3 minute read

El Real Convictorio de San Carlos

L a transición a l nuevo régimen

161

Advertisement

un lugar preferente en el elenco de los agitadores por su labor incansable de cabecilla, rayana en temeraria, que le hizo acreedor al título de «el primer patriota» y a ser calificado como «conspirador incorregible»; desde 1815 el virrey Abascal le tuvo entre ojos por considerarle «corifeo del proyecto de revolución», aunque ya a partir de 1809 se tiene referencia de su intervención en la política, pues su casa se había convertido en local de reunión de los enemigos del régimen, entre los que se contaban otros miembros de la nobleza local, como don Juan de Berindoaga y Palomares, vizconde de San Donás (1784-1825). Su complicidad en las sucesivas conspiraciones que se tramaron en Lima se reseña más adelante, en el apartado dedicado a esos intentos de trastornar el orden constituido. Desde finales de la segunda década del siglo xix se entregó por completo a la tarea de preparar el terreno a la expedición de San Martín, transmitiéndole confidencias útiles para el éxito de una eventual invasión, y por intermedio de un emisario le alcanzó planos de Lima, efectivos de las tropas realistas, acantonamientos de las mismas, etcétera.

E l marqués de Torre Tagle

Don José Bernardo de Tagle y Portocarrero, marqués de Torre Tagle (1779-1825), sobrino de Baquíjano y Carrillo, ocupa por sobradas razones un lugar preeminente en esta galería de limeños pertenecientes al estamento de la nobleza que se hicieron notar por su evidente compromiso con la causa separatista. Estuvo en España, concretamente en Cádiz, y en Francia. De regreso a su patria en 1819, de inmediato aparece involucrado en connivencias con los insurgentes de Chile, y en especial con San Martín. Tuvo posteriormente figuración de primera línea en los años iniciales del periodo republicano.

Don Diego A liaga y Santa Cruz

Este limeño, hijo del conde de San Juan de Lurigancho (1784- 1825), estuvo reiteradamente tildado de mantener relaciones con los que en la capital del Virreinato habían abrazado la causa de los insurgentes, y su correspondencia con San Martín, en 1819, no era ningún

162

L im a

secreto. Acaudalado patricio, puso toda su fortuna al servicio de las empresas de propaganda sediciosa. Se comprende su vinculación con grupos revolucionarios tan pronto se está al cabo de que una sobrina suya era la esposa del conde de la Vega del Ren, y él, primo tanto de don Manuel de la Puente y Querejazu, marqués de Villafuerte, alcalde de Lima (1817) y notorio conspirador, como de doña Clara de Buen- día, marquesa de Castellón, conocida asimismo, por su adhesión a los proyectos separatistas. Aunque no tan relevante, pero no por eso menos efectiva, fue la colaboración de don José M.a Sancho-Dávila y Salazar, marqués de Casa Dávila (1754-1834), confabulado con el conde de la Vega del Ren y con Riva-Agüero para facilitar la caída de Lima en poder de San Martín; de don Manuel Salazar y Baquíjano, conde de Vista Florida y sobrino de Baquíjano y Carrillo; de doña María Hermenegilda de Guisla y Larrea (1751-1832), de la que es fama mantuvo comunicación con el ejército de San Martín, a quien ofreció la hacienda de su propiedad, «Punchauca», para la histórica entrevista con el virrey La Serna (junio de 1821), y encubrió a numerosos perseguidos de las autoridades realistas, lo que le acarreó no pocos disgustos, y por último, la de don

Pedro José de Zárate y Navia, marqués de Montemira (1742-1823), cuyo nombre, junto con el de su primogénito el coronel don Francisco de Zárate y Manrique de Lara, apareció entre los comprometidos en una conspiración abortar en septiembre de 1811; su intervención en la entrega de la capital del Virreinato a San Martín en julio de 1821 abona fehacientemente su trayectoria de afecto a las doctrinas revolucionarias.

L as reson a ncia s de la R ev o lu c ió n F rancesa

Aunque su influencia no debió de ser de consideración, pues la mayor parte de ellos era gente modesta y sin especial figuración social, hay pruebas de que ciudadanos franceses radicados en Lima no fueron ajenos a la tarea de socavar el régimen español, mediante la propaganda de las ideas de la Revolución de 1789. En mayo de 1794 aparecieron pasquines fijados en las puertas de la catedral y de la iglesia de Santo Domingo, «alusivos a la perniciosa libertad que han querido establecer». En esos cedulones se podía leer,