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El monoteísmo y el colonialismo
Capítulo 7 El monoteísmo y el colonialismo
Ninguna nación tiene el derecho de expulsar a otra, si no es por un designio especial del cielo como el que tuvieron los israelitas. John cotton, Puritano, (1630)
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Ya hemos visto las pretensiones universales del monoteísmo, subestimando las diferentes concepciones religiosas, e imponiendo a la vez su “única” verdad universal. El monoteísmo es lineal, bi-fragmentario, patriarcal, de tal manera que no puede contemplar la relación orgánica como un todo interdependiente. Se ensalza a sí mismo, ya que se trata de lo “único”, porque fuera de él no existe la “verdad”. Es prepotente, intransigente y dogmático.
En este capítulo demostraré que existe una relación intrínseca entre el colonialismo y el monoteísmo. Es importante tener presente que en las antiguas culturas politeístas, tales pretensiones universalistas no asumían la intensidad que ha demandado el carácter monoteísta. Un hallazgo importante que se opone a la idea general que el monoteísmo es el estado más avanzado de la civilización, es el hallazgo antropológico de la existencia de monoteísmos en las espesuras de las selvas del África central.
Desde una mirada europea, es difícil aceptar la existencia de formas monoteístas en medio de los pueblos africanos “salvajes” y “seniles”. En primer lugar se debe a la idea que el monoteísmo al ser más avanzado, se supone que evolucionó, surgió posteriormente del politeísmo, que constituye una forma más rudimentaria de existencia. Primero fueron varios dioses, luego se transformó en henoteísmo, y luego pasó a ser monoteísmo. En segundo lugar y desde un punto de vista creacionista, se considera que el politeísmo es una deformación “pagana” e “idólatra” del monoteísmo establecido por Dios. Los etnólogos europeos, —influenciados por la explosión de racismo colonialista del siglo XIX— negaron que los pueblos llamados primitivos tuvieran religiones. Se tenía por inverosímil, y por considerar
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al monoteísmo según una mirada bíblica, en el primer y primordial estadio de la civilización18 .
El monoteísmo creacionista es aceptado por las religiones monoteístas como la primera fase de una evolución, característica de las religiones primeramente judía, luego cristiana, y posteriormente islámica. Este monoteísmo, se degeneró, se “paganizó” hasta convertirse en politeísmo, conformando sobre todo a culturas de tez blanca, pero nunca sería hallado en África, ya que sus habitantes son considerados “inferiores” por los europeos, sin “historia” ni “religión”. Según Hegel, Bagehot, Spencer, Darwin y el pensamiento intelectual de la época, no podrían ser monoteístas ya que esta última condición caracteriza a las culturas “civilizadas” siendo Europa el punto culminante de este proceso.
Afirmando desde un profundo desconocimientos y escasez de datos antropológicos, recogiendo datos aislados de misioneros, viajeros, sin ningún rigor científico, y deseando encontrar en estos datos, evidencias para afirmar lo que “debe ser” en lugar de lo “que es”, se llegaba continuamente a conclusiones falaces. Fromm afirma notablemente que:
la religión desempeña una función triple: para toda la humanidad: consuelo por las privaciones que impone la vida; para la gran mayoría de los hombres, estímulo para aceptar emocionalmente su situación de clase; y para la minoría dominante, alivio para los sentimientos de culpa causados por el sufrimiento de aquellos a quienes oprime. (Fromm, 1984, p. 26)
Las religiones le dan respuesta a nuestra inseguridad e incertidumbre existencial. No existe ciencia alguna o filosofía capaz de brindarnos respuestas trascendentales. Por lo tanto la descolonización deberá comenzar efectuando cambios en la religión. Los grandes escollos sociales, económicos, científicos, políticos… se vieron obstaculizados y resistidos por factores religiosos. Los relevantes cambios históricos se manifestaron en torno a transformaciones religiosas. La religión ejerce una función encubridora; racionaliza y justifica los hechos en el nombre de la divinidad. El colonialismo racionalizó la violencia como “descubrimiento”, y “progreso”, bajo interpretaciones teológicas con el fin de justificar la ambición desmedida.
18 Julien, Paul. (1961). Pigmeos. Veinticinco años entre los pueblos de negrillos del África ecuatorial. Barcelona: Ed. Labor S.A.
