Primera edición, 2018 © 2018, Jessica Vera Ruiz. © 2018, Par Tres Editores, S.A. de C.V. Fray José de la Coruña 243, colonia Quintas del Marqués, Código Postal 76047, Santiago de Querétaro, Querétaro. www.par-tres.com direccioneditorial@par-tres.com ISBN de la obra 978-607-8656-00-4 Diseño de portada © 2018, Diana Pesquera Sánchez. Se prohíbe la reproducción parcial o total de esta obra, por cualquier medio, sin la anuencia por escrito de los titulares de los derechos correspondientes. Impreso en México
Printed in Mexico
Jessica Vera Ruiz nació en Salamanca, Guanajuato, un 25 de noviembre de 1982. Licenciada en Comercio Internacional, desde hace ocho años labora para una empresa de Logística. Es una mujer altamente emprendedora y multifacética: se ha desarrollado como docente, yogui, maratonista, crossfitera y actriz, entre muchas otras actividades. El estudio es su fascinación, le encanta continuar aprendiendo y estar en constante desarrollo personal y profesional. ¿De qué color es el Cielo? es su primera obra. Su acercamiento con la escritura se dio en su juventud, con algunos poemas sin publicación. No fue hasta tener el alma rota por la partida de su padre que decidió cambiar ese dolor por la escritura, como parte de su terapia y alivio.
Capítulo I No era cualquier día. Un recién llegado mes de julio. Un verano inolvidable. Se pudiera pensar que era el día más brillante que se haya visto jamás. La alegría, emoción y nerviosismo inundaba a todos los miembros de la familia. Pequeño Leo estaba a minutos de llegar. Rodeado de toda la emoción, había alguien por ahí, callado, más nervioso que todos y más emocionado por verle. Ése era el abuelo Angu. Había pedido a su hija y a la vida por Pequeño Leo tantas veces que no podía creer que por fin estuviera a punto de cargarlo. Su hija le había regalado su gran anhelo: un nieto con quién jugar, compartir historias y, sobre todo, amar como lo había hecho con sus hijos cuando eran pequeños. Ahora, lo sabía bien, podría disfrutar y dar el tiempo que no había tenido oportunidad de entregar antes. Aquel día de madrugada, todos habían salido rumbo al hospital. La brisa de la mañana se podía sentir a flor de piel. El llamado había sido tan temprano que nadie había podido dormir y descansar. La necesidad de verle y tenerle ya era tan grande que los había mantenido despiertos toda la noche. Sí, sólo unos minutos los separaban de conocer a Pequeño Leo. En la recepción del hospital, se encontraba toda la familia reunida como pocas veces pasaba en el año: Angu, Abu Teo, Abu Mar, Tío Antonio, Papá y Mamá. Por supuesto que Mamá estaba muy nerviosa, como nunca; su nerviosismo era tal que bromeaba con querer salir corriendo a tierras lejanas. Ese nerviosismo únicamente se calmaba con la emoción de poder conocer a Pequeño Leo, el hijo que estaba por nacerle, y ver su carita por primera vez. 9
En determinado momento, una enfermera salió de la puerta principal con una silla de ruedas y llamó a Mamá a sentarse en ella. Antes de eso, quien daría a luz a Pequeño Leo, se despidió de su familia y le dio un beso a cada uno. –No se preocupen, todo estará bien. Pronto podrán tener y abrazar a Pequeño Leo. Yo estaré bien. Los minutos en la sala de espera pasaban; minutos que se convirtieron en horas. Angu miraba al infinito a través de una ventana del hospital. Era el día de verano más brillante que había visto jamás. Ya en el quirófano, Pequeño Leo estaba anunciando su llegada. Papá se encontraba dentro apoyando a Mamá durante el proceso. Ella estaba tan nerviosa, nerviosa como nunca se había sentido, a pesar de ser una mujer fuerte; su más grande temor siempre habían sido las operaciones, pero Papá estaba ahí para apoyarla, tomándole su mano y diciéndole cuánto la amaba y