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III.3.Formas de enterramiento, rasgos generales
III.3. Formas de enterramiento. Rasgos generales.
Las formas de enterramiento, descritas en los textos coloniales y en el registro arqueológico, son diversas y variadas según la región del Tahuantinsuyu que se analice. Como expresó Pablo José de Arriaga, “…estos abusos y supersticiones son tan diferentes y diversos cuanto lo son las provincias y pueblos” (Arriaga, Pablo José; 1968: 214). Además, es un tema que ha sido desarrollado e investigado en numerosos estudios, por esta razón expondremos un breve apartado de las principales características que se han manifestado en las formas de enterramiento, pero para comprender un poco mejor el concepto de hurin pacha. Opinamos, como hemos indicado, que posiblemente la cosmovisión andina prehispánica concibiese la idea por la cual la muerte del cuerpo implicaba, en cierta medida, una transmutación del ser. El cuidado de los cuerpos difuntos era muy importante, pues, en cierta medida, el viaje del difunto por el inframundo dependía del cuidado que los familiares asumiesen hacia éste. Así, veneraban y cuidaban a sus muertos como si siguiesen vivos entre la comunidad, pues se percibía que éstos estaban realizando un largo y fatigoso viaje. Una vez al año se realizaba la visita del difunto a su familia, pues, los familiares difuntos se encargaban de velar por el cuidado de sus familiares, a través de éstos se reclamaba la lluvia, la fertilidad. El fallecido debía de estar bien cuidado por sus familiares tras su muerte, para conservar, así, el equilibrio entre el mundo de los vivos y el mundo de los muertos. Los vivos cuidaban de sus muertos, y sus muertos descansaban tranquilos, y cuidaban de los vivos. Esta percepción del inframundo, de la segmentación del cosmos, concibe, como se aprecia, la muerte de una forma especialmente diferente a la percepción que se ubicó en los Andes con el catolicismo, es más, se podría afirmar que la muerte en los Andes prehispánicos no existía como la comprendemos. Al explicar la geometría del universo se analizó la posibilidad de ubicar el inframundo en la primera época de la historia cósmica. Además, hemos relacionado el hurin pacha con la dirección sur y con la izquierda; entre otras muchas cosas. Tanto en los textos coloniales, como en las informaciones obtenidas en los trabajos de campo actuales, la izquierda, el inframundo, la
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muerte y lo femenino son rasgos que se delimitan con facilidad; además del norte y sus características. Al respecto, Xosé Mariño explica en sus estudios que la mano izquierda está relacionada con los difuntos (Mariño Ferrer, Xosé; 1989:31). El investigador explica en sus trabajos que si aparece una mancha a la izquierda de los órganos del animal sacrificado, en los rituales mortuorios, se entiende que morirá algún pariente de línea materna. Por el contrario si la mancha aparece en la derecha se entiende que el difunto pertenece a la línea paterna. Además, el difunto cuando inicia el viaje observa si el camino también está abierto, o cerrado, para algún miembro más de la familia. Las direcciones corresponden a cualidades y se interpretan, posiblemente, semejantes a una serie de características que observamos en los textos. Hemos hallado información que nos hace pensar que el hilo; relacionado con el acto de tejer, de mover los diferentes colores elegidos; se vinculaba directamente con el inframundo, y por extensión con la muerte. La Luna aparece en los textos como la gran tejedora, pero, escribe Francisco de Ávila, que cuando los artesanos tejedores realizaban un trabajo de gran dificultad invocaban a Cuniraya, el Hacedor (Ávila, Francisco de; Mss.3169:fol.116.B.N.M). Teresa Gisbert opina, también, que una de las manifestaciones de Viracocha, Tocapo, está relacionada con el acto de tejer. Entendemos que manejar los hilos caracterizados por sus colores, y mediatizados y mezclados por un movimiento rotativo, se entendía como un acto sagrado de creación276. De esta manera los artesanos simulaban, en cierta medida, lo realizado por el “Ordenador del Mundo” en los tiempos primigenios. Así, comprendemos que la creación cosmológica es simbolizada por el acto de tejer, pues, los artesanos segmentaban el paño y lo determinaban por regiones dependiendo de su posición, al igual que Viracocha. Por ejemplo, la iconografía representada en Tarabuco, Bolivia, que se sigue manteniendo hasta nuestros días, es una manufactura propia de las mujeres. Ésta sugiere seres que habitan el hurin pacha, y existe una tradición según la cual las mujeres cuando se hacen tejedoras deben ir a pasar la noche a una cueva donde copulan con el demonio. De esta unión se opina que nacen, en la mente de las tejedoras; los seres inframundanos (Takami y Adelson, en