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El proceso de descolonización, demanda un cambio en la religión. Desde sus comienzos, la historia de Israel ha sido impelida por un monoteísmo colonizador. La tierra que Dios le había prometido dar a su pueblo estaba habitada. Aún así, tenían la orden providencial de colonizarla por medio de la fuerza, asimilándola religiosamente, y culturalmente, y si era necesario eliminando a las naciones “intrusas” y “paganas” que habitaban esos territorios, antes que los israelitas.
El Dios de Israel es un Dios colonialista, y cruel, toma las ciudades, las incendia, prepara emboscadas, hace llover granizo y fuego sobre sus habitantes, produce terremotos que devoran a los desobedientes, provoca genocidios, envía osos para descuartizar niños, derrama sangre a filo de espada matando hombres, mujeres , niños, y animales. Asesina sin piedad a los reyes vencidos, elimina a todos sus habitantes, para que los territorios manchados de sangre, sean ocupados por su “nación elegida”… «Hirieron a las ciudades a filo de espada, y destruyeron todo lo que allí dentro tenía vida, sin dejar nada […] Todo lo que tenía vida lo mató, como Jehová, Dios de Israel se lo había mandado» (Josué. Cap. 10).
La influencia de este brutal colonialismo monoteísta, ha inspirado a las dos religiones monoteístas que posteriormente se desprendieron del judaísmo. De la misma manera, estas religiones –“hijas”, reclamando la autoridad para ser portadoras de una idéntica misión divina, se transformaron en “prolongaciones elegidas” para cumplir el mismo objetivo expansionista, de su “madre” continuando la construcción y eliminación de nuevos pueblos “paganos” al arribar a sus “tierras prometidas”. Si se pudiera lograr destruir a todos los pueblos “idólatras”, de tal manera que no haya más enemigos ni ídolos a quienes eliminar, a pesar de esto, el odio expansionista continuará —y continúa— su prolongación, proyectándose como por inercia sobre el resto de la Humanidad.
Tendrán prohibido “contaminarse” con el resto de la Humanidad, la cual resultará tan execrable y extraña como las mismas naciones que antiguamente fueron asoladas por el Dios colonialista. Deberán retraerse a sí mismos, resguardarse del peligro externo de los “gentiles”, los “infieles o los “pecadores”. Tendrán que vivir aislados si es necesario, y salvaguardar la “única verdad absoluta” que les fue encomendada. Mantenerse apartados de un mundo “idólatra” el cual representa una amenaza constante, contra la identidad de un pueblo que practica la “única verdad”. El tema central de la Biblia está basado en el combate de la “idolatría”. Combatir al “idólatra”, es decir combatir a todos los pueblos que se oponen a la “única verdad” monoteísta, a los “herejes” por impugnar la verdad irrefutable de una religión única.
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De esa manera el resultado ha sido la construcción de un pueblo alienado, aislado, que experimenta constantemente un profundo miedo de ser acometido en cualquier momento. Un pueblo que expresa ante el mundo sentimientos ambivalentes: por un lado le teme, le rechaza, y le odia, y por otro lado le necesita.
El Dios monoteísta de Israel es un Dios cruel, que liberó a su pueblo de los egipcios, pero al mismo tiempo los ha sometido bajo nuevas formas de dependencia, apartándoles de toda posibilidad de relación, diversidad, solidaridad y amor hacia el mundo; un mundo que le es ajeno. Expresando internamente una relación de identidad, y de unidad, pero hacia el exterior, la relación se torna distante y ajena ante un mundo extraño que le inspira una profunda desconfianza.
