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Monográfico Borbotó. Ese pueblo cercano

Entramos a Borbotó por el desvío de la carretera de Valencia a Moncada.

Son las diez de una mañana de febrero, cuando la débil neblina de la madrugada aun se está desvaneciendo. El sol lucirá espléndido en unos momentos.

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Hemos de hacer una doble curva desde la calle Pitxera, para llegar al camino de Massarojos y ya estamos en en centro del pueblo. Para hablar de Borbotó tendríamos que olvidar que desde el punto de vista administrativo, es una pedanía de Valencia. Pedanía, qué palabra más fea. Tampoco me gusta eso de Poblats del Nord, pues al englobarlos, les resta la personalidad que tienen cada uno de ellos. Para hablar de Borbotó hemos de pensar en él como el pueblo que es, con sus casas, su huerta y sus gentes, olvidando esas clasificaciones administrativas que nada dicen. He hablado antes de personalidad y así es. Los siete poblados que componen esta agrupación de pueblos, a pesar de sus grandes parecidos, también son evidentes sus pequeñas diferencias. No tienen nada que ver a pesar de estar tan cerca el uno del otro Borbotó con Carpesa, por ejemplo. Borbotó es un pueblo abierto y de gentes amables. Carpesa, ya lo dije en un artículo anterior que trataba de este pueblo, es un pueblo cerrado, de gentes cerradas con un carácter desconfiado. Quizás esta visión es debida a que durante los años sesenta y setenta, sufrió una importante inmigración de las pro- vincias castellanas y andaluzas. Esto ha propiciado que la mayoría de la población sea castellanoparlante y no se conozcan lo suficiente, lo que no ocurre en Borbotó, dado su pequeño territorio agrícola y su reducida población de unos ochocientos vecinos, donde todos se conocen y han sabido conservar el habla y la esencia del pueblo. Lo mismo ha sucedido con las tradiciones. Entre ellas está el deporte de la colombicultura: una tradición muy enraizada en los pueblos de Valencia y que Borbotó conserva con orgullo. Una de las señas de identidad de su paisaje urbano es precisamente el gran palomar existente en el centro de la población y que, desde la huerta, forma la clásica silueta del pueblo junto a la iglesia.

El “enganche” de los carros es otra tradición, donde los labradores tienen a gala conservar los carros con los que antes iban a trabajar, para salir con ellos a pasear por el mero placer de exhibirlos, lo que podemos comprobar en la fiesta de Sant Antoni, el último domingo de febrero. Allí podemos ver con sus “enganches” al Flare, al Blanquillo, al Forner, al Gatet, a Juan Benito o a su hermano Ferminet. Me comentan que estos labradores no dudan en gastarse lo que haga falta para poner a punto su carro y “aparellar” a los caballos con el “colleró, les alitranques, la selleta, el guardapols, la frontalera en la galtera y els reülls”, y se emplean a fondo para limpiar y pulir los dorados de estos correa- jes con los que saldrán a la calle el día de la fiesta.

Pero la tradición más arraigada en Borbotó es la Pilota Valenciana, con sus especialidades de trinquet, raspall, llargues o galotxa. De Borbotó han salido grandes pilotaris y allí se encuentra el Centre Municipal de la Pilota Valenciana, con el Carrer de la pilota, donde compiten las primeras categorías de este deporte. Hablo con Ramón que todavía compite como aficionado con su hijo y me muestra, satisfecho de su trabajo, las defensas metálicas para las manos de los pilotaris, explicándome cómo han ponerse y sujetarse. Me cuenta que él las lleva a galvanizar para que no se oxiden. Las prueba en mi mano y me regala un juego. Parezco Robocop con ellas. El perfil de Borbotó en medio de la huerta es muy reconocible y no lo es por la altura de su torre campanario, sino todo lo contrario. En todos los pueblos de la comarca vemos campanarios altos y espigados, como si compitieran entre ellos con la torre más alta. En cambio en Borbotó no es así. La torre es cuadrada y apenas rebasa la altura de la cúpula de su iglesia dedicada a Santa Ana. Otra particularidad en la fachada de esta iglesia es que posee dos relojes de sol, uno a cada lado. Me comenta Ramón que es uno para el verano y otro para el invierno. Tiene sentido.

Paseo por la huerta disfrutando de cada campo que veo y del placer de caminar entre sendas. Se escuchan las campanas del cercano campanario de Carpesa que da las horas. Llego hasta el cementerio por un camino estrecho y sin arcén, es la carretera que conduce a Massarojos. Doy la vuelta y me acerco hasta el Centre de la Pilota Valenciana, quiero ver ese Carrer de la pilota que Ramón me ha comentado y que yo no acababa de comprender. Carpesa a la derecha, a la izquierda las alturas de Godella entre campos de alcachofa y naranjos. Algunas alquerías salpican el rico paisaje de la huerta. Palmeras datileras y algún que otro pino carrasco acompañan la panorámica, como su fuera un cuadro. Las paredes del Carrer están tatuadas con los golpes de las pelotas. Impactos fuertes y veloces como si fueran balas. Puedo imaginar el ambiente en un día de partido. Veo la gavia metálica donde supongo que se pondrá l´Home Bo o uno de los jueces del encuentro, no imagino qué otra cosa pueda ser, las redes colgando en un lado, las gradas al fondo y las ventanas y puertas a un lado del Carrer. Efectivamente, es como una calle. Un día vendré a ver una partida para enterarme bien de todo.

Las calles del pueblo son pequeñas y desembocan en la huerta. Hay un Botiquín o Farmaciola, en valenciano. Hay una tienda que vende de todo “Ca Sole”, que es la mujer de Ramón. Hay una fuente pública en la Plaza del Moreral, que es exactamente igual que la de Les Cases de Bàrcena. Hay una calle al Cristo de la Luz, que no tiene salida, como un largo atzucac. Hay un ayuntamiento viejo y otro nuevo. No podemos olvidarnos de Ca Cent Duros, pues es toda una institución en Borbotó. He querido entrar para tomar un café y ha sido imposible en toda la mañana. A las doce parece que hay un hueco y me puedo sentar. Sólo tomaré un cremaet, le digo a la camarera. Al momento me lo sirven. No lo había tomado nunca y le digo a la camarera que se olvida el azúcar. —No, no es posa sucre perque ja ho du, i també mel— me contesta. Lo pruebo y está riquísimo. Pienso tomarme otro en la próxima ocasión que tenga de volver. La receta en este bar es: café, ron, azúcar, miel, corteza de limón y dos granos de café. Lo preparan la noche anterior en una olla grande y de ahí los van sirviendo al día siguiente. Algunos de los clientes de este bar son de aquí, pero la mayoría son de los pueblos vecinos y de más lejos, que vienen hasta aquí para almorzar, tal es la fama de este bar. No obstante, el Hogar del Jubilado, donde invito a un chupito de ron a mi amigo Ramón y el bar del Centre de la Pilota, también están llenos a la hora del almuerzo. Ya se sabe, hay que guardar las tradiciones y en los pueblos de Valencia, el esmorzar es sagrado.

Este fue mi recorrido por este precioso pueblo de la huerta. Fue un placer pasear por sus calles y hablar con sus vecinos. Volveré otro día por ese cremaet. ¡Adéu Borbotó!

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