276 La gestación de un bebé se relaciona, al igual, con el acto de tejer (Platt, Tristan; 1996:36).
Gisbert, Teresa; 2006:268). Consecuentemente el acto de tejer se podría determinar como un acto inframundano, pero en cierta medida, posee aspectos que lo relacionan con la creación y con las potencias celestes. En las formas funerarias investigadas por los arqueólogos se han localizado caños, o cuerdas, que posiblemente comunicaban al difunto con el mundo exterior. Por ejemplo, el arqueólogo Grieder en sus trabajos menciona una soga de algodón, de unos dieciséis metros de largo, que se iniciaba en la boca de la estructura, La Galgada277, y conducía al piso de ésta, lo que interpretó como un cordón umbilical (citado en Kaulicke,Peter; 2001: 295). Pedro Cieza de León observó, en Puerto Viejo, Ecuador, que en los entierros se ponía una caña para que bebiese el muerto (Cieza de León, Pedro; ,2001:221). Las crónicas cuentan que estas sepulturas estaban comunicadas al exterior, gracias a unas cañas por las cuales se le expelía al difunto chicha. El principal objetivo, fue, entendemos, mantener una comunicación entre el difunto y la comunidad, a través de la bebida de la comunidad, la chicha (Cieza de León, Pedro; 2001: 221). Los kogi, escribe el investigador R. Dolmatoff, en los entierros atan al pelo del difunto un hilo que sale hacia el exterior y se enrollaba en un palo. Transcurridos nueve días tiraban de éste, y si rompía el hilo era buena señal. En Huamachuco, en el siglo XVI, los agustinos observaron que cuando hilaban adoraban a un ídolo llamado Guallio, ubicado éste en una cueva. Le ofrecían huesos, torteros y cuernos (San Pedro, Fray Juan; 1992:182). Fernando de Avendaño observó que los hechiceros explicaban a la población que a los cerros“…les dixesen: los que me quieren matar no pasen de aquí, y en señal de adoración afrezían a la huirca una soga de ichu torcida con la mano izquierda...” (Avendaño, Fernando; sermón V, 1640:56). Alguno de los datos analizados apunta a concebir una estrecha relación entre la soga, o el hilo torcido, y los planos del universo andino. De esta manera podría entenderse que las tumbas y los diferentes rituales mortuorios usasen hilos para mantener en comunicación al difunto con sus familiares; fuesen percibidos como conductos.
277 Pertenece al Arcaico Medio, contemporáneo a Cerro Sechín. Esta percepción pudo influir, por ejemplo, en las cuatro cuerdas que se aprecian en el Lanzón.
Para el viaje inframundano, al igual que para cualquier otro viaje, al difunto se le suministraba aquello que le podía ayudar. Así, por un lado, podía contar con la ayuda de sus familiares difuntos, según la vida terrestre que había desarrollado el difunto, como hemos indicado y, además, los familiares le suministraban la ayuda primaria. Si el difunto era un adulto, como muestran las tumbas, se le proveía de agua, unas andas nuevas para el largo viaje, una llama278 que le guíe y comida. Por el contrario, si el difunto era un bebé se le solía enterrar con alas o con escaleras, para facilitarles el ascenso al cielo. Se aprecia en los datos consultados que los útiles que portan los difuntos expresan, en cierta medida, tanto la vida que había desarrollado en el kay pacha, ya que se enterraba a los individuos junto a las herramientas de sus profesiones y, además, expresan su destino. De esta manera las sepulturas se presentan como una buena fuente de información, característica que ya había sido observada en 1653 por Fray Laureano de la Cruz, autor de un manuscrito de la Biblioteca Nacional de Madrid. Éste observó lo siguiente: “…enterraban todos sus difuntos poniendo en las sepulturas de los officiales un instrumento propio de su officio, que creían la inmortalidad de el alma, y la resurrección de los cuerpos, aunque a diferente vida de la eterna…” (Cruz, Fray Laureano de la; 1653:p.43.v.Mss.2450, B.N.M). La tumba fue un habitáculo instituido, especialmente, para presentar al difunto en su nuevo espacio, en el inframundo; a su nueva presencia. La sepultura, como microcosmos, conservaba aquellos objetos que exteriorizaban, en cierta medida, la actividad desarrollada por el difunto en el kay pacha. Además de las provisiones que se entendían necesarias para el largo viaje que se realizaba hacia la “Casa de las Sombras”.