Por lo tanto se hace necesario crear un nombre, para diferenciarse de los pueblos extraños, y para ello se creó el nombre de goy, fragmentando de ese modo a la humanidad, entre los representantes del “pueblo elegido” y los otros pueblos, “goyim”. Esta prístina alienación religiosa del monoteísmo abrahámico judío, tendrá una notable influencia en los monoteísmos posteriores, y en las conductas de las naciones que fueron modeladas por él, transmutando sus componentes desde la religión hacia nuevas formas sustitutivas secularizadas y distorsionadas de política, biología, antropología…
Se trata de lo que he denominado alienación bi-fragmentaria. El pensamiento monoteísta es incapaz de tener una cosmovisión holística donde todo se interpreta como integrado, como un todo relacionado, un sentimiento oceánico, —como hallamos en oriente y en las naciones originarias— fragmentando la existencia en dos partes: el pueblo elegido, el pueblo de Israel, y los demás pueblos; “goyin”. Los fieles o infieles, los salvos o los condenados, pecadores o redimidos. Dios o Diablo, verdad o herejía, sagrado o profano, santidad o pecado, los predestinados para salvación o los predestinados para condenación, “razas superiores” o “razas inferiores”, civilización o barbarie, cielo o infierno, izquierda o derecha, buenos o malos, blanco o negro, ganadores o perdedores, capitalismo o comunismo, burgueses o proletarios, objetivo o subjetivo, causa y efecto, violencia y supervivencia del más apto, patriarcado o matriarcado. El monoteocentrismo ha creado modelos económicos únicamente validos, una única alternativa posible, una sola forma de ser “civilizado”, posee una pretensión universalista, un único credo para todos, exige el reconocimiento de ser la “única verdad” y entra en conflicto contra los demás monoteísmos, los cuales pretenden lo mismo y validan lo único. El culto a la personalidad como el “representante de Dios”, el soberano elegido por la “gracia divina”, el “representante de Dios” es característico de los monoteísmos.
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El monoteísmo es intolerante, autoritario, y se ve bíblicamente exigido por comisión divina a expandir por todo el mundo la “única verdad”. La violencia monoteísta deriva no sólo como resultado del rechazo externo hacia el Dios monoteísta, sino de la propia creencia en ese mismo Dios, debido a que éste demanda la anulación de sus opositores, de sus disidentes. ”Amar” y “creer”, significa en este contexto, la fidelidad a uno sólo combatiendo al mismo tiempo contra todos los demás. Estrada expresa que: «lo específico del monoteísmo respecto al politeísmo no está en la ausencia o no de violencia, sino en la forma de gestionarla y en las distintas dimensiones de que tiene en ambas tipologías religiosas» (Estrada, s.f, p. 253).
El politeísmo, al ignorar una “única verdad” tiende hacia el diálogo, a la diversidad y a una mayor tolerancia por lo diferente, la pluralidad, y favoreciendo la participación.Estas fuerzas históricas monoteístas han preparado el escenario durante miles de años para la expansión cultural de “Occidente” y de “Medio Oriente”. Los litigios sociales y culturales, son impulsados en el fondo por fuerzas religiosas, la religión como un elemento permanente, asiento de la sociedad. Los contenidos de esa prístina manifestación monoteísta abrahámica, nos ha impulsado a ver la realidad fragmentada. Se “ama” al sujeto con el cual se comparte la fe, el suelo y la sangre, sin embargo, al resto de la Humanidad se le mantiene a distancia y tenida por extraña a la “única verdad”
La producción y reproducción de la violencia de Occidente y Medio Oriente, responde en gran parte a la influencia del monoteísmo abrahámico: los genocidios, los colonialismos, las guerras de occidente, las guerras de religiones, las Cruzadas, la Inquisición, la Guerra de 30 años, las guerras santas, las Guerras Mundiales, las guerras civiles, incluso la invisibilización de la mujer, el sexismo, el racismo, contienen penetrantes componentes colonialistas.
Analizaré la estructura psicológica del monoteísmo y su influencia en las naciones modeladas por su única verdad. Aún cuando estas naciones se hayan distanciado de las ideas religiosas, los contenidos monoteístas continuarán presentes bajo formas inconscientes. Su agresividad, violencia y fanatismo, su pretensión de universalidad, su rechazo a la pluralidad y heterogeneidad, su potencial de violencia en los grupos ortodoxos. Estos contenidos monoteocéntricos se han transmutado bajo formas occidentales homogéneas, uniformes, resistiéndose a la heterogeneidad. Su influencia está fuertemente vinculada a las fuerzas históricas colonialistas, a los trastornos ecológicos como proyección de la violencia en la naturaleza, la depredación y el agotamiento de los recursos naturales, la polución, la contaminación, la geofagia, siendo el amor hacia la vida misma un hecho ajeno a sus propósitos.
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La intensidad de la violencia resulta más penetrante en las sociedades modeladas por el monoteísmo que por el politeísmo. Debemos responder si la violencia es un elemento coyuntural o constitutivo de la religión. En la medida en que la única verdad monoteísta se desvanece, nos acercaremos gradualmente hacia el henoteísmo, para llegar finalmente al politeísmo. Llamaré “gradación polihenomonoteista” a este proceso, a el pasaje de un estado al otro. Sin embargo debemos tener en cuenta que también se manifiestan ideas diferentes y extremas en ambas tipologías. Desde la intolerancia monoteísta, a la tolerancia extrema politeísta, la existencia de una “única verdad”, o la inexistencia de toda verdad.
