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Vende caro tu amor, aventurera
Hoy tenemos una novedad que está de variedad. Resulta que el previsiblemente imprevisible presidente López Obrador ha tenido la ocurrencia de respaldar al gobernador nuevoleonés Samuel García, emplazado a juicio político por el Congreso estatal. Ello por violaciones graves a la Constitución local, pues no cumplió su obligación constitucional, dicen sus acusadores, al no presentar a tiempo el Presupuesto de Egresos del 2023 e incumplir con la publicación de diversos decretos avalados por el Legislativo.
De hecho el Ejecutivo, cuyo presupuesto 2023 retardado no le fue aprobado por la Cámara local, debió arrancar el ejercicio con el presupuesto 2022. Eso o declararse en una virtual suspensión de pagos y cerrar el gobierno.
AMLO es una liebre muy correteada, aunque parezca un conejo destanteado, mientras el joven gobernante nuevoleonés es, él sí, un conejo destanteado que no da una. A más de un año de arrancado su periodo constitucional, el tres veces doctor en derecho Samuel García no ha dado ningún campanazo de los que había jurado a sus electores y a sí mismo que daría como gobernante. Nada relevante ni espectacular ha logrado y su parroquia tiene cada vez menos parroquianos.
Muy semejante le ha ido al viejo López Obrador. A poco más de un año de terminar su periodo constitucional va sin resultados, ni buenos ni malos. Esa falta de productividad ha sido displicentemente enfrentada con dádivas políticas cuantiosas a los pobres, “que son primero” y muchos. Tales desvíos caritativos y electoreros han sido justificados. Pero el dispendioso y bondadoso dedo patriarca ha exacerbado las difíciles condiciones económicas nacionales, más por incompetencia del líder que por desamor de su parroquia. De hecho, sus fans y demás beneficiarios lo siguen con entusiasmo centavero populachero, alimentado por los apoyos económicos que reparte a manos llenas, vaciando la caja registradora sin volverla a llenar o llenándola de aire.
Por su lado, Samuel necesita apoyo, más por su incompetencia, aunque también, él sí, por el creciente desamor de su decepcionada parroquia, especialmente de los poderosos e influyentes, muy influyentes e intolerantes.
Pero el Presidente, el viejo dinosaurio de anquilosada ideología, necesita a su vez respaldo y lo sabe de sobra. Sa-