admiraba por estar ahí y darle su más grande regalo en la vida. La tranquilizaba con un beso en la frente y le susurraba al oído cuánto la quería por, precisamente, ese gran regalo: –Tranquila amor. Todo saldrá bien. Aquí estoy, siempre a tu lado. Pronto conoceremos a nuestro más grande tesoro. Y el momento mágico sucedió: Mamá, a pesar de sus nervios, vio cómo su hijo respiraba nuestro aire por primera vez. Tan sólo observarlo de lejos, sintió cómo su corazón se hizo más grande de amor: era tan frágil, tan hermoso, como nunca había visto a alguien. Los doctores entregaron a Pequeño Leo a Papá para que lo cargara. Él lo llevó hacia Mamá, y en ese momento sublime los papás de Pequeño Leo lloraron al tenerlo entre sus brazos. Papá dio un beso en la frente a Mamá y sonrieron de felicidad. Mientras tanto, en la sala de espera, pasaron casi dos horas de gran angustia, Angu se encontraba muy nervioso; sabía que todo puede cambiar en un momento y, tanto él como toda la familia rezaba para que Pequeño Leo y Mamá estuvieran pronto con bien. 10
Pequeño Leo fue revisado por los doctores. Estaba en perfecto estado de salud y era un bebé muy hermoso con ésos sus cachetes regordetes. Fue llevado a los cuneros a donde toda la familia iba a poder pasar a visitarlo. Mamá se encontraba en recuperación. Estaba ya muy tranquila pero ansiosa de abrazar a Pequeño Leo. Los doctores pasaron por Mamá para llevarla a su cuarto y por fin poder tenerle, ella, entre sus brazos. Una vez en el piso que le correspondía, caminó junto a la zona de cuneros y ahí vio que toda la familia reunida estaba conociendo a Pequeño Leo a través de la ventana. Abu Teo, Abu Mar, Angu, Tío Antonio y Papá estaban allí. –¡Ay! ¡Qué hermoso! –¡Mira qué bello está! –¡Se parece a su papá! Decían todos. Mas una voz resonó especial: –¡Mi nietecito lindo! –y eso lo dijo Abu Angu. Mamá, al pasar por ahí y escuchar los comentarios de todos, alegró su corazón. Sabía que Pequeño Leo se encontraba en perfecto estado de salud y que todos estaban encantados con su llegada; en especial Angu. La mamá de Pequeño Leo por fin pudo llegar a su habitación; con todo el cansancio y dolor que le causaba la operación no quería más que ver a su bebé nuevamente. En tan sólo minutos, ya se encontraba acompañada de toda la familia y, el momento ocurrió. La enfermera entró por la puerta cargando a esa hermosa personita. Dormido, tranquilo y con ese olor tan característico a nueva vida, a alegría y esperanza. La enfermera entregó a Pequeño Leo a los brazos de Mamá. Ésta lloró y besó en la frente a su hijo. Después de unos minutos entre sus brazos, Pequeño Leo pasó al cunero que estaba a un costado de la cama de su mamá. En ese momento empezó toda la familia a desfilar para conocerlo. El último fue Angu. Se paró del sillón en donde todos esperaban sentados, respiró profundo y con el semblante emocionado se 11
acercó por primera vez a su nieto. Todo lo que había esperado, por fin estaba frente a él; aguantó mucho, pero no soltó una lágrima. Mamá vio cómo tragó saliva lentamente. El rostro se le veía tan conmovido que no podía ocultar sus sentimientos; entonces, lo cargó entre sus brazos y meció entre ellos por varios minutos. En el cuarto todos se encontraban viendo la escena y algunos soltaron lágrimas de tan tierna escena. Un par de días pasaron. De fuera se podían escuchar los pajarillos cantar y el sol seguía tan brillante como el día en que Pequeño Leo llegó a este mundo; entonces, era el momento de retirarse a casa. Papá se encontraba tramitando todos los papeles para que su esposa y su hijo pudieran irse a casa con él y toda la familia. Después de algunas horas, cuando el reloj marcaba el medio día, por fin llegó nuevamente la enfermera con una silla de ruedas por Mamá