Pan nuestro, trigo ajeno

PAN NUESTRO TRIGO AJENO

Historia de la aparición, expansión y declive del trigo en Colombia

,

Pierre Raymond

Pan nuestro, trigo ajeno

Pontificia Universidad Javeriana

Pan nuestro, trigo ajeno

Historia de la aparición, expansión y declive del trigo en Colombia

Pierre Raymond

Con la colaboración de Mónica Ramírez y la revisión científica de Jaime Forero

Reservados todos los derechos

© Pontificia Universidad Javeriana

© Pierre Raymond

Primera edición: Bogotá, abril de 2025

ISBN (impreso): 978-628-502-012-4

ISBN (digital): 978-628-502-013-1

DOI: https://doi.org/10.11144/Javeriana.9786285020131

Número de ejemplares: 500 Impreso y hecho en Colombia

Printed and made in Colombia

Editorial Pontificia Universidad Javeriana

Carrera 7.a n.° 37-25, oficina 1301

Edificio Lutaima

Teléfono: 320 8320 ext. 4205 www.javeriana.edu.co/editorial

Bogotá, D. C.

Corrección de estilo: Ruth Romero Vaca

Diagramación: Carmen Villegas

Diseño de cubierta: Carmen Villegas

Impresión:

Nomos S. A.

Pontificia Universidad Javeriana | Vigilada Mineducación.

Reconocimiento como Universidad: Decreto 1297 del 30 de mayo de 1964. Reconocimiento de personería jurídica: Resolución 73 del 12 de diciembre de 1933 del Ministerio de Gobierno.

Pontificia Universidad Javeriana. Biblioteca Alfonso Borrero Cabal, S. J. Catalogación en la publicación

Raymond, Pierre, 1946-, autor

Pan nuestro, trigo ajeno : historia de la aparición, expansión y declive del trigo en Colombia / Pierre Raymond, con la colaboración de Mónica Ramírez y la revisión científica de Jaime Forero. -Primera edición. -- Bogotá : Editorial Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá, 2025.

288 páginas : ilustraciones, fotografías, tablas ; 24 cm

Incluye referencias bibliográficas.

ISBN: 978-628-502-012-4 (impreso)

ISBN: 978-628-502-013-1 (electrónico)

1. Trigo - Cultivo - Historia - Colombia 2. Trigo - Producción - Historia - Colombia 3. Política económica - Colombia 4. Producción alimenticia - Historia - Colombia 5. Hábitos alimenticiosColombia I. Ramírez, Mónica, Colaboradora II. Forero Álvarez, Jaime, colaborador III. Pontificia Universidad Javeriana. Bogotá.

CDD 633.113 edición 23

CO-BoPUJ 02/04/2025

Prohibida la reproducción total o parcial de este material sin la autorización por escrito de la Pontificia Universidad Javeriana. Las ideas expresadas en este libro son responsabilidad de su autor y no reflejan necesariamente la opinión de la Pontificia Universidad Javeriana.

Prólogo 9

Jaime Forero Álvarez

Introducción 17

El trigo en el Nuevo Reino de Granada 23

Siglo xix a 1930 89

1930-1955: un proteccionismo con altibajos 145

La situación del trigo entre 1955 y 1975: los efectos de la ley de excedentes de los Estados Unidos sobre la producción y la alimentación nacional 175

Pan sin trigo nacional: el previsible declive del cultivo 203

Conclusiones 229

Anexo 1. Los orígenes del trigo y los desarrollos recientes del cultivo 239

Anexo 2. el pan 249

Anexo 3. Los principales aspectos de la Public Law 480 261

Prólogo

Hace unos cuarenta años que, en nuestras andanzas por Boyacá, nos maravillamos con unas enormes piedras circulares movidas por las fuentes de agua que corren ladera abajo. Eran los molinos en los que los campesinos procesaban el trigo que sembraban en pequeñas parcelas. Y hace unos diez años, Pierre Raymond se volvió a encontrar con unos cuantos de estos fantásticos y hermosos artefactos, que, contra todo pronóstico, sobrevivieron junto con unos pocos cultivos de ese cereal. “Nos han diezmado, pero no han logrado acabarnos”, parecen susurrar los trigales cuando los mece el viento. “De acuerdo”, parecen mugir las pesadas piedras cuando giran para moler los granos que los campesinos le van echando a la tolva.

“Hay que hacer algo para no dejar morir esta agroindustria”, se dijo Pierre, tal como se dijo en los años ochenta, cuando, en la Provincia Comunera de Santander, encontró que aún había unas mujeres que cultivaban unas cuantas matas de algodón, cuyas motas ellas mismas procesaban para hacer hilos y telas rústicas.

Sí, decimos agroindustria, porque, aunque al oír o leer esta palabra se piensa en las grandes factorías o en los enormes emporios empresariales, la agroindustria en su acepción literal y en su significado económico implica la conjunción de la agricultura y la industria en una misma empresa. Se trata de la producción de materias primas agrícolas (el trigo o el algodón) y de su transformación en nuevos productos (hilos y telas, harinas y panes) por un empresario familiar o por una gran empresa capitalista. También hacen agroindustria los campesinos que procesan el café en sus beneficiaderos o los que muelen la caña en los trapiches para sacar panela y otros productos, así como también son agroindustrias los grandes ingenios azucareros.

En el caso del trigo, que aún se cultiva y se procesa en algunos municipios de Boyacá, Nariño y Cauca, principalmente, Pierre ha

estado empeñado en que las harinas circulen por canales agenciados por los campesinos, hasta llegar a los panaderos que orgullosamente les hacen saber a sus clientes que parte de la materia prima que utilizan no es importada, sino que viene de las cordilleras colombianas. Para sacar adelante esta iniciativa se aliaron con Pierre, entre otras personas, Alba Luz Durán, una aguerrida lideresa rural, y Jhonatan Ramírez y Luisa Santofimio, panadero y panadera que emplean técnicas artesanales para amasar y hornear sus productos.

Al rescatar la agroindustria ancestral del trigo, que, sin lugar a dudas, es parte de nuestro patrimonio cultural, se están impulsando alternativas vanguardistas de vinculación de los campesinos al mercado, con productos apreciados y valorados porque provienen de municipios de los Andes colombianos y por la forma tradicional en que son cultivados por los campesinos. Se valoran también las semillas criollas que ellos utilizan y el procesamiento de sus granos en los magníficos molinos de piedra y agua.

Resulta que hoy en día los productos hechos a mano y que tienen la impronta del origen son cada vez más apetecidos en ciertos nichos del mercado, tal como se puede apreciar en algunas panaderías de Bogotá, Medellín, Cartagena y Cali. En estas ciudades, los consumidores pagan con gusto la posibilidad de disfrutar una mercancía que encierra, al mismo tiempo, un valor de uso alimentario; un valor de cambio, manifiesto en el precio; un valor simbólico, expresado en la conexión del consumidor con el mundo rural, y la solidaridad mutua entre el campesino, el panadero y el consumidor. Más allá de la venta, el campesino y el panadero le hacen una ofrenda a una sociedad que resiste, que tiene que resistirse, a la deshumanización total de las relaciones económicas, construyendo, reconstruyendo, reinventando la economía por medio de la cual nos procuramos desde el pan hasta la información virtual de cada día.

Algo similar a lo que hoy en día Pierre está haciendo con el trigo lo ha venido haciendo, desde finales de los ochenta, con el algodón de Santander, donde ha contribuido a la recuperación de los cultivos

y los tejidos tradicionales, una iniciativa que tuvo sus momentos culminantes con la creación de Corpolienzo, hace treinta y siete años, y con la inauguración del Museo del Algodón y del Lienzo de la Tierra, en Charalá, hace once años. Es este un museo vivo en donde trece tejedoras, cincuenta hilanderas y cinco cultivadoras asociadas en Corpolienzo se reúnen a trabajar sus algodones, a recrear técnicas y diseños, a transmitir conocimientos a las más jóvenes y a vender sus productos, o, mejor, a hacer la ofrenda de su trabajo.

Pierre nos dejó otro testimonio material de su labor de investigador con la creación del Museo del Algodón y Fábricas de San José de Suaita, inaugurado hace dieciocho años, cuando materializó la idea de hacer de este museo un corolario, un subproducto, si se quiere, de su investigación, realizada entre los años 1999 y 2006, sobre el fantástico (el quimérico) proyecto agroindustrial montado en este remoto poblado santandereano, donde entre 1918 y 1983 funcionó y feneció por inviable una gran fábrica de telas. Una historia fascinante, contada en las trescientas ochenta páginas de su libro Mucha tela que cortar, que es un texto obligado para quienes estudian nuestra historia empresarial, así como este libro sobre la trayectoria del trigo en Colombia, imprescindible, sin lugar a dudas, para entender nuestra historia agraria y agroalimentaria.

Detrás de la terca permanencia de los cultivos y molinos campesinos y del empeño de los panaderos que hornean sus harinas, hay una larga historia de un trigo que fue nuestro en ciertas épocas y que actualmente es casi completamente importado, ajeno. Pierre muestra, con una presentación detallada de los hechos, el complejo proceso social, económico y político que llevó al declive definitivo del trigo en Colombia en la segunda mitad del siglo xx, y la terca persistencia de unos cultivadores y molineros marginales. Defiende, con estas evidencias, la tesis según la cual el país hubiera podido salvaguardar, al menos parcialmente, el cultivo, si se hubiese optado por otros derroteros más sensatos. O, dicho de otra manera, si la correlación de fuerzas entre campesinos, empresarios agrícolas, grandes

molineros, políticos y gobernantes hubiese sido distinta, y si ciertos sesgos ideológicos, ciertas preconcepciones económicas fatalistas no se hubieran impuesto.

En este relato, que va desde el siglo xvi hasta el día de hoy, se presentan los argumentos en que se fundamenta el autor para sostener su punto de vista. Pero estas mismas evidencias le van a servir al lector para sacar sus propias conclusiones, porque, lejos de los dogmatismos, que con tanta frecuencia se anidan en el raciocinio de los académicos apegados a sus marcos teóricos, este es un libro abierto a la crítica, a la posibilidad de seguir (de disfrutar, sin lugar a dudas) la trayectoria de la economía del trigo en Colombia; de un trigo que llega en trasatlánticos o que pasa de un pueblo a otro a lomo de mula o en camperos; que viaja en los rústicos champanes y barcos de motor, río Magdalena arriba y río Magdalena abajo; que se transporta en carruajes, ferrocarriles, camiones y tractomulas; que se hace harina en rústicos molinos de piedra y agua y en grandes establecimientos industriales; un trigo que se siembra en pequeñas parcelas campesinas surcadas con bueyes o en grandes extensiones labradas con la maquinaria de los empresarios agrícolas de los altiplanos; que es sometido a aranceles, impuestos, exenciones tributarias, tratados comerciales (principalmente con los Estados Unidos) y a triquiñuelas, trampas y leguleyadas.

Vemos, en este libro, llegar a las mesas de los pobres las mogollas y los panes negros, que reemplazan poco a poco las arepas hechas de maíz, ¡y del mismo trigo! Entendemos cómo fue que el pan blanco y los espaguetis, fabricados con harinas importadas y de escaso valor nutritivo, se impusieron en la alimentación de ricos y pobres y de la gran clase media.

Del mismo modo que nos resulta apasionante la lectura de una novela cuyo desenlace conocemos desde el principio —Ana Karenina se suicida, Mercader mata a Trotsky (en El hombre que amaba a los perros), los hermanos Vicario acuchillan a Santiago Nassar—, este texto es muy disfrutable y supremamente interesante para entender

cómo, después de cuatro siglos de ires y venires, de éxitos y fracasos, se terminó por diezmar casi completamente el cultivo del trigo en Colombia. Podemos asistir a lo largo de sus páginas a un proceso inscrito en los debates entre apertura y protección de la producción nacional. Podemos enterarnos y cuestionar las decisiones que se tomaron, y las ejecuciones que se emprendieron en medio de una intrincada maraña de intereses económicos, coincidentes y contrapuestos.

Con toda seguridad, Pan nuestro, trigo ajeno se constituirá en una obra relevante de la historia colombiana, porque, con su lectura, podemos observar no solamente la trayectoria a lo largo de cinco siglos de un cereal neurálgico en nuestra alimentación, sino que, en sus páginas, tenemos la oportunidad de presenciar, hilvanar y analizar aspectos cruciales de la historia de nuestra agricultura y de nuestra alimentación.

jaime forero álvarez

Sol

Mi amigo el sol bajó a la aldea a repartir su alegría entre todos […]

El sol, mi amigo, vino sin tardanza y principió a ayudar al labriego.

