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¿Año perdido o ganado? El reloj del corazón

Ha transcurrido un año completo desde la entronización del actual gobierno. Absolutamente nadie con mínimo de cordura puede decir que siquiera algo en el país ha mejorado y no empeorado en este periodo, tanto así que muchos que se consideran “de oposición” lo llaman “un año perdido”. Una vez más, discrepo.

Los índices y estadísticas son elocuentes, y objetivas. A este fracaso en gestión, se deben sumar los sonados fracasos políticos del que el mas fuerte es el plebiscito del 4 de septiembre, pero que este año ya se suma el fracaso de la icónica “reforma tributaria”.

Si nuestro sistema político fuera parlamentario, o al menos semiparlamentario, la porfiada identificación del gobierno y su programa con el mencionado plebiscito, sumado al deterioro interno en todo, simplemente le habría costado la salida anticipada pocos días después. Lo que sostuvo al gobierno en su fracaso y empecinamiento de derribar la actual constitución y reemplazarla por otra de clara inspiración partisana revolucionaria fue… La misma constitución. Y a contar del 5 de septiembre, la voltereta de buena parte de la mal llamada oposición cuyo controlador es el cuestionable Sebastián Piñera. Una y otra vez le ha tendido la mano a los comunistas y ultraizquierda radical violentista, como lo acaban de anunciar tras el fracaso de la reforma tributaria.

El gobierno se sostiene entonces y en estos momentos, en la misma constitución que impide o dificulta mucho su defenestración, y el colaboracionismo indecoroso de los llamados, o varios de ellos, “partidos de derecha”. Los “argumentos” si es que pueden así llamarse, son tan pueriles como guardar la imagen país que se dañaría por un cambio anticipado de gobierno, lo que a mi juicio es lo único que puede o podría, salvar a Chile de su autodestruccion total. ¿De que imagen país se habla, si somos el hazmerreir del barrio y del mundo? País fracasado y derrotado, pueblo sin sueños ni esperanzas, que no aspira hoy a mas que comer y no ser asesinado en la calle o en su propia casa por delincuentes o terroristas. No, lo único que puede pasar si en Chile existiera conciencia, valor y decencia y las fuerzas vivas de la nación destituyeran al actual gobierno que como su peor enemigo esta destruyendo Chile, es mejorar nuestra imagen país.

Pero es mas fácil decirlo que hacerlo. La indignación e impotencia producto de un nuevo mártir de carabineros asesinado ahora por un delincuente inmigrante producto de las fronteras abiertas establecidas por la izquierda y la derechita light, nos demuestra que nuestra patria esta perdiendo el mismísimo instinto de conservación. No se puede vivir esperando un milagro. Dios no esta disponible tampoco para un país que se ha olvidado de El.

Los males de que padecemos son de tal envergadura que un mero cambio de personeros aunque tengan la etiqueta de “derecha”, y sabemos hay muchos de aquellos esperando para profitar como en los gobiernos de Piñera 1 y 2,los que sentaron las bases del colaboracionismos derecha-ultraizquierda y comunistas. No, para que se produzca realmente un cambio que reanime a un pais moribundo se requiere una nueva elite de verdad, organización, equipos y programas, pero sobre todo, ideas, valores, y mística de que se hace lo necesario por la salvación y recuperación de la Patria. Como sea, vienen tiempos muy difíciles, a nivel nacional y mundial, y es mas que obvio que esta apariencia de gobierno en que el presidente no sabe ni hablar ni muchas cosas mas, es absolutamente incapaz de abordar y enfrentar las vicisitudes. Este gobierno fue puesto artificiosamente por el nuevo orden mundial de la agenda 2030,precisamente para que Chile no corrija rumbos y se convierta en lo que va, un símbolo y modelo a multiplicar, de ese nuevo orden, un país y una nación que eligió siquiera por ignorancia y omisión, dejar de ser y empobrecerse.