y Leo. El momento de partir había llegado. Toda la familia salió del hospital rumbo a casa de Pequeño Leo. Algunos días pasaron, la familia seguía llena de alegría, eran los momentos más felices que jamás hayan vivido. Los días parecían más soleados y a pesar del cansancio y dedicación que pueda generar la llegada de un nuevo ser, la verdad es que todos estaba más unidos que nunca. Pequeño Leo no imaginaba cuánto lo esperaba su familia, y él ya estaba ahí, esperando, a su vez, para que lo pudieran disfrutar. Abu Angu no vivía en la misma ciudad que Pequeño Leo y el resto de la familia. Y Abu Teo se había mudado por un tiempo a la ciudad y casa de Pequeño Leo para ayudar y cuidar con tanto amor, dedicación, paciencia y ternura a su nieto e hija. Acordó dejar a Angu por algún tiempo en su pueblo natal cercano. Para el Abu Angu, la familia era lo más importante. Por esa razón y el amor que le provocaba Pequeño Leo, cada fin de semana se dedicaba a viajar para encontrarse con su familia y disfrutarla por un par de días con ellos antes de volver a la rutina. Varios meses pasaron y, el abuelo Angu viajaba religiosamente cada fin de semana para convivir y disfrutar a su familia. La llegada de Pequeño Leo le provocaba a Angu tanta ternura y 12
nostalgia que parecía que él mismo conocía lo que estaba por suceder. Su mirada se llenaba de nostalgia, temor, felicidad y anhelo cada que veía a su nieto. Pequeño Leo a su vez era feliz al estar al lado de su abuelo, aun cuando él no era completamente consciente de las personas que lo rodeaban. Vestían constantemente la misma gorra, abuelo y nieto; eran un sinónimo de amor entre ellos. Una de las actividades diarias con la abuela Teo era hablar con Angu por teléfono durante la semana, cuando él no estaba con ellos. Uno de esos días, el abuelo Angu le presentó al pequeño Leo y a la abuela Teo un personaje por teléfono. Angu había comprado a Pequeño Leo un peluche, un pequeño osito que hablaba y enseñaría al Pequeño Leo a decir sus primeras palabras, a vestirse y a tener incontables aventuras. Durante la semana que la abuela Teo hablaba con Angu por teléfono, siempre le ponían a Pequeño Leo al teléfono y, a su vez, Angu al osito parlanchín. Cuando esto sucedía, el Pequeño Leo empezaba a bailar y a moverse de tal manera que indicaba con sus acciones cuanto le gustaba ese juguete que aún no conocía. El fin de semana siguiente a esos días de llamadas, Angu entregó a Pequeño Leo ese juguete que tanta curiosidad le causaba cuando hablaban por teléfono y, desde ese momento, Pequeño Leo fue inseparable de ese objeto. Un buen día, en una de las idas de Angu a visitar a su familia, llegó a saludar al Pequeño Leo como siempre lo hacía. Éste le sonrió, con esa sonrisa característica de un bebé feliz y en un momento sublime y especial levantó su mano y acarició la mejilla de su abuelo de una manera tal que sólo las almas que se comunican lo pueden entender. Sus almas se hablaron y sus miradas se encontraron. Angu miró a Pequeño Leo con tanta ternura y asombro ante tal gesto, que una lágrima corrió por su mejilla. Era una lágrima de felicidad. –Qué bonito, ¿por qué hiciste eso bebé? –dijo el abuelo Angu. En aquellos días en los que Angu cargaba al Pequeño Leo y veía como crecía de un fin de semana a otro, era cuando más podía 13
