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Luis Millones

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Sobre los autores

Sobre los autores

Prólogo

Cuatro sesiones apenas bastaron para que expusieran los muchos ponentes convocados por el interés de desarrollar diferentes aspectos del tema propuesto por Claudia Rosas. Contra lo que pudiera esperarse, los participantes confluyeron en núcleos de interés muy precisos. Los trabajos pueden ser alineados en dos grandes grupos: el miedo en la historia colonial y el miedo desde los inicios de la República hasta nuestros días.

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Así, «El miedo en la historia del Perú» fue el título del simposio realizado en la Conferencia Internacional «Al fin de la batalla», organizada por el Seminario de Estudios Interdisciplinarios Andinos (SIDEA) y llevada a cabo en Lima, en noviembre de 2001. La reunión abordó temas de actualidad como la amenaza del terrorismo internacional, la guerra contra la corrupción y la transición hacia la democracia, entre otros. En este marco, la reflexión sobre el miedo, enfocado como un aspecto vinculado con estas problemáticas, concitó gran atención por parte del público. El libro que presentamos recoge los aportes de diversos especialistas sobre el tema. Un eje cronológico une de manera visible casi todas las ponencias, que a su vez concentran su interés en momentos específicos del Virreinato: el siglo XVIII y las primeras décadas de la República. Hay también algunos trabajos que escapan a esta generalización, como el de Fernando Rosas sobre el papel del miedo en la hisoria, el de Jeffrey Klaiber sobre el miedo al APRA y el de Denise Leigh sobre el pavor a la multitud que enfrentan los jugadores de fútbol. Su inclusión, sin embargo, abre una ventana novedosa y no quiebra la calidad que la mayoría de las colaboraciones ostentan. A continuación seleccionaré arbitrariamente, para comentarlas, algunas de las ponencias que llamaron mi atención.

Si nos guiamos por un criterio cronológico, habría que empezar por las ponencias sobre el miedo a la excomunión (Miriam Salas) y la que nos describe los temores frente a la amenaza pirata (Ramiro Flores). Ubicándose en la Huamanga del siglo XVI, Miriam Salas nos proporciona un interesante estudio sobre el uso político de la censura eclesiástica bajo la forma de la excomunión. No es de extrañar que este recurso, cuyo contenido a veces suena como una maldición profana, haya sido empleado en las frecuentes disputas entre el clero y la autoridad civil, especialmente en defensa de sus fueros o bien por simples razones de conveniencia

económica. La autora usa su magnífica documentación tomando como línea conductora a la familia Oré, auspiciadora del monasterio de Santa Clara, del que fueron parte varios hijos de Antonio de Oré y Luisa Díaz de Rojas. Los litigios que se producen en la región desembocan en varias de las excomuniones y sus efectos son analizados con cuidado y con sólida información.

Al lado del temor reverencial que siempre despertó el clero católico, debemos situar otros miedos que escapan del ámbito espacial de las ciudades coloniales. Hacia ese punto nos lleva Ramiro Flores con su ensayo sobre los piratas de los siglos XVI, XVII y primeras décadas del XVIII. Como se sabe, la política monopolista de España determinó la presencia de quienes querían abrir nuevas rutas de comercio para el resto de Europa, o bien, simplemente, tomar por asalto las inmensas costas del territorio de las Indias. El artículo no es una relación de los desembarcos ilegales o del asalto a las naves del gobierno español; más bien se concentra en las actitudes que asumieron los habitantes y sus autoridades ante la posibilidad real o imaginaria de que los bucaneros estuvieran frente a sus centros poblados. Vistos como una doble amenaza: contra el Rey y contra la Iglesia, se los veía como enemigos, como extranjeros y como protestantes, cuyo fin, aparte del saqueo, era el de profanar los templos y conventos católicos.

La amenaza y el miedo tenían fundamento. El autor nos relata que en 1685 asaltaron sucesivamente los puertos de Paita, Coquimbo y Saña; en Huarmey carenaron sus barcos y pasaron a asaltar Huacho, Huaura y Casma sin que se les opusiese resistencia. Al mismo tiempo, la posibilidad de tales asaltos generó un nutrido folclore, que hace que hoy se narren, en muchos lugares del Perú, historias de desembarcos de piratas que nunca sucedieron.

