestión escolar y las plantas docentes se circunscribe en la diferenciación con respecto a los diferentes, a los otros.

De ahí que se haya creado el discurso de las universidades de excelencia (apoyado en rankings internacionales que todos aplauden sin saber quién los hace y a qué intereses responde su elaboración), así como también el correlato de las universidades de izquierda y las universidades productivas y con valores (o sea de derecha, pero que no se asumen así, pues ese adjetivo tiene mala fama histórica en este país).

Básicamente el discurso que ponderan ambos tipos de universidades se decanta en lugares comunes o extravagancias históri- cas. Me refiero a elementos como la importancia que se le da al fundador o fundadores de la institución, los grupos que controlan y/o financian la universidad, los intelectuales o científicos con popularidad egresados o contratados por la institución o el perfil profesional que se espera alcancen los egresados de la universidad.

Podría pensarse que, en términos generales, esta es una disputa entre las universidades públicas y las privadas, pero no necesariamente esto es certero, pues existen instituciones privadas que exaltan sus preferencias a eso que se da en llamar la izquierda, del mismo modo que existen universidades que reciben financiamiento público y que se acoplan a la lógica del conservadurismo al acercarse a los círculos del poder político y/o económico como argumento para su propia supervivencia.

A final de cuentas el resultado es desastroso pues este falso debate deviene en la catástrofe de que el egresado universitario radicaliza su visión fragmentaria del mundo y está ya prácticamente imposibilitado para, ya no digamos comprender, sino vivir la diversidad.

Si bien en épocas anteriores, se mantenía un equilibrio entre los egresados universitarios formados hacia la izquierda y los formados hacia el ala conservadora, hay que señalar que en estos últimos años han ido ganando terreno los segundos, incluso en universidades que se precian de conformar pensamiento crítico. Me atrevo a decir que, quizá como nunca en la historia de este país, nos encontramos con muchos egresados universitarios defensores del status quo y poco proclives a los cambios radicales.

Eso es una contradicción hasta biológica, como se pensaba en otros tiempos. Y también es una tragedia, pues, al menos en teoría, son las nuevas generaciones la vanguardia de los cambios venideros.

Fernando Escalante Gonzalbo ha referido que el triunfo cultural del neoconservadurismo ha sido contundente en los últimos años. Quizá la conquista ideológica de la juventud presente sea una de sus medallas más preciadas. En el caso de las universidades con carreras avocadas a las ciencias políticas y administrativas ha influido sobremanera, en esa conquista, el diseño y los contenidos de los planes y programas de estudio actuales. A ello me referiré en otra entrega.

Así el Quehacer Político Desde 1980, inquiriendo en la política de México, cuestionando, exponiendo, revelando y razonando.Es cuanto.