conectar con él, cuando más podía disfrutarlo: cargarlo, besarlo, verlo jugar, crecer y descubrir el mundo. Es en ese momento que se dio cuenta Angu que una pequeña parte de él estaba viviendo nuevamente. Una célula minúscula, una gotita de su sangre tenía nueva vida, nuevo ser, nuevo cuerpo y nueva alma. –Angu, ahora vuelvo, voy a hacer de comer. ¿Puedes cuidar a Leo un momento? –¡Claro! Pásamelo. Teo deja a Leo entre los brazos de Angu, quien lo ve detenidamente y lo mece entre sus brazos, mientras ella se va a la cocina a terminar de cocinar. En ese momento en que Angu y Leo están solos, Angu le confiesa: –Mi nieto, ¿sabes cuánto te esperaba; cuánto pedía por ti a la vida para que llegaras? En algún punto creí que el momento no llegaría o que mis ojos no lo verían. Anhelaba el instante de conocerte, invitarte a descubrir el mundo, defenderte, contarte historias, historias de un mundo muy ajeno a ti, a tus ojos, a tu sentir. Compartirte lo mejor de mi mundo mismo para que lo transmitieras al tuyo, en tu tiempo. Es una gran ilusión para mí el poder verte crecer, llevarte a la escuela. El día que llegaste, la vida de todos nosotros se iluminó como nunca lo había hecho. Nos hiciste ser mejores y querer estar bien para disfrutarte. Verte tan pequeño, indefenso, frágil y maravilloso, con tu sonrisa característica desde los primeros días de vida, ha hecho querer protegerte como nunca. Has cambiado para bien la vida de todos, y creo hablar por toda la familia, que esperamos todos dar lo mejor de nosotros para que seas una persona de bien, para este mundo cambiante y a veces enfermo. A través de la vida nos verás equivocarnos, pero a la vez, creo que verás entregar lo mejor de nosotros para ti. Te amo, mi pequeño. Pero algo estaba por venir y cambiar a toda la familia. Angu, tal vez sabía, en el fondo, que su tiempo en presencia del Pequeño Leo sería corto, pero a la vez no menos significativo …
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Capítulo II Era un día triste, irónico, de aquellos que empiezan y terminan. Las últimas horas del día en un comienzo de mes. El abuelo Angu se había ido sin avisar, repentinamente, algo que nadie de su familia esperaba o podía creer aún, dejando una huella muy difícil de borrar entre todos aquellos que lo conocían y amaban. Todo había ocurrido apenas un mes antes del primer cumpleaños del Pequeño Leo, pero el Pequeño Leo era un bebé, tan pequeño que no podía notar su ausencia, aún. La mamá de Pequeño Leo se encontraba muy triste. Por las noches lloraba en silencio abrazando a Pequeño Leo. Lágrimas rodaban por sus mejillas y algunas lograban caer a la cabecita del Pequeño Leo. Todos sus pensamientos estaban sumergidos en recuerdos y en algunas otras cosas más… «A veces el dolor es incomprensible e inexplicable. Me pierdo en un millón de hubieras y en el poder viajar al pasado a cambiar las cosas. Muchas veces no comprendemos el poder del ahora, del hoy, del momento y del segundo. Todos ellos nos llevan a crear el Futuro, que, algunas veces, quisiéramos cambiar. Ante dolores como éstos, es inevitable no desear volver en el tiempo, para remediar y sanar, aún sabiendo que todos tenemos nuestro tiempo y hora de partir. »Cuando pensaba en perderte era el sentimiento más aterrador que podía sentir. Sabía que algún día el tiempo llegaría, pero he de confesar que jamás imaginé que llegase tan rápido. He tenido que aprender a soltarte, a agarrarme de los recuerdos y 15
mantenerte en el corazón; a ser fuerte, a seguir adelante, a sonreír ante la adversidad, a querer ser mejor y vivir, vivir por ti. He empezado a odiar los momentos, las alegrías, deseando que tú estés; a amar y odiar la vida al mismo tiempo, porque tú ya no estás. »Quisiera haberme despedido como era debido, cuando tú aún me escuchabas; quisiera haberte podido dar más y mejores momentos a pesar de los que di; haberte podido dar aquel viaje que siempre desee regalarte y no haberte separado nunca de tu viejita. Cuando alguien se va, se queda siempre el deseo de MÁS; de haber escuchado más, de haber besado más, de haber dicho te amo más, de más y más. Anhelas todos aquellos momentos que ya no podrá disfrutar a tu lado. A pesar de haber dado