Sala de urgencias

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Sala De urgencias

J. JULIÁN AGUILAR M.



SALA DE URGENCIAS

Ya me estoy desesperando. Eso de venir a parar a la sala de Urgencias de un hospital público es lo peor. Llevo aquí más de una hora y nadie, absolutamente nadie, me ha venido a revisar a pesar de que al parecer mi estado es delicado. Es el colmo, de verdad que una necesita llegar con la cabeza en las manos para que esta bola de mediquitos y sus mal encaradas enfermeras te "pelen". Menos mal que no me siento tan mal, salvo esa sensación de desgano y entumecimiento generalizados. Desde que el paramédico que me trajo, luego del accidente, cruzó palabra con ese médico moreno, alto, corpulento y velludo, que se me figura un oso y que parece ser el médico de guardia, quien está a cargo, porque es él quién ha recibido todos los casos que han llegado, dando indicaciones a unos y otras, no ha habido médico o enfermera que siquiera se me acerque. Por cierto, también fue él quien ordenó al


camillero que me trajera hasta este rincón en el que ahora me encuentro y que parece el único lugar tranquilo ya que por todos lados, todos y todas parecen estar muy ocupados, atendiendo los casos más diversos. Pero en todos los casos es el médico-oso, con esa especie de pijama azul, su bata blanca sobrepuesta y desabotonada y su estetoscopio invariablemente al cuello, quien los recibe. El primer caso que me tocó ver fue el de una bebita que llegó en brazos de su madre y que al revisarla, el médico-oso, se alarmó porque ya no reaccionaba. - Viene completamente deshidratada - dijo, y en ese momento comenzó el corredero de médicos y enfermeras, el médico-oso daba gritos e indicaciones a diestra y siniestra. A esta pequeñita le tuvieron que hacer una traqueotomía ahí mismo y en seguida se la llevaron, supongo que a un quirófano. Y su mamá llorando histéricamente, y preguntando con insistencia por su hija: - ¿Cómo está mi niña? ¿Cómo está mi bebé? ¿A dónde se la van a llevar? - Señora, cálmese por favor, déjenos trabajar, ahorita una enfermera le dará información. Poco después llegó una niña como de ocho años, parecía que le hubieran puesto una tunda en la cara. El médico-oso la revisó y preguntó a la madre: -¿Qué le pasó? - Se echó el refrigerador encima, no se cómo pasó. ¿Se va a poner bien, doctor? El doctor le dio indicaciones a una doctora chaparrita, a quién ni la bata alcanzó a ocultar su mal gusto para vestir, para que la volviera a revisar y la llevara a rayos X. Sospechaban de traumatismo craneoencefálico. Pude ver dos casos más. Vi cuando el médico-oso atendió presuroso al muchachito que llegó con fractura expuesta de tibia y peroné derechos. La verdad sí me impresioné mucho. Ver su pierna toda chueca, su pantalón lleno de sangre y rasgado por el mismo hueso. El chico gritaba de dolor y en su cara tenía una mueca mezcla de


sufrimiento y horror. No tardaron mucho en llevárselo, directamente a quirófano, por lo que pude escuchar. Y de todo puede uno ver aquí. Fue entretenido ver a ese hombre, que llegó auxiliado por la que al parecer era su esposa. Se quejaba de un fuerte dolor en el vientre. Ambos llegaron muy demandantes y agresivos. A gritos y con groserías pedían la atención para él. Yo pensé: "Qué barbaros, ¿con esa boquita comen?". Echaron más pestes y maldiciones que las que he escuchado nunca, aún así, el médico-oso le dijo a la señora: - No podemos atender a su esposo, no tenemos nefrólogo. Debe llevarlo a otra unidad hospitalaria. (Serie de nutridos improperios emitidos por la pareja, reclamando cuando menos el traslado). No, tampoco podemos facilitarle una ambulancia, además ustedes debieron exigir su traslado en la clínica del ISSEMyM, que es donde le tenían que haber atendido porque ustedes son derechohabientes. Ups, más gritos y palabras altisonantes. Total que no lo atendieron y entre gritos, maldiciones y mentadas tuvieron que salir en busca de algún lugar en donde pudieran recibirlo. Fue el último caso que me tocó ver. Ya ha pasado un rato y no ha habido otro caso. Ni tampoco vienen ni a verme ni llega alguien por mi. Y este olorcito y los gritos y llantos distantes que llegan hasta acá ya me están desesperando. Incluso ya me está dando mucho frío. Si no me sacan pronto de aquí voy a vomitar, ese olor a hospital es muy penetrante. ¡Ah, por fin! Mi madre acaba de entrar. ¿Qué hace Lucrecia, esa comadre de mi madre que yo no trago, aquí? Ay, el semblante de mi madre se ve peor que el mío. Menos mal que ya se le acercó al médicooso. Algo le está preguntando... ¿y ahora? Mi madre se ha puesto a llorar, ay, mi madre, siempre le ha gustado hacer dramas, parece Magdalena con tanto llanto. Tranquila, madre, ahorita nos vamos, nada más ponte en su lugar a estos gañanes por no haberme atendido y... ¡a la casita! Menos mal, ya se dirigen hacia acá. Qué extraño. Ah, ya se, he de tener lastimada la garganta, porque aunque quiero articular palabra no puedo hacerlo, y aunque no me duele nada no puedo moverme. Bueno, a ver qué le dice el médico-oso a mi mamá. Ya están aquí.


- Estallamiento de vísceras. El impacto fue fatal. -¿Qué dices, médico-oso? ¿De qué hablas? - Aguantó un tiempo después del choque, pero no resistió el trayecto para acá. -¿Qué estás diciendo? ¿A qué, a quién te refieres? Mamá, tengo miedo. ¿Qué pasa? - Hora de muerte: 02:26 hrs. - ¿Qué dices? Mamá, mamá... ¡MAMÁAAAAAA! Juan Julian Aguilar Monsalvo




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