7 minute read

A TRAVÉS DEL GRAN LÍMITE

Next Article
JUNIO ACOGEDOR

JUNIO ACOGEDOR

G A C E T A P A R N A S U S J U N I O 2 0 2 2 | V O L . 1 3

El comisario y sus capangas rodearon la isleta. Rudecindo hizo un gesto de silencio a sus compañeros y estos se agazaparon, esperando con el dedo en el gatillo. Una figura se abrió paso entre las talas y los campesinos abrieron fuego al unísono: el cuerpo cayó como una bolsa de papas y los acompañantes de la figura caída huyeron. Rudecindo y sus compañeros campesinos se acercaron al cuerpo jadeante: era el comisario torturador y beodo. Él guardó su revolver y le pidió a Clotildo el viejo Winchester, le apuntó a la cabeza y jaló el gatillo. Esa Navidad sangrienta de 1959 estaba terminando. Luego de desvestir al comisario lo colgaron de un pie y cabeza abajo de un lapacho. Clotildo sacó una daga y lo despanzurró, de la misma forma que las tropas stronistas despanzurraron a su esposa en la Estancia Tapytá. Sabían que los sicarios stronistas volverían y encontrarían el mensaje, el ojo por ojo, diente por diente era una realidad. Rudecindo inició la travesía a través del monte, un campesino iba con una rama borrando las huellas para desorientar al ejército. Al llegar a un arroyo meandroso fueron cruzando por turno; el agua estaba fresca pese a los más de cuarenta grados de temperatura y por un instante se sintieron como en un paraíso. Después de más de una hora de caminata sin poder evadir las uñas de gato que iban convirtiendo en jirones la ropa, hicieron un alto en un abra que contenía un manantial, comieron un poco de cecina y algo de picadillo. Luego hicieron un intercambio de ideas y llegaron a la conclusión de que la represión iba en aumento y ellos en retroceso, había que huir del país. Todos dijeron que iban cruzar el Paraná y recalar enfrente, en Puerto Bemberg, del lado argentino, pero Rudecindo tenía a su esposa e hijo en Encarnación, tendría que ir hacia allá lo más precavido posible. Se despidieron y cada uno tomó su rumbo. El destartalado ómnibus “El Doradito” paró en medio de aquella huella que fungía de ruta y Rudecindo subió con vestimenta de paisano y una valija de cartón. Fue hasta el asiento del fondo a la derecha, se sentó al lado de una señora que fumaba un cigarro de chalas.

Advertisement

G A C E T A P A R N A S U S J U N I O 2 0 2 2 | V O L . 1 3

Cada tanto la señora abría una bolsa donde tenía un par de gallinas batarazas y les daba un poco de maíz. De pronto cayó un aguacero furibundo y el ómnibus quedo empantanado. El chofer, con un ligero vaho a caña, comunicó a los pasajeros que iba a ir al obraje “San Rafael” en busca de un tractor para salir del problema. Rudecindo quedó pensativo. La lluvia cesó de pronto y, a lo lejos —tal vez no tan lejos— vio una humareda. Pensó en alguna choza con tatakua, se levantó y se encaminó hacia el sitio de donde venía el humo. Allí estaba una señora, jugando con unas cartas difíciles de describir. —Se quedaron empantanados, el tractor va a tardar un par de horas — afirmó la señora— . Saque una carta de este mazo.

Rudecindo, sorprendido, sacó una. —Es la muerte —dijo ella. —¿Voy a morir? —No necesariamente. Va a tener que matar o morir, siempre va a tener una opción.

Luego de decir eso, la señora fue al tatakua y le obsequió unas chipas. Rudecindo volvió al ómnibus.