Bernard Lavallé nos ofrece una contribución que nos lleva hacia fines del siglo XVII, en la que invoca nuevamente el temor relacionado con la Iglesia católica. Se trata de las presiones familiares para lograr que un hijo o una hija se integre al clero, presuponiendo que con ello obtendría mayores consideraciones sociales y seguridad económica; o bien procurando que el joven miembro del hogar tenga un destino diferente del de sus hermanos, de acuerdo con la estrategia planteada por el jefe de familia. Un buen ejemplo para las tesis de Lavallé nos lo dio anteriormente el artículo de Salas, pero son muchos los ángulos desde los cuales es posible observar los deseos de la familia y sobre todo las respuestas inmediatas o tardías de quien tomaba los hábitos.

Lavallé nos relata con sumo cuidado la problemática económica, étnica y legal que suscitaron las vocaciones tempranas, que por ser forzadas o por descubrirse que ya habían desaparecido, acabaron por ser rechazadas por quienes ya formaban parte del clero o estaban en camino a serlo. La renuncia a esta condición nunca fue fácil, no solo por la complicada decisión de la persona que rompía con los votos tomados sino también por los intereses de la orden a la que pertenecía.

El trabajo presentado abre una brecha en los estudios sobre la Iglesia colonial que vale la pena seguir explorando.

El universo colonial andino vivió inmerso en contradicciones económicas y sociales que se reflejaban en actitudes psicológicas muy marcadas. Tal es el caso del miedo a la plebe, cuyo retrato en el siglo XVIII nos es presentado por Scarlett O’Phelan. Tras un breve repaso acerca de la composición de la plebe colonial, la autora se ubica en el terreno que conoce, el ambiente previo a los estallidos sociales de la población indígena del siglo XVIII, y trata de reconstruir el mundo que rodeó a las conspiraciones, lleno de rumores, de chismes y anónimos, y de una represión inmisericorde.

El trabajo de O’Phelan está emparentado de muchas maneras con el de Claudia Rosas Lauro, directora del simposio, cuyos trabajos sobre el rumor y la conspiración en la historia del Perú ya son un aporte de trascendencia en este campo. Esta vez la autora se dedica a revisar los efectos de la Revolución Francesa en el virreinato peruano, usando como ejes la Gaceta de Lima y los artículos del Mercurio Peruano (además de una copiosa documentación inédita). Rosas nos lleva a los «mentideros» de la capital peruana, donde los criollos trataban de leer entre líneas la información que proporcionaba el gobierno colonial, y nos acerca a los propios órganos de censura, que tenían indicaciones precisas del virrey y de las autoridades eclesiásticas para pintar como parricida y bárbaro el comportamiento de los franceses. Dueña de una pluma tersa y erudita, Claudia Rosas nos permite reconstruir la época y sus angustias.

Otros miedos fueron causados en el mismo siglo XVIII por los elementos naturales y las enfermedades. Susy Sánchez continúa la línea de sus investigaciones sobre los efectos de sismos y epidemias en el período colonial. Su trabajo, esta vez, está concentrado en las repercusiones del miedo limeño después del terremoto de 1746. La autora empieza por reconstruir el ambiente que generan estos fenómenos en sociedades que viven en zonas sísmicas como Lima. Además, toma en cuenta las experiencias limeñas con respecto al sismo de 1687 y nos informa cuidadosamente de los criterios de construcción y los reglamentos promulgados para evitar mayores daños, en una situación que no solo se sabía inmanejable sino que además tenía la carga ideológica de ser identificada como castigo divino.

Toda prevención resultó insuficiente. El terremoto destruyó Lima y el Callao, que prácticamente desapareció por efecto del tsunami. Los sobrevivientes huyeron a los cerros vecinos; y aunque el virrey se salvó del desastre, se tardó mucho en evaluar y remediar el daño. Sánchez nos entrega un estudio muy serio que nos informa con detalle y sin dramatismo. Al referirse al efecto sobre las acciones de la Iglesia, sus reflexiones crean espacios muy importantes de comprensión de fenómenos colaterales al sismo. Tal es el caso de la procesión del Señor de los Milagros, que solo en esta tardía fecha despegó como culto popular.

