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Público exprimido
inflación. Aun así, ninguno pasaba de 12 dólares y se cargaban 50 centavos por el servicio.
Desde el principio, la firma incurrió en prácticas monopólicas. Obligó a los organizadores de conciertos de cada ciudad a otorgarle exclusividad y luego hizo lo mismo con los promotores artísticos y con los lugares donde se realizan los eventos.
Poco a poco fue adquiriendo a sus competidores, hasta que absorbió a Ticketron (1991), que hasta entonces había liderado el sector y que había protestado inútilmente por su desleal actuación. A los pequeños rivales que quedaron los obligó a entrar en arreglos para fijar precios. A los nuevos, como MovieFone, de plano los saboteó.
contrato con la firma e intentó hacer una gira sin su tutela y con entradas muy accesibles.
El resultado fue desastroso. Concierto tras concierto fueron suspendidos porque supuestos grupos ciudadanos (que pagaron altísimos honorarios a abogados y comunicadores) advertían que los espacios (no acostumbrados) en que se pretendían realizar no cumplían las normas de protección civil. En los pocos que pudieron ofrecer siempre pasó algo raro: se cerró una carretera, se cortó la electricidad o se armó una pelea.
prensa se comentó que el poderoso senador Phil Gramm había presionado a la procuradora con no aprobarle el presupuesto.
Quedó claro que la compañía, que es espléndida en sus donativos de campaña, tiene aliados entre los legisladores de ambos partidos.
CADA VEZ PEOR tema redirige a los clientes a una de esas revendedoras, a pesar de que todavía hay boletos disponibles. En noviembre, los asientos de primera fila para los conciertos de Taylor Swift se estuvieron vendiendo, en reventa, hasta en 76 mil dólares.
La entrada más cara a la última presentación de Los Beatles en la Unión Americana (29 de agosto de 1966) costó 6 dólares con 50 centavos. Cuando Ticketmaster empezó a operar (1982), los conciertos de rock se habían encarecido mucho por la
FRENTE REPUBLICANO ABIERTO
En poco más de una década, ya controlaba 90 por ciento de las grandes arenas y 63% de los asientos en conciertos. Consecuentemente, los boletos se fueron a las nubes y los artistas tuvieron que aceptar las condiciones abusivas que les imponían.
En 1994, la banda Pearl Jam, que llevaba cuatro años de éxitos, rechazó los términos de un nuevo