5 minute read

“Te lo dije” puede hacerte sentir bien, pero lastima a tu hijo

Texto: jenniFer DelgADo

Es probable que hayamos escuchado esta frase mil veces en nuestra infancia y adolescencia en boca de nuestros padres. Es probable que la odiemos. Y también es probable que la repitamos a nuestros hijos cuando cometen un error del que ya les habíamos advertido. Sin embargo, el hecho de que esta frase sea tan común no significa que sea adecuada. De hecho, deberíamos esforzarnos por erradicarla de nuestro léxico. «Hazme caso o te equivocarás», la actitud con la que cohibimos a los niños Como padres, hemos acumulado más experiencia de vida que nuestros hijos. Eso nos permite anticipar los errores que podrían cometer cuando toman una decisión o se empecinan en seguir un camino. Incluso es probable que nosotros mismos hayamos cometido el error en el que están a punto de incurrir.

Advertisement

Como padres, también es normal que nos duela ver a nuestros hijos equivocarse y fracasar. Su dolor se siente como propio, por lo que nuestro primer impulso es evitarles todo aquello que pueda hacerles sentir mal. Sin embargo, la línea entre el cuidado responsable y la sobreprotección parental suele ser muy sutil, por lo que es fácil traspasarla.

Una de las formas de sobreprotección más comunes llega en forma de advertencias. “No te subas a la bici o te caerás”, “guarda el cuaderno en la mochila o mañana lo olvidarás en casa”, «si te vistes así, todos se reirán de ti«… Aunque muchas de esas advertencias pueden parecernos sensatas, lo cierto es que también limitan las oportunidades de aprendizaje a través del error.

Tras una advertencia de los padres existen dos posibilidades: que el niño haga caso o que decida hacer exactamente lo contrario y se equivoque. Y como en la crianza nada es blanco y negro, a veces hacer caso no es tan positivo y equivocarse no es tan negativo. Nadie escarmienta en cabeza ajena Mi abuela solía decir que “nadie escarmienta en cabeza ajena”, un refrán en desuso que nunca más he vuelto a escuchar. Sin embargo, lo cierto es que muchas veces la experiencia de los demás no es suficiente para desengañarnos. Por consiguiente, nuestros hijos también necesitan cometer sus propios errores.

Cuando los niños obedecen sin rechistar, realmente actúan dirigidos por nosotros, de manera que no llegarán a experimentar las consecuencias del comportamiento que hemos evitado. Obviamente, la obediencia tiene un lado positivo: se evita el error y sus implicaciones negativas. No cabe dudas. Pero esforzarnos por allanar continuamente el camino de nuestros hijos terminará impidiendo que se enfrenten a los problemas de la vida y aprendan a solucionarlos con los recursos de los que disponen. Si nos convertimos en padres helicóptero que sobrevuelan continuamente sobre las cabezas de sus hijos para evitar que afronten las consecuencias de una mala decisión, les arrebatamos las oportunidades para crecer y desarrollar el pensamiento crítico, una capacidad que más adelante en la vida será esencial para elegir el camino que desean seguir.

De hecho, detrás de cada «¡te lo dije!» en realidad se esconde un intento por reforzar nuestra autoridad, posicionándonos como un referente al que deben obedecer la próxima vez. De cierta forma, es como convertirnos en una deidad ante sus ojos. Encarnamos el papel de un «Dios todopoderoso» que sabe lo que está bien y mal. Y le pedimos que nos obedezca sin rechistar.

Así podemos evitar que cometa algunos errores, pero también evitamos que desarrolle la capacidad para discernir lo que está bien o mal por su cuenta, lo que puede o no debe hacer, lo que es inofensivo de lo que resulta peligroso. En vez de potenciar su autodeterminación, lo convertimos en una persona dependiente de la aprobación externa que, más tarde en la vida, ante la ausencia de los padres, buscará otros referentes de poder que le digan lo que debe hacer.