NO, no ha sido un año perdido para esto llamado “gobierno de Boric”, todo lo contrario, es un año ganado por su revolución neomarxista. El caos y la muerte se apoderan cada día mas de todo lo posible, han colocado a su gente, autómatas preparados para seguir deconstruyendo. Tienen a los “opositores” comiéndoles en la mano, no han permitido se levante ninguna alternativa. En el país de los ciegos, el tuerto es rey. Son chantas, pero los pretendidos opositores son aun mas chantas. En 30 años se destruyo el país, en muy pocos mas seremos un “modelo progre”.

El corazón es como un reloj y, cada pulsación, como el segundo que señala nuestro estado: tranquilidad, emoción, cansancio, agitación; vale decir, el ritmo mismo del transcurrir de la vida. A partir de seis semanas de gestación, el corazón del embrión late y, hasta podemos escucharlo al interior del vientre materno. Cuando se acaba la cuerda del reloj, o cuando el corazón deja de latir, el tiempo se detiene, cesa la vida. En un reloj sin cuerda, imposible escuchar el tic tac que indica el transcurso del tiempo y, un corazón silente no da signos de vida. Será a lo mejor esa estrecha relación que ambos mantienen con la vida, la que inspiró al mejicano Cantoral en su canción que tan bien interpretara Lucho Gatica: “Reloj, detén tu camino, porque mi vida se apaga”. Los cardiólogos son como los relojeros. Uno repara el reloj que señala el tiempo, el otro el corazón que nos mantiene en él. Relojero y cardiólogo auscultan esos dos compases regulares y pausados: para que no se obstruyan las coronarias y no haya arritmia que altere su latir, en el caso del médico; y para limpiar el mecanismo o apretar un minúsculo tornillo, no vaya a ser que se atrase el segundero, en el caso del relojero. De setenta a cien los latidos, y sesenta justos los instantes del minuto. Los dos deben marchar a la perfección y su buen funcionamiento es prácticamente una obsesión para nosotros. Mi padre, con un infarto a los cuarenta y cinco, se pasó después la vida dándole cuerda al viejo reloj de la cocina. Cuando con los años nos vamos sintiendo cansados, siempre estamos expectantes a que se mantengan funcionando las agujas y las válvulas de tan complejos y vitales mecanismos.

Pero el corazón es también el sinónimo del alma, del sentir, la emoción, el encanto... “me ha roto el corazón”, suele decirse frente a una decepción o un fracaso o, “me llegó al corazón”, de algún hecho que nos afecta, para bien o para mal; “hablo desde

Infantilismo tributario

el corazón” al querer explicar que lo dicho es sin tapujos y, sincerarnos con alguien, es sinónimo de “abrirle el corazón“. Tan real pareciera ser su espíritu y presencia, que hasta llegan a insultarlo: “corazón maldito, sin miramiento, ciego, sordo y mudo, de nacimiento, me das tormento”, dice Violeta Parra en uno de sus temas. Visto con esta mirada, el órgano de pulsión sanguínea adquiere el valor del espíritu y se transforma, probablemente, en el más preciado del cuerpo humano. Cuando por él se siente y presiente, se ama y odia, se ríe y llora, es porque ha trascendido hacia otras dimensiones.

Y en esta suerte de relicario de aproximación espiritual, el reloj tampoco se queda atrás, ya que cuenta con atributos que, al menos, se le asemejan. Al indicarnos el tiempo, su rol no solo es el de una alerta horaria, sino el detonador del recuerdo, la nostalgia, la proyección al futuro, la imaginación y los sueños. Indicarnos el tiempo, es para nosotros constatar que éste transcurre, y que en su recorrido damos pasos hacia un futuro ineluctablemente limitado que tiene un final de enigma, porque nadie nos ha demostrado que se puede retrotraer el tiempo o retornar de la muerte. Ese reloj que llevamos, o que colocamos en alguna pared o velador, nos está señalando, en realidad, los tiempos de la vida. En la literatura, Marcel Proust es a lo mejor quien mejor destacó, justamente, esos tiempos. Sin el testigo señero que va indicándonos su paso, es imposible auscultar nuestro trayecto para valorar o desechar parte del pasado, o para vislumbrar lo que podría quedarnos por delante. Agreguemos que sin él, no hay etapas, edades ni memoria, no hay recuerdos, y nos quedamos huérfanos de aquellos sentires que el corazón nos cuenta al caminar por algún parque, o a través de la almohada en una noche de insomnio, sin que podamos escuchar el tic tac de sus latidos acompañando los pasos de nuestra historia. En verdad, así como el corazón es el más hermoso de los relojes, el reloj es el corazón de la vida.