lo mejor, el sentimiento de lo que ya no podrán compartir nunca dejará de afectar al corazón. »Anoche te soñé, te abracé y te dije cuánto te quiero; te extraño mucho y cuando me duele tu ausencia, te encuentro en mi corazón, en el juguete de Pequeño Leo que le regalaste, en la silla que siempre te sentabas, en un chiste de tu ahijado, en el cariño y dedicación de mi mamá o en la fortaleza de tu hijo. »He deseado tanto volverte a ver en sueños, que corras hacia mí como cuando era niña, que juegues conmigo tirado en la cama cargándome y haciéndome reír. He tenido tantas ganas de encontrarte en sueños y verte nuevamente, como cuando me peinabas esa cola de caballo que tan bien te quedaba cuando era niña. He deseado tanto volver a encontrarte en sueños y volver a bailar aquella canción que bailamos en mi boda, pero esta vez con una melodía sin fin. He deseado tanto volver a encontrarte en sueños y abrazarte tan fuerte que no te pudieras volver a ir. »Qué poco imaginamos el dolor e impotencia que puede sentir la princesa y niña de los ojos de un papá al ver que se va sin poder hacer nada por remediarlo. Mi oso, mi confidente, mi alcahuete y mi mayor fan, quien sin importar lo que fuera lo tenía para apoyarme, quien sin preguntar nada me sacaba de las malas y las peores, quien tenía su mejor sonrisa, chiste y actitud para ser el réferi en la pelea familiar. El más detallista con 16
flores y presentes sólo porque sí, que te hacían sentir amada y especial. Nunca necesité una corona porque siempre me trataste como una princesa. No lamento casi nada porque cada palabra y cariño lo demostré hasta el final; lo único que lamento es que Leo no vaya a conocer a un ser tan especial como tú ya eras y hubieras sido el mejor abuelo que Leo hubiera podido tener. Pero, claro, no te preocupes, yo estaré ahí a cada instante para contarle sobre ti y que de esa manera te conozca y sepa cómo fuiste. Trataré de copiar tu ejemplo en alegría y entusiasmo para que tu nieto te sienta siempre presente. Nos vas a hacer mucha, mucha, falta de ahora en adelante, pero tu cariño y recuerdo siempre vivirá en nosotros y nos mantendrá unidos con aquellos tan especiales para ti. No estoy enojada con Dios por haberte llevado; al contrario, estoy agradecida por el tiempo que me dio la oportunidad de tenerte a mi lado y disfrutarte. Voy a contar los días para volverte a ver, abrazar y escuchar mi princesa otra vez. Hasta pronto osito bonito de mi corazón. Un abrazo y beso hasta el Cielo. Te amo». El Pequeño Leo siempre fue un niño muy risueño. Desde muy bebé siempre tenía un motivo para regalar una sonrisa, y él aún no sabía de tristezas cuando su abuelo partió. Los últimos meses, Angu sólo se dedicaba a mirarlo y disfrutarlo entre sus brazos. Era un niño tan querido por todos y estaba rodeado de mucho amor. Pero, como todo, el tiempo pasa, Pequeño Leo dejó de ser tan pequeño y se convirtió sólo en Leo. Muchos julios pasaron, ocho julios para ser exactos. La tierra gira y no se detiene. El tiempo a veces aminora algunos dolores, los recuerdos permanecen y los buenos momentos siempre se quedan guardados. La familia de Pequeño Leo guardaba recuerdos maravillosos de Angu, que le transmitían cada que era posible. Su casa estaba rodeada de fotografías que recordaban los bellos momentos con la familia completa. Pequeño Leo creció rodeado de recuerdos junto a sus dos papás, sus abuelitas y su tío. Cada cumpleaños de Leo era una gran celebración de vida, alegría y agradecimiento para la familia. Sin embargo, por más 17