“Te lo dije” no solo es una recriminación sino también un recordatorio constante de que necesita que sus padres aprueben cada paso que da o cada decisión que toma. En el fondo, lo que realmente transmite esta frase es que el niño no puede hacerlo por sí solo porque, si se atreve, probablemente se equivocará y siempre encontrará a alguien dispuesto a echárselo en cara.

¿Por qué decirles “te lo dije” tampoco sirve para nada?

Cuando nuestros hijos no nos hacen caso y siguen su camino para luego equivocarse, es habitual que los recriminemos con frases como “¡Mira que te lo advertí!”, “¡te dije que no lo hicieras, pero nunca me haces caso!”, “ya sabía que esto iba a pasar» o «¡tendrías que haber hecho lo que te dije!”… En realidad, esas frases no expresan más que la frustración de los padres – y en el fondo a veces también cierta satisfacción por haber tenido razón.

Cuando los niños deciden no hacer caso, pueden equivocarse. Es una posibilidad dolorosa y exasperante a partes iguales. Obviamente, si fueran más obedientes, podrían evitar muchos problemas, dolores, malestares… Pero también evitarían el aprendizaje que encierran.

Criar a los niños dentro de una burbuja, siempre bajo nuestra férrea mirada y bajo el azote de las advertencias para evitar que se equivoquen, terminará afectando negativamente su autoestima y lastrará su autoconfianza. Cuando un niño se equivoca por haber tomado una decisión y recibe este tipo de comentarios de sus padres, que son las personas que más ama y sus principales referentes en la vida, es normal que se sienta avergonzado e incluso humillado. Esas sensaciones no son agradables y es probable que ese pequeño se vuelva cada vez más dependiente e inseguro, que no se atreva a explorar el mundo y tema cometer errores. Cuando crezca, se convertirá en un adulto con miedo al fracaso, sin iniciativa, reacio a asumir riesgos y con una profunda falta de confianza en sí mismo. Probablemente será incapaz de afrontar los problemas y se vendrá abajo ante la menor dificultad ya que no ha aprendido a lidiar con la adversidad, la frustración y los contratiempos que surgen precisamente de atreverse a seguir su propio camino y tomar sus decisiones.

¿Qué hacer cuanto intuimos que nuestro hijo se va a equivocar?

Obviamente, si creemos que nuestro hijo u otra persona corre peligro o se podrían exponer a una situación de riesgo, hay que intervenir. Ante todo, es importante mantener a los niños seguros, de manera que no podemos permitir que hagan todo lo que desean sin unas normas básicas de seguridad.

Dicho esto, también es fundamental darles cierto margen de acción para que desarrollen su autonomía, aunque corran el riesgo de equivocarse. De hecho, equivocarse no es algo negativo, sino que se convierte en una oportunidad para aprender y seguir creciendo como personas. Cuando los niños se equivocan aprenden que sus acciones tienen consecuencias y que deben responsabilizarse por ellas. También comienzan a desarrollar habilidades imprescindibles para la vida, como la resiliencia, la perseverancia, la humildad y el pensamiento crítico. Además, la libertad de decidir, equivocarse, caer y levantarse fortalece la autoestima, apuntala la seguridad y se convierte en la base de la autoconfianza. Por tanto, cuando tu hijo se equivoque, en vez de restregarle un “¡te lo dije!”, acompáñale y ayúdale a reflexionar sobre lo ocurrido de forma positiva y respetuosa. Explícale que hay ocasiones en las que es mejor escuchar los consejos de quienes tienen más experiencia, pero hazle saber que equivocarse no es malo y anímalo a sacar una enseñanza de lo ocurrido. De esta forma reforzarás su confianza y autonomía para tomar sus propias decisiones. También aprenderá a ser consciente de las consecuencias de sus actos y enfrentarse a los errores de forma positiva, viéndolos como una oportunidad para aprender y mejorar en el futuro.