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Presentación

Pancho Fierro aprendió a ser artista en la calle, dentro de las murallas de esa Lima donde se arrejuntaban personajes de todo nivel y condición. La plaza fue la vida y escuela de este mulato autodidacta, andante y fisgón, testigo elocuente de los últimos rezagos de los placeres virreinales y los primeros años de una república que hasta hoy se dibuja y desdibuja. Vio cómo se derribaba la muralla y dejábamos atrás el alumbrado a vela, cómo era abolida la esclavitud y crecía el fervor al Señor de los Milagros, cómo se lograba la Independencia y se sumergían las señoras en el mar de Chorrillos, ayudadas por los famosos bañadores, cuerpo blanco sobre cuerpo oscuro.

Su intuición fue pincel. Sin pretenderlo siquiera, fue uno de los primeros embajadores de lo que hoy se conoce como marca país. Un precursor de Mistura, de la marinera, del caballo peruano de paso, de todas esas tradiciones que en él ya configuraban un sentido de pertenencia. Pancho Fierro cierra todo un capítulo de nuestra historia. Como quien decide cuándo y por qué, muere el día que el Perú celebraba su nacimiento como país: un 28 de julio de 1879, el mismo año que empieza la Guerra del Pacífico. No fue testigo de la barbarie de la guerra, de la ocupación chilena, de los incendios, saqueos y vejaciones de las que fueron víctimas las mujeres que con tanta gracia ilustró; del final de la fiesta, de la muerte asomando en las alamedas y salones que sobrevivieron nada más en los colores de sus pinceladas espontáneas. Esa Lima triste, lóbrega, sufriente, afortunadamente no queda en la retina del pintor ni en el trazo de su mano, pues otro hubiera sido el Pancho Fierro, un Goya en el Rímac, sobre el oscuro jirón hecho jirones.

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Pancho vivió hasta cuando debía vivir. Y murió para no contarlo.

»Pancho Fierro nació a inicios del siglo XIX en el barrio de los Huérfanos, cerca del jirón Azángaro, en el extremo de lo que hoy es el Parque Universitario. Murió aproximadamente a los 70 años.

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