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1. El repartimiento mercantil

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III. Mercados y actividad comercial

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Hablar de mercado parece llevar implícita la idea de libertad de los participantes. En el caso colonial, esta presuposición requiere ser matizada. Existía un mercado, pero no era el “libre mercado”, ya que en la época colonial había mercancías peculiares: se comerciaba con esclavos y con prestaciones de servicios forzosos por parte de la población indígena. El Estado establecía monopolios de los que se beneficiaban los consulados de comerciantes, en especial el Consulado de Lima. En el interior, los curas y autoridades civiles, sin distingos, solían convertirse en agentes de este comercio monopolista centrado en Lima y capturaban determinadas zonas para adscribirlas a dicho circuito exclusivo.

La noción de “mercado interno en el espacio peruano” ha sido utilizada para entender el entrelazamiento de zonas de producción dinamizadas en los siglos XVI y XVII por los centros mineros en auge, en especial Potosí. En el siglo XVIII, estas conexiones comenzaron a disgregarse. Sin perder totalmente su influencia, los centros mineros no fueron ya los únicos “polos” de atracción de mercancías, pues asumieron también ese papel las ciudades que experimentaron un mayor crecimiento y más capacidad de consumo. Esta tendencia coexistió con la fragmentación como consecuencia de la creación de nuevos virreinatos en el siglo XVIII y culminó con el surgimiento de Estados nacionales en el siglo XIX. 94 La fragmentación y la diversidad regional fueron factores importantes de la economía colonial. A ello, es necesario agregar que el modelo empresarial estaba condicionado por la extrema vulnerabilidad de las vías de comunicación, las variaciones climáticas y los altos costes del transporte, lo cual impulsaba a los empresarios a asegurarse un buen nivel de autoconsumo, fomentado también por las limitaciones de la circulación dineraria. En el siglo XVIII, se produjeron procesos de desarticulación de circuitos comerciales tradicionales y se articularon otras redes de intercambio alrededor de los centros urbanos.95

El Estado colonial tuvo un papel crucial en la incorporación de la población aborigen al mercado al imponer tributos en moneda y trabajo forzado remunerado en metálico. También se involucró en un sistema de licencias, privilegios y monopolios mercantiles que, aunque no crearon un mercado libre, sí promovieron el surgimiento de circuitos externos e internos de larga duración. Se produjo, por tanto, una combinación entre circuitos libres y circuitos controlados. El llamado “repartimiento mercantil” que afectó a la gran mayoría de provincias peruanas encarnó el papel dirigista del Estado en la constitución del mercado. Este sistema fue concebido como una especie de acción para el “bien

94. Assadourian 1982: 133-134. 95. Haitin 1986: 291.

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común”, en el sentido de que las autoridades destacadas en provincias remotas eran las encargadas de surtir a los campesinos con mercaderías (bienes como mulas, arados e instrumentos de fierro), puesto que el comercio privado no tenía interés en llegar a zonas alejadas y pobres; no obstante, el sistema se convirtió rápidamente en un sistema de ventas forzadas abusivas.96

Todo el comercio, fuera forzoso o libre, se sustentó en el sistema colonial de caminos que se había superpuesto al sistema prehispánico de tambos y calzadas. Además, se complementó en algunos casos con el comercio marítimo entre los puertos del virreinato, siendo el principal el del Callao y los secundarios, Paita y Arica. El transporte terrestre estaba dominado por el arrieraje, siendo la mayoría de arrieros de origen mestizo. Es probable que las empresas de arrieraje funcionaran casi siempre bajo el mecanismo de la habilitación; es decir, un empresario proporcionaba los medios necesarios (mulas, adelantos de dinero) a un determinado arriero para que pudiera cumplir cierto itinerario y, luego, una vez finiquitado el trayecto y sellado el negocio, debía recibir de este lo invertido más un interés. Es probable que la deuda tuviera un papel importante en la gestión de las relaciones laborales de estas empresas.97

1. El repartimiento mercantil

El repartimiento mercantil era un tipo de comercio estrechamente ligado al sistema de autoridad colonial. Los corregidores de los pueblos de indios, los curas y los caciques obligaban a los indios principalmente (aunque también podían presionar al resto de habitantes) a adquirir una serie de bienes de consumo, por lo general, cobrados a un precio excesivo. En el siglo XVIII, este comercio quedó legalizado por medio de la introducción de un arancel para cada provincia. A partir de allí, se han elaborado estudios de este tipo de circulación de bienes y su papel en la dinamización de ciertos espacios económicos. El sistema se beneficiaba del monopolio ejercido por los comerciantes de Lima. En este sentido, el corregidor fue, hasta la abolición del corregimiento y la implantación de las intendencias, una pieza maestra en la constitución de un mercado interno colonial. El reparto mercantil también podía ser realizado por los hacendados, los curas y otros funcionarios menores a los pobladores, no solo indígenas, que después se verían obligados a pagar lo adeudado por medio de su trabajo o en especies.98 Después de la sustitución de los corregimientos por las intendencias, el reparto siguió existiendo en algunas áreas, por ejemplo, en el Cuzco donde,

96. Contreras y Glave 2002: 16. 97. Chocano 1983: 14-15; Salas 1983: 60. 98. O’Phelan 1988: 147.

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hasta 1795, continuó siendo una de las bases fundamentales para la obtención del trabajo y no el salario en estado “puro”.99 De modo que el llamado “reparto mercantil” fue un eslabonamiento de un mercado interno marcado por monopolios y privilegios.

A mediados del siglo XVIII, la corona estableció aranceles para el reparto, es decir, listas de productos susceptibles de ser repartidos con indicación de sus precios, a la vez que autorizó únicamente a los corregidores para realizar el repartimiento. El arancel de 1753 es el más completo, pues indica los productos y sus precios por unidad, así como el monto total a repartir en el plazo de cinco años. El arancel de 1779 es más escueto, ya que incluye solo los montos totales. finalmente, un proyecto de arancel fechado en 1784 contiene indicaciones pormenorizadas, pero no incluye ya al Alto Perú ni a Puno, regiones que entonces formaban parte del virreinato del Río de la Plata. En 1753, el virreinato del Perú tenía 78 corregimientos y el arancel indica un monto de reparto para 68. En 1779 (ya fundado el virreinato del Río de la Plata), el virreinato del Perú tenía 48 corregimientos y se realizaban repartos en 46.100

CUADRO 27 ARANCEL DE LOS REPARTOS, 1754

Mulas Rubros Cantidad Monto en pesos de a 8 reales 103.300 cabezas 3.562.600

Paños de Quito 71.300 varas Ropa de la tierra 533.900 varas fierro 2.373 quintales

Otros efectos —

365.800 493.900 1.195.299 5.747.299

Fuente: Tord y Lazo 1981: 140.

En el arancel, las mulas eran el elemento más importante. La mayor parte procedía de las provincias de Tucumán y Salta, territorios bajo gobernación y jurisdicción de la Audiencia de Buenos Aires, y otra parte, menor, provenía de Piura. El largo camino disminuía la tropa adquirida. Con el fin de cubrir lo estipulado en el arancel, en algunas regiones —como Trujillo— existían criaderos. Las mulas subían de precio a medida que se alejaban del centro donde se las criaba. Así, las mulas de Tucumán, que costaban 20 pesos en los alrededores de dicha provincia, llegaban a costar 70 pesos en Huamalíes, mientras que en

99. Glave y Remy 1983: 368. 100. Tord y Lazo 1981: 139.

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Piura, otro centro de cría mular, solo alcanzaban los 25 pesos. El precio en el mercado libre era inferior: en el Alto Perú cada mula costaba 12 pesos de promedio, mientras que las mulas del arancel valían un promedio de 24,6 pesos en los corregimientos de esa región: una diferencia de más del 100%. En Lima, el precio de una mula en el mercado libre fluctuaba entre 15 y 17 pesos y, en el arancel, llegaba a 36 pesos. Esta situación perjudicaba a los indios que, habiendo recibido una mula al precio del arancel por el reparto, se veían precisados a venderlas para cubrir sus deudas en el mercado libre; es decir, las leyes de la oferta y la demanda operaban en marcos distintos, dependiendo de la posición relativa de cada operador.101

La cantidad de animales repartida variaba de provincia en provincia. Para estimar la incidencia del reparto de mulas en las distintas provincias, se ha intentado establecer un promedio que toma como referente de cálculo el número de tributarios. De esta manera, resulta que el número más bajo correspondía a la costa norte, donde probablemente el abastecimiento de mulas se realizaba a través del mercado “normal”. En la costa central y sur, así como en algunas zonas de la sierra central donde había obrajes, se repartía al menos una mula por tributario; lo mismo ocurría en las provincias al norte del lago Titicaca.102

El reparto de “ropa de la tierra” estuvo vinculado a la producción de los obrajes. Se repartía en 51 provincias de las 78 del virreinato; de las 51, casi todas estaban en la sierra. En el caso de estos tejidos, se producía una situación paradójica en donde se protegía el mercado “libre” de dos provincias productoras de ropa de la tierra, Cajamarca y Huaylas, las cuales fueron exceptuadas del reparto, así como sus vecinas, Chachapoyas y Santa. De esta manera, los beneficios de los dueños de los obrajes quedaban resguardados del monopolio de los corregidores; lo mismo ocurría en Tarma, otro centro con importantes obrajes. El precio de la vara en el arancel (entre 5 y 8 reales en el sur) superaba el precio del mercado libre (de 2 a 3 reales). Los “paños de Quito”, producto de los obrajes de dicha región, eran importados por tierra y por mar hasta los centros de distribución. El precio del arancel se diferenciaba regionalmente: en la costa, el precio promedio era más bajo (unos 4 pesos); en la sierra oscilaba de 4 a 6 pesos, según la calidad; en el sur y los alrededores de Potosí podía llegar hasta los 8 pesos. En el mercado libre, el precio por vara era de 2 pesos y medio.103

El hierro no se distribuyó de manera uniforme. Hubo unas ocho provincias exentas, mientras que en otras cinco el reparto de este material fue opcional. La información sobre el tipo de objetos de hierro introducido es escasa. Solo en 19

101. Tord y Lazo 1981. 102. Golte 1980: 87. 103. Tord y Lazo 1981: 147.

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provincias se especifica que se trataba de rejas de arado, entre ellas se encontraban las provincias agrícolas vinculadas con el asiento minero de Potosí. Aunque es de suponer que el precio del hierro del arancel del reparto era mucho más elevado que en el mercado libre, no es posible una comparación más específica, pues los datos no indican calidades.104 El rubro llamado “otros efectos” comprendía 54 artículos, de los cuales 41 eran importados de Europa y el resto de otras partes de América.

Al observar la distribución mediante el reparto mercantil de algunos de estos artículos, se aprecia la compaginación entre el circuito del mercado libre y el mercado forzoso: la yerba mate solo se repartía en algunas provincias norteñas y en Ica, pero no en la costa ni en la sierra sur ni en el Alto Perú, donde predominaba un circuito libre muy activo. Igualmente, ocurría con la bayeta de Castilla —importada de Europa— que no se distribuía en el repartimiento asignado a las provincias de la sierra sur, para salvaguardar el mercado de las bayetas producidas por los obrajes locales. Los artículos importados y que formaban parte del arancel del reparto mercantil sumaban el 9% de los bienes importados para el virreinato en su conjunto. De esta manera, puede interpretarse que el comercio del reparto era un complemento del gran comercio de Lima, pues permitía la introducción de nuevos tipos de mercancías en el consumo indígena.105

En cuanto a la geografía del repartimiento, se aprecian ciertas tendencias generales. En la región norte, los repartos guardaron correspondencia con las provincias de mayor población indígena (Piura, Saña, Cajamarca, Conchucos, Huaylas), así como provincias menos pobladas, pero de buena dotación productiva (Chachapoyas, Cajatambo y Huamalíes). En la región central, Tarma recibía la proporción más alta del arancel en el virreinato: se trataba de una provincia con gran diversidad económica en donde se combinaban la minería, la agricultura, la ganadería, la textilería, etc. En el sur y en el Alto Perú, se repetía esta misma diversidad en el Cuzco, Quispicanchis, Tinta, Lampa, Azángaro, Sica Sica, Cochabamba, Larecaja, Oruro, Tarija.106 La cuestión del precio excesivo o sobreprecio se justificaba por el gasto que implicaba la obtención del puesto burocrático de corregidor y por los gastos de transporte, almacenamiento, pérdidas de los bienes y posibles impagos de los deudores. En efecto, la obtención del cargo requería que se contrajesen préstamos a interés que luego debían ser devueltos. Asimismo, el ciclo del reparto era de cinco años, a lo largo de los cuales el consumidor forzado debía pagar el crédito por el bien repartido. Un

104. Tord y Lazo 1981: 148. 105. Ibídem 1981: 145. 106. Ibídem 1981: 146.