que pasaran los años Angu seguía haciendo falta y seguía siendo extrañado como el primer día. Leo conocía tantas historias de su abuelo que no parecía que lo hubiera dejado de ver a los pocos meses de vida. Leo siempre había sentido que su abuelo estaba ahí, de alguna forma, escuchándolo, abrazándolo y viéndolo crecer. Para el cumpleaños número ocho de Leo, su mamá le organizó un picnic rodeado de familia y sus amigos más cercanos. Leo disfrutaba mucho de la naturaleza. Pasadas las diez de la mañana del día del cumpleaños del pequeño Leo, toda la familia llegó a las afueras de la ciudad: era un lugar boscoso y muy lindo; con árboles enormes de los que sus troncos evidenciaban la antigüedad, pequeños lagos y riachuelos que el correr de sus aguas denotaba calma y tranquilidad para quien tuviera el cuidado de escucharlos. Papá llegó con todos los aditamentos, una canasta de picnic, la típica manta cuadrada, una sombrilla grande para cubrir el sol. Mamá traía la comida y la abuelita Teo venía con Leo. Detrás de ellos, sus tías abuelas, abuelita Mar y el resto de sus primos, tíos y amigos. Era un día muy alegre, ya pasado el mediodía. Todos se habían colocado debajo del tronco más robusto que existía en el lugar, el cual se encontraban justo a un costado de un pequeño lago, por lo que el correr del agua transmitía tanta tranquilidad a todos los presentes, tanto que los niños más pequeños, ya cansados de tanto jugar, dormían dentro de un teepee que la mamá de Leo había llevado como decoración para la ocasión. La mamá de Leo era tan detallista, que hizo de la fiesta de Leo una auténtica recreación de una tribu con varios teepees y mesas bajas para celebrar el cumpleaños de Leo. Aquellos niños que aún corrían alegremente entre los árboles no paraban de jugar persiguiéndose entre ellos, saltando el río y con sus cabezas adornadas por tocados gigantes tipo apache. Parecía que la diversión no tenía fin. Los adultos platicaban alegremente en bancas tipo picnic y degustando la comida que entre toda la familia se había organizado para llevar y compartir. 18
En la mesa de los niños se encontraban canastas de fruta. Un grupo corriendo, para no dejar de jugar y entretenerse, jalaba mientras pasaba por la mesa las uvas que colgaban de la canasta, que caían al piso, y las mascotas, que también habían sido invitadas al evento, eran las más felices de recolectar lo que a los niños se les caía durante su jugar. Los adultos llamaron a los niños a comer a sus mesas. Los niños se sentaron en los cojines instalados en el piso. Se les habían preparado ricas hamburguesitas acompañadas de agua de limón y jamaica. Todos los niños se sentaron a la mesa a comer; algunos, aun jugando entre ellos con sus arcos, tomaban parte de la comida con la flecha de juguete que traían. Los adultos, en una mesa más al fondo, se repartían los platillos que traían. Entre juegos y mojadas de los niños en el lago, el tiempo transcurrió muy rápido, y, pasada la comida, el momento del pastel llegó. Ocho velas adornaban el pastel de Leo, el cual se encontraba decorado en referencia al tipo de celebración que tenía: un zorrito al tope del pastel junto con una tienda teepee. El reloj marcaba las dieciséis horas cuando Leo empezó a escuchar Las Mañanitas de todos sus invitados. Al término del canto, tenía que soplar sus velitas, pero, como cada año, Leo sabía que el momento de la velita era un momento mágico y especial. Era el momento en que Leo podía pedir un deseo al Universo, esperando que se hiciera realidad, y esto porque cuando Leo empezó a ser consciente de que cada año se le concedía esta oportunidad, Leo esperaba ansioso su cumpleaños para tener ese privilegio. Los años pasados todo había sido desear algún juguete en especial, un viaje, una salida a un parque o que sus papás y seres queridos duraran muchos años con él; sin embargo, este año, Leo deseaba algo diferente y, al soplar sus velitas, Leo deseó con todas sus fuerzas: –Quisiera poder vivir tan sólo una aventura con mi abuelo Angu, de alguna forma; una como aquellas de las que me cuentan mis papás. Leo sopló sus velitas con mucha fuerza y todas terminaron apagadas después del primer soplido. Los invitados aplaudieron 19