El rechazo de la propuesta tributaria presentada por el gobierno ha generado un acalorado debate respecto a su mérito. Desde el oficialismo se ha dejado entrever que su rechazo sería perjudicial para el país, dado que necesita mayores recursos para gasto social. Sin embargo, detrás de esta posición parece esconderse el supuesto de que cualquier reforma tributaria es positiva. Esta premisa merece ser discutida.

Una reforma tributaria será buena o mala dependiendo de su capacidad para aumentar la recaudación fiscal sin deteriorar la economía. La cantidad de dinero que el fisco recauda por impuestos depende de la base (la cantidad de empresas o personas que pagan impuestos) y el gravamen (porcentaje del impuesto). De lo señalado, se desprende que se puede recaudar más: (i) aumentando el número de empresas o personas que pagan impuestos; y/o (ii) el porcentaje que éstos pagan. El camino tomado por el gobierno ha sido el segundo, aumentando el porcentaje de impuestos que pagan empresas y personas, asumiendo que esto traerá mayor recaudación.

Sin embargo, y contrario a lo que se podría pensar a primera vista, subir el porcentaje de impuestos no necesariamente significa mayor recaudación en el mediano y largo plazo. Esto, debido a que el aumento en el porcentaje de impuestos no asegura que el tamaño de la base se mantenga. Al revés, podría disminuirlo. Dicho en palabras simples, es un error creer que se pueden subir los impuestos indiscriminadamente sin que esto tenga consecuencias en quienes los pagan. Lo cierto es que, en un mundo globalizado, cuando las empresas y personas sienten que se les carga la mano en materia tributaria, tienden a mover sus capitales (y con ello el pago de impuestos) a un país que les resulte más conveniente o simplemente deciden no invertir en Chile.

Nos guste o no, así funciona el mundo. En este contexto, resulta preocupante la salida de capitales que está registrando nuestro país, donde la inversión proyectada también ha disminuido.

Entonces, la salida de capitales y la ausencia de inversión hace disminuir la cantidad de empresas que pagan o podrían pagar impuestos, reduciendo la recaudación. Es por eso que muchos economistas señalan que lo que importa es el crecimiento económico, que aumenta el número de empresas y personas que pagan impuestos (la base), agrandando la recaudación sin los efectos indeseables de un aumento considerable de los impuestos. En términos prácticos, esto significa mayor producción de bienes y servicios (además más y mejores empleos), lo que se logra precisamente con un aumento de la inversión privada y el desarrollo del mercado de capitales. Acá tampoco tenemos buenas noticias, ya que la mayoría de las proyecciones indican que el crecimiento de Chile será un poco más o un poco menos de 0%.

Obviamente, los detalles de cualquier reforma tributaria deben ser evaluados en su propio mérito, y un aumento de impuestos podría no tener impactos negativos. Determinar aquello requiere de una conversación seria y responsable que deje de lado las soluciones facilistas y el discurso para la galería. En ese sentido, intentar convencer a la población de que la reforma tributaria es algo así como una bala de plata que acabará con todos los problemas del país es derechamente irresponsable. Este ha sido el camino elegido por el gobierno, el cual ha insinuado que la condonación del CAE, la Pensión Garantizada Universal (PGU), las listas de espera y todos los demás ámbitos donde el gobierno está al debe dependían de la reforma tributaria. Desde la vocería del gobierno incluso vinculó el lamentable fallecimiento de un carabinero en Concepción con el rechazo el proyecto oficialista. Lo cierto es que ni con la mejor reforma tributaria se alcanzarían a costear todas estas cosas. Mucho menos terminar con la crisis de seguridad que atravesamos como país.

Pretender que problemas complejos tienen soluciones fáciles y que las acciones no tienen consecuencias son características del pensamiento infantil. Rechazada la reforma, la posición que debería adoptar el gobierno debiese ir en la línea de mejorar la propuesta en vez de tratar de infantilizar a un electorado que ya no está para cuentos.

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