Habían pasado los nublados días, y el sol se puso a laborar el trigo. […]

Todos sabían que comerían el pan bueno del sol, […] y que el sol ardería en sus venas.

Pero ahora el sol está muy lejos, […]

el sol está en la aldea y alegra las espigas y trabaja hombro a hombro con los hombres del campo.

aurelio arturo, Morada al sur

Introducción

El pan de trigo es uno de los alimentos procesados más antiguos; existen vestigios de su elaboración a partir de granos silvestres de hace unos 14 000 años,1 mucho antes de que la planta fuera cultivada por las primeras sociedades agrícolas en el Oriente Próximo. Hoy en día, el trigo es uno de los cereales más difundidos y consumidos en el mundo. En Colombia, si bien este cereal tuvo cierta importancia en la economía de algunas regiones del país, en la actualidad es un cultivo marginal, que solo unas pocas familias campesinas persisten en cultivar, esencialmente para el consumo familiar.

El pan y demás productos del trigo se volvieron tan corrientes en sus distintas formas y usos que su presencia en nuestras mesas nos parece apenas normal, a pesar de que inicialmente fue muy secundario en nuestra alimentación. Solo fue a partir de mediados del siglo pasado que el pan se volvió repentinamente y en pocos años un alimento fundamental de la dieta urbana, especialmente en los estratos poblacionales más pobres, debido a su bajo costo, inducido por el bajo precio del trigo introducido desde los Estados Unidos.

Colombia no podía producir las cantidades de trigo que se había acostumbrado a consumir, ya que no se puede sembrar en grandes cantidades por la escasez de tierras de clima frío con condiciones climáticas parecidas a las de los países templados. Tampoco lograba competir con los bajos precios del producto de las grandes planicies mecanizadas estadounidenses porque solo se podía modernizar en las pocas tierras planas disponibles en ese piso térmico. Pero, por las imposiciones de los gobiernos estadounidenses y las presiones de los empresarios molineros, aun en estas tierras se dejó de cultivar, de manera que la creciente importancia del consumo de pan hacía necesario importar trigo en cantidades cada vez mayores.

1 Véanse los anexos 1 y 2.

A través de la historia, los intercambios globales han favorecido la diversidad en la agricultura y la alimentación con la adopción del trigo, la caña o el café en América o de la papa, el tomate y el maíz en Europa. Sin embargo, la introducción masiva de trigo en el país provocó el retroceso de alimentos ancestrales como la arepa de maíz o el casabe, en favor del pan de trigo. Este último, al menos en la forma en la que se masificó en Colombia, el pan blanco, simboliza uno de los aspectos negativos de la globalización: una alimentación más homogénea y de menor calidad. En el caso del trigo en Colombia, la preferencia por este exótico producto, en la escala en que se adoptó, no fue el resultado de una paulatina introducción de un elemento más de la diversidad alimentaria, sino una adopción masiva y casi impuesta que desestabilizó tanto la agricultura como la dieta. A la inversa, una moderada introducción del pan y de las pastas en la alimentación no era incompatible con una producción nacional que habría podido responder, aunque fuera parcialmente, a la demanda del consumo interno. El cultivo de trigo en el país bajó a niveles insignificantes hace por lo menos cuatro décadas. La ineficiencia económica es el argumento principal de quienes consideran que cultivar trigo en Colombia es un despropósito. Contrastan su baja productividad y altos costos de producción con los de los grandes países exportadores, quienes además se benefician de subsidios. Sin embargo, otra vertiente de pensamiento, a la cual nos acogemos, considera lamentable la desaparición de este cultivo en el país, que representa la renuncia a la diversidad agrícola, a la agricultura campesina y a la soberanía alimentaria nacional.

Estas posiciones contrapuestas son inseparables de los debates relativos a la protección y al librecambio. Los defensores del librecambio consideran que la protección conduce a que emprendimientos económicamente ineficientes se mantengan activos, a pesar de su atraso tecnológico y de sus costos de producción superiores a los de sus competidores. En consecuencia, los consumidores se ven afectados al pagar precios más elevados a causa de las restricciones a las importaciones o

de los altos aranceles. En condiciones de librecambio, estos emprendimientos ineficientes tendrían que modernizarse o desaparecer.

A la inversa, quienes están a favor de la protección estiman que este tipo de política permite que países de menor capacidad productiva fortalezcan su economía al amparo de barreras arancelarias y de restricciones para la importación. Los proteccionistas dan como ejemplo el caso de Alemania, país que tuvo que protegerse en el siglo xix de la dominación tecnológica, económica y comercial de Inglaterra para preservar sus “industrias en la infancia”, tal como las calificó el economista alemán decimonónico Friedrich List. Esta protección permitió que la industria alemana llegara a la madurez sin que la competencia inglesa la eliminara antes de haber podido afianzarse.

Este debate inició en la colonia y persiste hasta hoy. En su modalidad actual, la defensa del librecambio hace parte de los dogmas del neoliberalismo, el cual tiende a hacer desaparecer cualquier forma de protección y de resistencia a los intereses de los poderes económicos globales dominantes. En el caso del trigo colombiano, los adalides del librecambio arguyeron que, por mucho que se insistiera en cultivarlo, este desaparecería inevitablemente. A la inversa, Colombia ganaría al dedicarse a cultivos tropicales para su exportación, cuyos ingresos le permitirían comprar el trigo que no puede producir de manera competitiva. Y, de hecho, Colombia se especializó en la producción de materias primas agrícolas y mineras, desestimulando de paso la industrialización, excepto durante el periodo de Rafael Reyes (1904-1909) y el de sustitución de importaciones impulsado por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) entre las décadas de los cincuenta y setenta.

A pesar de todo, el cultivo de trigo se mantuvo durante buena parte del siglo xx. Esta persistencia no se puede atribuir a medidas proteccionistas de la política económica, ya que el nivel del arancel sobre el trigo era bajo. Su permanencia se debió, más bien, a la peculiar forma de protección que le proporcionaba el relativo aislamiento del mercado mundial de sus zonas de producción y de sus principales

mercados, a causa de la topografía y de la deficiente infraestructura de transporte. Cuando se mejoraron las condiciones del transporte, la importación de este cereal se intensificó, lo que provocó el paulatino abandono de la producción comercial.

Desde la colonia, las decisiones con respecto al abastecimiento del país en harinas y trigo han sido tomadas sin una visión de política económica de largo plazo. Hoy en día, ya no se trata de decisiones, sino de imposiciones desde los organismos multilaterales y los tratados de libre comercio en los cuales Colombia funge como socio menor, de tal suerte que las harinas comerciales se obtienen a partir de trigo enteramente suministrado por importaciones, con sus desestabilizadoras fluctuaciones de precios y la variabilidad en su disponibilidad.

Este aspecto se volvió especialmente crítico con las consecuencias de la guerra entre Rusia y Ucrania.

Aunque el título de este libro anuncie que abarca a Colombia en su conjunto, la mayor parte de la información utilizada se refiere a Cundinamarca y Boyacá, que históricamente han constituido la región más productora de trigo y sobre la cual se encontró abundante documentación. Sin embargo, también se incluye alguna información sobre Nariño, que también ha sido un importante productor y que hoy concentra la mayor producción de este cultivo en el país.

El énfasis en el caso de Boyacá se debe también a que la idea de escribir este libro surgió de la necesidad de dar contexto histórico a un estudio que inició en el 2013 sobre la persistencia del trigo y de la molinería hidráulica en algunas comunidades campesinas boyacenses.2 De esa investigación nació un proyecto más amplio, que buscaba

2 Véanse Raymond et al. (2016). Se trata de los municipios de Socotá y Socha, en el nororiente de Boyacá. En estos dos municipios subsiste no solo el trigo, sino también la antigua manera de moler los granos en molinos de piedra movidos por la fuerza del agua. El trabajo realizado hasta ahora en esa región nos ha permitido conocer de cerca la evolución más reciente de una agricultura que ha sobrevivido en medio de un modelo económico hostil, de allí que se encontrarán referencias ocasionales a estos dos municipios.

revitalizar el cultivo del trigo campesino y la molinería tradicional, al cual se vinculó un colectivo de panaderos artesanales de Bogotá, quienes empezaron a elaborar panes con harinas de esa región.

Este libro está dividido en cinco capítulos. El primer capítulo abarca un amplio periodo de tiempo, desde la introducción del trigo en las tierras altas en los años de la conquista hasta el final del periodo colonial, casi tres siglos después. En este lapso, el cultivo del trigo y la producción de harinas fueron elementos importantes del orden colonial en el Nuevo Reino de Granada. En este capítulo, se analiza el papel de la diezmada población nativa en la producción del trigo y se describen las dificultades que enfrentó el comercio de las harinas durante la colonia debido a las dificultades del transporte, a las contradicciones entre los intereses de la costa caribe y del interior del país en cuanto al abastecimiento de trigo y harina, y a las políticas de la Corona española sobre este comercio.

El segundo capítulo analiza la evolución del cultivo desde la independencia hasta los años veinte del siglo pasado, lapso en el cual no se produjo inicialmente una ruptura nítida con la economía colonial y en el que la exportación de metales preciosos conservó su papel protagónico en el comercio exterior. Más adelante, la exportación de productos del agro tuvo un creciente papel, mientras que la producción para el mercado interno se descuidaba. En el caso del trigo, esto se refleja en una protección variable de la producción nacional y en la falta de incentivos para la producción de este cereal. El descuido del mercado interno llegó al punto de causar fuertes alzas de precios de la alimentación a finales de los años veinte del siglo pasado. En este periodo, el tipo de inserción al mercado mundial y las consecuencias de la estructura de la propiedad de la tierra incidieron en la insuficiente producción de alimentos.

El tercer capítulo abarca un periodo que se extiende entre 1930 y 1955, tiempo en el que se presenta una relativa protección de la producción de trigo, el inicio de la investigación nacional sobre este cereal, la expansión de la industria molinera y la progresión del pan

como parte de la dieta. En estas condiciones, la producción de trigo aumentó de manera significativa especialmente cuando las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial dificultaron las importaciones y el acceso a las divisas.

El capítulo cuarto analiza los efectos sobre la producción del trigo y el consumo del pan de la introducción masiva a partir de 1955 de trigos provenientes de los Estados Unidos a precios de dumping amparados en la ley de excedentes de ese país. En esta época se incrementaron las importaciones de trigo, que llegaron a superar la producción nacional a partir de 1963, año en el cual empezó un inexorable declive de la producción. Los pocos hacendados que habían intentado mecanizar los cultivos los abandonaron en favor de la ganadería.

Finalmente, el quinto capítulo describe la agonía de este cultivo desde mediados de los años setenta hasta nuestros días, en el marco de una economía cada vez más sometida a las orientaciones del liberalismo económico. Los tratados de libre comercio que se firmaron en estos últimos tiempos eliminaron los aranceles sobre el trigo. Solo unos pocos campesinos de Boyacá y Nariño siguen arraigados a un cultivo que destinan principalmente al consumo familiar. En el 2022, la producción nacional de trigo representó el 0,3 % del consumo.

Los principales aspectos de la Public Law 480

Después de la Segunda Guerra Mundial se presentó una gran demanda de productos alimenticios en países devastados por la guerra, la cual se satisfizo en parte por considerables aumentos de la producción y la productividad en los Estados Unidos. Así, entre 1940 y 1952, la producción agropecuaria aumentó en un 40 %, y el producto por trabajador, en un 50 % (Loveridge, 1957, p. 7). Pero la recuperación de la producción europea condujo a la formación de grandes excedentes en los Estados Unidos.

Por otra parte, la posguerra se caracterizó por el inicio de la llamada Guerra Fría, y los gobiernos de los Estados Unidos veían con inquietud cómo avanzaba el bloque socialista tanto en la Europa bajo ocupación soviética como en Asia, con la victoria de la Revolución china en 1949.

Fue en este contexto que se promulgó en 1954 la Public Law 480, y Colombia fue uno de los países en los cuales se desarrollaron programas bajo la orientación de dicha ley. El convenio con Colombia empezó en 1955.

Esta ley tenía la doble motivación de reducir los mencionados excedentes agrícolas y combatir la expansión del comunismo en países amigos de los Estados Unidos. Se consideró que se podía contener la expansión de movimientos sociales hostiles a los intereses de los Estados Unidos al poner alimentos de bajo costo a disposición de las clases desfavorecidas.

Bajo el título i de esta ley, los Estados Unidos podían vender excedentes agrícolas “pagaderos, al menos en parte, en moneda de los países compradores”, lo cual era atractivo para países con problemas de déficit de su balanza de pagos. Para Colombia, esto “constituye un

alivio considerable para nuestra recargada balanza de pagos”, como lo expresó un ministro de Agricultura (Marulanda, 1958, t. 1, p. 57), especialmente en un contexto de baja de los precios del café, que seguía siendo la principal exportación del país. Así, entre 1955 y 1960, se introdujeron productos agrícolas por 33,4 millones de dólares bajo la normatividad del título primero de la Public Law 480, pagaderos en pesos, o sea, sin tener que gastar divisas para este fin (Witt y Goering, 1963).

El 40 % del producto de estas ventas, en manos de la Embajada de los Estados Unidos en Colombia, se destinó a los gastos de los Estados Unidos en Colombia (25,9 % del producto de las ventas), a préstamos al Gobierno nacional (58,1 %) y al apoyo a empresas estadounidenses radicadas en Colombia (15,9 %) (Witt y Goering, 1963, p. 11).

Se menciona en particular la ayuda “al desarrollo de nuevos mercados para los productos agrícolas de los Estados Unidos” y la “propaganda […] para estimular el aumento de la producción en Colombia de alimentos nutritivos tales como la leche, así como pan y pastas de alto contenido proteínico” (Loveridge, 1957, p. 20). Estos recursos también se usaron para otorgar becas de estudio en los Estados Unidos.

El 60 % restante se podía prestar para proyectos de desarrollo económico “con plazos largos [25 años] e intereses normales” (3 % anual para reembolsos en dólares y 4 % para reembolsos en pesos). También se podían destinar a proyectos de desarrollo rural, pero solo tratándose de “cultivos que no presenten excedentes en los Estados Unidos” (Marulanda, 1958, t. 1, p. 59). Así, no se permitía destinar estos recursos al fomento de productos como el trigo, las oleaginosas, el algodón y la leche.

De manera general, la Public Law 480 tuvo como efecto crear mayor dependencia de las importaciones de alimentos de los Estados Unidos.

Todo lo anterior condujo a desincentivar la producción nacional de trigo y a una dependencia del país de las importaciones, lo que parece haber sido una de las apuestas de la Public Law 480, al tiempo que se invertía en “el desarrollo de nuevos mercados para los productos agrícolas de Estados Unidos” (Witt y Goering, 1963, p. 27).

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Pan nuestro, trigo ajeno. Historia de la aparición, expansión y declive del trigo en Colombia se compuso con tipografía de la fuente Minion Pro. Se terminó de imprimir en los talleres de Nomos en el mes de abril de 2025.

Aunque el maíz fue uno de los cultivos originarios más importantes de América, en la actualidad su consumo en Colombia es menor que el de los productos elaborados a partir del trigo. El pan se ha vuelto tan corriente, que su presencia en nuestras mesas parece apenas normal, pese a que durante siglos ocupó un lugar secundario en nuestra alimentación. Solo fue a partir de mediados del siglo pasado que el pan se volvió repentinamente y en pocos años un alimento fundamental de la dieta urbana, especialmente entre la población más pobre, debido al bajo costo del trigo proveniente de Estados Unidos.

En Colombia, si bien este cereal tuvo cierta importancia en la economía de algunas regiones del país, hoy, su cultivo es marginal y solo unas pocas familias campesinas se dedican a él, esencialmente para el consumo propio. La ausencia de políticas que fomenten su cultivo, junto con la falta de aranceles para las importaciones, ha perpetuado un sistema dependiente del trigo extranjero. Este libro rastrea la historia del trigo en el país, desde su introducción durante la conquista española hasta nuestros días. Además, analiza la contradicción entre la escasez del cultivo del trigo y las políticas económicas colombianas, centradas sobre todo en la producción y exportación de materias primas. Así, Pierre Raymond ofrece un examen crítico e histórico de los factores ideológicos y políticos que han limitado el desarrollo del trigo en el país, en una historia que parece más una crónica de una muerte anunciada.