Las pretensiones universales de Europa, expresan la influencia monoteocéntrica y uniforme, transmutada bajo formas políticas, artísticas y científicas. Los propios filósofos europeos, construyeron su filosofía en gran parte con los materiales del monoteísmo cristiano, y protestante, ambos derivados del monoteísmo hebreo-judío. Este punto lo considero muy importante en el abordaje del colonialismo, por lo cual volveremos a él más adelante.
El monoteísmo cristiano tiende a sustituir al monoteísmo hebreo. El cristianismo se percibe a sí mismo como el “Israel espiritual”, si bien no es Israel, del cual se ha independizado durante los dos primeros siglos de nuestra Era, se auto reconoce como el “Israel espiritual”. Este concepto teológico es denominado la teoría del reemplazo, por la cual se interpreta que los israelitas, el “pueblo elegido” de Dios fue reemplazado por otros “elegidos”: los cristianos. Martín Lutero escribió, “los judíos ciertamente rechazados por Dios, no son más su pueblo, y tampoco es Él ya más su Dios” (Lutero, s.f)
Si bien las causas del colonialismo europeo, responde a factores de origen comercial, económico, financiero, religioso… debemos tener presente la importancia psicológica, de aquéllas fuerzas psíquicas expansionistas que se manifestaron desde un mundo monoteísta universalista. Este monoteísmo, occidental, contiene una gran fuerza expansiva, a menudo ignorada por los mismos historiadores, y por las ciencias del comportamiento, y que constituye entre los numerosos factores, una fuerza no menos importante.
Por otro lado el cristianismo ha incorporado y reinterpretado este monoteísmo hebreo expansivo, adoptándolo como un monoteísmo cristiano expansivo. Siendo la iglesia cristiana el “Israel espiritual”, debía conquistar su propia “tierra prometida”. Esta “tierra prometida” no debe ser solamente de naturaleza simbólica, representando únicamente el cielo que todo cristiano debe conquistar al morir a través de la fe, las buenas obras, y los sacramentos. Deberá ser también material, tangible, poder conquistarse aquí mismo, en este mundo material, despojando, subyugando, matando y saqueando a “los pueblos paga-
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nos” para instalarse en su lugar, del mismo modo que hicieron los israelitas en el otro lado del Mar Rojo.
Los conquistadores interpretaron la inmensidad de los océanos como una representación simbólica divina del Mar Rojo, y las tierras avistadas al otro lado de esos mares y océanos como la “tierra prometida” “heredada” por los navegantes cristianos. Los territorios en los cuales habitaban las naciones originarias llegaron a representar esa “tierra prometida” destinada por la providencia a ser propiedad de los “conquistadores” cristianos. Estas naciones originarias del “Nuevo Mundo” fueron el equivalente de la nación hitita, de los jebuzeos, los amorreos, los fereseos, los heveos,los cananeos entre muchas naciones que “usurpaban” la “tierra prometida” como “ocupantes ilegales” Se suponía que estas naciones ocupaban un territorio que debía pertenecer a los israelitas por la voluntad de un Dios monoteísta.
Los expansionistas cristianos creyeron que del mismo modo que la religión “madre” judía, estaban cruzando simbólicamente el Mar Rojo para llegar a su” tierra prometida”. Llegaron a creer que el Dios de Israel le estaba dando a esta nueva religión sustituta, la misma comisión colonialista que le dio a su pueblo. Esta reproducción expansionista tomada del monoteísmo hebreo por los otros monoteísmos, la he denominado El Canaán Simbólico. Ciertos elementos conscientes se identificaron en un principio histórico con ese “Israel espiritual”, posteriormente fueron transmutados bajo otros contenidos y tendencia inconscientes propagándose como justificaciones expansionistas políticas, secularizadas, desconociendo por completo su origen histórico religioso. Más allá de qué tipología se trate, el monoteísmo en sí mismo, contiene ímpetus expansionistas, ya que derivan del mismo monoteísmo israelita. El monoteísmo, desde una perspectiva religiosa, es una manifestación expansionista, que fue transmutada bajo otras formas sustitutivas, doctrinales, políticas, mediante el expansionismo doctrinal del Destino Manifiesto, o el Espacio Vital de la geografía expansionista alemana.