Entendemos que la percepción andina, por la cual la persona difunta desarrollaba su actividad en otro plano de la segmentación del cosmos, dependiendo de su actitud moral, en la colonia posiblemente se adaptó al concepto de resurrección. Es necesario precisar que esta creencia no simbolizaba una vida mejor con el fallecimiento, como en la religión católica. En
278 El investigador T. Platt ha observado que una de las modalidades más usuales de sacrificio es la llama, pero la llama delantero, que es la que guía a las demás en los viajes (Platt, Tristan; 1996:36). Nos parece un dato revelador, de esta manera se entendía que la llama guiaba al difunto por los oscuros túneles del hurin pacha.
la cosmovisión andina la vida fue muy apreciada, no era deseada la muerte, sino que se pensaba en un proceso de trasformación, no de extinción. Este concepto de la vida-muerte provocó un gran impacto entre los curas doctrineros, ya que se entendía que lo que se poseía en el kay pacha, en cierta medida, se poseía en el hurin pacha, por esta razón se halla el siguiente dato en un manuscrito colonial: “Y no piden cosa ninguna para la otra vida” (Patronato 294, N6, 1/1. A.G.I) Las investigaciones señalan que uno de los métodos de enterramiento más usual fue enterrar a los difuntos bajo túmulo, túmulos donde se introducían a los difuntos junto a sus joyas, armas, atuendos y alimentos; dependiendo de la clase social del difunto. Además, una de las informaciones que con mayor frecuencia aparece en las fuentes coloniales es la de enterrar a las mujeres con sus cónyuges. Según las fuentes manuscritas las féminas que eran sepultadas con sus cónyuges estaban, normalmente, vivas, para que les acompañasen en su viaje al mundo de los muertos. Para este viaje, explican los textos, los fallecidos portaban aquellos objetos que más apreciaban en vida, sus atuendos más valiosos y su mujer. Aunque, este tipo de enterramientos opinamos que fueron realizados para los personajes más destacados de las comunidades andinas. De esta manera el lugar elegido para la morada del difunto era del más estricto secreto, pues, se inhumaban con sus mejores ofrendas. Las crónicas explican que para guardar este secreto los incas poseían dos métodos bastante eficaces. El primero consistía en invitar a los más jóvenes de los ayllus a sus futuras sepulturas, y si éstos sabían su localización y se presentaban allí, los asesinaban. El segundo método consistía en dejar el secreto a los más ancianos, pues, morirían antes que ellos (Cieza de León, Pedro; 2000: 250). Casi todas estas tumbas estaban dirigidas hacia la salida del dios Sol, para que éste, con sus primeros rayos bañase los sepulcros de los señores. Las ofrendas que aparecen en los enterramientos, para la otra vida, señalaban la posición social que un individuo poseía en la comunidad. De esta manera la evolución de una sociedad, las modas, los atuendos, las ramificaciones sociales, el sexo, etc. Aparecen impresas en los sepulcros. Por ejemplo, los investigadores hallaron un gran cambio con el surgimiento de la cultura militar Huari, a partir de entonces se apreciaba en las tumbas una
mayor suntuosidad en los ajuares. De igual manera se hallan contrastes, por ejemplo, entre los enterramientos de un curaca local y un señor cuzqueño. Principalmente, los curacas llevaban a sus sirvientes en el camino hacia la muerte, y los campesinos, maíz, patatas, etc.
Los párrocos de indios, y demás civiles que se hallaron en el Nuevo Mundo, especulaban con la idea de que las sepulturas las habían construido los nativos por mandato del Demonio. Éste se los quería llevar al Infierno. Pedro Cieza de León escribió lo siguiente sobre las sepulturas prehispánicas: “...que en el hombre había más que cuerpo mortal, y engañados por el demonio cumplían su mandamiento, porque él les hacía entender (según ellos dicen) que después de muertos habían de resucitar en otra parte que les tenía aparejada, adonde habían de comer y beber a voluntad, como lo hacían antes que muriesen... ” (Cieza de León, Pedro; 2000:251254).
