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La acción pedagógica del padre Luis Variara como formador de las Hijas de los Sagrados Corazones
Conmovedoras historias relatan la experiencia de sufrimiento y redención, de limitación y resiliencia, con que muchas personas tuvieron que enfrentar el aterrador dictamen médico de la “lepra”. Familias desplazadas y despojadas de sus bienes, debieron emprender la marcha como errantes peregrinos hacia la ciudad del dolor; otras familias acomplejadas y atormenta- compuestas y abatidas, ante la partida obligada de sus seres queridos, los apoyaron desde la distancia, mientras otras decidieron acompañarlos en su exilio.
El estigma de la lepra, fue una dura realidad social que marcó a la sociedad colombiana entre finales del siglo XIX, hasta mediados del XX. Es precisamente esta época la que sirve de escenario a la fundación del Instituto de las Hijas de los Sagrados Corazones, cuyo testimonio evoca una historia de superación del estigma y la marginación, que muchas de ellas vivieron en primera persona, desde su condición de enfermas o sanas, con parientes enfermos de lepra, exiliadas como muchos y recluidas al estilo de campos de concentración en los llamados Lazaretos de Agua de Dios, Contratación y Caño de Loro en Colombia; encontraron, particularmente en Agua de Dios, la razón de su existencia, en el llamado a una vocación en la Iglesia.
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Estos icónicos lugares, se convirtieron paradójicamente en un modelo de superación a través de la fe y el sentido de la vida. Juega un papel importante en esta realidad, la acción educativa pastoral del padre Luis Variara, quien supo, como don Bosco, reconocer detrás del sufrimiento y la marginación, la dignidad de los hijos de , y a pesar de las llagas, la mutilación y hasta la deformación de los rostros, pudo leer en sus ojos, quizás también cegados por la enfermedad, el proyecto al que cada uno, sin duda, era llamado. Así descubrió, incluso, la vocación religiosa oculta en la dolorosa realidad de sus jóvenes penitentes.
Es importante retomar el camino formativo, que entonces recorrió el joven sacerdote, mientras que con verdadero celo de apóstol y tino pedagógico acompañó el discernimiento de las jóvenes con inquietud vocacional, compartiendo con ellas la aventura de una nueva congregación religiosa. Recordando la narración de las primeras experiencias pastorales del entonces joven seminarista Luis Variara apenas llegado al Lazareto, lo encontramos tímido en el trato con las jóvenes, por lo que su director, lo estimuló a trabajar en este aspecto de su formación afectiva logrando el sano equilibrio y la madurez, que le permitiría convertirse en un sabio director y maestro de espíritu.
Ya fundada la congregación y el oratorio Asilo Miguel Unia en 1905, el padre Variara continuó con su labor apostólica con los ni- ños, los jóvenes y los enfermos; alternando con las actividades de la parroquia, la dirección del oratorio, y la formación de las nuevas religiosas, lo que le exigía gran dedicación y preparación, ya en el campo religioso y espiritual, como en el campo humano y pastoral. Esto lo llevó a profundizar en los contenidos propios de la vida religiosa, de la experiencia apostólica, de la pedagogía salesiana, de la espiritualidad del Sagrado Corazón y muchos otros temas que iba compartiendo con las hermanas, mientras que les enseñaba también la música y el canto.

En fin, la acción del padre Luis Variara, como formador de las nuevas religiosas, fue en realidad una aplicación práctica de su experiencia de educador salesiano, mediante una propuesta de vida y realización vocacional, para quienes habían perdido toda esperanza y encontraban ahora la voluntad de Dios en un camino de discermiento, de identificación vocacional, de servicio a los hermanos, más allá del propio sufrimiento, ofreciendo la propia vida desde la cotidianidad.