No solo razones cronológicas relacionan los trabajos de Arnaldo Mera (18201821) y Cristina Mazzeo (1818-1824); además, ambos autores dedican sus ponencias al miedo al proceso de la Independencia del Perú. El trabajo de Mazzeo tiene la virtud de contextualizar el episodio en una propuesta teórica más amplia, ubicándolo como un ejercicio dentro del estudio de las mentalidades, que recurre con frecuencia a la psicología social (Roger Brown y Kimball Young, por ejemplo) para entender el papel de las élites dirigentes y los cambios de interpretación con respecto al destino de las sociedades que lideran. Temas como la sugestión, la persuasión y el rumor son entresacados de las proclamas, la correspondencia y los discursos de libertadores y realistas, para ofrecernos una explicación coherente del ámbito de tensiones que se vivió durante la contienda. Por su parte, el extenso trabajo de Mera, dependiente aún de los antiguos postulados de De la Puente Candamo, nos entrega, sin embargo, información sugerente sobre la opinión pública, las intrigas, las presunciones exageradas y los rumores infundados que circularon a lo largo de los frentes de batalla. La longitud y la variabilidad de los espacios que debían cubrir las tropas hicieron que el miedo se convirtiera en un factor importante en el terreno de los hechos, situación que no desapareció durante el Protectorado, cuya precariedad es descrita con acucioso detalle en el artículo.

Ya en terreno republicano, quiero destacar los estudios de José Ragas sobre las elecciones en el siglo XIX, que dibujan toda la crudeza con la que fueron llevadas a cabo (1810-1931). Aunque el tema es más o menos conocido, Ragas no solo describe el escenario de los días electorales sino que procura recrear el ambiente y las razones por las que elegir un gobernante nace como un ejercicio peligroso. Además, hubo prolongados períodos durante los cuales ni siquiera se pudo correr el riesgo de mostrar tales o cuales preferencias. Como dice el autor, el contexto de la débil economía agraria del país hacía que la incertidumbre fuera el clima dominante y que el interés por participar en las elecciones fuera claramente marginal. Por lo demás, al final del siglo, al desplazar el peso de las elecciones de la sierra a la costa se logró un nuevo tipo de votante («culto, blanco y costeño») que hizo desaparecer las bases de cualquier sueño democrático.

Si bien Ragas se escapa varias veces del período que nos propone en su título, no sucede lo mismo con el trabajo de Jeffrey Klaiber («El miedo al APRA»). Estamos ahora ante cortos estudios, o más bien reflexiones, sobre fenómenos políticos de repercusión contemporánea. Klaiber nos entrega una sucinta historia del aprismo, la naturaleza de su doctrina y su cimbreante trayectoria durante los primeros cincuenta años de su existencia. Con esta base propone las razones del antiaprismo, que en varias oportunidades ha generado un masivo voto negativo para el partido en cuestión. Sobresalen en este análisis sus relaciones con la izquierda peruana y los partidos de derecha, y la ambivalencia de sus posiciones, en las que el autor encuentra las razones del rechazo, especialmente si se le suma «una mezcla de religión y política» que parece caracterizar al APRA.

El trabajo de Denise Leigh se ubica en un período reciente (1950-1970) y en un espacio diferente de los anteriores. Fuera del quehacer político, los sujetos de su investigación son los jugadores provincianos de fútbol. Sus miedos se concentran, progresivamente, en su llegada a la capital y en su ingreso al Estadio Nacional, templo amenazador con cuya cancha han soñado desde que tuvieron uso de razón. Luego de entrevistar a jugadores de aquella época en Lima y en su tierra natal, Leigh ha podido recrear esos momentos de exaltación y pavor que significaron haber llegado a la prueba definitiva: jugar en un equipo profesional capitalino. El artículo de Auguso Castro referido al terror como ejercicio del poder puede ser considerado como el broche final de un magnífico libro.

LUIS MILLONES

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