Pero el concepto de “Mal” que se quería introducir como responsable más directo de dichas construcciones, entre las poblaciones nativas, no fue entendido por éstas. Así, como se explicó, para la cosmovisión andina el mundo de abajo, el inframundo, era el mundo del dios Pachacamac. Este concepto de vida en la muerte fue muy castigado por los párrocos de indios. Porque, entre otras muchas razones, los nativos del Tahuantinsuyu creían en la vida tras la muerte, pero una vida con los miembros de su comunidad, bebiendo y comiendo, como si continuasen vivos. Pero, sobre todo, vivos en la tradición oral de la comunidad, del pensamiento que se trasmitía con la palabra. Por lo tanto, el concepto de Mal que poseían los andinos no estaba personificado en la persona del Demonio, en contraposición de Dios. Así, los primeros doctrineros, pensaron que lo que los incas llamaban supay era el Demonio católico. Por extensión, dicho Mal se veía personificado en numerosos dioses, huacas e ídolos que formaban un todo del que ellos eran partícipes. De esta manera las sepulturas fueron percibidas como los habitáculos del Demonio. La situación de las sepulturas era elegida por el futuro difunto en vida teniendo en cuenta el lugar que más le había gustado en vida, o con el cual se sentía más ligado (Cieza de León, Pedro; 2001: 255). De esta manera se puede afirmar que se localizan gran parte de estas sepulturas en zonas destacadas del paisaje, lo que los arqueólogos llaman tumbas bajo túmulo.
En la zona del Collao, por ejemplo, las construcciones que se realizaron para los enterramientos tenían forma de torre.279 Las puertas de estos sepulcros estaban orientadas hacia el nacimiento del Sol, y junto a ellas se hacían los sacrificios y ofrendas que homenajeaban al difunto. El modelo más importante que se narra en las crónicas, como por ejemplo en los escritos de Pedro Cieza de León, fue el conjunto de Sillustani, a pocos kilómetros del Lago Titicaca (Cieza de León, Pedro; 2000:252-260) En la zona de Cuzco, el “ombligo del mundo andino”, los difuntos fueron enterrados en asientos reservados para los personajes más importantes, a modo de tronos, que ellos llamaron tianas. De igual manera que en las demás formas de enterramiento los difuntos de las tianas eran ataviados con sus mejores vestidos y adornados con sus mejores joyas y armas (Cieza de León, Pedro; 2000: 257). En la provincia de Jauja a los difuntos los introducían en pellejos frescos de animales, y los cosían formándoles el rostro, la nariz, boca, y demás partes de la cara. No eran enterrados en túmulos, sino que estos cuerpos habitaban en las casas con sus familiares. El fallecido recibía los alimentos y las bebidas necesarios para el viaje inframundano. Las fuentes documentales cuentan que a los personajes más destacados de las comunidades de esta provincia, sus familiares los sacaban de las casas, cada cierto tiempo, para rendirles grandes ceremonias de homenaje. En tumbas bajo túmulo, destacando en el paisaje, se enterraban los difuntos de la zona de Antiocha, junto a sus joyas, armas y mujeres (Cieza de León, Pedro; 2000: 257). En Chichan se fabricaban unas camas de caña muy gruesa y resistentes, para sus difuntos (Cieza de León, Pedro; 2000: 257). En los valles andinos se enterraban a los difuntos en las paredes, en nichos de piedra. Estos nichos estaban fraccionados según los linajes de cada familia, por lo tanto, cada una de estas familias tenía un lugar establecido para enterrar a sus muertos. Estos lugares eran de índole sagrada, los familiares iban a ver a sus antecesores muertos, cada cierto tiempo, para, así, atenderlos. En estas visitas se les cambiaba la ropa y se les ofrecían alimentos a los
279 Son las chullpas preincaicas.
fallecidos; pues, posiblemente, parte de la potencia etérea quedaba en el cuerpo. En las comunidades andinas, cuando fallecía un miembro se realizaban grandes ceremonias, para reflejar, así, el sufrimiento que el difunto había dejado entre sus conocidos. De entre los actos de dolor que son narrados en las fuentes manuscritas habría que destacar, por ejemplo, que a las mujeres que habían padecido alguna defunción cercana a su persona, se realizaba un ritual que consistía en cortarles el cabello como símbolo de tristeza280. De igual manera éstas salían por las calles que el fallecido solía frecuentar en vida cantando y bailando canciones tristes para provocar el llanto. Estos rituales funerarios solían tener una duración que comprendía entre cuatro o diez días. Para la presente investigación hemos elegido como ejemplo de suntuosidad mortuoria un enterramiento bajo túmulo, con grandes ofrendas y sacrificios, que narraron con gran minuciosidad las crónicas coloniales. Éste fue el enterramiento del Inca Huaina Capac281en cuya sepultura, cuentan las crónicas, enterraron a más de cuatro mil individuos para que acompañasen y sirviesen al Inca hacia el mundo de los muertos (Cieza de León, Pedro; 200:202). La posición que tenía el Inca en la sociedad andina era la más importante, por lo tanto, el séquito que le acompañaba en el camino mortuorio tenía que portar al inframundo la majestuosidad que había recibido en vida. Cieza de León escribió lo siguiente al respecto: “ Mataron, para meter con él en su sepultura y en otras, más de cuatro mill ánimas, entre mujeres y pajes y otros criados, tesoros, pedrería y fina ropa”282 (Cieza de León, Pedro;2000:200203).Entendemos, como se observa, que la vida de un difunto tenía que estar reflejada en su sepultura. Posiblemente, existieron diferencias sociales, al contrario de lo que opinaban algunos autores. La división sexual conllevaba igualmente una división de labor, por lo tanto, de utensilios. Esta división se halla en las primeras narraciones, tras salir de la cueva de Pacaritambo, por ejemplo, se observa que los hombres sacaban alabardas de oro, ricos vestidos y hondas,
280 Se aprecia, una vez más, que el viaje inframundano, y el corte de cabello, se ligan en los rituales mortuorios. 281 Hay que avisar al lector que existe la posibilidad de que las narraciones sobre este gran enterramiento sean poco fiables en cuanto a datos cuantitativos, por lo tanto, la tradición es una guía a tener en cuenta. 282 Fray Martín de Murúa anotó sobre este dato que se sepultaron más de mil personas.
mientras que las mujeres portaban chumbis, topus, y recipientes para servir: ollas, cántaros y platos (Betanzos, Juan de; 1968:12). Por otra parte, los enterramientos de la población común se realizaban en el campo, en lugares destacados, también bajo túmulo. En el registro arqueológico se ha observado que a los difuntos se les ponía en las manos y en la boca objetos de oro y plata, además, de vestirles con sus mejores ropas y homenajearles con ofrendas y sacrificios. Todo lo que se refiere a la ceremonia propiamente funeraria estaba acompañada de cánticos con entonaciones doloridas llamadas aravi, las cuales recordaban los actos solemnes que el difunto había realizado cuando vivía; y los actos de sus antepasados. Normalmente bebían y bailaban, por la ausencia del difunto, varios días. Con la introducción de la sociedad española en el Nuevo Mundo este tipo de rituales prehispánicos, en torno a la muerte, fueron prohibidos. Los difuntos nativos tuvieron que empezar a ser enterrados en los cementerios cristianos, con misas y ceremoniales católicas. En las fuentes documentales hemos apreciado que la principal transformación que soportó la sociedad nativa en el Perú, en cuanto a los ritos funerarios se comprende, fue el sentimiento de abandono que los parientes sufrían hacia sus difuntos. Estas prohibiciones provocaron entre las poblaciones nativas actos en contra de las normas dictadas por la nueva ideología que dominaba el antiguo Tahuantinsuyu. Consecuentemente, el sentir íntimo de las poblaciones oriundas originó que los familiares de los fallecidos robasen por las noches a sus difuntos, los desenterraban, para llevarlos junto a sus antepasados acompañados de sus familiares y amigos. Además, realizaban las ceremonias que el difunto se merecía: cánticos, bailes funerarios y el recuerdo a través de la tradición oral. Entendemos que esto se debió, entre otras muchas cosas, a que para la cultura prehispánica del Perú la sepultura de sus difuntos debía realizarse junto a los cuerpos de sus antepasados, y a través de un ritual que introducía al difunto por su pacarina hacia el camino del inframundo. Además, fue una costumbre fundamental en una sociedad donde la vida se había construido en colectividad. Por lo tanto, la muerte la sufrían acompañados de sus familiares más cercanos, y la disfrutaban en las sepulturas de sus ancestros. Así, con la nueva imposición católica, de enterrar a los principales señores incas en los templos alzados para el Dios, católico, se sintió que los difuntos nativos se
veían impedidos para realizar el camino inframundano, de esta manera se convertían, entendemos, en condenados, pues estaban encarcelados. Dicho aislamiento, además, provocó un desajuste social, pues el mundo de los muertos y el de los vivos se estaba trasformando, para crear, así, una nueva fase en la que los nativos serían expulsados. Por ejemplo, al morir un individuo su ánima viajaba hacia el mudo de los muertos. En este camino tenía que cruzar un mar o río, un cuerpo de agua, que dividía el mundo de los muertos del mundo de los vivos. Trayecto que realizaba, ayudado por un perro negro. En el caso de que el cuerpo estuviese enterrado en una iglesia católica, el cuerpo sufría un encarcelamiento por el cual no podía realizar el éxodo que le unía a los suyos. Por lo tanto, era el deber de sus familiares sacarle del encierro y liberarle para poder realizar, así, su viaje funerario para reunirse con los ancestros: con el resto de la comunidad difunta.