Llegó a Encarnación después de medianoche. Caminó por un sendero polvoriento hacia Pacú Cuá, mirando de reojo cualquier movimiento extraño; su Smith & Wesson iba bien escondido en su cintura. Se cruzó con un burrito que pastaba al costado del camino, luego llegó a una curva y vio la gigantografía:

“PRESIDENTE STROESSNER, EL LÍDER QUE NOS VA A SALVAR DEL COMUNISMO” . Alzó una piedra del costado y la lanzó contra el cartel; el ojo izquierdo del tirano quedó perforado —ahora sí parecía un pirata— y él sonrió por dentro. Siguió su camino hasta su barrio. Al llegar a su manzana hizo un rodeo protegido por las sombras, entró por el patio interior de su casa, golpeó la puerta trasera y, luego de un rato, cuando escuchó pasos, dijo la contraseña. Al abrirse la puerta, su suegra lo hizo pasar.

G A C E T A P A R N A S U S J U N I O 2 0 2 2 | V O L . 1 3

En el desayuno, temprano, le dijo a su esposa Ambrosia que tenían que cruzar ese mismo día, día de año nuevo, debido a que los sicarios de seguro lo estarían buscando. Ella asintió.

Al mediodía volvió Ambrosia de la zona ribereña y le comentó que había contactado con Kurupi, un pasero que conocían y que estaba dispuesto a cruzarlos a cambio de una suma de dinero. El clima político estaba denso, un nuevo delegado de gobierno, un homosexual no asumido que vestía ropa extravagante y perfumes caros iba a ser el nuevo artífice de la represión.

Rudecindo levantó la tapa del piso de madera que estaba cubierto por una alfombra, de allí extrajo la carabina Spencer y la envolvió en una arpillera junto a las letales balas con punta hueca; ya estaba listo para el gran cruce a través del Paraná.

Pasadas las once de la noche salieron por la puerta trasera de la casa; algunos petardos y cohetes estallaban anunciando el año nuevo. Caminaron en zigzag rumbo al río; Ambrosia llevaba un bolso con lo que pudo cargar y al pequeño Andrés de la mano. Al llegar al borde del río Paraná encontraron a Kurupi con su canoa presta, subieron y acomodaron sus cosas, un vaho de caña llegaba del aliento de Kurupi. Rudecindo le dijo que iniciara el cruce, desenvolvió la carabina y comenzó a cargarla con las balas de punta hueca ante la pasividad de su señora y su hijo y la sorpresa de Kurupi. La canoa inició el viaje hacia el gran límite del río Paraná, que dividía Argentina de Paraguay y que significaba la libertad. Una vez cargada la carabina Rudecindo le preguntó a Kurupi si los había delatado y este respondió que no. Acto seguido le apuntó a Kurupi y jaló el percutor del arma: la cara del canoero se puso pálida de miedo, comprendió que estaba frente a un hombre decidido a todo.

G A C E T A P A R N A S U S J U N I O 2 0 2 2 | V O L . 1 3

Balbuceando le dijo que sí, que tuvo que confesar frente al nuevo delegado de gobierno amanerado y perfumado. —¿Dónde nos esperan? —En el límite del río.

Rudecindo le dio orden de que siguiera remando en esa dirección y a los pocos minutos divisaron la embarcación de la prefectura paraguaya con las luces apagadas. Le ordenó a Kurupi que dejara los remos en el fondo de la canoa y que se levantara e hiciera señas a los marineros. Este obedeció y la señora y su hijo se acostaron para ponerse a salvaguarda. Rudecindo apuntó hacia la embarcación y de pronto se prendió un faro. Desde la nave, un marinero disparó y le voló los sesos al canoero que cayó pesadamente al río. Rudecindo respondió haciendo blanco en el marinero. Dentro de la embarcación comenzaron a tomar posición de tiro un par de marineros más, pero un disparo de Rudecindo dio de pleno en el tanque de combustible y los marineros volaron por los aires. Tomó los remos y se acercó al lugar: la embarcación ardía y los marineros fueron tragados por la corriente. Pensó que era una ironía morir en el comienzo del año nuevo mientras tanto en Encarnación como en Posadas comenzaban los fuegos artificiales celebrando la venida del nuevo año. Siguió remando hasta la desembocadura del arroyo Garupá, la canoa detuvo su marcha en la ribera. Bajaron y se dirigieron por caminos vecinales hacia el suburbio de Villa Coz, donde vivía la hermana de Ambrosia. La libertad, aunque dolorosa, había llegado.

This article is from: