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Maria Eugenia Caseiro

Disyuntiva (fragmento). De Comparsa siniestra, Vitrales C. E., 2019

María Eugenia Caseiro.

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“El hombre que oculta lo que piensa, o no se atreve a decir lo que piensa, no es un hombre honrado.” José Martí

[…] Me soltaron a los dos días luego de virarme al derecho y al revés. El guardia de turno, haciéndose el seguroso me leyó la cartilla:

—Ándate con pie de plomo, merluza, esta vez navegaste con suerte, el oficial investigador determinó que no había pruebas en tu contra. A partir de este momento quedas fichada por instigar en contra del régimen.

Conversar con mi padre en la intimidad de mi casa y que unos vecinos violaran la privacidad de mis conversaciones ¿era eso instigar en contra del régimen? ¡Le zumba la malanga, caballero!

—… Por fraguar planes de salida ilícita del país.

¡Mentira!, todavía no se me había ocurrido. (¿Verdad, papá?).

—…Y contravención de las ordenanzas públicas al arrojar desperdicios...— Eso sí, ¿ven?, en eso tenían razón, los vecinos eran un verdadero desperdicio — ...al patio de los vecinos. Por mucho menos que eso te meten una tonga de años por el güiro. ¡Libraste, merluza!

No crean que tuvieron en cuenta que yo era una menor, no, eso hubiera sido una rareza en esa gente. En cuanto a tener pruebas, ellos las fabricaban muy bien. El que me hubieran soltado así como así, me pareció muy extraño. No supe hasta mucho después por qué lo hicieron.

A pesar de su “miedo a señalarse”, mi padre estuvo afuera del precinto tratando de conseguir permiso para verme; permiso que le fue negado:

—La detenida está incomunicada.

PATRIA Y VIDA

Pero él no se fue de allí. Creo que eso le ayudó a vencer su miedo, momentáneamente, claro. Cuando salí me estaba esperando. Contrario a lo que yo presumía, no me sermoneó. Caminamos en silencio; un camino largo, interminable, hasta la casa. (Nunca te lo dije, papá, pero me pareció que habías llorado).

Al entrar por la puerta de la casa, que ya se nos estaba cayendo encima por falta de recursos para arreglarla, lo primero que hice fue arrastrarme por el piso, aullar como perro, echar fuego por los ojos y espuma por la boca, gritar y llorar de impotencia. Luego fui al refrigerador. Ya no había huevos, la cosa cada día estaba peor. Le eché mano a un par de tomates que ya olían a podrido y los zumbé, con toda la furia que me dejaron los dos días de encierro, directamente al patio de los comecandela que en ese momento seguro andaban para alguna “actividad” revolucionaria.

— ¡Al Diablo con ellos! (te lo dije, papá). Si me denuncian, que lo hagan con razón. Ya le cogí el gusto a insultar a los comunistas de frente, ahora mismo salgo a la calle a vocear abajo Fidel y toda la partida de…

Mi padre me tapó la boca y me forzó como pudo a entrar en la casa. Seguí arrastrándome por el piso hasta que se me pelaron las rodillas y comencé de nuevo a echar espuma por la boca. Terminé en el hospital, amarrada a la camilla y con un suero tranquilizante en vena. […] Miami, febrero de 2000

Fragmentos de dos cuentos de María Eugenia Caseiro. Edición especial SOS CUBA, Patria y vida. Revista Arjé

PATRIA Y VIDA

Comparsa siniestra (fragmento)

María Eugenia Caseiro

Del Libro cuarto Comparsa siniestra, Vitrales C. E., 2019

[…] A pesar de la intimidación y la exclusión de los derechos de cada niño, de cada hombre, de cada barrio, de cada ciudad, instrumentos con los que por mucho tiempo lograron aquellas malvadas criaturas ocultar sus verdaderos rostros bajo las máscaras, debido a la palabra pronunciada en el barrio (en cada barrio), que sirvió para que fuesen descubiertos en su juego los malvados, hoy la gente se atreve a revelar el miedo. Revelar el miedo nos liberó de sufrirlo, terminó con su impunidad y, aunque los farsantes aún no se dan por vencidos, usurpando la niñez del hombre, la dignidad de los niños, las casas, el barrio, el deseo de los vivos y la gloria de los muertos, hoy día el mundo conoce de su existencia y también de su farsa. Por eso han comenzado a flaquear, a disociarse en el propósito, a patalear y finalmente han comenzado a ahogarse.

Ahora se retuercen en su espacio malsano porque aprendimos a confesar el miedo, a vencer el miedo, a rescatar el recuerdo. Así nuestra palabra, recuperada del olvido, ha sido pronunciada.

El tiempo físico de mi padre se extinguió, pero aquella luz permanece encendida. Sé que hay un camino a la esperanza, que las ánforas que guardan la magia y la ilusión han sido destapadas, que los duendes del sueño, de la confianza, han sido liberados. Sé que una palabra, tan sólo una palabra dicha en el barrio, adquiere la repercusión del tiempo, del instante excepcional en que es pronunciada. Y aunque aún nos queda gran trecho por recorrer y otro tanto de tramo de verdad por develar, aunque haya quienes no recuerdan producto de ese antiguo miedo, ante el asombro del colosal auditorio en el coliseo de este mundo, somos testigos de la caída de las máscaras.

Miami, mayo 2003

Fragmentos de dos cuentos de María Eugenia Caseiro. Edición especial SOS CUBA, Patria y vida. Revista Arjé