con emoción. Leo estaba tan contento con su deseo que esperaba que de alguna forma pudiera vivir historias tan divertidas, tal vez a través de algún relato contado por sus tíos abuelos. Estaba seguro de que había alguna historia que no había escuchado antes. La mamá de Leo repartió el pastel a los invitados y todos comieron gustosos del rico pastel de cumpleaños. Los días en verano son largos y, debido a esto, los niños tuvieron más oportunidad de disfrutar el campo. Llegadas las 19:30 todos partieron de regreso a casa. Durante la carretera, Leo se iba quedando dormido de tanto cansancio que le había ocasionado el día, pero aun así logró ver como el sol se ocultó, como cada noche, por el oeste. Leo amaba los atardeceres. Llegando a casa de Leo, sus papás empezaron a bajar todas las cosas de la camioneta; sus abuelitas Teo y Mar ayudaron en todo lo que pudieron. De igual forma, Leo ayudaba a sacar sus juguetes, sus dos perritos y pertenencias. Para descansar un poco, Leo tomó una ducha rápida antes de dormir y, al salir del baño rumbo a su recámara, escuchó que su abuelita Teo platicaba con su Mamá en el cuarto contiguo a su recámara, y que ambas lloraban. –Él hubiera estado tan contento con nosotros el día de hoy –decía Teo a la mamá de Leo. La mamá de Leo abrazó a Abu Teo, le dio un beso y salió de la recámara. Al salir se encontró con Leo y lo llevó a su cuarto a acostarlo. Cuando Leo ya estaba acostado le dijo a su mamá… –¿Mami, la abuela extraña mucho al abuelo Angu? –Sí, mucho, como todos los que lo conocimos. La mamá de Leo, como cada noche, le leyó un poco para que se quedara dormido; era un ritual del que Leo disfrutaba mucho. Esta noche la mamá de Leo apenas y alcanzó a leer unas cuantas páginas cuando el niño ya había caído dormido profundamente. El reloj marcaba diez minutos después de la una de la mañana. Leo se despertó para ir al baño y en su camino, se percató de un juguete que estaba tirado al borde del clóset que estaba cerca 20
del baño. Su mamá había estado guardando las cosas del picnic antes de dormir, por lo que, seguramente, no había terminado y dejó algunas cosas tiradas. Ese juguete le llamó la atención. Lo tomó y lo llevó con él a dormir a su cuarto. Era un juguete familiar para él, pues se le hacía conocido de algún momento. Lo abrazó e intentó volver a dormir. Pero algo mágico pasó esa noche en la casa de Leo. Cuando despertó por la mañana, Leo vio el juguete tirado a un lado de la cama. Mamá entró por la puerta y al ver el juguete lo recogió con melancolía y le preguntó: –¿De dónde lo has sacado? –Lo encontré cerca del clóset, mami. ¿Era mío? –Así es, Leo. Te lo regaló tu abuelo cuando eras un bebé. Un día tu abuelo te puso el sonido de este muñeco al teléfono y de ahí en adelante no parabas de emocionarte cada que te lo hacía sonar a través del teléfono. Tu abuela hablaba a diario con tu abuelo y tú, aunque eras un bebé, reaccionabas con sonrisas y, a veces, con balbuceos. Eso paró hasta el fin de semana que vino a visitarnos y te lo entregó. Por un tiempo fue tu juguete favorito, hasta que creciste y no quisiste más jugar con él. Este muñeco yo lo conservé y guardé en una caja por el recuerdo que significaba; fue el último regalo de tu abuelo para ti. Una lágrima resbaló por la mejilla de la mamá de Leo. –Vamos a desayunar, hijo; anda. Sin embargo, la mamá de Leo se había quedado intrigada. ¿De dónde había salido ese muñeco? Estaba guardado en una caja, que ella estaba segura no había movido.
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