El Dios monoteísta es Soberano del Universo y hace lo que a él le plazca. El colonialismo fue justificado desde un principio como una forma de “justicia” divina para combatir el “paganismo” y las prácticas “idolátricas” y “heréticas”; en cierta medida, una forma de limpieza “étnica-pagana”, para instalar en ese mismo lugar geográfico la “única Verdad monoteísta”. El colonialismo se justificó desde un principio con la imposición de una nueva y única moral universal-monoteísta, es decir, se debe expulsar a los habitantes de un lugar determinado para “limpiar” a la civilización de las costumbres” inmorales” de estas mismas naciones “paganas”, con la finalidad de instalar allí mismo una “nueva moral”. De tal manera que determinadas culturas “extraviadas”, habi-
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lita al Dios monoteísta como policía, a imponer allí mismo la única verdad universal. En el siglo XVI, los holandeses racionalizaban la esclavitud y la opresión colonizadora bajo este mismo argumento. Lo mismo hizo Cortés, y los españoles al colonizar la “tierra prometida” del “Nuevo Mundo”.
El monoteísmo cree que los escritos en los que basa su fe son incorruptos, carecen de contradicciones, el texto en sí mismo es de origen divino, y por lo tanto Dios no puede equivocarse ni contradecirse. Si bien fue escrito por los hombres, estos fueron un objeto pasivo en las manos divinas, de tal manera que Dios les inspiró el contenido.
El único Dios monoteísta decide por sí mismo, no debe explicaciones a nadie, ni necesita de nadie, exigiendo a la vez la sumisión de toda la Humanidad. Más allá de ser el creador de todo lo que existe, su grandeza estriba principalmente en el hecho que no necesita de nadie para su propia existencia. La estructura psíquica del pensamiento monoteísmo, es en gran medida el influjo del pensamiento bi-fragmentario, mecanicista, monoteocéntrico, mediante el cual las naciones modeladas por su influencia interpretaron la realidad. Se hace necesario entonces reparar este escenario, mediante el pensamiento unificador, integrador, gestáltico, diverso, amplio, complementario, de unidad con el entorno, intuitivo, donde el pensamiento oriental y el de nuestras naciones originarias tiene mucho que enseñarnos al respecto. El núcleo de la civilización occidental, está constituida y atravesada por esas fuerzas monoteocéntricas, que han sido transmutadas bajo otras formas monoteístas sustitutivas.
Ya he demostrado que las transformaciones sociales que acontecieron después de las guerras mundiales, fueron inspiradas en gran medida mediante un cambio en la estructura fragmentada del pensamiento “occidental”. A partir de allí, surgieron una pléyade de investigadores, científicos, antropólogos, físicos, historiadores, inspirados en el pensamiento oriental.
Bede Griffiths afirmó que:
En Occidente domina hoy el aspecto masculino, el poder racional, activo y agresivo del espíritu; mientras que en oriente domina el aspecto femenino, que es el poder intuitivo, pasivo, sensible de la mente. El futuro del mundo depende del “matrimonio” de estos dos espíritus- El impacto de Occidente sobre Oriente reviste las características de una agresión violenta, sea por el poder armado en el pasado, o por la agresión mucho más sutil de la ciencia y de la tecnología que explotan al hombre y a la naturaleza en el presente. (Griffiths, 1985, p. 9)
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En su Choque de civilizaciones, el politólogo Samuel Huntington afirmaba que: «Las pretensiones universalistas de Occidente le hacen entrar cada vez más en conflicto con otras civilizaciones de forma más graves con el Islam y China» (Huntington, s.f, p. 21). Estas pretensiones universalistas de “Occidente” —y del islam— de las que habla Huntington desde aspectos políticos, representan desde mi interpretación psicológica, uno de los destinos de las transmutaciones monoteocéntricas, las cuales he tratado en algunos capítulos de este trabajo.
Bede Griffiths por su parte afirma que:
La mente occidental ha dividido al mundo en dos mitades, el consciente y el inconsciente, el espíritu y la materia, el alma y el cuerpo, y la filosofía occidental oscila entre los dos extremos de materialismo e idealismo. Ello se debe a una enfermedad de la mente, a una esquizofrenia que se ha desarrollado en el hombre occidental desde el Renacimiento en que se pierde la visión unitiva de la Edad Media. La visión medieval es en otros aspectos inadecuada, y el hombre occidental tiene que recuperar su equilibrio volviendo a descubrir la visión del mundo antiguo, la filosofía perenne, que se encuentra plenamente desarrollada en el budismo vedanta y mahayana, pero que está implícito en toda religión antigua. (Griffiths, 1985, p. 53)
La ley del Dios monoteísta, deberá llegar a todos los mortales, a todos los rincones de este mundo, debe ser anunciada por medio de la predicación, o por la fuerza si es necesario. Se supone que la humanidad está extraviada, y es necesario corregir urgentemente sus iniquidades, llevando el mensaje de salvación. El colonialismo, como uno de los destinos psíquicos históricos, ha sido integrado por componentes monoteocéntricos, transmutados desde la religión monoteísta en la construcción de nuevos diseños y manifestaciones.
Se manifiesta un psiquismo histórico no sólo en determinados momentos puntuales, sino que debemos verlos como un proceso centenario y hasta milenario, como componentes de la transmutación histórica. A través de un proceso histórico podemos hablar de una construcción, de diferentes transmutaciones en el tiempo y espacio, que se producen en forma espiralada. Sullivan afirmaba en una de sus conferencias que «la historia de la humanidad describe una espiral en su progreso; el curso de los acontecimientos suele retornar a las proximidades del punto de partida a intervalos crecientes» (Sullivan, 1959, p. 97).
Del mismo modo, Pichon Rivière interpreta el aprendizaje como una espiral, esto deberá pensarse no de manera lineal, en el proceso pueden existir avances y retrocesos. El hecho que hayamos “superado” determinadas etapas
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históricas “sombrías” no implica que jamás las volvamos a vivir. Muchos movimientos que han luchado por la libertad ya sea en el campo político, económico, sexual, y social, determinadas instituciones que trabajan denodadamente y sinceramente en la búsqueda de la libertad, sin embargo, a través de esa búsqueda incesante por la independencia, la dignidad humana, y la tolerancia, culminan a menudo asumiendo nuevas formas autoritarias, y vínculos de dependencia.
Existen temores irracionales que conducen hacia nuevos diseños de dependencia. Con frecuencia, la lucha por la libertad, lleva como consecuencias nuevas formas de autoritarismos. Escuchamos discursos que hablan de libertad, pero sin embargo están contenidos de un profundo odio, intolerancia, y desprecio hacia el que piensa diferente; ultrajando, descalificando públicamente al opositor, para considerar ese discurso como la única verdad. Para ellos, el mundo está dividido en dos fragmentos: los que piensan de la misma manera, a los cuales se les “ama” por afinidad, y todos los demás sujetos que no piensan de esta misma manera, y por lo tanto se les odia. Este comportamiento contiene recónditos miedos hacia la propia libertad la cual paradójicamente es proclamada a viva voz desde sus escenarios.
El sujeto que quiere imponerse a los demás, puede parecernos por momentos una persona convincente, firme, segura de sí misma, sin embargo se trata tan sólo de una apariencia externa, ya que su imposición deviene de un conflicto íntimo compensatorio que intenta asfixiar sus propia inseguridad, insignificancia y dudas inconscientes.
Con frecuencia su discurso apunta a un determinado chivo emisario, el sujeto toma un contenido determinado, un pensamiento, un partido político, una creencia religiosa, como la encarnación del mal, como un depósito, donde allí se arroja lo vil, lo despreciable, lo aborrecible. Sin embargo, en el fondo, desde aspectos inconscientes, ese mismo sujeto percibe que existe algo real en ese mismo contenido al cual intenta combatir con tanto ahínco. En realidad lo que combate es su propia inseguridad, la incómoda verdad de ese contenido que se interpone a sus convicciones endebles. El sujeto se resiste a interpretar la realidad de una manera diferente a lo que aprendió a lo largo de su vida, por momentos llega a sospechar que existen ciertos contenidos razonables en lo que combate, pero en lugar de analizarlo, y debido a sus miedos irracionales, se ve impelido a combatirlo.
Ya hemos visto que desde nuestra tierna infancia, la enseñanza escolar europeocéntrica, la que hemos recibido en nuestras aulas, ha distorsionado la realidad histórica, construyendo mitos. Se aborda la historia de nuestro continente a partir de lo que conocemos como Modernismo, siendo Colón, el
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“héroe del descubrimiento” el centro del material de estudio, en cambio, se le pone sordina histórica a las naciones originarias y su trágico destino.
Se ocultan las causas reales del “progreso” y del enriquecimiento nacional. El mutismo sobre la esclavitud, oculta la verdadera cara de la realidad opresora.
La paradoja entre el discurso de la libertad y la práctica de la esclavitud, marcó el ascenso de una sucesión de naciones occidentales dentro de la incipiente economía global moderna. Holanda es el ejemplo más temprano a tomar en cuenta. Su “Edad de Oro” desde mediados del siglo XVI, hasta mediados del siglo XVII, fue posible gracias a su dominio del comercio global, incluyendo el tráfico de esclavos como factor fundamental. Pero si seguimos al más sobresaliente de sus historiadores modernos. Simon Schama, cuya densa descripción de la Edad de Oro de la cultura flamenca se ha vuelto desde su publicación en 1987 un modelo dentro del campo de la historia cultural, nos encontraremos con una sorpresa. Asombrosamente, el tema de la esclavitud, el tráfico de esclavos y el trabajo esclavista no se discuten nunca en The Embarrassment of Riches, un relato de más de seiscientas páginas sobre cómo la nueva República Holandesa, desarrollando su propia cultura nacional, aprendió a ser rica y virtuosa al mismo tiempo. Pasa inadvertido el hecho de que la hegemonía flamenca en el comercio de esclavos (reemplazando el protagonismo de España y Portugal) contribuyó sustancialmente al enorme “exceso” de riqueza, descrito por Schama como un problema moral y social durante el siglo de la “centralidad” holandesa en el “comercio mundial. (Buck-Morss, 2005)
Los libros de historia que se leen en las escuelas, están marcados no solamente por lo que se dice, sino por lo que no se dice. La esclavitud se la justifica como “mano de obra” necesaria, debido a la disminución del trabajo “indígena”. Tampoco se brinda información sobre las zonas geográficas, la cultura, el origen y la historia de estos esclavos. El uso del ser humano como mercadería, y la riqueza que esta mercadería humana le generó a las potencias colonizadoras, es una realidad que se mantiene en opacidad. Lo que se conoce bajo el nombre de “América Latina” es reconocida sólo por Europa, las naciones “latinoamericanas” se presentan como un producto europeo, ignorando la existencia de las naciones originarias, bajo la supremacía de la raza blanca, y la noble “aspiración a ser blanco”.
A juicio del Senador Bento, la raza blanca tenía mayor derecho a la tierra porque “la utilizaba de acuerdo con las intenciones del Creador. La teoría de que el uso del suelo configuraba un mandato divino o moral, figuró no sólo en toda la historia de las relaciones con los indios, sino en todos los episodios
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en los cuales los norteamericanos alimentaron el deseo de anexar tierras ocupadas por una raza “inferior”. (Weinberg, 1968, p. 80)
El europeocentrismo-estadounidense, se opone a una relectura de la historia, a una revisión, a una búsqueda real e histórica de los hechos. Los conceptos históricos que se han enseñado en nuestras escuelas, contiene componentes centenarios ya transmutados desde la lógica colonialista europea. Los escritores de los libros escolares son autores que se perciben como “europeos”, esto es, son continuadores de las lógicas opresoras del colonialismo. Se cuestiona la moral de las naciones originarias, sus prácticas religiosas “paganas” y sociales, porque las mismas son diferentes a las prácticas europeas monoteocéntrica, que representan el patrón “único” con el cual se valora la realidad.
La identidad civilizacional de “nuestro continente”, se ha enriquecido a través del cruzamiento entre diferentes grupos étnicos. Nuestra riqueza cultural está basada en el cruzamiento policroma, y no en el racismo monoteocéntrico. Simón Bolívar expresaba que:
Por lo tanto es imposible asignar con propiedad a qué familia humana pertenecemos. La mayor parte indígena se ha aniquilado, el europeo se ha mezclado con el americano y con el africano y este se ha mezclado con el indio y con el europeo. Nacidos del seno de una misma madre, nuestros padres diferentes en origen y en sangre, son extranjeros y difieren visiblemente en la epidermis. (Simón Bolívar, 1819, Congreso de la Angostura)